martes, 12 de marzo de 2024

LOS POZOS DE FELIPE

 

En la ladera meridional del cordal de la Sierra de Gredos, en el piedemonte del Torozo, un valle, con porte de circo glaciar, se esconde del frío bóreas que corre desde las parameras boreales. Enseguida comienza a recoger las aguas de escorrentías, arroyos y torrenteras, hasta formar la corriente de río Prado Latorre o Ramacastañas, el cual, en un derroche de brevedad, cuando solo ha recorrido unos catorce quilómetros, entrega su abundante caudal al Tiétar. 

A ambos lados del valle, recostados sobre sus laderas, se encuentran cinco localidades, que conforman una comarca natural, administrativamente constituida como una mancomunidad, denominada Barranco de las Cinco Villas. Nombradas de norte a sur, la primera, bajo el puerto del Pico, está Cuevas del Valle. En la ladera de saliente, se encuentra Villarejo del Valle. Un poco más abajo, en la misma ladera, se asiente el caserío de San Esteban del Valle. En la ladera de poniente, considerada la capital de la mancomunidad, se halla Mombeltrán, la única que no toma el apellido del lugar. De nuevo en la ladera oriental, Santa Cruz del Valle, lugar desde donde el caminante iniciará el recorrido de la jornada.

Es el último día de febrero de este año bisiesto, o sea que, para repetir lo de hoy en el mismo día, habrá que esperar cuatro años. Todo un alarde para el caminante, para el que contar por cuatrienios comienza a ser empeño complicado. En la amanecida, la máquina infernal ronca camino de Talavera de la Reina. Todo sea por hacer el día lo más largo posible y no perder la luz al final de la tarde. Tras el hartón de autovía, en el quilómetro 123, toma la N-502 en dirección a Ávila capital. Aún tendrán que recorrer más de ocho leguas, hasta llegar a la carretera provincial que, por la ladera de levante, une cuatro de las localidades de la mancomunidad. En unos minutos, caballo y caballero llegan a la plaza de toros de Santa Cruz del Valle.

Cabalmente maneada la máquina infernal, el caminante dispone su camino orientándose hacía el sur, lo que le obligará a ruar por el entramado de escaleras, callejas y pasadizos que recorren la ladera. Terminado el caserío, un camino cementado serpea, cerro arriba, entre el pinar. Hace frío; mientras Mombeltrán lleva más de una hora recibiendo los rayos del sol, Santa Cruz aún se encuentra sumida en la umbría de la mañana.


Pronto acaba el cemento y una excelente pista sigue, entre el pinar, hasta llegar a un claro donde se encuentra el depósito de agua de la localidad, y donde el camino se bifurca. Deberá desdeñar el ramal que sale por la derecha y seguir por la pista principal. Una senda, marcada sobre un cortafuego, le permite evitar una larga zeta del camino. Poco a poco, como si algún ser superior estuviese manejando un reóstato, la luz va iluminando las copas de la pinada. Si comenzó en la cota 719, la incesante subida no cejará hasta que la pista llega a la cota 936. Comienza, entonces, un placentero recorrido que lo llevará a cruzar dos gargantas: Prado Tuerto, en cuyo nacedero se encuentra la fuente Nogueroles -Noguerales en los viejos mapas- y la del Llano.




 

Junto al curso de la última, un manadero llena una alberca utilizada por los retenes de bomberos forestales. Está guardada por una cerca metálica que, por una portilla a media altura, permite a los andariegos tener acceso al caño para reponer agua. De la trasera de la fuente, siguiendo el curso de la corriente, una senda llega hasta el sitio de captación de agua potable de Santa Cruz. Ha llegado el momento de abandonar el rumbo este y la compañía del agua. La pedregosa senda vuelve a orientarse hacia el meridión e inicia la subida entre los pinos. Por tan apabullante pinar, el caminante seguirá la senda hasta escuchar el creciente murmullo de la corriente de la inmediata garganta del Collado. Antes de comenzar el descenso hasta el agua, hace la parada de las once.





 

Repuestas las fuerzas, el caminante retoma el camino. Cruza la corriente por el muro de un añoso azud, que tiene la apariencia de estar inservible, y comienza la subida que lo sacará de la garganta. Comienza, entonces, a escucharse el sonsonete de las motosierras, al tiempo que un intenso olor a resina se apodera del pinar. Las roderas de la maquinaria pesada lo obligan a salir del camino. Por la mullida pinocha, termina el recorrido que lo llevará hasta el collado de la Solana donde se amontonan cientos de troncos recién talados. El collado, de acertado nombre, deja al descubierto los efectos del incendio producido en agosto de 2022, en el que ardieron cerca de 1500 hectáreas de pinar. Más allá del infortunio, tan preeminente miradero ofrece excelentes vistas sobre las verdes dehesas del valle del Tiétar, columbrándose, además, las láminas de agua de los embalses de Rosarito y de Navalcán. Sigue el caminante por el camino que se cuelga sobre la ladera, hasta llegar al lugar donde el incendio detuvo su destructor avance. Cuando el camino varía su rumbo hacia el norte, un cortafuego – o lo que queda de él - toma dirección hacia el SO. Ese será su camino de bajada.









 

Es indudable que el cortafuego hizo su labor, deteniendo el avance del fuego. La evidencia de tamaña desgracia, son los numerosos tocones negrizcos que jalonan la ladera. Es algo más de mediodía y el caminante, ahíto de sol, busca cobijo bajo el pinar que se salvó del incendio. Por un camino de difusa traza, entre pinos y numerosos ejemplares de madroños, sigue descendiendo por la ladera. Después de cruzar un primer camino, sigue por el pinar hasta llegar a la pista forestal del Madroño. Por ella, tras unos minutos, llega al puerto de la Reina, lugar de encuentro de seis caminos. El principal, orientado hacia el N, es el que debería seguir el caminante, pero el hecho de estar asfaltado le hace especular sobre cualquier otra alternativa que pueda encontrar en los mapas.


La solución la encuentra en la tablilla de una baliza, que marca el camino PR MOM-5, que se separa del asfalto por la izquierda, y que, con claridad, indica la dirección hacia los Pozos de Felipe. No es la ruta prevista, pero se decide a aceptar la invitación de la baliza. El caminante hace una parada en el monumento de un cementerio civil, ubicado a pocos metros del vial. El camino, en evidente descenso, es un interesante muestrario botánico. A los pinos y madroños ya conocidos, se unen el brezo rosa, jaras y retamas. Llega el camino a un nuevo cortafuego, por donde el caminante recorre unos trescientos metros, para volver a abandonarlo por la diestra.





Entra el caminante en una zona de castaños, con algunos ejemplares de gran tamaño. Sigue el camino en descenso hasta llegar al pontón que salva la corriente de la garganta de los Pozos, curso formado, media legua más arriba, por la junta de las gargantas del Llano y del Collado, que el caminante ya conoció en la mañana. Continúa, corriente abajo, por la orilla derecha, hasta que el rumor de la corriente comienza a subir los decibelios. Es la señal para arrimarse a la corriente. Será una yincana de subidas y bajadas hasta la orilla del agua, para visitar los saltos, pozas y marmitas que jalonan en recorrido. Son unos trescientos metros de gozo caminero, que termina en una fuente de recia construcción. Unos metros más abajo, la garganta entrega sus aguas al caudal de río Ramacastañas.










Es la hora de la comida. Entre la fuente y la corriente del Ramacastañas, un área recreativa, con recias mesas de granito, parece el lugar adecuado para aligerar el peso de la mochila. Terminado el ritual de la bucólica, el caminante, a contracorriente del río, caminará por la orilla izquierda hasta llegar al sitio recreativo de Playas Blancas, lugar cuajado de chopos y mimosas en flor, donde se encuentra un campamento juvenil, cuyo vallado lo separará, momentáneamente, de la rumorosa compañía del agua. Cuando todo hace pensar que ya no queda más opción que seguir la traza del llamado camino del Almoclón, una vereda vuelve arrimarse a la corriente. Entre el bosque de ribera y el pinar, durante media hora volverá a la vivificante compañía del agua, por una senda que se abre paso entre brezos y retamas. Todo termina cuando aparecen los cercados de fincas particulares. Es entonces cuando camino y caminante se ven obligados a subir hasta el camino que abandonó un par de kilómetros atrás.






Entonces, orientado hacia el septentrión, con la impresionante cima del Torozo en el horizonte, caminara, en momentáneo respiro, entre fincas y vallados. Tras cruzar la carretera por la que subió, en la mañana, a Santa Cruz del Valle, el camino vuelve a coincidir con el río. Al otro lado de la corriente, a tiro de honda, Mombleltrán y su hermoseado castillo. Será la última vez que escuche el fragor de la corriente; al llegar a las ruinas del monasterio de Nuestra Señora de la Torre, su camino tomará dirección hacia el caserío de la población.





De la puerta de la explotación ganadera, cuya cerca encierra las ruinas del monasterio, sale un descarnado camino que sube por la pendiente. Por el caminará durante unos minutos hasta que, por la derecha, un viejo sendero empedrado serpea entre huertos y bancales hasta llegar a la carretera. Es el punto desde donde se muestra una interesante vista de las viejas piedras del cenobio. Tras un breve recorrido por el asfalto, una nueva vereda sale por la derecha para entrar, definitivamente, en el arrabal de Santa Cruz. Vuelve a callejear, como hizo en la mañana, y en su camino se irá encontrando con los lugares más emblemáticos del lugar: la picota, la ermita de San José, la parroquial de La Santa Cruz y, por fin, la Plaza de la Constitución que, en las tardes soleadas como ésta, apura los últimos rayos de un sol que comienza a esconderse tras el reloj de Museo Municipal de Pintura Contemporánea. Todo es quietud; el silencio solamente queda alterado por el continuo manar de dos caños -de tres disponibles-, que tiene la sólida fuente que se encuentra alojada bajo un vial.





Durante el regreso, buscando alguna distracción que consiga aliviar el tedio de la autovía, el caminante pasa el corrector mental a lo vivido durante el día. Nunca, durante los últimos años, tantas partes del recorrido realizado han coincidido con el balizamiento de tantas rutas. Con la seguridad de que alguna quedará en el olvido, hace un alto en el camino para, antes de que la memoria le juegue una mala pasada, anotar tanto acrónimo: SL SCV-4; PR MOM-5; PRC-AV49; GR 293 y GR 180. Y si esto fuese poco, marcados en los troncos de los pinos, en algunos tramos encontró círculos amarillos, unos con un punto central de color azul y otros de color rojo. Como para saltarle los plomos a la IA.  

DOR 

jueves, 8 de febrero de 2024

EL PONTÓN DE CARRASCALEJO

La linde norte de Navarrevisca, municipio avilés, nunca ha necesitado de estacas ni mojones. Los escasos cuatro quilómetros de la divisoria con el vecino Navalosa están establecidos, de manera incuestionable, por la briosa corriente del río Alberche que, a diferencia de otras partes de su recorrido, en este tramo de su curso alto se ofrece como un rio de montaña, para deleite y contento de los aficionados al piragüismo de aguas bravas.

Al caminante, conocedor del lugar de un par de ocasiones anteriores, siempre le pareció extraño que, en las dos leguas de cauce que separan los puentes de Navalosa -La Puente- y el del Morisco -en el término de Villanueva de Ávila- no existiese ningún otro paso para salvar la corriente. Y más, teniendo en cuenta que en la margen izquierda del río se encuentra el antiguo molino de Los Brazos. Fue la serendipia la que puso al caminante sobre la pista de ese paso desconocido.  Un viejo mapa del IGN, fechado a principios del siglo pasado, mostraba con claridad que, además del de Los Brazos, en la misma orilla, media legua corriente abajo, existió otra aceña conocida como molinos de Valdehierro. Y un quilómetro más abajo, el viejo mapa, hace referencia a un pontón llamado Carrascalejo.

La curiosidad lo lleva hasta una publicación de la Asociación de Vecinos y Amigos de Navalosa, editada en 2012, y financiada por el Ministerio de Agricultura. En ella, escrita en un claro ejemplo de prosopopeya, como si las construcciones tuviesen vida propia, se referencian todos los puentes del municipio, entre los que se encuentra el actual de Carrascalejo, que fue remozado en los noventa del siglo pasado, sustituyendo al viejo pontón de madera: [“Antaño fui utilizado como vía de paso de los niños que, desde Las Umbrías (hoy Villanueva de Ávila) y Navahondilla, iban a la escuela de Navatalgordo”]… [“En aquellos años, mi aspecto era distinto. Mi estructura estaba formada por tres simples palos, que ponían a prueba el equilibrio de escolares y viajeros. Uno de los palos servía para pisar sobre él y los otros dos para agarrarse…]… [Ahora mi aspecto ha cambiado. El haber sustituido la estructura de madera por vigas de hierro me ha hecho más fuerte y estable. Algo a lo que también contribuyen mis estribos de piedra, uno de ellos sobre una gran lancha rocosa… He ganado también en altura, ahora de cinco metros, evitando así que las crecidas del río me arrastren.] Además, el puente, hace una invitación: [… si venís a conocerme, no dejéis de visitar el pinar que me rodea, un manto verde que alberga una rica biodiversidad.] Y con estos mimbres, quién se inhibe de hacer un cesto. El caminante, cuando amanece el decimocuarto día de un atípico mes de enero, con una previsión meteorológica más bien primaveral, se pone en camino para rendir visita a tan añoso paso sobre el Alberche. Para tal fin, decide organizar la correría desde el municipio de Navarrevisca.

Las últimas lluvias han vuelto a dañar el firme de la M-501, entre los municipios de Navas del Rey y Pelayos de la Presa. El inconveniente obliga al caminante, en un recorrido por el piedemonte de La Almenara, a que la máquina infernal llegue a Cebreros haciendo algunos quilómetros más de los previstos. Dese allí la carretera, después de cruzar la Cañada Real Leonesa, llega hasta el valle del Alberche, en el lugar donde sus aguas quedan remansadas en el embalse del Burguillo. Caminante y máquina infernal, tras haber dejado atrás las localidades de Navaluenga y Burgohondo, llegan a Navarrevisca. 

Conocido el trazado de las calles de estos pueblos serranos, desiste de entrar en el caserío y, con acertado criterio, opta por quedarse a dos centenares de metros del arrabal, en el espacioso aparcamiento de la piscina municipal. Junto a ésta, varios campos multiusos completan el área deportiva de la localidad. Hacia el septentrión, tras el edificio del albergue municipal, un camino de traza nítida concuerda con lo previsto por el caminante. Pero, como suele pasar, el camino comienza a perder la claridad inicial para, en un centenar de metros, perderse entre las retamas. Entre la atosigante vegetación, se orienta hacia un pequeño pinar, que bordea por la derecha, hasta llegar a un lugar donde, de forma incontrolada, se amontonan toda clase de desechos inservibles. Desde allí, llega hasta la carretera en el lugar donde se encuentra un depósito de fundentes (sal/salmuera) de la Junta de Castilla y León. Tangencial al asfalto, un camino inicia su recorrido junto al nacedero del arroyo Navahondilla, compañía que ya no abandonará hasta que aquel entregue sus aguas al Alberche. 

Durante unos centenares de metros, y aunque el arroyo siempre quedará a la derecha del camino, éste, inundado a causa de infinidad de manaderos, pondrá a prueba la capacidad del caminante para soslayar la dificultad. Es evidente que, el viejo camino, antigua vía de comunicación entre Burgohondo y Mombleltrán, perdió su vigencia cuando se mejoró el viario de carreteras comarcales. Ahora, cumplida su primigenia función, solamente es utilizado por andariegos con ansias de llegar a lugares recónditos. Entre el robledo, aún sin hojas, siguen camino y caminante sorteando bolos graníticos, algunos de gran tamaño, a los que se adosan algunas casillas construidas con piedra seca.







Después de media legua de agradable descenso, con el murmullo del agua siempre a la diestra, llega el caminante hasta una fresneda donde la corriente, que hasta entonces se orientaba en dirección NE, gira bruscamente hacia el N en busca del Alberche. Junto al agua, en el lugar de un vado arenoso, rematado por unas pasaderas, un ramal del camino cruza el cauce para subir hasta Navahondilla, unos de los diecinueve barrios incluidos en el municipio de Villanueva de Ávila. Deja el caminante la visita para después y, sin cruzar el arroyo, sigue junto a la corriente. Entre edificaciones que fueron sólidas, ahora arruinadas, llega hasta un pontón de cemento que cruza el barranco y que invita a subir hasta el caserío de Navahondilla. Mas el caminante tiene como prioridad inmediata encontrar la senda que llega al objetivo de la jornada: llegar hasta la orilla diestra del Alberche, cuya corriente brama en el fondo de la garganta. 






 

Junto al pontón de cemento, aun en la orilla siniestra del arroyo, una abertura en un añoso muro de piedra es el inicio una senda que, de inmediato, comienza un presuroso descenso por la ladera. Será un cuarto de hora de ameno recorrido, hasta que, tras una última loma, la imagen del puente se hace visible. Llega el caminante a la llambria que sustenta el arranque meridional del puente, en medio del estrépito de la corriente. Su intención, según lo planeado, es pasar a la otra orilla para hacer un pequeño recorrido por el pinar que dormita en la solana. Pero, esta vez, no podrá ser. El río, excedido de caudal a causa las últimas lluvias, ha invadido la parte donde se asienta el estribo norte del puente, impidiendo el acceso al pinar. De inmediato, descarta la posibilidad de descalzarse, pues, aunque calcula que la profundidad puede ser de unos sesenta centímetros, no tiene garantía de que aquella sea uniforme entre las rocas.










Vuelve el caminante, vereda arriba, hasta el pontón cementado que posibilita el acceso al barrio de Navahondilla. El caserío, extendido sobre las laderas de la Piedra Cachá, parece que ha sido tirado al azar. Las casas, de sólidos muros de piedra labrada, se adaptan, sin orden o alineación, a las terrazas de la pendiente. Hecha la visita, regresa el caminante a la orilla siniestra del arroyo, para, de inmediato, abandonar la compañía del agua, tomando un camino que, hacia poniente, recorre el soleado piedemonte de El Galayo. Hace calor. Con el mes de enero sin rematar, al caminante le viene al magín la certidumbre de la sabiduría popular: “Cuando el tiempo no es del tiempo, hace mal tiempo”.




 

En un cruce de caminos, donde sestea el ganado, desestima el que sale por la izquierda, poniendo su empeño en el que desciende en busca del barranco de Valdehierro. Tras diez minutos de constante bajada, antes de que el camino tome rumbo hacia la corriente del Alberche, el caminante toma uno alternativo que sube paralelo al arroyo de Valdehierro. Por él subirá hasta que camino y arroyo convergen. Abandonado el camino, tendrá que orientarse hacia poniente para intentar enlazar con una de las rutas balizadas por el ayuntamiento de Navarrevisca. Salta un muro de piedra, atraviesa el cauce del arroyo, y, con la sola ayuda de la brújula, atrocha por el robledal, hasta llegar al camino buscado. Ahora su afán será seguir las marcas que la municipalidad tiene señaladas durante el recorrido.





Comienza una interesante yincana, por una senda que, en algunos tramos, parece colgada del derrumbadero que termina en el cauce del Alberche. No será difícil ver algún buitre descolgándose de los cortados. Durante más de media hora, ahora por la umbría de El Peralejo, la vereda sube, baja, se acerca al cauce y vuelve a subir, hasta llegar al sitio donde se encuentra el histórico molino de Los Brazos. En el lugar, nombrado como La Junta, la Garganta Fernandina aporta sus aguas al caudal del Alberche. Por la margen derecha de la garganta, seguirá el caminante en dirección a Navarrevisca. El excelente camino, con la única dificultad de pasar algún arroyo sublevado, permite al caminante hacer la parada de la comida junto a la briosa corriente de la garganta.











Tras el descanso, con la luz de la tarde apagándose por momentos, ruará por el intrincado viario navarrevisqueño hasta llegar a la piscina municipal. Dejando al margen la iteración del mismo inconveniente sufrido en la mañana, el regreso a La Corte se realiza sin otros problemas reseñables.

DOR