jueves, 30 de julio de 2020

LA CERCA REAL


Henry Kamen, con su obra El enigma del Escorial (sic), nos desasna sobre la génesis y construcción del Real Monasterio de San Lorenzo de El Escorial. En ella, el historiador propone que Felipe, aún príncipe, en un viaje que, en 1551, realizó por Alemania, asistió a la misa del Corpus en la abadía benedictina de Ettal. Sin duda, la imagen de la abadía, erigida en la falda de una montaña, con los Alpes al fondo, influyó en la idea que, cuatro años más tarde, pondría en práctica durante su reinado. Tras descartar algunos enclaves, en 1561 se decide en favor de la ladera meridional de la Sierra de Guadarrama, junto a la aldea de El Escorial. Una aldea tan a trasmano que el padre Sigüenza escribe que “estaba tan escondido y olvidado, que ni aun los escribanos y alguaciles de Segovia, tenían noticia del nombre de El Escorial”. Fray Juan de San Jerónimo, en sus memorias, abunda sobre la condición del sitio: “…en toda ella no había ni una chimenea ni una sola ventana, de modo que la luz, el humo, las bestias y los hombres, todos tenían una entrada y salida común”.
Desde el principio de la construcción, el ya rey Felipe II, tuvo la intención de dotar al monasterio de recursos propios, crear un entorno agradable y conseguir que fuera un lugar de reposo donde pudiera retirarse y practicar la caza. Para tal fin, y desde muy pronto, el monarca comenzó a comprar las tierras y fincas de los alrededores. En 1576 termina la cerca de La Herrería, finca que había comprado en 1562 por 15.000 ducados. En el mismo año finaliza el cercado de La Fresneda, finca que había adquirido, en 60.000 ducados, en 1563. Entre los años 1594 y 1595, invierte 80.000 ducados en la compra de terrenos, e indemnización a sus habitantes, de las aldeas de Monesterio y El Campillo. Dos años después se termina la cerca de éstas últimas. Resulta evidente que, con la unión de todas estas fincas, el monarca construía los muros que cerraban las fincas que iba comprando. Consiguió un coto cerrado en torno al monasterio, pero parcelado por cada una de sus anexiones. Tras algunas modificaciones, realizadas durante los reinados de Felipe III y Carlos III, fue Carlos IV quien modificó el cercado exterior de las fincas que componían el  conjunto. La cerca, con más de 10 leguas de perímetro y ocho pies de altura, fue dispuesta con taludes terrizos –saltaderos- que dejaba entrar y no salir la caza. Contaba con diez puertas: Las Navas, Chicharrón, Valdemorillo, Tercio, Navalquejigo, Las Zorreras, Las Cabezuelas, Guadarrama, Cuelgamuros y San Juan de Malagón. La de Navalquejigo toma su nombre de la aldea medieval, de la que había constancia desde el siglo XI, y que en la actualidad, después de no pocos avatares, ha devenido en un lugar histórico abandonado por la administración y, de hecho, tomada por grupos de okupas.

Al pie de la Cañada Real Segoviana, la fundación de Navalquejigo se adjudica a pastores segovianos. En el XIII ya hay constancia de la construcción de su iglesia. A principios del XVI pertenecía a Galapagar, y contaba con algo más de doscientos habitantes, casi el doble que la aldea de El Escorial. En el XVIII tuvo ayuntamiento propio, y en el XIX pasó, otra vez a depender de Galapagar. A finales del mismo siglo fue subordinada a El Escorial, de quien depende en la actualidad.

Han pasado 124 días desde que el caminante lio el último petate. Más de cuatro meses sin sentir el viento fresco de la mañana, y sin percibir el aroma dulzón del ládano. El remedio se presenta cuando asoma el noveno día del mes de junio. Las autoridades han tenido a bien permitir los desplazamientos por todo el territorio de la CAM, y el caminante, y la compaña, marchan al encuentro de lo casi olvidado. Será un sencillo recorrido lineal, que, para su realización, cuenta con la inestimable ayuda del ferrocarril. Desde el aparcamiento disuasorio del apeadero de Las Zorreras, lugar donde quedará apeada la máquina infernal, un amplio camino de tierra se dibuja en dirección SO, dirigiéndose hacia los últimos vestigios de la historia de Navalquejigo.

A unos minutos del apeadero, en un entorno de desvencijadas caravanas, inestables chamizos y herrumbrosa maquinaria se encuentra la terriza plaza de la Constitución. En una de sus esquinas, bajo la amable sombra de una familia de chopos, y más seca que una bacalada, se encuentra la sólida fuente-abrevadero en la que, hace unos años, la CAM invirtió sesenta mil euros para su rehabilitación. De vuelta a la plaza, en su centro geométrico, perdida entre el frondoso ramaje, no de un quejigo como hubiera sido cabal, sino de un álamo negro, resiste el paso del tiempo la picota del municipio. Termina la plaza en un herboso camino que, encajonado entre huertos, lleva hasta la sencilla, pero imponente, fachada granítica de la iglesia.



Bajo la advocación de la Exaltación de la Santa Cruz, presenta las características peculiares de una iglesia de frontera.  Aunque la data de la primera edificación podría situarse en el siglo XIII, durante los siglos posteriores sufrió numerosas modificaciones. La fachada principal, orientada a poniente, presenta una espadaña con tres huecos para las campanas. Bajo aquella, un sólido matacán protege la prístina puerta, cerrada con un arco escarzano. Es evidente la posterior reducción de la entrada, mediante la grosera construcción de un acceso de menor reputación arquitectónica. Ya en el interior, una escalera de caracol permitía el acceso al matacán y a las campanas. Con la cubierta hundida, sólo los sillares graníticos del cuerpo de la nave, han logrado resistir el paso del tiempo. El presbiterio, actualmente cerrado con una cancela, presenta, a parte iguales, la huella del vandalismo y de la desidia administrativa. Un rimero de trastos se acumula en el lugar, de tal forma que resulta dificultoso distinguir los escalones de granito que daban acceso al altar.




Terminada la visita, una senda casi perdida entre la vegetación sirve para llegar hasta lo que era el antiguo camino a Galapagar y Colmenarejo. Tras seiscientos metros de agradable camino, en la puerta de una antigua hacienda, un camino de menor entidad toma dirección al saliente. Entre coscojas, con la primavera en sus últimos estertores, llegan los caminantes hasta las noventa varas de la Cañada Real Segoviana. Cualquiera de las sendas abiertas en la cañada sirve para llegar hasta el embalse de Valmayor, a cuya orilla se accede por una de las portillas habilitadas para los pescadores. Arrimados al agua, los caminantes salvan la cola que forma el arroyo Ladrón dirigiéndose hacia la pared vertical de la presa de Los Arroyos. El paso a la otra orilla dependerá del nivel del agua del embalse. Si Valmayor está pletórico, el único camino hábil es el que corre por el coronamiento de la presa de Los Arroyos. No es el caso, y el paso lo realizan por un tosco puente de piedra que salva el cauce del arroyo.








En un principio, sin otra solución viable, el camino se encajona entre las oscuras aguas del embalse de Los Arroyos y el antañón muro de La Fresneda, la inmensa finca que, a mediados del XVI, comprase Felipe II. Acabadas las aguas del embalse, el muro seguirá junto al camino hasta llegar al pequeño embalse de Las Lagunas. Allí, el camino se pega a las vallas exteriores de la urbanización Ciudad Bosque Los Arroyos, rimbombante nombre de una de las urbanizaciones que rodean al despoblado de Navalquejigo y que, como nota curiosa, conserva, en las tapas metálicas de los pocillos del alcantarillado, el esquematizado escudo del perdido pueblo.







Llegan los caminantes al lugar por donde discurre el ferrocarril Aranjuez/El Escorial, cuya traza coincide con la histórica colada de Navalquejigo. Junto al zopetero de balasto, una añosa encina sombrea el camino. Seiscientos más adelante, el camino salva la vía del ferrocarril por un paso elevado. Al otro lado, tras superar las instalaciones de un club de tiro con arco, dos sólidas jambas graníticas sujetan una puerta metálica que permite el acceso a la verde dehesa donde dormita y pace el ganado. Estamos en el interior de la Cerca Real. Siempre con el ferrocarril a la siniestra, tras media legua de agradable recorrido, los caminantes vuelven a salvar los raíles por un segundo elevado. Tras superar una cerca donde se almacenan diversos materiales de construcción, el camino entra en la parte más interesante del recorrido.



No es necesario encorsetarse en el camino. Siempre con la inconfundible referencia del Monte Abantos a la diestra y Las Machotas al frente, el adehesado terreno permite, si ese es el gusto de quien lo recorre, caminar sobre las verdes praderas, sorteando torneados berruecos e hilvanando, una tras otra, las prietas sombras de centenarios fresnos. Seguramente estos son los lugares donde pastaban los centenares de bueyes que, según el tratado de José Quevedo, se emplearon para acarrear materiales en la construcción del Real Monasterio: “…al pie de ellas se veían llegar sin interrupción carros tirados por dos, cuatro, y algunos por diez y seis y veinte pares de bueyes, que formaban un cordón no interrumpido, desde las canteras á la obra, y desde esta á las canteras”.







Tras superar la última cancela metálica, el camino se estrecha entre zarzos hasta llegar a los viales asfaltados de una urbanización que quedó en proyecto. Siempre hacia poniente, y tras ruar por un par de solitarias calles del municipio, llegan los caminantes a la estación de El Escorial. Con puntualidad, a las 16:00 horas se pone en movimiento el convoy que, en seis minutos, dejará a los viajeros en el apeadero de Las Zorreras, donde aguarda la máquina infernal.

Antes de regresar a La Corte, queda tiempo para realizar la última visita. Al otro lado de la vía, entre viviendas unifamiliares, una pina calle sube hasta un cerrillo. Sufriendo la misma desidia que afecta al conjunto histórico de Navalquejigo, se encuentran las ruinas del Palacio del Montecillo de San Ignacio, restos de una gran edificación datada a finales del XIX, construida en mampostería, recercada de rubescente ladrillo en huecos de entrada y ventanales. Del acceso principal solo quedan las columnas y arcos que sustentaban el porche. Al igual que la Cerca Histórica, se encuentra ¿protegido? por el RD 52/2006 de 15 de junio.




Desde tan singular miradero, ya en el casi perdido horizonte, las inconfundibles siluetas del Montón de Trigo, Siete Picos, La Maliciosa, el Alto de las Guarramillas, Cabezas de Hierro,… 


DOR