viernes, 27 de octubre de 2023

LA PARADA DEL REY

 

En la actualidad, el territorio de la Comunidad Autónoma de Madrid está formado por 179 municipios. Pero no siempre fue así; ni en cuanto al censo, ni en lo referente a los topónimos. Muchos fueron los pasos hasta llegar a esa cifra y a los nombres actuales de muchos de ellos.

En 1785, la provincia de Madrid contaba con 93 municipios. Un siglo después, en 1833, una ley, redactada por el Ministerio de Fomento, dividió el territorio nacional en 49 provincias, procediéndose a la reordenación territorial de muchas de ellas. En los límites madrileños quedaron incluidos municipios que, hasta entonces, pertenecían a otras provincias, mientras que otros, que habían pertenecido a Madrid, pasaron a provincias limítrofes. En esta feria de idas y venidas, Madrid pasó a tener 225 ayuntamientos. Pasaron, entre otros -citando los más conocidos-: desde Ávila: Pelayos de la Presa y Valdemaqueda; de Guadalajara: La Cabrera, La Hiruela, Montejo de la Sierra, Patones, Torrelaguna, Cercedilla, Colmenar Viejo, San Martín de Valdeiglesias, Villa del Prado,…; de Segovia: Canencia, Lozoya, Rascafría, Robledo de Chavela, Valdemorillo,…; de Toledo: Aranjuez, Cadalso de los Vidrios, Colmenar de Oreja, Alcalá de Henares, Pinto, Torrejón de Ardoz, Villaviciosa de Odón,…A su vez, desde Madrid, también pasaron algunos ayuntamientos a otras provincias: a Cuenca: Buendía; a Guadalajara: Albalate de Zorita, Almoguera, Pastrana, Valdepeñas de la Sierra, Zorita de los Canes,…; a Toledo: Borox, Carmena, Esquivias, Maqueda, Méntrida, Seseña, Valmojado,…

En cuanto a los topónimos, también se hicieron –y se siguen haciendo- cambios y alteraciones. Unos, a causa de la duplicidad de nombres, tuvieron el objetivo de distinguirlos de municipios homónimos situados en otras provincias: Rivas pasa a llamarse Rivas del Jarama, para, más tarde tomar el definitivo nombre de Rivas-Vaciamadrid; Garganta pasa a llamarse Garganta de los Montes; Guadalix pasa a Guadalix de la Sierra; Pelayos pasa a llamarse Pelayos de la Presa; Torres pasa a ser Torres de la Alameda; Fuente el Saz pasa a llamarse Fuente el Saz del Jarama. Otros, acortaron su nombre: Piñuecar y Bedillas quedó en Piñuecar; Vallecas y Vacía Madrid quedó en Vallecas; Villanueva de Perales de Milla quedó en Villanueva de Perales; Lozoyuela y Relaños pasó a Lozoyuela; Moraleja del Medio y la Mayor pasó a Moraleja de en Medio, para, más tarde, pasar al actual Moraleja de Enmedio. Algunos municipios modificaron parte de sus nombres: Nuevo Bastán pasó a llamarse Nuevo Baztán; Pinilla de Lozoya quedó en Pinilla del Valle; La Olmeda pasó a Olmeda de la Cebolla, para luego quedar en Olmeda de las Fuentes; San Lorenzo o Escorial de Arriba pasó, en un principio, a San Lorenzo del Escorial, para quedar en San Lorenzo de El Escorial; El Prado pasó a Villa el Prado y más tarde Villa del Prado. Y por último, quizá porque no eran del agrado de los munícipes, están los ayuntamientos que cambiaron el nombre en su totalidad: Pozuelo de la Soga pasó a Belmonte de Tajo en 1877; en el mismo año Bayona de Tajuña pasó a ser Titulcia, y La Despernada mudó a Villanueva de la Cañada; en 1940 La Puebla de la Mujer Muerta pasó a llamarse Puebla de la Sierra y en 1960 Chozas de la Sierra cambió a Soto del Real.

Además de los ya señalados, el cambio de nombre con la data más antigua corresponde a  Miraflores de la Sierra. El 9 de noviembre de 1627, el nuevo nombre aparece por primera vez en un documento oficial. Hasta entonces, y desde que en el siglo XII fuera fundada por pastores segovianos, el nombre era Porquerizas, como así lo refrenda el Libro de la Montería: "El monte de la Ferrería es buen monte de oso en verano y a las veces en invierno; y es en el Real. Y son las bozerías: la una desde sobre las Porquerizas hasta encima del camino de la Morcuera; y la otra desde la Nava de Don Tello hasta en par del Collado de la Siella. Y es la armada en el Collado del Cabrón".

Y a ese lugar, antes Porquerizas hoy Miraflores de la Sierra, en la víspera de un día ahíto de acontecimientos, el caminante encaminará sus pasos.

Es la jornada previa al desfile de las FFAA y el día de otras muchas efemérides que, además, será el inicio de un largo puente de cuatro días. El caminante, después se verá que con poco acierto, ha decidido dejar la máquina infernal en la cuadra. Vuelve a tiempos ya casi olvidados e indaga en la propuesta del trasporte público. Del intercambiador de la Plaza de Castilla, con variedad de horarios, va y viene un autobús interurbano que puede servir para su propósito. De hecho, por los lugares a los que llega, puede considerarse una línea muy caminera/montañera, pues da servicio a Colmenar Viejo, Soto del Real, Miraflores de la Serra, Bustarviejo, Valdemanco y, en algún caso, llega hasta La Cabrera. Un servicio que permite, en cada una de esas localidades, la aproximación a varios lugares serranos: a la cuenca alta del Manzanares, a La Pedriza, a la parte oriental de La Cuerda Larga y al cordal de los Altos de la Morcuera, al Mondalindo y a la Sierra de La Cabrera. Todas muy buenas opciones para pasar un buen día. Sólo tiene un pero: en su trayecto inicial pasa por zonas donde abundan los centros docentes, incluida la Universidad Autónoma, lo que significa la ocupación absoluta del autobús durante la parte inicial del recorrido.

A las 07:40, horario en el que el caminante conjetura que habrá menos parroquia, en el vestíbulo de la dársena 28 ya se ven algunas mochilas. Todo va según lo esperado, hasta que el autobús sale a la superficie. En las dos primeras paradas se produce el completo, situación que no revertirá hasta llegar a Tres Cantos. Son las 08:45 cuando, en Miraflores, el caminante se apea en la última parada antes de que la carretera pase sobre el río Guadalix. En el otro lado de la carretera, hacia poniente, un vial adoquinado sube por la ladera adentrándose en una tranquila colonia de edificaciones.

Sólo tendrá que seguir la calle principal, nombrada avenida de Madrid, hasta llegar a la zona recreativa de la Fuente del Cura. El lugar, y la fuente –construida en 1888-, toman su nombre del antiguo dueño de los terrenos, Juan González Borizo, un eclesiástico con posibles nacido en Porquerizas a mediados del siglo XVI. El idílico lugar es un enclave cuajado de viejos chopos, que medran entre la orilla diestra del Guadalix y el espeso melojar que coloniza la ladera. Cuando esto se escribe, el ayuntamiento de Miraflores ha aprobado, con un montante de 41.938,60 €, el expediente de contratación para la adjudicación de la tala de 38 chopos y el desbroce de 3,1 Has del sitio. Esperemos que no tengamos que lamentar el resultado de una maniobra que, por desgracia, no tiene marcha atrás.

  

Atrochando por el melojar, cincuenta metros más arriba, con varias mesas de piedra situadas en su entorno, una segunda fuente, la de la Villa, más moderna que la anterior (1970), completa la oferta de la zona recreativa. Por el mismo pie de la fuente corre una pista asfaltada en dirección al meridión; es el llamado Camino de San Blas. Por el maltrecho pavimento tendrá que recorrer cuatrocientos metros para después, a manderecha, tomar un camino de herradura cerrado a los vehículos con una barrera metálica. El caminante se deja llevar por el camino que va tomando altura por la ladera, siempre a través de un melojar en el que aparecen magníficos ejemplares de roble albar. Tan nemoroso recorrido sólo tiene un pero: la hostigosa mosca del roble, díptero que se reproduce poniendo los huevos en el saco conjuntival de los mamíferos –incluido el hombre-. En la cota 1400, junto a un abrevadero a punto de secarse, el camino sale del melojar y el caminante, ¡por fin!, deja de ojearse la jodía mosca, que no ha dejado de buscar sus ojos.





Acabado el bosque de melojos, el paisaje se abre en una extensa pradera en la que sestea el ganado. Esta zona de frontera entre robles y pinos, es conocida como La Parada del Rey. Por ella, en dirección norte-sur, corre un muro de piedra seca, que el caminante seguirá hasta localizar un paso al otro lado. Junto a otro muro, perpendicular al anterior, una senda, apenas marcada, lo llevará hasta lo que, desde la lejanía, tiene la apariencia de una colosal copa de un roble, pero que en realidad es un corro de robles de gran tamaño conocido como Los Doce Hermanos. El sitio, a la vez que vistoso, resulta un interesante miradero sobre el valle del Guadalix y la Cuerda de La Vaqueriza. Los robles, con la evidencia de no haber sufrido podas rigurosas, ni los estragos del carboneo, extienden algunas de sus gruesas ramas hasta el suelo. Bajo su cerrada sombra, cuando está punto de llegar el mediodía, el caminante hará una breve pausa en el quehacer de la jornada.










A pocos metros del corro de robles, un regato de cristalinas aguas da vida a una charca de reproducción de anfibios. Gracias a la altitud, el roble ha dejado paso al pinar y la mosca ha dejado de dar por saco. El caminante, bajo el pinar de albares, sigue el curso del agua hasta llegar a un empinado zopetero donde, rodeada de helechos y a chorro libre, la fuente de La Parada del Rey mana durante todo el año. El desnivel de la costanera representaría un esfuerzo, si no fuera por unos rústicos escalones que suben hasta la pista forestal que circula por encima de la fuente. En la cerrada curva de la pista, cuyo destino hacia el norte es el Puerto de la Morcuera, los componentes de un retén de bomberos forestales de la CAM termina el almuerzo de media mañana. Por la pista seguirá el caminante para, en apenas setenta metros, tomar otro vial secundario –el camino del Mostajo- que se orienta hacia el sur. Durante casi una hora, recorrerá sin esfuerzo, bajo el pinar de repoblación, el vial trazado sobre la curva de nivel de la cota 1470. La bondad de la traza le permitirá solazarse con el paisaje del valle del Manzanares, en el que espejean los embalses de los Palancares y de Santillana. En su recorrido salvará dos barrancos –Los Eriales y La Hoyuela-, cuyos arroyos han resistido la sequía del verano y que más tarde visitará en orden inverso. En el sitio donde la pista se acaba, una senda casi paralela a aquella sale por la izquierda, para ir en busca del cauce del arroyo. Antes de que la senda llegue a la corriente del arroyo de Hoyuela, el caminante bajará unos metros por la ladera hasta localizar los escalones rocosos, por donde se despeña el agua. Son varios saltos encadenados, donde la evidente erosión de las rocas demuestra que, en época de deshielo, el caudal es otro bien distinto. Vuelve el caminante a la traza de la senda, que salva la corriente por una rustica pontana de piedra y sigue en busca del segundo arroyo: el de los Eriales.







Entre los dos arroyos, el caminante encuentra algún impedimento que solventará sin problema. Decenas de pinos, abatidos por el viento, se amontonan sobre la senda. En unos minutos camino y caminante llegan al arroyo que, como el anterior, salvarán por un puentecillo de piedras. Pasado éste, el curso de agua, en vertiginoso descenso por el barranco, se separa del camino que se mantiene a media ladera. Tras un cuarto de hora de recorrido, un nuevo camino –de ida y vuelta- ofrece al caminante la posibilidad de volver al curso del arroyo, donde se localizan otras chorreras. Es un lugar más agreste que el de las anteriores, aunque sufre la misma penuria en su caudal. Ambas permanecen a la espera del deshielo que, si todo va bien, bajará en primavera desde la cumbre de La Najarra.






Vuelve el caminante por el mismo camino, hasta encontrar –dos kilómetros más al sur-  la misma pista donde, en la mañana, se encontraba el retén de bomberos. Tras varias zetas en descenso, una nueva pista forestal que sigue hacia el NE lo llevará hasta la zona recreativa de la que salió en la mañana. Sobre una de las sólidas mesas de la fuente de la Villa, con el sol matizado por el robledal, el caminante termina con las provisiones.



Al regreso, cuando en apariencia estaba siendo un viaje placentero, el autobús comienza a emitir un extraño sonido, que no augura nada bueno. Y tras el paso por Colmenar Viejo, se niega a seguir. El traslado a otro vehículo, de menos capacidad, vuelve a disponer a los viajeros en la misma situación que en la mañana: más apretados que el tapón de una gaseosa. Y así, hasta La Corte.

DOR