miércoles, 6 de septiembre de 2017

EL NEVERO

“Perdón por la algarabía, y por perturbar tan apacible paseo.”

Tal fue la disculpa de uno de los monitores que, con contagiosa alacridad, pastoreaban a una ruidosa treintena de zangolotinos, junto al rotundo cipo de la cima del Nevero.

“Nuestra intención es que prenda en ellos la afición por la montaña.”

El caminante, mientras el grupo se aleja con dirección a la vertiente segoviana, especula sobre cuántos de aquellos muchachos, cuando pase el tiempo, guardarán en sus retinas los desmedidos paisajes contemplados, continuando con la afición montañera pretendida por sus monitores.


Antes de llegar a ese encuentro cimero, el caminante, en la fresca mañana del primer jueves del mes de mayo, con la solícita ayuda de la máquina infernal, ha desdeñado el monótono recorrido por varios tramos de calzadas de peaje, para coronar, por carretera secundarias, tres bienquistos pasos de montaña: Navacerrada, Cotos y Navafría. Tan interesante itinerario tiene su final en el área recreativa del Chorro, en la orilla diestra del brioso río Cega.


Ya a pie, bajo la cerrada sombra del pinar, toma la pista asfaltada que sigue subiendo hacia el meridión. Al poco del paso por la junta del arroyo del Chorro con el Cega, un camino terrizo se aparta del asfalto por la izquierda. Un camino que, sin perder la vista del arroyo, sube por la ladera, hasta el lugar donde el agua rompe sobre las rocas. Un salto de más de veinte metros que puede observarse, sin dificultad alguna, desde el puente de madera que salva la corriente. Por la orilla izquierda, en un recorrido donde la humedad de las rocas aconseja extremar la precaución, unas escaleras de piedra suben hasta la parte superior de la chorrera. Tras la visión cenital, vuelve el caminante al entablado del puente para regresar unos metros por el mismo camino que lo trajo hasta allí. Junto a una fuentecilla de fresco caño, una senda, marcada con las señales de un PR, inicia la subida por el pinar. Es una subida constante por un camino bien marcado que, en ocasiones, se confunde con los arrastraderos de troncos. Tras unos centenares de metros de trabajosa subida, el camino abandona la tendencia ascendente, para iniciar el descenso hacia el valle del Cega. En ese punto, antes de llegar al estratégico mirador del Pasil, desde donde las vistas sobre el valle resultan magníficas, el caminante abandona el PR para continuar el ascenso por la ladera. Por un arrastradero que, por las marcas de la maquinaria pesada, ha sido utilizado recientemente, llega a una pista forestal que recorre la ladera por la cota 1650. Se orienta en dirección SE, y, tras quinientos metros de reposado trayecto por la pista, insiste en la subida por la ladera hasta el encuentro con el refugio de Piemediano.







Tras la recompensa de un tentempié en tan idílico lugar, un cruce de caminos, en forma de tridente, detiene al caminante. La aparente duda no es tal, pues su camino es el único que sigue ladera arriba. Un camino, a veces terrizo, otras herboso, que se va abriendo paso entre pinos centenarios, entre los que destaca un albar que, para distinguirse de los demás, prefirió no elevarse hacia el cielo. A un metro del suelo, como si quisiera protegerse de los fríos vientos que castigan la ladera septentrional, el magnífico tronco se abre en tres robustas ramas a modo de candelabro. Sin duda, la agradable sorpresa de la jornada. En el entorno, en una zona que, en su momento, debió ser banco de pruebas para la repoblación de coníferas, encuentra algunos ejemplares de abeto rojo.





Sigue el caminante en su afán de ir superando curvas de nivel, hasta llegar al lugar donde el arroyo del Chorro comienza su viaje hacia el Cega. Un vallejo herboso, donde, en una suerte de aprendizaje para lo que más abajo será, los pequeños saltos de agua se van sucediendo uno tras otro. Es la forma más directa e interesante de llegar hasta los 2209 metros del Nevero. Sobre el balcón de la ladera meridional, el caminante va y viene por el riscal tratando de no perder detalle de tan imponente paraje. Un lugar de sensaciones encontradas: desolado y hermoso, enervante y sereno, desde donde se disfrutan unas de las mejores vistas del valle del Lozoya. Un lugar en el que el caminante, muy a su pesar, debe comenzar el camino de regreso.










Pisando los últimos neveros de la temporada, vuelve al PR que, hacia el saliente, se dibuja sobre la línea de alturas de los Carpetanos. En el lugar donde el sendero comienza el descenso hacia el puerto de Navafría, el caminante abandona su traza para buscar un carril que serpea por un cordal que, orientado hacia el norte, sigue la alambrada que separa los términos de Aldealengua de Pedraza y Navafría, y que, además, es la divisoria de aguas de los valles del arroyo del Chorro y del río Ceguilla. Casi una legua después de haber dejado la cima del Nevero, el pinar se abre en una pradera donde se encuentra el refugio de Navalcollado. Junto al refugio, un tosco santuario al que, cuando corre el tercer domingo de junio, suben los navafrieños para honorar a la Virgen de las Nieves, que ha pasado todo un año en la soledad de tan frías tierras.









Sin perder el vallado, sigue el caminante recorriendo lugares de amedrentadores nombres: Majada de la Loba, Espantabuitres…, hasta llegar a la cima de las Picardeñas, desde donde ya todo será bajada. Cuando tiene a la vista la presa del Ceguilla, harto del pedregoso y descarnado camino, se adentra en el pinar. Sin camino definido, y sin referencias, baja por la ladera con rumbo NO hasta llegar a la fuente de Majalcarro. Al otro lado de la pista asfaltada que corre al pie del manadero, una añosa cancela de madera invita al caminante a entrar en lo que parece un vivero en desuso. Sin muros ni vallados que se lo impidan, sigue en su camino hasta que, sin esperarlo, se topa con las edificaciones del recinto del centro forestal de Majalcarro. Avanza entre el tinglado de instalaciones, mientras pergeña una disculpa para el caso de que alguien salga a su encuentro. Sin señales de vida racional, llega a la puerta principal donde un portón metálico, cerrado con un candado, obliga al caminante a salir reptando por el asfalto. A unos trescientos metros, de nuevo, el rumor de la cristalina corriente del Cega, en el mismo lugar donde inició la jornada.




De regreso, entre Collado Hermoso y Sotosalbos, vuelve a quebrantar la norma entrando en una finca que mantiene la cancela abierta. ¿El motivo? El fascinante espectáculo de una verde pradera donde medra una añosa fresneda que acaba de ser desmochada.



Después, ahora sí, las transitadas calzadas de peaje que llevan hasta La Corte.   

DOR