jueves, 8 de febrero de 2024

EL PONTÓN DE CARRASCALEJO

La linde norte de Navarrevisca, municipio avilés, nunca ha necesitado de estacas ni mojones. Los escasos cuatro quilómetros de la divisoria con el vecino Navalosa están establecidos, de manera incuestionable, por la briosa corriente del río Alberche que, a diferencia de otras partes de su recorrido, en este tramo de su curso alto se ofrece como un rio de montaña, para deleite y contento de los aficionados al piragüismo de aguas bravas.

Al caminante, conocedor del lugar de un par de ocasiones anteriores, siempre le pareció extraño que, en las dos leguas de cauce que separan los puentes de Navalosa -La Puente- y el del Morisco -en el término de Villanueva de Ávila- no existiese ningún otro paso para salvar la corriente. Y más, teniendo en cuenta que en la margen izquierda del río se encuentra el antiguo molino de Los Brazos. Fue la serendipia la que puso al caminante sobre la pista de ese paso desconocido.  Un viejo mapa del IGN, fechado a principios del siglo pasado, mostraba con claridad que, además del de Los Brazos, en la misma orilla, media legua corriente abajo, existió otra aceña conocida como molinos de Valdehierro. Y un quilómetro más abajo, el viejo mapa, hace referencia a un pontón llamado Carrascalejo.

La curiosidad lo lleva hasta una publicación de la Asociación de Vecinos y Amigos de Navalosa, editada en 2012, y financiada por el Ministerio de Agricultura. En ella, escrita en un claro ejemplo de prosopopeya, como si las construcciones tuviesen vida propia, se referencian todos los puentes del municipio, entre los que se encuentra el actual de Carrascalejo, que fue remozado en los noventa del siglo pasado, sustituyendo al viejo pontón de madera: [“Antaño fui utilizado como vía de paso de los niños que, desde Las Umbrías (hoy Villanueva de Ávila) y Navahondilla, iban a la escuela de Navatalgordo”]… [“En aquellos años, mi aspecto era distinto. Mi estructura estaba formada por tres simples palos, que ponían a prueba el equilibrio de escolares y viajeros. Uno de los palos servía para pisar sobre él y los otros dos para agarrarse…]… [Ahora mi aspecto ha cambiado. El haber sustituido la estructura de madera por vigas de hierro me ha hecho más fuerte y estable. Algo a lo que también contribuyen mis estribos de piedra, uno de ellos sobre una gran lancha rocosa… He ganado también en altura, ahora de cinco metros, evitando así que las crecidas del río me arrastren.] Además, el puente, hace una invitación: [… si venís a conocerme, no dejéis de visitar el pinar que me rodea, un manto verde que alberga una rica biodiversidad.] Y con estos mimbres, quién se inhibe de hacer un cesto. El caminante, cuando amanece el decimocuarto día de un atípico mes de enero, con una previsión meteorológica más bien primaveral, se pone en camino para rendir visita a tan añoso paso sobre el Alberche. Para tal fin, decide organizar la correría desde el municipio de Navarrevisca.

Las últimas lluvias han vuelto a dañar el firme de la M-501, entre los municipios de Navas del Rey y Pelayos de la Presa. El inconveniente obliga al caminante, en un recorrido por el piedemonte de La Almenara, a que la máquina infernal llegue a Cebreros haciendo algunos quilómetros más de los previstos. Dese allí la carretera, después de cruzar la Cañada Real Leonesa, llega hasta el valle del Alberche, en el lugar donde sus aguas quedan remansadas en el embalse del Burguillo. Caminante y máquina infernal, tras haber dejado atrás las localidades de Navaluenga y Burgohondo, llegan a Navarrevisca. 

Conocido el trazado de las calles de estos pueblos serranos, desiste de entrar en el caserío y, con acertado criterio, opta por quedarse a dos centenares de metros del arrabal, en el espacioso aparcamiento de la piscina municipal. Junto a ésta, varios campos multiusos completan el área deportiva de la localidad. Hacia el septentrión, tras el edificio del albergue municipal, un camino de traza nítida concuerda con lo previsto por el caminante. Pero, como suele pasar, el camino comienza a perder la claridad inicial para, en un centenar de metros, perderse entre las retamas. Entre la atosigante vegetación, se orienta hacia un pequeño pinar, que bordea por la derecha, hasta llegar a un lugar donde, de forma incontrolada, se amontonan toda clase de desechos inservibles. Desde allí, llega hasta la carretera en el lugar donde se encuentra un depósito de fundentes (sal/salmuera) de la Junta de Castilla y León. Tangencial al asfalto, un camino inicia su recorrido junto al nacedero del arroyo Navahondilla, compañía que ya no abandonará hasta que aquel entregue sus aguas al Alberche. 

Durante unos centenares de metros, y aunque el arroyo siempre quedará a la derecha del camino, éste, inundado a causa de infinidad de manaderos, pondrá a prueba la capacidad del caminante para soslayar la dificultad. Es evidente que, el viejo camino, antigua vía de comunicación entre Burgohondo y Mombleltrán, perdió su vigencia cuando se mejoró el viario de carreteras comarcales. Ahora, cumplida su primigenia función, solamente es utilizado por andariegos con ansias de llegar a lugares recónditos. Entre el robledo, aún sin hojas, siguen camino y caminante sorteando bolos graníticos, algunos de gran tamaño, a los que se adosan algunas casillas construidas con piedra seca.







Después de media legua de agradable descenso, con el murmullo del agua siempre a la diestra, llega el caminante hasta una fresneda donde la corriente, que hasta entonces se orientaba en dirección NE, gira bruscamente hacia el N en busca del Alberche. Junto al agua, en el lugar de un vado arenoso, rematado por unas pasaderas, un ramal del camino cruza el cauce para subir hasta Navahondilla, unos de los diecinueve barrios incluidos en el municipio de Villanueva de Ávila. Deja el caminante la visita para después y, sin cruzar el arroyo, sigue junto a la corriente. Entre edificaciones que fueron sólidas, ahora arruinadas, llega hasta un pontón de cemento que cruza el barranco y que invita a subir hasta el caserío de Navahondilla. Mas el caminante tiene como prioridad inmediata encontrar la senda que llega al objetivo de la jornada: llegar hasta la orilla diestra del Alberche, cuya corriente brama en el fondo de la garganta. 






 

Junto al pontón de cemento, aun en la orilla siniestra del arroyo, una abertura en un añoso muro de piedra es el inicio una senda que, de inmediato, comienza un presuroso descenso por la ladera. Será un cuarto de hora de ameno recorrido, hasta que, tras una última loma, la imagen del puente se hace visible. Llega el caminante a la llambria que sustenta el arranque meridional del puente, en medio del estrépito de la corriente. Su intención, según lo planeado, es pasar a la otra orilla para hacer un pequeño recorrido por el pinar que dormita en la solana. Pero, esta vez, no podrá ser. El río, excedido de caudal a causa las últimas lluvias, ha invadido la parte donde se asienta el estribo norte del puente, impidiendo el acceso al pinar. De inmediato, descarta la posibilidad de descalzarse, pues, aunque calcula que la profundidad puede ser de unos sesenta centímetros, no tiene garantía de que aquella sea uniforme entre las rocas.










Vuelve el caminante, vereda arriba, hasta el pontón cementado que posibilita el acceso al barrio de Navahondilla. El caserío, extendido sobre las laderas de la Piedra Cachá, parece que ha sido tirado al azar. Las casas, de sólidos muros de piedra labrada, se adaptan, sin orden o alineación, a las terrazas de la pendiente. Hecha la visita, regresa el caminante a la orilla siniestra del arroyo, para, de inmediato, abandonar la compañía del agua, tomando un camino que, hacia poniente, recorre el soleado piedemonte de El Galayo. Hace calor. Con el mes de enero sin rematar, al caminante le viene al magín la certidumbre de la sabiduría popular: “Cuando el tiempo no es del tiempo, hace mal tiempo”.




 

En un cruce de caminos, donde sestea el ganado, desestima el que sale por la izquierda, poniendo su empeño en el que desciende en busca del barranco de Valdehierro. Tras diez minutos de constante bajada, antes de que el camino tome rumbo hacia la corriente del Alberche, el caminante toma uno alternativo que sube paralelo al arroyo de Valdehierro. Por él subirá hasta que camino y arroyo convergen. Abandonado el camino, tendrá que orientarse hacia poniente para intentar enlazar con una de las rutas balizadas por el ayuntamiento de Navarrevisca. Salta un muro de piedra, atraviesa el cauce del arroyo, y, con la sola ayuda de la brújula, atrocha por el robledal, hasta llegar al camino buscado. Ahora su afán será seguir las marcas que la municipalidad tiene señaladas durante el recorrido.





Comienza una interesante yincana, por una senda que, en algunos tramos, parece colgada del derrumbadero que termina en el cauce del Alberche. No será difícil ver algún buitre descolgándose de los cortados. Durante más de media hora, ahora por la umbría de El Peralejo, la vereda sube, baja, se acerca al cauce y vuelve a subir, hasta llegar al sitio donde se encuentra el histórico molino de Los Brazos. En el lugar, nombrado como La Junta, la Garganta Fernandina aporta sus aguas al caudal del Alberche. Por la margen derecha de la garganta, seguirá el caminante en dirección a Navarrevisca. El excelente camino, con la única dificultad de pasar algún arroyo sublevado, permite al caminante hacer la parada de la comida junto a la briosa corriente de la garganta.











Tras el descanso, con la luz de la tarde apagándose por momentos, ruará por el intrincado viario navarrevisqueño hasta llegar a la piscina municipal. Dejando al margen la iteración del mismo inconveniente sufrido en la mañana, el regreso a La Corte se realiza sin otros problemas reseñables.

DOR