jueves, 30 de noviembre de 2023

DE PUENTE A PUENTE…

 



“…y tiro porque me lleva la corriente.”

Que levante la mano el que, teniendo más de cincuenta años, no se haya servido de este apotegma alguna vez en su vida. Entonces, la oferta de televisión resultaba escasa, y las tardes invernales se completaban con un bol de palomitas caseras y, sobre todo, con reñidas partidas de juegos de mesa. Hoy, con Netflix, HBO, Rakuten y demás, los fabricantes de tableros de juegos de mesa han pasado a la historia. Y el caminante, cuando está a punto de alborear el día veintitrés del mes de noviembre, intentará encontrar, en la localidad abulense de La Adrada, una reconfortante forma de evocar aquellas tardes. 

Ha estado pendiente de la reparación, cerca de Pelayos de la Presa, de un puente de la M-501, que había quedado afectado por las lluvias del mes de octubre, incidente que obligó a cortar la carretera durante unos días. La mañana está fría; entre el valle del Guadarrama y la localidad de Chapinería, la temperatura, en algunas zonas de la carretera, baja hasta los dos grados negativos. En la raya entre las provincias de Madrid y Ávila, cuando el valle del Tiétar queda al trascacho de las estribaciones de la sierra de Gredos, el termómetro comienza a subir. En el momento de entrar en el caserío de La Adrada, la temperatura es de ocho grados positivos y el cielo está despejado. Todo augura que, en lo referido al oraje, será un buen día.

Una vez dentro de la población, ha dejado la M-501 para tomar la carretera que va a La Iglesuela. A doscientos metros, junto a una gasolinera, un vial asfaltado sube por la izquierda hasta el otero donde, desde hace seis siglos, se ubica el castillo. En una de las calles que dormitan en la ladera oriental del cerro, a la puerta de una casa con apariencia de ser de fin de semana, manea la máquina infernal. Engalanado con los arreos necesarios para la jornada, el caminante saluda a una pareja de operarios municipales que, desde primera hora, se afanan en corregir los desperfectos ocasionados por las últimas lluvias. El castillo, con una restauración demasiado esmerada, es visitable desde 2003. El caminante, que tiene demasiada plancha pendiente, no puede esperar al horario de visitas establecido. No podrá examinar los logros realizados por los alarifes, pero, como compensación, será la naturaleza la que exponga los suyos, mostrando la imponente figura de un alcornoque centenario, que extiende sus ramas sobre uno de los cubos del lienzo sur de la muralla.



Por el muro de poniente, a través de un bosquete de coscojas, un camino terrizo desciende por la ladera. El camino termina en una gran explanada donde, en tiempo de feria, la municipalidad instala – o instalaba - la plaza de toros portátil. Al otro lado de la carretera, un camino carretero se encajona entre dehesas y muros de piedra. Por él, siempre hacia poniente, seguirá el caminante durante algo más de un cuarto de hora, hasta que un rumor de agua comienza a manifestarse. En un último descenso por un vial, ahora asfaltado, llega hasta el primer puente de la jornada: el Puente Nuevo. El puente, situado en el camino a Piedralaves y de recia construcción, salva el cauce del río Escorial o garganta de Valdetejo. Desde el sitio, el caminante ha previsto un recorrido por la margen izquierda de la corriente, hasta llegar al lugar donde el Escorial entrega sus aguas al río Tiétar, en un paraje conocido como Las Juntas. No tiene la certeza de que puede hacerlo, pues todas las reseñas encontradas llegan a Las Juntas por diferentes itinerarios, pero ninguna hace referencia al recorrido a la vera del río.


Junto al arranque meridional de la plataforma del puente, un camino de excelente traza se arrima a la orilla del rio. Por él, a favor de la corriente, inicia el caminante su aventura, con la zozobra de si, en algún momento, tendrá que darse la vuelta. La excelencia del camino termina cuando se acaban los prados y fincas a los que da servicio. Ahora, la que sigue junto a la orilla es una estrecha senda, que aparece y desaparece a voluntad de la vegetación.



El río, que, en esta parte de su recorrido, sirve de límite entre La Adrada y Piedralaves, presenta, para la época en que estamos, un caudal más que aceptable; no obstante, en caso de necesidad, no sería problemático descalzarse y cruzar por alguno de los vados que encontrará durante el recorrido. Sigue el caminante junto al agua, itinerario que solamente alterará cuando las rocas, o la cerrada vegetación le impidan el paso. Será entonces cuando tendrá que elevarse sobre la ladera para, entre el pinar o a través de praderías abandonadas, solventar la dificultad. En uno de esos prados, junto a un añoso muro de piedra seca, el caminante repone fuerzas. Sigue el río en su descenso SO, hasta que el curso topa con el cerro del Ortigal. La corriente evita el obstáculo virando hacia el S, para en setecientos metros llegar al encuentro del Tiétar. Desde el inicio junto al puente Nuevo, ha sido casi una legua de recorrido incierto y gratificante a partes iguales. En el horcajo, un lugar prácticamente llano, la enérgica corriente del Escorial frena a la del Tiétar, de tal forma que, durante un centenar de metros, éste último toma la apariencia de agua estancada.









Ahora a contracorriente, por la margen derecha del Tiétar, vuelve el caminante a la querencia del agua. Durante media hora deberá gestionar el trayecto entre el agua y un muro, de un metro de alto, que corre paralelo al río. Tiene toda la apariencia de cercar una finca particular y, en algún tramo, cuando la situación así lo requiera, el caminante no tendrá más alternativa que caminar por su interior, o sobre el mismo muro pues, con una anchura considerable, se puede caminar sobre él. Terminado el muro, vuelve a abrirse el río entre esbeltos pinos y verdes praderas, hasta que, tras el último meandro, sobre las rocas labradas por la corriente, aparece el arco principal del segundo puente de la jornada: el puente Mocha.







Podría decirse que el puente se encuentra en ruina consolidada. Con los pretiles desaparecidos y el empedrado de la calzada esperando una urgente rehabilitación, solamente el arco principal, de unos cuatro metros de luz, deja constancia del lustre de la construcción. En el intradós, como viene siendo (una mala) costumbre, no faltan los grafitis. Desde el arranque de poniente, balizada recientemente, una senda pasa por debajo de la carretera, para seguir junto al Tiétar esta vez por la orilla izquierda.


Tras media legua de gozo continuo, procurando ir siempre junto al agua, llega el caminante hasta el horcajo del Tiétar con el arroyo de la Higuera – que por aquí llaman de la Cercá -, cuya corriente se abre paso sorteando grandes piedras. Y quinientos metros más arriba, enmascarado entre los berruecos del entorno, encontrará el tercer puente del día: el puente Chico. Bastante más pequeño que los anteriores – de ahí el nombre -, y de sólida construcción, se encuentra situado en un escenario que bien parece sacado de una postal navideña.






Tendrá que caminar tres centenares de metros, ahora orientado hacia el septentrión, para volver a encontrase con el curso del Tiétar y con el cuarto puente de este singular juego de la oca, que el caminante comenzó a primera hora de la mañana: el puente Mosquea, que es, sin duda, el de mayor enjundia de los cuatro.


Tras la última visita, vuelve el caminante a su afán. El camino, ahora una excelente pista, discurre entre dehesas donde pasta el ganado y verdes praderas recamadas de pinos resineros. Sin duda un deleite para ir dando fin a la jornada. En algo menos de una hora, con la silueta del castillo en el horizonte próximo, entra en el caserío de la población, para, en un último arreón, subir al cerro donde se encuentra la fortificación.





La vuelta a la Corte, ya entre dos luces, tan tranquila como la ida.  

DOR