miércoles, 26 de abril de 2017

LA CUERDA DE LAS NAVAS

En el término de El Hoyo de Pinares, a medio camino entre esta localidad y la madrileña de Valdemaqueda, corre, discurriendo de norte a sur, un riacho con ambiciones. Al igual que en otros casos en la geografía española, su curso es conocido con dos denominaciones diferentes. Desde su nacimiento, allá por tierras de Las Navas del Marqués, hasta Puente Posadas, lugar donde la carretera salva su briosa corriente, recibe, según indica el cartelón de la carretera, el nombre de Río Las Palizas. Aguas abajo, desde el puente hasta su desembocadura en el Cofio, es conocido como río Sotillo. Y es en Puente Posadas donde el caminante, en el segundo miércoles de febrero, comenzará el recorrido, subiendo, a contracorriente, junto a la margen derecha del cauce.

Pasado el puente, un carril terrizo, que da servicio a varias fincas ganaderas, se adentra entre el pinar. Antes de llegar a un sólido pontón, que salva las claras aguas del arroyo Valdegarcía, el caminante estaciona la máquina infernal. Por la orilla siniestra, avanza junto al arroyo hasta que ambos se encuentran con el rabioso fluir del río Las Palizas. La junta es el origen de un vistoso recorrido a la vera del agua, donde la corriente exhibe un extenso muestrario de pozas y chilancos. También el hombre, en su afán de domeñar a la naturaleza, ha dejado su huella en forma de muros, represas y viejos pozos hoy abandonados. Una legua de recorrido, durante la cual nada resulta más interesante que olvidarse del cómodo carril y, dependiendo del brío de cada cual, arrimarse a la corriente.












El caminante, que hasta entonces ha recorrido sendas de los municipios de El Hoyo de Pinares y San Bartolomé de Pinares, llega a la raya del término de Las Navas del Marqués. Tras el paso por las ruinas de lo que fue un merendero veraniego, abandona la compañía del agua para, ahora hacia poniente, iniciar la subida por un camino que coincide con la traza de un cortafuego. Sobre el cordal, vuelve la mirada hacia las verdes navas que quedaron junto al río y, sin perder de vista el vallado, continuar hacia el ocaso. Al llegar a la Cuerda de las Navas, cuando el alambrado de la linde inicia un giro hacia la derecha, el caminante abandona el término municipal de Las Navas del Marqués. Orientado ahora hacia el orto, siempre entre el pinar, desciende por la ladera en busca de un viejo abrevadero, junto a una explotación ganadera. Desde allí, en un último esfuerzo, llega el caminante hasta el conjunto que forman el nacedero del arroyo Valdecobos y la fuente del Garbanzal.











Nada hace suponer que tan exiguo manadero, que apenas mancha de verde el vallejo, pueda llegar a conformar un paisaje tan interesante. A los pocos metros, como por encanto, el arroyo ya lleva un considerable caudal. Aguas abajo, abandonadas las verdes praderías, el terreno se enrisca obligando a la corriente a buscar su salida natural entre las rocas. Muere el Valdecobos, después de media legua de interesante recorrido, entregando sus aguas al arroyo Valdegarcía, aquel a cuyas orillas comenzó el caminante las vivencias de la jornada. De nuevo el pontón de pétreos arranques y sólido tajamar, prueba inequívoca de que las aguas no fueron siempre tan mansas como ahora se manifiestan.









Con los últimos rayos de sol iluminando las copas de los piñoneros, llega el caminante al claro del pinar donde, a primera hora de la mañana, maneó la máquina infernal. Pasado el tablero de Puente Posadas, y ya con dirección hacia La Corte: Valdemaqueda, Robledo de Chavela, Navas del Rey,…

DOR

lunes, 17 de abril de 2017

LA MINA “ANTIGUA PILAR” Y EL CAÑÓN DEL AULENCIA

El diez de abril de 2013, cuando consumía el último trecho de un recorrido por el entorno del puerto de San Juan de Malagón, el azar determinó que el caminante tuviese un fortuito encuentro con Modesto González Velasco, fraile agustino, y archivero del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. El sitio de aquel encuentro fue sobre el pontón que salva el curso de la briosa corriente del arroyo del Batán, cerca de la ermita de la Virgen de Gracia. Y fue ese, el origen del nombre, el inicio de una más que provechosa conversación. ¿Conoce el origen del nombre del arroyo?, preguntó Modesto. El caminante se dejó llevar por el vasto saber de aquel hombre que, desde que llegó del seminario que la orden tenía en Leganés, llevaba medio siglo adquiriendo conocimiento sobre el Real Monasterio y su entorno. “Un par de quilómetros más arriba -argumentó Modesto-, por encima de la presa, se encuentra el antiguo batán, donde los jerónimos, primera orden que se hizo cargo del monasterio, lavaban los hábitos de la comunidad y abatanaban la lana, con la que después comerciaban”.   

Como era previsible, aquel breve encuentro despertó la curiosidad sobre la historia del edificio, que el caminante había conocido como venta de carretera. La indagación lo llevó hasta Gabriel Sabau, cronista que fue del municipio, que en su obra Historia de San Lorenzo de El Escorial, nos cuenta que el pliego de condiciones para su construcción se fijó en 1582, y que las obras fueron adjudicadas a Juan Romero y Francisco Rodríguez. El edificio, que se construyo en dos años, tiene, por causa del desnivel del terreno, dos plantas en su parte sur y una en la parte norte. En 1870 se subastaron varias fincas que habían pertenecido al Monasterio: El Castañar, Las Radas, Prado Tornero, Prado Nuevo, El Campillo, Cuelgamuros, La Granjilla,… Como dato curioso, señalar que, gracias al incumplimiento del remate de la subasta, la finca de La Herrería, que salía por 191.000 pesetas, se salvó de que pasará a manos particulares. Por el edificio del Batán se pagaron 4.400 pesetas. Diecisiete años después de aquella subasta, el pintor madrileño Antonio Graner y Viñuelas dejó constancia de la grandeza del lugar en un óleo, pintado sobre lienzo, catalogado por Museo del Prado con el título Arroyo del Batán (Escorial). La obra, que fue adquirida al autor, en la actualidad se encuentra en depósito en el edificio de la Diputación Provincial de La Coruña.

Óleo de Antonio Graner y Viñuelas

La corriente del Batán, que ha comenzado su andadura en el Puerto de la Cruz Verde, va incrementando su caudal con las aportaciones de varios arroyos, hasta que, una vez que pasa bajo el puente romano de El Escorial, cambia su nombre por el de río Aulencia. Y así, ya con su nueva denominación, tiene los suficientes arrestos para, sobre todo en años de lluvias y nieves, colmar el embalse de Valmayor. Aguas debajo de la presa, el Aulencia se encajona entre granitos tallando un solitario cañón que el caminante, en el tercer martes del mes de enero, se propone recorrer.

El autobús del Consorcio llega, en unos cincuenta minutos, hasta el campus que la Universidad Carlos III tiene en la localidad de Colmenarejo. Más allá de la instalación docente, no existe más que…naturaleza. Terminado el asfalto, un camino terrizo se orienta hacia el mediodía. Tras diez minutos de agradable paseo, el caminante toma una desviación que sale por su izquierda, y que va en dirección contraria a la del río Aulencia. El motivo no es otro que el de rendir visita al que llegó a ser el filón de cobre más importante de la provincia de Madrid: la mina Antigua Pilar. Entre coscojas, enebros y retamas, aun son visibles parte de las instalaciones que fueron abandonadas cuando, en 1.909, se produjo un incendio en el pozo maestro, cuyo edificio, aún en pie, es único en toda la Comunidad de Madrid.



Realizada la visita, ahora sin sendero definido, desciende hasta un arroyuelo, en busca del viejo camino que une las poblaciones de Villanueva del Pardillo y Colmenarejo. Cuando el camino llega al lugar por donde pasa la soterrada conducción de aguas de Valmayor, el caminante se orienta hacia poniente. Media hora después del cruce de caminos, entre retamas y enebros de gran porte, llega hasta el Aulencia. En el lugar donde, tiempo ha, hubo un molino harinero, se encuentra una pequeña presa que quedó sin uso al entrar en funcionamiento la de Valmayor. Los técnicos, conocedores de asunto, aseguran que se encuentra prácticamente colmatada de lodos tóxicos provenientes de vertidos urbanos. En la margen izquierda, colgados sobre la ladera, los antiguos depósitos de aguas turbias completan las instalaciones de la vieja presa. Bajo el sólido muro de los depósitos, cuando todo da a entender que no existe salida alguna, una minúscula senda se abre camino hasta la orilla del río. La senda, guiada por la rumorosa corriente, sigue la antigua conducción que llevaba el agua, desde de la presa, hasta las localidades de Villanueva de la Cañada, Villanueva del Pardillo, Brunete y Quijorna. Es casi una legua de escabroso e intransitable cañón de no ser por el sendero que, buscando los mejores pasos, sube y baja por la ladera. El caminante termina el recorrido fluvial junto al conjunto que forman las ruinas de un molino harinero y un puente que cruzaba al otro lado del Aulencia, y del que solamente quedan los sólidos arranques de piedra. Los viejos mapas señalan, en este corto trecho recorrido, los molinos de Sopas, el de la Bernabea, el de Marcos y el del Señor Méndez.


















Cruzar a la otra orilla en el lugar de Puente Caído, sólo tiene dos alternativas: atravesar la corriente por el arenoso vado, o, guardando el equlibrio, pasar sobre un pequeño acueducto que cruza al otro lado. El caminante, que no tiene interés alguno en descalzarse, se decide por la segunda opción. En la otra orilla, tras pasar bajo la espesa sombra de un pequeño pinar, un camino comienza una perseverante subida. Una hora después de abandonar la corriente del Aulencia, antes de llegar a un picadero de caballos, el caminante salta una valla de alambre para seguir una solitaria senda que baja hasta una urbanización. 






Un último zarzo para entrar en un vial asfaltado, cuyo recorrido lleva al caminante hasta las inmediaciones del caserío de Valdemorillo. En el Caño de San Juan, junto al paso de la Cañada Real Segoviana, el caminante realiza las últimas abluciones del día. Luego, frente a la remozada ermita del santo, la espera del autobús y el regreso a La Corte.  

DOR