miércoles, 25 de septiembre de 2019

GAVILANES, AGUA Y FUEGO


Muchas son las fuentes censadas en Gavilanes. Localizadas, en su mayoría, sobre la ladera meridional de la Sierra del Cabezo, todas ellas tienen un nombre propio, algunos tan definitorios y tonantes como: La Cachavena, Barranqueaguas, El Chorretón, El Manaero,… y así hasta sumar la estimable cifra de noventa. El caminante, en el día de hoy, cuando han pasado doce días desde que el mes de junio comenzó su discurrir, sólo se encontrará con una de las noventa: la de Las Rozas. Y el encuentro será al final de la jornada, cuando, con la calentura del resistero, más apetece meter la cabeza bajo el caño. Pero antes, la jornada ha estado cumplida de frescas aguas, pues el alarde de Gavilanes no se queda sólo en sus fuentes. Presume de tener, en la rocosa Garganta del Chorro, dos saltos de agua que el caminante no puede dejar sin visita.  

Por el valle del Tiétar, paralela a la raya que separa las provincias de Ávila y Toledo, corre la carretera que une Madrid con Plasencia. Ha dejado la provincia de Madrid en San Martín de Valdeiglesias, para recorrer, ya en la de Ávila, los términos de Santa María del Tiétar, Sotillo de la Adrada, La Adrada y Piedralaves. A media legua de ésta última, una carretera, salpicada de alcornoques, se separa en dirección a Casavieja, municipio a medio camino del destino final del caminante, que no es otro que la localidad de Mijares.

Por la carretera que serpea hacia el puerto, el caminante, pone toda su atención para tomar el desvío que, en acusada pendiente, baja hacia la instalación municipal de la piscina natural. Unos metros más arriba, en la margen derecha del arroyo que, con inveterado empeño, renueva el agua de la piscina, un rellano terrizo será el lugar idóneo para apear la máquina infernal. Por la orilla derecha de la piscina, una pista, en suave ascenso, recorre la ladera hasta la Garganta del Topo. Superada la corriente, el camino toma dirección al meridión, siempre por la curva de nivel, lo que significa un recorrido muelle con excelentes vistas sobre el caserío de Mijares. Tras el paso por algunos vallejos, algunos secos, cuando los tejados de Gavilanes se perfilan en la hondonada, el camino varía su traza para, en dirección a poniente, adentrarse en el evidente valle de la Garganta del Chorro.






Bajo la sombra de un pinar recamado de cerezos y castaños, con la corriente perdida bajo el espeso sotobosque del fondo de la garganta, el camino avanza en dirección al farallón rocoso, visible desde la distancia, por el que se despeña el curso de agua del arroyo. Llegar a la cota superior de la chorrera es cuestión de esfuerzo y paciencia. En el entorno de una tubería que baja por la pendiente, una senda comienza a mecerse sobre la ladera. Es el viejo camino de Gavilanes a Serranillos, que, con una perfecta traza, empedrado en varios de sus tramos, sube, con tozudo afán, hasta el Puerto del Lagarejo, lugar donde coinciden los términos de Gavilanes, Pedro Bernardo, Serranillos y San Esteban del Valle.






Pero el caminante, al que le falta día para poder llegar hasta las fuentes que forman la corriente de la garganta, se conforma con llegar hasta la parte alta de la chorrera, donde un grupo de franceses, equipados hasta el último detalle (casco, traje de neopreno, mosquetones cuerdas,…) aparece de entre la vegetación, con la intención de bajar por la pared vertical, donde existen varias vías establecidas para tal fin. Deja a los franceses con sus preparativos, y regresa por el mismo camino, hasta llegar, de nuevo, a la tubería que baja por la ladera. Se trata de un ingenio instalado en 1935, mejorado con posterioridad, por el que el agua baja desde la cota 1200 a la cota 820, que es en la que se encuentra la pequeña central eléctrica. 380 metros de desnivel, en una distancia de 812 metros, lo que significa un desnivel medio de más de 45%. Cuando se inauguró, fue el pasmo de los gavilaniegos, y, dicen las crónicas, que la empresa concesionaria, a cambio del uso de las aguas, concedió, de forma gratuita, el alumbrado público y el disfrute de una bombilla por vivienda.




Pegado al último tramo de la tubería, el caminante desciende por la pina ladera, hasta que el descenso se hace imposible. Entonces, una trocha salvadora baja, entre la maleza, hasta la pista que da servicio a la central eléctrica. En sus inmediaciones, en un idílico lugar, las aguas del arroyo rompen sobre las rocas. Es el sitio donde convergen las aguas de la tubería y del arroyo, y donde está dispuesta una toma de agua que, a cielo abierto, baja hasta Gavilanes.




Ha llegado el momento de regresar, y el caminante no está dispuesto a acabar la jornada vencido por la monotonía de la pista, que sigue valle abajo. A escasos metros de donde los franceses han dejado su vehículo, una senda se interna en la vegetación en busca de la canal que, mansamente, baja el agua hasta Gavilanes. La senda, unas veces junto a la acequia, y otras sobre el mismo muro, progresa entre pinos hasta que, ya en las cercanías del caserío, lo hace entre los vallados de pequeños huertos. Entre ellos, llega el caminante al camino donde se encuentra la mencionada fuente de Las Rozas, donde repone agua y se refresca. Es un lugar en el que, en buena armonía, los pinos conviven con los castaños, algunos de buen porte, como demuestra el viejo tocón de uno de ellos que, según comprueba el caminante, mide más de metro y medio.






Entre cepas y olivos llega el caminante hasta el entramado de viales de la población. Es la hora de la comida y no hay un alma por la calle. Entre la carretera y el curso de la Garganta de las Torres, un camino carretero sube, entre cerezos, en busca del caserío de Mijares, que ya aparece sobre las copas de los castaños, hasta llegar a un puentecillo de madera que cruza la corriente. Solo resta subir por la pendiente que llega hasta las primeras casas. El sol aprieta en la subida, y el caminante busca el consuelo de una fuente, cuyo caño, de forma sorprendente, mana bajo el patio colgado de una vivienda. 








Vuelve el caminante a la piscina natural, donde solamente media docena de valientes se atreven con las frías aguas. Como era de esperar, la máquina infernal sigue en el sitio donde quedó por la mañana. A la sombra de la arboleda, tumbado sobre el muro que sujeta las aguas del arroyo, un paisano sestea, escuchando música en un aparato de radio que, en inestable equilibrio, mantiene sobre el esternón. Ante la presencia del extraño, baja el volumen y, desde el desconocimiento del camino por donde apareció el caminante, pregunta:

-               ¿Qué, una vueltecita por La Peluca?

El caminante, que gusta de estos encuentros, en los que se aprende más que en los libros, saca del error al lugareño indicándole, sobre el mapa, la ruta realizada. Tras unos minutos de animada plática, Salvador, que así se llama el hombre, da cumplida información de su conocimiento sobre los caminos del lugar:

-                Quince años me llevé en el servicio contra incendios, y ahora saco un hato de ovejas que tengo.

Se trata, en efecto, de un pequeño rebaño cuyas esquilas suenan al otro lado del arroyo.

-          No exagero. Aquí donde me ve, soy el que más ´¨patatas al calderillo¨ ha guisado en el puerto, durante las fiestas.

Tanto y tanto hablan Salvador y el caminante que, atando cabos, resulta que tienen un conocido común:

-                 Si hombre, Faustino. Ayer se fue a Madrid,…pero vuelve el fin de semana.

El caminante, al que las “patatas al calderillo” le han recordado que todavía no ha comido, se despide de Salvador. A lomos de la máquina infernal, toma la carretera que, trabajosamente, sube hasta el puerto. Va despacio, recreándose en cada una de las innumerables curvas que jalonan el recorrido. Durante el trayecto recuerda, de visitas anteriores, la escasez de sombra del lugar, por lo que decide quedarse, a mitad de camino, en la zona recreativa de El Horcajo, donde, bajo la cerrada sombra de las nogueras, da buena cuenta de la bucólica. Avanzada la tarde, cuando el sol comienza a ocultarse tras el cordal de La Centenera, y una fresca brisa baja desde el Risco del Artuñero, el caminante da por terminada tan gratificante jornada. Y deshaciendo el camino andado, vuelve a Mijares, Casavieja, San Martín,…


Dieciséis días después de la visita, al mediodía del viernes 28, se declaró un incendio, dizque a causa de una chispa eléctrica, que asuró una superficie de 1600 hectáreas de los términos de Gavilanes y Pedro Bernardo. Una chispa que bien pudo saltar de la línea de corriente que nace en la central de la chorrera.

DOR