miércoles, 27 de enero de 2021

LAS CABRERAS

Mapa del recorrido

 Al saliente del Pico de la Miel, al otro lado del incesante tráfico de la Autovía del Norte, se encuentra un cordal menor, de cumbres petrosas, que pertenece al término municipal de El Berrueco. Si no fuera por el enlutado asfalto, y aunque su traza se encuentra un tanto enviajada de la de la Sierra de la Cabrera, el cordal bien podría ser considerado como la continuación de ésta. Es un conjunto de picos graníticos, algunos con nombre y entidad propios como la Peña del Pesebre y el Pico de las Vacas. Otros conforman un conjunto de cerros arriscados, conocido como Las Cabreras, con vértice geodésico en el más elevado. Con alturas que no sobrepasan los mil doscientos metros, hacer cumbre en cualquiera de ellos no parece empeño complicado, si se está dispuesto a lacerarse como un eccehomo, en alguno, o gatear por canchos y berruecos, en casi todos.

Es el día de la lotería, y el caminante, con una inquietante previsión de nieblas, se aventura en la visita. Con el pronóstico cumpliéndose con precisión, avanza por la autovía con la lógica precaución que la situación requiere. De repente, como por ensalmo, de entre la niebla surge la inconfundible línea de cumbres de la Sierra de La Cabrera. El sol, que ha podido con la bruma, da aliento al caminante. Parece que ya no será un día de planos cortos, y sí de amplias panorámicas. Pero sabido es que “el hombre propone y Dios dispone”. Tras pasar la raya del municipio de El Berrueco, a la altura de una urbanización con el melifluo nombre de Pradera del Amor, la niebla vuelve a adueñarse del paisaje. Y envuelto en ella llega al caserío de El Berrueco.

Tras dejar la máquina infernal bajo la beatífica protección de la robusta torre de la iglesia de Santo Tomás Apóstol, el caminante toma el camino que baja hasta el embalse de El Atazar. Llegado a la vandalizada almenara del canal de El Villar, deberá seguir el camino que pasa junto a la instalación de tratamiento de aguas de la localidad. Pasada ésta, tendrá dos opciones: seguir la traza del camino, o subir a lomos del canal por donde corre una senda. Aún habrá una tercera, que será hacer un mixto de ambas, pues corren paralelas y la comunicación entre ambas es posible en varios puntos del recorrido.



Sigue la niebla sobre las riberas del embalse. Por encima de los arenales medran chaparros, jaras y enebros. Llega el caminante a la torrentera del Jóbalo, arroyo con pretensiones de río que, por estas fechas, baja con un bullicioso turbión de agua, cuyos arrastres y sedimentos son retenidos en la presa de decantación que se encuentra aguas arriba. A un centenar de metros del paso del arroyo, ya en el término de la localidad de Manjirón, abandona la orilla del embalse para tomar un camino que, hacia poniente, sube por la ladera. Tras cruzar la carretera que lleva a la presa de El Villar, habrá de poner toda su atención para, entre la niebla que sigue envolviéndolo todo, distinguir las recias formas de la torre de Mirabel. El inconveniente surge en el momento en que comprueba que la torre se encuentra al otro lado de una cerca de alambre de espino. Una cancela metálica, cerrada con un grueso candado, es la prueba concluyente de que está dentro de una finca privada. 




Como siempre en estos casos, al caminante le cuesta determinarse. No es la primera vez que se encuentra en una situación similar y, como otras veces, tratará de comprobar que no es el primero que quebranta la norma. Mecánicamente, mientras está en esas disquisiciones, ha recorrido unos metros de la cerca a ambos lados de la puerta. Entre el yerbazal, advierte que el alambre de espino ha sido manipulado para dejar un angosto paso al ras del suelo. Por él habrá de pasar sin mochila y con el cuidado suficiente para no desgarrase la ropa.

A un centenar de metros del camino, y a otros tantos del Jóbalo, entre la niebla, se hace visible la torre. Situada en un pequeño altozano, se encuentra rodeada de los restos de lo que debió ser una notable edificación, de la que no existen reseñas fiables. Está sólidamente construida, con sillares en los huecos de puerta y ventanas, y mampuestos de granito y arenisca en el paramento. Coinciden los cronistas en que fue construida en el siglo XVI, lo que la excluye de la línea de atalayas musulmanas, erigidas entre los siglos IX y XI para facilitar la vigilancia del valle del Jarama. De éstas, aún son visitables, aunque se encuentran muy rehabilitadas, las de El Berrueco (Torrepedrera), Torrelaguna (Arrebatacapas), Venturada, El Vellón y El Molar. La controversia entre los entendidos surge en la adjudicación del albo escudo de armas que, tallado en piedra caliza, se encuentra en la vertical de la puerta de entrada. Unos aseguran que los blasones del escudo no pertenecen a ningún linaje, otros, en clara oposición, hasta dan los nombres de sus fundadores: Gonzalo del Castillo y Ceballos e Inés de Contreras y Lasarte. Enigmas de la heráldica.   






El caminante, todavía en lo vetado, sigue unas roderas que, a través la dehesa, enfilan hasta la orilla del Jóbalo. En compañía de la, ahora, mansa corriente, tendrá que pasar varios muros de piedra seca. En el punto donde coinciden los términos de Manjirón, El Berrueco y Sieteiglesias, hace un alto para reponer fuerzas. Por tierras de la última localidad, aún tendrá que recorrer unos quinientos metros antes de llegar al puente que, desde antiguo, salva la corriente del arroyo. Con el salto del último muro, sale el caminante al viejo camino que une las localidades de Sieteiglesias y El Berrueco.

Reputado como romano, pero de realidad medieval, el puente sirve, desde 1593, como límite territorial de las dos localidades, y era el paso obligado para comunicar el valle del Jarama con el paso de Somosierra y la localidad segoviana de Sepúlveda. En su reciente restauración, hubieron de emplearse nuevos materiales pues, como suele suceder, los originales habían desaparecido. Solamente una de las piedras del pretil fue localizada en el entorno, siendo colocada en la rampa septentrional del tablero.  

   



Pasado el puente, el camino sigue, paralelo al Jóbalo, en dirección a Sieteiglesias. La niebla ha desparecido, aunque la humedad sigue estando presente. Recorridos unos trescientos metros, el caminante llega a un vial asfaltado que vuelve a cruzar el arroyo, para terminar en la carretera M-131. Al otro lado del asfalto, una pista de macadán serpea entre un mar de bloques de granito. De nuevo las vallas y prohibiciones. Es necesario cruzar la cantera y, esta vez, el caminante procurará no entrar en lugar cerrado. Con la imagen del cordal de Las Cabreras a la vista, bordea la cerca hasta salir de las instalaciones de la cantera. Ahora, con dirección al meridión, todo su interés se centrara en llegar al camino que corre por el piedemonte del cordal. Serán varios centenares de metros sin camino definido, donde alternará alagados herbazales con resbaladizas llambrias. Ha vuelto al término de El Berrueco, y tras una última yincana de muros y espinos, el sosiego se hace presente con la hacedera traza del camino, coincidente con la traza del GR-10, que ya no dejará hasta el lugar donde se cruza con dos líneas de alta tensión paralelas, que se columbran en el horizonte. Justo bajo la primera, una senda se aparta del camino principal para subir, sin descanso, en dirección al collado que forman el Pico de las Vacas y uno de los somos de Las Cabreras. 






Es una subida constante, pero no fatigosa. Unos metros antes del collado, una nueva senda toma clara dirección hacia el mogote al que remata el vértice geodésico. Los líquenes de las rocas aún conservan la humedad de la niebla, por lo que, el caminante, tendrá que esmerarse en la subida. Tras el primer envite, llega a un primer balcón donde las vistas resultan inmejorables: al saliente, el caserío de El Berrueco anclado en la orilla del embalse de El Atazar y hacia poniente, en solemne sucesión, el Pico de las Vacas, el Pico de la Miel y El Mondalindo. Va tan aplicado en la subida a un segundo mirador, que queda sorprendido al encontrar, en un trascacho, a un bípedo hablando por teléfono. Como es de ley, cruzan los saludos de rigor y, sin más tregua, continúa con la subida. Las rocas están demasiado húmedas para superar la dificultad de algunos tramos. A pocos metros del geodésico decide parar; a tanto esfuerzo en la subida le seguiría un desmedido cuidado en el descenso, convirtiendo lo que se presume un divertimento en una experiencia negativa. En esta última atalaya, al resguardo del viento y con las lejanas vistas de El Nevero y el puerto de Navafría en el horizonte lejano, hace la parada de la comida.   

          






Como era presumible, toda precaución es poca para desandar el camino por la peñascosa ladera, y esmera su atención para no perder los hitos que lo jalonan. De nuevo se encuentra en el collado, bajo línea de alta. Sigue con su afán de rodear la Peña del Pesebre por la ladera de poniente, para lo que debe regresar al mismo camino desde donde partió. Camina, ahora, en busca del arroyo del Quiñon que baja entre las rocas al encuentro del Jóbalo. Junto a la corriente, abandona la compañía del GR, que sigue por la otra orilla. En paralelo al curso de agua, una senda sube por el repecho de la ladera de la peña, donde los cortes verticales en los berruecos y las abandonadas instalaciones, dejan constancia de un pasado de tradición de cantería, que ya no volverá. Ahora, siempre hacia el oriente, la placentera senda permitirá al caminante, además de solazarse con las nuevas vistas sobre El Berrueco y su dehesa boyal, fabular buscando los parecidos razonables de algunas rocas que se muestran durante el trayecto. Llega al arrabal de la población por el sitio de la ya conocida carretera de Sieteiglesias. Al fondo de una calle terriza, que termina en un jaral, una senda sigue hasta llegar hasta el camposanto, desde donde, con las últimas luces de la tarde, hace suya la última vista del embalse. 





El regreso no puede ser más previsible. En las ondas, unos, los menos, brindando por haber sido tocados por la fortuna y otros, la inmensa mayoría, atrincherados tras una mascarilla, asegurando que lo importante es la salud

DOR