miércoles, 16 de agosto de 2017

LOS OJOS DEL RÍO MOROS



En tierras segovianas, bajo la espesa sombra de un grandioso pinar de albares, nace a borbollones el río Moros. Un pinar que, al resguardo del frío bóreas, medra en el cóncavo que forman algunas de las cimas más representativas de la sierra de Guadarrama: el Quintanar, el Pasaspán, la Peña del Oso, La Pinareja, el Montón de Trigo, Cerro Minguete, Peña Bercial, Peña el Águila y la Peñota. Hacia el SO, por el fondo del valle, la bulliciosa corriente se escapa por la única salida que deja tan formidable barrera, y que, en la actualidad, es conocida como Garganta del río Moros.

Pero, no siempre tuvo tal nombre. Si hiciésemos caso a José de Rojas y Contreras, y a su obra Historia del Colegio Viejo de S. Bartholomé de la Célebre Universidad de Salamanca, editada en Madrid en 1768, estaríamos ante la Garganta de Ruy Vázquez: “El linaje de los Arce fue unos de los cinco que concurrieron en la población de la Villa de El  Espinar en el año 1260. Uno de sus descendientes legítimos, Ruy Vázquez de Arce, dio al concejo todo el término que corre hasta el puerto de Guadarrama, y confina con los pinares que hoy conservan el nombre de Garganta de Ruy Vázquez”.

Si nuestra guía fuese El Libro de la Montería, aquel que, en el siglo XIV, mandase escribir Alfonso XI de Castilla y León, la garganta sería la de Ruy Velázquez: “La Garganta de Ruy Velásquez es muy buen monte de oso, et de puerco en verano. Et son las vocerías (ojeos), la una desde Montón de Trigo por el Collado de la Chiva (Marichiva) fasta el Puerto de la Tablada; et la otra al collado de Mojapán (Pasapán); et la otra por la cumbre del Quintanar ayuso (abajo) fasta la Cruz  [1]. Et son las armadas (recechos) la una al collado del Quintanar, que es asomante (se asoma) a la Garganta, et la otra a la Cazera [2]”.

[1]  Se refiere a la Venta de la Cruz, sita a medio camino entre Otero de Herreros y El Espinar, hoy perdida bajo las edificaciones de Los Ángeles de San Rafael.
[2]  Loma de media legua de cordal, que, en las estribaciones de la Peñota, corre paralela al río Moros por su margen izquierda.

Aun con topónimos dispares, resulta evidente que ambos escritos se están refiriendo al mismo lugar. En el caso de El Libro de la Montería, su información es tan exhaustiva y cabal, que todos y cada uno de los nombres son perfectamente identificables en los mapas históricos o actuales del IGN, con la excepción ya reseñada del de la garganta, que todo hace indicar dejó de estilarse en la segunda mitad del siglo XVIII.

Amanece el tercer viernes del mes de abril. Hoy, cuando, según la tradición, se cumplen dos mil setecientos setenta años de la fundación de Roma, el caminante se sube en un tren que, en algo más de hora y media, lo dejará en la estación de Cercedilla. Unos metros sobre el ceniciento balasto y, de seguido, un camino serpea por la ladera, entre plátanos de sombra, en busca del Camino de los Campamentos. Rebasados los berroqueños muros de los últimos hotelitos, el camino vuelve a empinarse hasta llegar al Collado de los Amigos, lugar donde todavía quedan algunos vestigios de lo que fue un campamento donde, durante casi cuatro décadas, pasaron los veranos cientos de muchachos. Pasadas las ruinas de lo que fue y nunca volverá, el caminante, rebasado un depósito de aguas, se llega hasta la fuente de la Mina, manadero de caño doble y doble pilón, de cuya trasera sale una senda que persevera en la subida por la pinosa ladera. Es la vereda de los Poyalejos.




Tras algo más de media legua de subida, llega el caminante a una pista forestal, nombrada Calle Alta. Una pista terriza que recorre, de sur a norte y de forma casi horizontal, la ladera oriental de la Peñota y Peña el Águila. A partir de la fuente del Astillero, comienza un vivificante paseo por un balcón natural que domina el valle de La Fuenfría, al tiempo que muestra una hermosa panorámica de Siete Picos, Guarramillas y La Maliciosa. En el collado de Marichiva, donde la Calle Alta muda su nombre por el de Vereda del Infante, el caminante abandona el, hasta entonces, recorrido madrileño para, tras pasar una cancela metálica, entrar en la provincia de Segovia. Pasado el viejo muro de mampuestos, y resuelta la duda por la confusa traza de varias sendas, el caminante toma la que se orienta hacia el NO, recorriendo la ladera de poniente de Peña Bercial. Se trata de la senda del Rinconcillo, antiguo camino del que los mapas actuales se han olvidado. Una senda bajo el inmenso pinar que, en su inicio, ofrece a los sedientos el fresco chorro de la fuente de Marichiva y que, tras un suave recorrido de media hora, llega al lugar donde mana el río Moros. Al pie de la senda, de entre las desnudas raíces de un viejo albar, el agua surge en varios manaderos que, en unos pocos metros, forman la ruidosa corriente que se escapa valle abajo, y que, tras media legua de fragoso recorrido, es sujetada por dos pequeños embalses, cuyas aguas azulean entre el verde pinar: el de El Espinar y el de Las Tabladillas.












Abandonado el lugar, todavía bajo el pinar, sigue el caminante la traza de la senda que ahora trepa por la ladera, por la que es la parte más áspera de la jornada. Terminado el pinar, con el collado de Tirobarra en el horizonte, la senda se abre paso entre los piornos. El collado, sobre la raya que separa las tierras de El Espinar y San Ildefonso, es el cruce de varios caminos. Hacia el norte, dos alternativas: la ya conocida senda del Rinconcillo, que se pierde en busca del nacimiento de río Peces, o el camino que baja hacia el río de La Acebeda; a poniente la vereda que gatea hacia la cima de La Pinareja; hacia el mediodía, acompañados por la corriente, la red de caminos que surcan la garganta de Ruy Velázquez hasta la estación de El Espinar. Hacia el saliente, varias son las opciones que se presentan: el siempre atrayente paso por la cima del Montón de Trigo; la senda marcada por las señales blancas y amarillas del PR que lleva al puerto de La Fuenfría; o cualquiera de las trochas que, por debajo del PR, llevan al collado Minguete. Por una de ellas, apenas marcada, llega el caminante al collado desde donde inicia la subida a Peña Bercial, que será el último esfuerzo del día.








Sobre el somo, la vista casi cenital del collado de Marichiva resulta espectacular. Desde allí, media hora de descarnado camino, en el que se alternan rocas, piornos y albares. Después de la vertiginosa bajada, el caminante se toma un respiro volviendo a la regalada traza de la Calle Alta. Algo más de media hora de tregua, antes de afrontar la bajada al valle por la senda de la Piñuela. Una senda que, desde un resalte rocoso, permite, antes de entrar en el pinar, disfrutar de las últimas vistas serranas a la luz de la tarde. Una senda que, cosida a la ladera del Infierno baja hasta las inmediaciones del sanatorio de La Fuenfría. Luego la excelente traza de un camino recamado de fuentes, que enlaza con el ya conocido Camino de los Campamentos.











Otra vez la estación; y de nuevo los andariegos que toman el tren para llegar a La Corte.

DOR