viernes, 30 de marzo de 2018

LA ATALAYA DE ARREBATACAPAS


Durante la ocupación musulmana, con sus continuos avances y retrocesos, se establecieron varias líneas de demarcación sobre los territorios ocupados. Una de ellas, la Marca Media, situada al sur del Sistema Central, era la frontera con los reinos cristianos del norte de la península, y garantizó, durante los siglos IX y X, las posiciones musulmanas. El territorio que, en gran parte, coincidía con la actual Comunidad de Madrid, fue protegido por un conjunto de fortificaciones y atalayas. De las primeras quedan algunas huellas como la muralla árabe de la Cuesta de la Vega (Madrid), vestigios de la fortaleza de Alcalá la Vieja (Alcalá de Henares), restos arqueológicos de Calatalifa (Villaviciosa de Odón), murallas de Talamanca de Jarama,…  

En una situación de continuo hostigamiento, fue necesaria la construcción de una red de atalayas, desde las que, con un exiguo retén, se podían controlar los movimientos del enemigo. Con un sencillo código de señales (fuego, espejos, humo…) se trasmitía, casi de inmediato, la información de cualquier movimiento de tropas por los pasos de montaña de Guadarrama y Somosierra. Cuentan las crónicas que una noticia podía recorrer, de atalaya en atalaya, la distancia que separaba Sigüenza de Talavera (unos doscientos quilómetros) en algo menos de una hora. Sobre el valle del Jarama, no en vano el término deriva del bereber y significa río de frontera o río de nadie, se construyeron varias de esas atalayas. En la actualidad, con alguna de ellas restaurada con poco acierto, todavía es factible visitarlas. Siguiendo la línea de alturas del valle de río, dispuestas de NO a SE, se ubican las de El Berrueco (Torrepedrera), Torrelaguna (Arrebatacapas), Venturada, El Vellón y El Molar.

En la mitad del temporal de agua, aprovechando la clara que ofrece el primer miércoles de marzo, el caminante toma un autobús hasta El Berrueco. Su intención, si los húmedos caminos lo permiten, es llegar hasta Torrelaguna caminando sobre la soterrada conducción del Canal de El Villar, para rendir visita a una de las atalayas de la Marca Media: Arrebatacapas.

Orientado hacia el saliente, baja el caminante en dirección a la lámina de agua del embalse de El Atazar. Pasada la depuradora de aguas de la población, a la altura de una almenara decorada por los grafiteros, un camino menor corre junto a una valla metálica donde unos perros ladran amenazadores. Pasada la escandalera, ya sobre el lomo del canal, llega hasta el pontón que salva la cola del embalse que forma el Arroyo de la Dehesilla. Antes de cruzarlo, pegada a una escorrentía, una senda embarrada sube por la ladera. Como era de esperar, la senda se enmaraña de vegetación y la traza de la conducción desaparece. Con ayuda de la brújula se orienta entre la vegetación, tratando de encontrar el paso hasta la carretera de Torrelaguna. Es un lugar solitario, desde el que es visible la atalaya de Torrepedrera. La penitencia a su esfuerzo es el paso por la laberíntica barrera de una sucesión de praderías, y de sus correspondientes muros. Tras una sucesión de saltos y equilibrios sobre los mampuestos, atina con un camino, con apariencia de cordel ganadero, que, siempre entre muros, sigue en la dirección deseada. Por una cancela sin candar accede, por fin, a la carretera.






 Al otro lado del asfalto, sigue un camino bajo el cual, esta vez señalizado por unos mojones marcados CYII, se supone corre el canal. Llegan las señales hasta una profunda barranquera por donde fluye el Arroyo de San Vicente, que ha iniciado su curso unos centenares de metros más arriba y que, a una cierta distancia, va ser su compañero hasta llegar a la atalaya de Arrebatacapas. Encontrar la bajada al barranco no resulta sencillo; los arcillosos zopeteros, humedecidos por las lluvias pasadas, ponen a prueba el tesón del caminante. Al fin encuentra la trocha que, entre la maleza, baja hasta la corriente. La humedad del arroyo propicia un cerrado soto, del que sobresale un esbelto grupo de chopos. En la otra orilla vuelve a hacerse visible la trillada senda que cabalga, sobre el lomo del soterrado canal.


No hay confusión posible. Entre el carrascal, mimetizados en el entorno, respiraderos y almenaras van guiando los pasos del caminante. La traza de la obra, aprobada en 1907 y puesta en funcionamiento en 1912, va sorteando arroyos y barrancos mediante la sólida fábrica de colectores y viaductos, hasta llegar a la almenara de Matamulos. Dejado atrás el ronco ruido del agua a su paso por la instalación, el camino vuelve a serpear sobre el terreno para salvar el profundo barranco del Arroyo de la Huerta. Sobre el esbelto arco del acueducto, las vistas de El Mondalindo y la Sierra de la Cabrera resultan un regalo para la vista. Sigue la senda sobre la conducción soterrada del canal, lo que podría parecer que el camino es sencillo; pero no es así. La infrautilización del mismo está cerrándolo de vegetación, lo que complica el seguimiento de la ruta. Entre un mar de chaparros y retamas, el caminante llega hasta una nueva almenara, la de La Dehesa, en cuyas inmediaciones un curioso aforador mecánico marca el caudal del canal.





Pasada la almenara, durante un tramo de un cuarto de hora, la densa vegetación obliga al caminante a hacer uso de un carril que corre paralelo a la traza del canal. Y es entonces cuando, sobre el carrascal, emergen las copas de un viejo alcornocal cuyos ejemplares salpican la ladera del cerro de la Dehesa Vieja. Dada su altura, no resulta complicado localizar los más vistosos, y solamente el tiempo que cada cual le dedique condicionará el recorrido. Vuelve a hacerse andadera la vereda sobre el canal. Tras el paso por la última almenara de la jornada, la de El Calerín, llega el caminante a las ruinas de una paridera donde el canal, en forma de mina, atraviesa el cerro, hasta llegar, en la ladera opuesta, hasta la ETAP de Torrelaguna. Es en este punto donde el caminante, haciendo uso de cualesquiera de las trochas abiertas, comienza la subida hasta la cima del cerro donde, desde hace más de mil años se encuentra la atalaya de Arrebatacapas.





Desde la cima se asoma a la ladera del mediodía, en la que se encuentra el tinglado de instalaciones del Canal, punto final del el recorrido del canal de El Villar. Junto a la atalaya, en un entorno de calizas, medran el tomillo, el esparto y el enebro. Es un desolado lugar, desde el que es perfectamente visible la atalaya de El Berrueco, y en el que algún lugareño antojadizo ha construido una mesa que el caminante, dada la hora, aprovecha para rematar el abasto.





Por el cordal, ahora hacia el saliente, va en busca de la carretera. Pasada ésta, el camino se prolonga sobre los cortados, dejando a la siniestra, en el fondo del valle, un camino que corre paralelo a un arroyo. Al final de los cortados, sin otra solución aparente, perdida su condición de carril y convertido en senda, se descuelga por la pina ladera hasta llegar al camino que se divisaba desde las alturas. Cuando el carril acaba su recorrido en la carretera, una senda se pega al barranco del Matachivos, donde dormitan los gigantescos tubos del sifón que trasiega el caudal del canal de El Atazar.  Solo resta seguir la canalización del arroyo, que atraviesa el caserío de Torrelaguna de norte a sur, hasta llegar a la parada del autobús.




Durante el regreso a La Corte, cuando el autobús transita dando servicio a todas y cada una de las poblaciones del valle del Jarama (Talamanca, Valdetorres, Fuente el Saz,…), el caminante, sobre el mapa, hace un cálculo aproximado de la distancia, en quilómetros, entre las atalayas: de la de El Berrueco (Torrepedrera) a la de Torrelaguna (Arrebatacapas) 5; desde ésta a la de Venturada 6,5; de Venturada a la de El Vellón 4,7; y desde ésta última a la de El Molar 6. Sin duda una línea defensiva bien estructurada, por la que sería muy difícil pasar sin ser visto.     

DOR


sábado, 3 de marzo de 2018

LA NIÑA MONTERO


Leyendas… ¿Qué sería de nosotros sin ellas? En un tiempo en el que casi todo nos lo dan elaborado y, con el chirle proceder de trastear sobre un par de teclas, sin esfuerzo mental alguno, somos capaces de reenviar algo que otros nos dan ya discurrido, resulta conveniente asomarse a las viejas consejas para, cada cual a su manera, ejercitar la imaginación. Precisamente ese ejercicio imaginativo es lo que ha pretendido el caminante analizando el texto de la leyenda La Niña del Montero, hasta llegar al resumen que sigue:

El alma en pena de una llorosa mujer se aparece a un zagal que guarda un hato de ganado. Tanto él como el mastín que lo acompaña quedan espantados por la visión. Recobrado el conocimiento, el muchacho, estremecido, cuenta la aventura. Un viejo pastor, tras santiguarse, le refiere la leyenda que hasta entonces le habían ocultado.
Un montero de El Hoyo de Pinares, después de una montería con el rey Carlos III, vuelve a casa y la encuentra vacía. Su hija ha desaparecido y su mujer, temiendo lo peor, ha salido a buscarla, pues intuye que las raptoras han sido las brujas. Tras recorrer más de tres leguas, llega la mujer al sitio de los Toros de Guisando, lugar donde tiene lugar un aquelarre. Porfía con las brujas y también con el maligno que, en forma de chivo, está sentado sobre la testa de uno de los toros. Una de las brujas reconoce que tiene a la niña en su cueva y le propone un trato. Dejará marchar a su hija a cambio de que ella se una al aquelarre como una bruja más. Tras unos instantes de duda, su fe, y el contacto con el crucifijo que lleva colgado al pecho, la lleva a gritar un no que resuena como un trueno. Ante tan categórica negativa, el maligno ordena el apresamiento de la madre y que la niña sea entregada a los lobos. El cielo y la tierra tiemblan cuando la mujer se defiende levantando la cruz. Todos desaparecen ante la amenaza; queda sola la mujer que únicamente piensa en volver a su casa, pues cree que su acción ha liberado a su hija. Como loca, a la carrera, vuelve al camino. Es tanto el esfuerzo que, a medio camino, cae muerta junto a la cruz de un otero. Allí la encuentra su esposo que recupera el cuerpo pero no el alma. Desde entonces, errante, se aparece a caminantes y pastores preguntando por la hija que nunca apareció.

Es en El Hoyo de Pinares, localidad abulense a medio camino entre Valdemaqueda y Cebreros, donde conservan esta leyenda. El relato se ambienta en el siglo XVIII, pero bien pudo tener su origen en alguno de los Romances de Ciego que, de antiguo, corrieron por la geografía española. Según información del fondo documental del ayuntamiento, el romance fue incluido por D. Alipio García León, en el Programa de Fiestas San Miguel 1986, quien a su vez lo conoció a través del poeta cebrereño Hermenegildo Martín Borro. Un par de libros tienen incluida la leyenda entre sus páginas: Los Cantores de la Sierra (Antología). Desde el siglo XIV hasta nuestros días, recopilación de José García Mercadal (Ed. Bergua, Madrid, 1936), y Leyendas y Evocaciones de la Serranía, de Juan Almela Meliá, editado en 1929, reeditado en 2008, en formato facsímil, por la Comunidad de Madrid, con la colaboración de la Real Sociedad Española de Alpinismo Peñalara. El caminante, que tras las oportunas indagaciones ha conseguido la edición facsímil de 2008, lee con atención el texto del romance, logrando un primer propósito: la satisfacción de localizar, en los mapas actuales, todos y cada uno de los lugares que se muestran en el texto.

Al mediodía del caserío de El Hoyo, una pequeña elevación, tapizada de pinos y berruecos, recibe, con la contracción perdida por el paso del tiempo, el nombre de Cerro de la Niña Montero. Los hoyancos, sabedores de que tal leyenda no debe caer en el olvido, vienen realizando, desde hace unos años, una representación de la trama a la que, con entusiasmo, asisten niños y mayores. Medio millar de personas, durante la noche de un sábado del mes de julio, recorre el cerro mencionado hasta llegar a los 1.026 metros del Cerro de las Mesas, en cuyas lanchas de piedra tiene lugar la lectura y representación del romance.

…Gruñe el mastín de repente / y como flecha se lanza / entre los secos jarales / y tras las peñas quebradas; /  sus ojos parecen lumbre / y melenas erizadas, / la fiera boca previene / y sacude las carlancas;…
…Ya tras él, un zagal llega, / volteando la cayada / y, como él, queda inmóvil, / tanto lo que ve le espanta. / Una visión transparente /  ve que hacia él se adelanta: /  es una mujer que llora / y le clava sus miradas,…

El caminante, en el quincuagésimo primer día del año, lía el petate y se dirige hacía el municipio de El Hoyo de Pinares. Podría haber hecho uso de un autobús que, tras dejar la provincia de Madrid en Valdemaqueda, hasta donde hay un excelente servicio, sigue por la de Ávila hasta Cebreros, donde la frecuencia baja considerablemente. Tal perspectiva le obliga a aceptar el concurso, inanimado pero entusiasta, de la máquina infernal. No será su intención hacer el recorrido de la angustiada madre en busca de su hija, pero sí aproximarse a algunos de los parajes a los que se refiere la leyenda, y recorrer otros de innegable interés.

…Cuenta el mozo su aventura, / agitado por temblores, / y se santiguan los viejos / que ya la historia conocen. / Escrutan con la mirada / en lo negro de la noche, / por si la blanca fantasma / sigue en los alrededores, / y dicen un Padrenuestro / por la redención del pobre / espíritu vagaroso / que sufre penas atroces /  hace muchos, muchos lustros, /  flotando en aquellos bosques,…
…siempre llorando, y en torno / del mismo lugar, en donde / muchos años hace estuvo /  la antigua Cruz de Serores. / Tranquilas ya las conciencias, /  un viejo pastor se pone /  a repetir la leyenda, / que el zagal escucha inmóvil.

Ni un alma, aparte de la que, según la leyenda, quizá siga en su constante búsqueda, asoma por las calles del caserío de El Hoyo. El frío bóreas de la mañana tiene a la gente en sus casas. Al pie del cerro, junto a un parque infantil, una vía asfaltada en forma de herradura recorre la ladera. Es, ¡cómo no! la calle Rincón de la Niña Montero. Orillada la máquina infernal a la acera, el caminante sube por una accesoria que termina bajo los pinos. Entre berruecos, la senda se dirige hacia la cima del cerro ahora coronado por la necesaria, a la vez que horrorosa, presencia de una instalación de telefonía. Desde la cima, siempre hacia el meridión, un carril desciende por la ladera hasta un cruce de caminos donde se inicia, ahora hacia poniente, la subida hacia la cima del Cerro de las Mesas. Por su vértice geodésico, en el lugar donde los hoyancos rememoran la leyenda, corre la raya que separa los términos municipales de El Hoyo y Cebreros. Por parajes de este último municipio seguirá el afán del caminante.






…Después de una montería / del Rey don Carlos tercero, / volvió el montero a su casa / consumido en sus deseos / de acariciar a su niña / envolviéndola en sus besos. / Mas ¡ay!, que el hogar amante / estaba frío y desierto; / la niña había salido / al prado y no había vuelto, / y la madre, enloquecida, / temiendo un atroz misterio, / al ver llegada la noche, / saliose al campo, sin miedo, / dando gritos que desgarran / el corazón más perverso…
 …entró en cuevas y barrancos, / y a la mañana, en un cerro, / encontró bajo unas peñas, / vacíos, casi deshechos, /los zapatos de su niña / junto a un reguero sangriento.

El descenso desde la cima de Las Mesas la realiza campo a través. Unos ochocientos metros sobre una alfombra de pinocha que, sin pérdida, terminarán en un camino de recorre el vallejo. Entre pinos de gran porte, el camino llega a otro de mayor entidad que el caminante toma hacia el saliente. Tras descartar un primer ramal que sale por la derecha, se desvía por un segundo que va en busca del río Becedas, con la intención de llegar hasta el pontón de madera que salva el cauce del río. La falta de lluvias y la retención, río arriba, del caudal en las dos presas que dan suministro a la población de El Hoyo, tienen al Becedas bajo mínimos. Desde el pontón, con la inusual imagen de las piedras blanquedas por el agua, solamente algunos chilancos dan testimonio de lo que la corriente será cuando se fundan las nieves caídas en las últimas semanas. En la otra orilla, un tranquilo camino se abre paso entre el pinar.







Ved a la madre cual corre / valles y montes cruzando; / el instinto es quien la guía; / su amor alarga sus pasos; / hecha jirones la ropa / por las zarzas y peñascos,…
…Sabe que fueron las brujas / las que a su hija robaron / y va a disputar la presa / con mordiscos y arañazos. / ¡Brujas! ¿Dónde estáis las brujas? / va la triste así gritando…
  Y a las ruinas de la Ermita / de los Moros, registrando, / no halla a las brujas, y sigue / por el fondo del barranco. / Ante el viejo cementerio / de Cebreros se ha parado; / golpea recio en la puerta, / a las brujas invocando, / y sólo el eco responde / a sus gritos desolados…
... a través del aire helado, / siéntese crujir de huesos, /  suenan zumbidos extraños, / son las brujas, que galopan / hacia el cerro de Guisando.        

Tras un cuarto de hora de agradable paseo, el carril se incorpora a un camino de mayor laya, el cual, de seguirlo, llevaría al caminante hasta el viejo cementerio de Cebreros, el lugar donde la madre del romance golpeó la puerta en busca de la brujas. Pero hoy no es ese el interés del caminante. Su afán viene condicionado por llegar al primero de los puentes medievales de la jornada, para lo cual, a la vista de los mapas, debe abandonar la excelente traza del camino, presumiendo que la margen diestra del arroyo de La Pizarra le permitirá llegar al destino señalado. Mas la naturaleza, como es habitual, vuelve a imponer su ley. La orilla, tomada por los zarzales, en escasos metros, pone al caminante como un eccehomo, obligándolo a salir de tan lacerante situación. Volver al camino dejado atrás, además de una rendición, sería dar un rodeo que alargaría la jornada considerablemente. Es entonces cuando se decide por atajar saltando más de una decena de muros, de otras tantas viñas. Al fin, tras superar el laberinto minifundista de cepas de Garnacha tinta, llega al Puente de San Marcos, que une las dos orillas del mencionado arroyo de La Pizarra.



Hay una vieja cañada / más debajo de Cebreros, / y traspuesto el río Alberche, / que va a tierras de Toledo; / junto al cerro de Guisando / pasa este camino viejo,…
…En lugar tan retirado / y en la ladera del cerro, / hace siglos, ciertos monjes, / alzaron un monasterio…
…Otras reliquias famosas / se hallan en el lado izquierdo / del camino y, en un llano, / cuatro toros berroqueños / tallados en tosca piedra / no sabe nadie en qué tiempos;…
…A este lugar misterioso, / envuelto siempre en silencio, / llegó, en su carrera loca, / destrozada y sin aliento, / la pobre mujer aquella / que, por su hija gimiendo, / iba invocando a las brujas / en una noche de invierno. 

Al poco de pasar sobre el terrizo tablero del puente, un carril se separa del camino en dirección al septentrión, de nuevo en busca del río. El objetivo no es otro que llegar hasta la magnífica fábrica del Puente Becedas. Con construcción similar al de San Marcos, supera a éste en dimensiones pues, como resulta evidente, es mayor el barranco que debe salvar. El tablero, enlosado con lastras de granito, con lomo de asno en forma asimétrica–de mayor dimensión en su parte meridional-, se encuentra magníficamente conservado. Luego de la visita, vuelve el caminante al inicio del tablero de donde sale una senda que se adentra en el barranco. Tras doscientos metros asomada al lecho de río, la senda se pega a la ladera e inicia la subida con dirección al ocaso. Un fatigante repecho cuya mayor dificultad no radica en su desnivel, sino en mantener el equilibrio sobre las profundas barranqueras originadas por el paso de las motocicletas de montaña. Terminado el repecho, el camino, ahora más andadero, atraviesa el geométrico dibujo de unas viñas, antes de llegar a la carretera de Cebreros.






…las brujas todas de Gredos, / con las de la Paramera, / de la Peña de Cadalso / y risco de Las Cabreras, / danzando en rápidos giros, / celebraban una fiesta. / Del toro que está en el medio / subido sobre la testa, / estaba un cornudo chivo, / de barba rojiza y luenga, / presidiendo las locuras/de las arpías aquellas… 
…Todo lo estaba mirando / la madre, de miedo llena, / sin atreverse a acercarse / a la inmunda patulea; / mas, besando con ternura / la cruz que consigo lleva, / siente el pecho confortado / y hacia las brujas se acerca: / - ¡Dadme a mi hija! –les grita; / y al punto la danza cesa / y corren a rodearla / haciendo espantosas muecas; / ella avanza, decidida, / hasta el chivo, que la observa; / el monstruo, con un balido,  /le pregunta: - ¿Qué deseas? / - ¡Mi hija –responde la madre-, / a la que robaron éstas!...

Al otro lado del asfalto, en el sitio de una pronunciada curva, varias son las posibilidades que se le ofrecen al caminante. Pero solamente una de ellas, la que se orienta hacia el NO, le vale para internarse en la dehesa del lugar histórico de Villalba, equidistante de Cebreros y El Hoyo y que, por causas desconocidas, se despobló en el siglo XVI. Cuentan los que saben, que sus moradores se integraron en Cebreros. En la actualidad, sólo alguna explotación ganadera ocupa el lugar. El camino porfía bajo un denso pinar al que están haciendo un aclareo. Pasado el riesgo por las cercanas maniobras de la maquinaria pesada, el intenso olor a resina lleva al caminante hasta el lugar donde un rimero de troncos aguarda el transporte. Terminado el pinar, se abre un paisaje de monte bajo atravesado por un arroyo que baja desde la Fuente de la Buitrera. Pasado del vallejo, en la cima de un altozano, un carril se aparta del camino principal con dirección al saliente. En un descenso, suave al principio y vertiginoso hasta el cauce, llega el caminante hasta el pedregoso lecho del Arroyo de la Mujer. Al otro lado, pasado un zarzo metálico, el camino, con algunos trechos en los que afloran las lanchas graníticas, llega hasta una de las presas, la segunda en el sentido de la corriente, en las que el Becedas es retenido para dar suministro a El Hoyo.







- Sí, yo- responde la arpía-. / Allí la tengo en mi cueva; / allí la guardé esperando / a que la madre viniera / para pagar el rescate / haciéndose compañera. /- No está mal –exclamó el chivo- / Si a aceptar estás dispuesta, / te daremos a tu hija / a condición de que vengas / a juntarte con nosotros / y a ser una de las nuestras. /  Mas pronto da un alarido; / la fe sus ojos incendia / y un ¡no! rotundo sus labios / pronuncian como respuesta. / - Pues bien: dádsela a los lobos / -es del chivo la sentencia- / y a la madre, desde ahora, / hacédmela prisionera. / Ya vienen todas las brujas / a sujetarla con cuerdas; / mas ella levanta el brazo / y pone la cruz ante ellas; / prodúcese un torbellino, / la tierra y el cielo tiemblan, / y todos desparecen / y sola la madre queda…          

De la base de la presa, inmejorablemente balizada por el ayuntamiento, una senda se deja caer por la orilla siniestra del Becedas. Una senda que se asoma a la recóndita garganta, donde pinos y berruecos son los reyes del paisaje. Durante el interesante descenso, en un estado de conservación que permite tener una aceptable evaluación de su funcionamiento, las estructuras graníticas de los tres molinos harineros, que, desde el siglo XVII dieron servicio de molienda a la población: La Puente, El Remiendo y El Batán. Caces, bocines y piedras de moler han aguantado el paso del tiempo, mimetizados en el entorno rocoso. La senda termina en una zona de huertos, en un área recreativa que toma el nombre del último de los molinos, donde una carreterilla asfaltada sube hasta la carretera que viene de Navalperal de Pinares, ya en el caserío de El Hoyo. Carretera abajo, por una zona de nuevas construcciones que rodean la instalación de la piscina municipal, llega, de nuevo, a la ladera pinada del Cerro de la Niña Montero.







…vuelve a correr como loca, / cruza el Alberche, el Becedas...; / a la cumbre de Serores / casi arrastrándose trepa...; / llega al fin ante las rocas / donde estaba la cruz puesta, / y sin lanzar un gemido, / de bruces se cae, muerta…
…El cuerpo fue recogido, / pero el alma quedó en pena.
 Desde entonces anda errante / por todos estos contornos / aquella alma desgraciada, / preguntando siempre a todos, / caminantes o pastores, / que la miran temerosos, / si pueden darle noticias / de la niña que el demonio, / por conducto de las brujas, / le robó en tiempos remotos.
¡Alma triste, que así vaga / sin momento de reposo, / e ignora que, al fin, su hija, / fue comida por los lobos!

Antes del regreso a La Corte, ya a lomos de la máquina infernal, el caminante se detiene en el último puente de la jornada. En un idílico lugar, un puente terrizo del siglo XIX pone el contrapunto a otro de nueva construcción que da servicio a la carretera que cruza la menguada corriente del Becedas.



DOR