martes, 30 de enero de 2018

EN TIERRA DE LOBOS

Cuentan las crónicas que Marcelino Soriano Muñoz, ostentador del cargo de lobero mayor del reino, y al que en Peguerinos apodaban Garrones, dio muerte, cuando corría el año 1952, al último lobo de la Sierra de Guadarrama. Tres años antes, el diario ABC, en su edición de la mañana del día 15 de febrero de 1949, se hacía eco de una información de la agencia Mencheta, con el siguiente literal: Ávila14. En Villatoro se ha verificado la entrega de premios de la Junta de Extinción de Animales Dañinos a los vecinos que más se han distinguido durante la última temporada.
Se repartieron 185.000 pesetas y varios trofeos. El primer premio del primer grupo ha correspondido a Marcelino Soriano Muñoz, de Peguerinos, que dio muerte a siete lobos, y el primero del segundo grupo a Ángel Sánchez Díaz, de Santa Cruz de Pinares, que mató 83 zorras, 15 gatos monteses y más de un centenar de otras alimañas.
El total de los animales muertos fue de 46 lobos, 1.486 zorras y gran cantidad de otras alimañas.

Todas las poblaciones mencionadas pertenecen a la provincia de Ávila, donde, de manera oficial, en el año 2001 el lobo volvió a hacer acto de presencia, aunque ya en la década de los 90 aparecen citas de algunos ataques al ganado. A partir de esa fecha el número de lobos ha ido creciendo, y en consecuencia el número de ataques ha aumentado considerablemente. El consejero de Fomento y Medio Ambiente de la Junta de Castilla y León, en una comparecencia realizada el 7 de septiembre del año 2017, vino a decir que “los daños del lobo al ganado han bajado, con carácter global, en la comunidad autónoma. No fue así en Ávila donde, en 2016, hubo 811 ataques, frente a los 489 del año anterior.”

En marzo de 2017,  en la explotación de vacuno Renta del Tobar, a sólo media legua de la raya que separa los términos municipales de Peguerinos y San Lorenzo de El Escorial, el ataque produjo la muerte de un ternero de apenas diez días. El vuelo en círculo de los buitres indicó a los ganaderos el lugar donde se encontraba el animal atacado.
  
Y es a esa zona adonde el caminante, en la fría mañana del primer jueves de diciembre, dirige sus pasos. Se trata de una lengua de tierra que, al oriente de la provincia de Ávila, se encajona entre las de Segovia y Madrid.

A Peguerinos,  por un acuerdo con la Comunidad de Madrid, llega el mismo autobús que da servicio a Robledondo y Santa María de la Alameda, y que tiene su inicio en la estación de autobuses de San Lorenzo de El Escorial. Un servicio con los horarios tan a trasmano que, en días laborables, resulta imposible llegar a una hora que permita programar una ruta de un día. Sólo los horarios de fin de semana, más racionales y ajustados, permiten las aventuras camineras. Descartada la opción del autobús, el caminante solicita el concurso de la máquina infernal, circunstancia que aprovecha para, tras dejar atrás el caserío de Peguerinos, avanzar una legua entre pinares hasta llegar a las instalaciones del camping de La Nava, lugar donde comenzará la jornada. Pero antes, en la amanecida, ha recorrido los puertos de La Cruz Verde y La Paradilla, desde donde se recrea con la sangrante arrebolada que se dibuja sobre el cordal de las Machotas.


Tras pasar las últimas casas de la localidad, deja a manderecha el desvío que baja al camposanto y, en constante subida, sigue por la carreterilla asfaltada que, para aquel que lo necesite, sigue hasta el Puerto del León. A un quilómetro del paso sobre el puente que salva la corriente del arroyo Chubieco, en un cruce señalizado con una batería de cartelones informativos, un vial, también asfaltado, sube hasta la entrada principal del camping.

Las bajas temperaturas mantienen la nevada de los últimos días como si hubiese caído la noche anterior. Sobre la nieve, avanza unos metros junto a un muro de piedra, hasta el sitio en que una abertura le permite entrar en la nava donde autocaravanas y tiendas de campaña aguardan tiempos de temperaturas más suaves. Entre el recinto del camping y el vallejo del Chubieco, una pista, compactada con macadán, insiste en la subida a través del nevazo. Media legua más arriba, entre el denso pinar, la helada lámina de agua del embalse de Cañada Mojada se asemeja un inmenso espejo en el que se reflejan las nubes, a las que la tímida brisa comienza a desbaratar. De la trasera del embalse, siguiendo ambas márgenes del arroyo, dos pistas terrizas suben en dirección NE, en dirección al Collado de la Gargantilla. Pero el hito inmediato del caminante no es llegar de forma tan directa, sino hacerlo llegando desde la zona de Las Lagunillas. Media legua después de abandonar el embalse, tras renunciar a todos los carriles que se presentan a ambos lados de la pista, llega un despejado cuadrivio desde donde, hacia el septentrión, un camino, encajonado entre zonas de repoblación de pinos, sube por una suave ladera. Tras el paso por el barranco que dibuja una arroyada, ahora sin agua, llega el caminante a la inmensa nava donde se encuentran Las Lagunillas. Unas lagunas de montaña, algunas comunicadas entre sí, que aguardan el deshielo primaveral para cargarse de agua.








Más adelante, antes de llegar al Collado de la Gargantilla, con la quebrada imagen de Cueva Valiente en el horizonte, en el idílico lugar de la fuente de Fernando Benito, hace el caminante una parada donde, además de reponer agua, orienta a dos andariegos que van en sentido opuesto al lugar adonde pretendían dirigirse. El collado, junto con el del Hornillo, son los referentes de la mayoría de los caminos que recorren la parte oriental de la Sierra de Malagón y el cordal de Cuelgamuros. El entorno, además de su belleza paisajística, tiene el aliciente añadido de contener un magnifico muestrario de restos de la Guerra Civil. Cuentan las crónicas que, en septiembre de 1936, los collados de la Gargantilla y del Toril, junto con las cimas de Cueva Valiente y Cerro Valiente, fueron ocupados por las tropas nacionales, fortificando picos, pasos y espolones rocosos. Está documentado que esta labor fue realizada por la Columna Iruretagoyena, más tarde transformada en División Ávila. En la posición de Cerro Valiente, que ahora recorre el caminante, aún quedan en pie parte de aquellas fortificaciones que, por extraño que pudiera parecer, soportaron los embates de la guerra, pero no han podido sobrellevar los del vandalismo, a pesar de la teórica protección de la ley 16/1985, sobre el Patrimonio Histórico Español. Merece la pena la visita a uno de los fortines circulares, cuya construcción con piedra en seco es un admirable trabajo de cantería.







De la ladera meridional de Cerro Valiente, próximo a la zona donde se encuentran los restos de la guerra, un camino se descuelga entre los pinos. Siguiendo un vallejo, ahora seco, la senda va descendiendo en busca de curso del arroyo del Prado del Toril. Después de  media legua de suave descenso, llega el caminante hasta las aguas heladas de la presa de Bercealejo. En sus inmediaciones, junto a un pequeño refugio, termina con las provisiones. Tras el descanso, un carril lo lleva hasta la trasera del camping de Valle Enmedio, cuyas instalaciones son medianeras con el de La Nava, lugar donde dejó, siete horas atrás, la máquina infernal.






El caminante, durante el día, como si Garrones estuviera redivivo, no ha visto ni rastro de los lobos; pero le queda la duda si algún lobo, avizor desde cualquier trascacho, lo ha visto a él.

DOR