miércoles, 2 de enero de 2013

LA EVOLUCIÓN DE LOS PULGARES


La especie humana, desde sus más remotos orígenes, ha seguido una lenta e inexorable evolución, que se ha mantenido dentro de los que los estudiosos llaman la deriva genética. El hombre ha ido acomodando su cuerpo según las necesidades del momento. Cuando algunas familias de monos bajaron de los árboles, comenzaron a perder la cola; ya no necesitaban de su concurso para sus desplazamientos. En el hombre, el vago recuerdo de esa cola perdida se llama cóccix. La evolución climática influyó en el aspecto exterior de nuestros antepasados. Fueron perdiendo la pelambre según se iba dulcificando el clima. Aunque siguen quedando excepciones, hemos perdido esa ceja continua que iba de sien a sien, y que dejaba en entredicho la progresión intelectual de la especie. Muchos de los individuos actuales, fuerzan el curso normal de la evolución con el uso de cremas depilatorias y con el concurso de clínicas especializadas. La domesticación, agrupación en rebaños, y posterior estabulación de muchas especies animales, llevó al hombre a perder gran parte de su capacidad olfativa; ya no era necesario ventear la caza; bastaba con ir al corral. La superficie de membrana pituitaria se fue reduciendo, lo que redundó en una disminución considerable del tamaño de la nariz.

Lo que antecede demuestra que, hasta ahora, la pérdida de las características descritas se ha debido a los avances sociales y tecnológicos. En la actualidad, sería muy interesante disponer del concurso de una cola prensil que nos facilitase el mantenimiento del equilibrio, en la confusa situación de picar un billete de autobús mientras llevamos las manos cargadas de bolsas.

Pero todo no van a ser malas noticias. Al llegar a la última década del siglo XX, la utilización masiva de los teléfonos portátiles, los mal llamados móviles (móvil, según el DRAE, es lo que se mueve por sí mismo), han recuperado una parte del cuerpo humano, que se encontraba en peligro: los pulgares de las extremidades superiores. Sabido es que los pulgares de las extremidades inferiores nos ayudan a caminar y a mantener el equilibrio, o sea, tienen una función determinada. Pero ¿y los de las extremidades superiores?, ¿para que los utilizábamos? Prácticamente para nada. Veamos.

Al principio de nuestra existencia, diría yo que en el primer trienio de la vida de cada individuo, el pulgar suple -sin resultado- al pezón maternal, o a esa engañifa de látex llamada chupete. En los años siguientes, con la excepción de los que reciban clases de piano, el pulgar vuelve a perder utilidad. Solamente, ya en la pubertad, los métodos de mecanografía se esfuerzan en hacerlos útiles. Esfuerzo vano, ya que el individuo tarda poco tiempo en pulsar la barra espaciadora con el dedo índice de cualquiera de las manos. ¿Qué está haciendo la telefonía para conseguir la recuperación de los pulgares? Pues es simple: el envío de mensajes entre terminales telefónicos ha conformado una cultura de comunicación entre individuos, para la que su concurso es imprescindible; basta ver la velocidad empleada para escribir mensajes de texto mediante el Short Message Service o el WhatsApp.

Por fin, gracias a la ciencia, se ha interrumpido la tendencia imperante hasta hace dos decenios; por fin recuperamos una parte de nuestro cuerpo que se veía abocada a la atrofia.

DOR                                                                                                                           

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