miércoles, 31 de mayo de 2023

LA CUERDA DEL HILO

 

Será difícil precisar la fecha exacta. Pudo ser en el año 65 o el 66 del pasado siglo, cuando el futuro caminante, por primera vez, se encontró con la enigmática imagen de La Maliciosa. María Luisa Pinillos, la profesora de la disciplina durante algunos cursos del bachillerato, porfiaba en desasnar al grupo de zangolotinos –de ambos sexos- que asistíamos a las clases de Historia del Arte. Entonces, el plan de estudios básicamente se ceñía a los libros de texto y a las actividades dentro del aula. Era un tiempo en el que no se hacían muchas salidas, aunque algunas hicimos. En una de ellas, con el Museo del Prado como destino, se hizo una visita a una de las salas de Velázquez. Había algún grupo más, lo que hizo inevitable escuchar la explicación que, sobre el cuadro El príncipe Baltasar Carlos, a caballo, hacía el monitor de uno de ellos: “…y el paisaje de fondo es la sierra de Guadarrama, en concreto el pico de La Maliciosa”.


 

El caminante, que por entonces no tenía la condición de tal, puso limitada atención a la aclaración en la que, por el hecho de ser una pintura para ser colocada a cierta altura, sobre el dintel de una puerta, el pintor, para dar perspectiva, sobredimensionó en exceso el tronco del caballo. Sí puso todo su interés en aquella cima nevada, cuya visión consideró hipnótica. Hubieron de pasar muchos años, quizá demasiados, para que el encuentro con La Maliciosa se hiciese realidad. Bien desde el Alto de las Guarramillas, pasando por el collado del Piornal; bien desde La Barranca, con parada en El Peñotillo, el caminante, en más de una ocasión, sufrió y disfrutó hasta llegar a los 2227 metros de la cumbre. Hoy, cuando han pasado cincuenta y siete años desde aquella visita al museo, en el prólogo del ocaso de su ardor andariego, el caminante volverá a acercarse a la imponente cara sur de La Maliciosa. Esta vez será solamente una aproximación, pues su propósito es saber de lo desconocido, recorriendo veredas hasta ahora inéditas.

Faltan cinco días para el día del santo Isidro y el tiempo vuelve a darse la vuelta. Si hace quince días parecía que íbamos de camino a hacer una visita a Pedro Botero, tanto que se adelantó la apertura de las piscinas municipales, hoy, según las últimas previsiones, en la procesión del día habrá que sacar al santo labrador con una pelliza.

Como es su costumbre, sale temprano de La Corte. Llegar a Mataelpino, lugar de inicio de la ruta de hoy, es sencillo y cada cual buscará el trayecto más atrayente. El caminante lo hace desde Collado Villalba, pasando por Becerril de la Sierra. En Mataelpino, en un lugar donde convive la tradición – el antiguo pilar de La Chorreta - y el futuro – una moderna estación de carga para vehículos eléctricos - , encuentra el sitio idóneo para estacionar la máquina infernal. Desde allí sólo tendrá que poner rumbo al poniente por la calle del Frontal. No hay pérdida pues durante quilómetro y medio, en el camino coinciden el GR-10 y un tramo de la etapa Manzanares el Real–Cercedilla, del camino de Santiago de Madrid. A la derecha del camino queda el viejo depósito de agua, hoy inutilizado; a la izquierda, casi perdido entre el herbazal y la desidia municipal, el abrevadero de la Vereda del Guerrero. Unos centenares de metros más adelante, tras superar el cruce con el arroyo de La Gargantilla, abandona la traza de tan celebrados caminos, para tomar una senda que se arrima al curso del agua por su margen derecha. Superada una cancela metálica, se hace presente la imagen imponente de La Maliciosa.




Entre jaras, helechos y cantuesos, la vereda sigue un sostenido ascenso por la ladera. Superada una zona de descansaderos para el ganado, donde predominan las verdes praderas, el terreno comienza a arriscarse y el agua de los manaderos invade el camino. Arroyo y vereda se van encajonando en el pronunciado valle que forman el cordal de Los Asientos a poniente y la Cuerda del Hilo al naciente, cordal este que será su objetivo próximo. Ha llegado el momento de poner toda la atención para buscar el paso a la otra orilla del arroyo. En un lugar de grandes llambrias de granito desgastadas por la erosión y la corriente, en el sitio donde conviven un pino y un mostajo, el caminante deja la compañía del arroyo para comenzar una dura subida por la ladera que sube al cordal. La vegetación ha variado sustancialmente; el jaral comienza a perder su preeminencia y, poco a poco, el brezo y, sobre todo, la gayuba se adueñan de la abrupta ladera.







Es una dura subida, con un desnivel de más del 35%, que el caminante afronta con resignación y pasos cortos. Durante el ascenso, serán varias las paradas que deberá hacer para recuperar el aliento. En una de esas estadas, cuando el sol está casi en la vertical y mientras alivia el peso de las provisiones, observa la magnífica panorámica de lo ya recorrido. En el último tramo, quizá el más duro de la jornada, la senda serpea entre peñas graníticas, que la erosión ha tallado con formas sorprendentes. Por fin, en el cordal, sobre el llamado Collado de las Vacas, el caminante se encuentra con el valle del alto Manzanares. El collado, entre La Maliciosa y La Maliciosa Baja, alfombrado de enebro rastrero y piorno en flor, resulta un espectáculo para la vista. Hacia el septentrión, en la alineación de la Cuerda Larga, descuellan Valdemartín y Cabezas de Hierro. En el fondo del valle, en el inicio de un vertiginoso viaje hasta el embalse de Santillana, el joven curso del Manzanares, cuya nacencia, en el Ventisquero de la Condesa, queda oculta por la cima pétrea de La Maliciosa.










Sobre la Cuerda del Hilo, antes de poner rumbo hacia poniente, el caminante reflexiona sobre el camino a tomar. En un par de quilómetros, deberá tener resuelto el dilema de cuál será la vertiente por la que seguirá. Entretanto, mientras asciende por la suave ladera de La Maliciosa Baja, el cielo comienza a tomar semejanza con el del cuadro de Velázquez. Aún queda tiempo para decidir, pero intuye que será difícil tomar la decisión.



Siguiendo el cordal, por el que corre el PRM-16, el caminante se pone a prueba intentando reconocer los paisajes de cada vertiente. La ausencia de calima le permite distinguir, hacia el sur, los embalses de Navacerrada y Valmayor y, hacia el norte las crestas rocosas de La Pedriza.





Con el Cancho Porrón en el horizonte inmediato y más allá el Manzanares remansado en el embalse de Santillana, decide seguir la por la ladera que da al río, siguiendo la traza del PR. Con la temperatura subiendo a medida que el camino desciende, no estará de más ponerse a la sombra del espeso pinar que tapiza la vertiente elegida. A media ladera, con la Sierra de los Porrones a manderecha, la cómoda senda le permita caminar sin apenas esfuerzo y solazarse con las últimas vistas de La Cuerda Larga y las que ahora se abren de La Pedriza, donde se distinguen, con nitidez, la Peña del Yelmo y el Collado de la Dehesilla. Tras un atisbo de duda, en una desviación que baja hacia el fondo del valle, el caminante sigue por la curva de nivel. Junto al camino, después de cinco horas de andadura, se tomará un respiro para a comer.








Tras el descanso, la bondad del camino termina junto a un añoso muro de piedra. Junto al muro, con evidente impaciencia, el camino baja hasta la pista de macadán que recorre el valle. Por ella, ahora en un suave descenso, recorrerá algo más de media legua. Cuando se encuentra a un quilómetro escaso de la carretera que entra en La Pedriza desde Manzanares el Real, el caminante sale de la pista por la derecha. Por el nuevo camino, también de excelente firme, camina durante diez minutos. A la altura de un abrevadero, cambia el camino por una senda que se adentra en el piedemonte de la Sierra de los Porrones. Por un hueco en el suelo, tendrá que gestionar el paso de una cerca de alambre. Pasado el inconveniente, siempre hacia poniente, llegará a la soledad de la ermita de San Isidro. Tras el necesario refresco en la fuente, de nuevo sobre la traza compartida del GR-10 y el Camino de Santiago, entra en Mataelpino por el abrevadero de La Chorreta, a doscientos metros del pilón del mismo nombre, lugar donde dejo la máquina infernal en la mañana.    





         

DOR


viernes, 5 de mayo de 2023

EL PICO DEL NEVERO

Definitivamente, el tiempo está loco. Para la última semana del mes de abril, la previsión meteorológica anuncia temperaturas propias de la primera quincena de julio. Con esa perspectiva, el caminante fue muy cuidadoso en la elección del lugar adonde afanarse en éste último miércoles del mes de abril. Tras la tarea de búsqueda, decidió que su destino fuese la divisoria de aguas que forman los Montes Carpetanos. Y para dar más concreción al empeño, ascender por la ladera que va desde el municipio madrileño de Lozoya hasta el Pico del Nevero, previo paso por el puerto de Navafría.

Antes de salir, escuchada la información sobre el tráfico de la señorita del GPS, desestima el siempre problemático acceso por la A-1 y decide, confiemos que con acierto, llegar a su destino siguiendo el curso alto del río Lozoya, desde los puertos de Navacerrada y  Los Cotos.

Tras dejar atrás el Monasterio de El Paular, llega a Lozoya hilvanando varias localidades de raigambre serrana: Rascafría, Oteruelo, Alameda y Pinilla, las tres últimas con complemento toponímico común: del Valle. Apea la máquina infernal con el morro arrimado a un parquecillo, por el que corre el arroyo de La Fuensanta. Un lugar festoneado de grandes chopos, cuya sombra, a buen seguro, mitigará el sofocante sol de la tarde. Tras preparar los avíos, a contracorriente, sigue por un camino entablado que, con evidente tino, la municipalidad tiene instalado sobre la margen izquierda del arroyo. Siguiendo la carretera que sube al puerto, deja atrás el antiguo lavadero, hoy casa de cultura, y, tras superar una curva a derechas, un camino terrizo toma en dirección a poniente. Por él seguirá hasta salir de la población, justo en el lugar donde el arroyo de La Fuensanta recibe el tributo de las aguas del arroyo del Navarejo –Nevarejo en los antiguos mapas-.


 El camino, en ascenso, no tiene pérdida. Si alguna vez la traza se esconde bajo el verde herbazal, sólo tendrá que seguir la referencia de un musgoso muro, que queda a manderecha, y que forma parte de un recinto en el que se encierran varios prados, continuamente regados por una acequia que toma sus aguas del arroyo. Un centenar de metros más abajo, siguiendo la corriente a favor, en un idílico lugar, se encuentra la ermita de la Virgen de la Fuensanta. Tras la visita, el caminante continúa, siempre hacia el norte, en dirección al lejano cordal que se dibuja en el horizonte.




Su primer afán, aunque pierda algún tiempo, será localizar, trescientos metros más arriba, el azud que surte de agua a la acequia que corre por la pradera, y que riega los prados ya citados. Después, habrá de poner atención pues, caminados otro centenar de metros, deberá abandonar la compañía del agua, para, siguiendo la traza del viejo camino que comunicaba las localidades de Lozoya (Madrid) y Navafría (Segovia), internarse en el robledal, que al poco se convierte en un inmenso pinar de albares. Es un camino poco utilizado, en el que se necesita la inestimable ayuda de la brújula y, sobre todo, de la referencia de que hay que cruzar la carretera en tres ocasiones. Después del último cruce, la traza del camino carretero se hace más visible, serpeando por la ladera, siempre bajo el pinar. En la última revuelta, justo en el encuentro con un cortafuego, el caminante vuelve a perder la traza del camino. Tras unos instantes de duda, tres grandes piedras, estratégicamente situadas para impedir el paso a cualquier vehículo a motor, indican la continuidad del camino que, ahora, discurre por zona rocosa, y que ya no dejará hasta llegar al puerto de Navafría.










En el puerto, con una temperatura más que agradable, algunos ciclistas se toman fotos de grupo, después del esfuerzo de la subida por cualquiera de las dos vertientes. El caminante, por la parte segoviana de la linde provincial y siempre hacia poniente, comienza una rigurosa subida, de algo más de media legua, que terminará en los 2209 metros del Pico del Nevero. Son dos tramos claramente diferenciados: el primero, bajo el añoso pinar, con desniveles que, en algunos trechos superan el 25%, termina en el lugar llamado Alto del Puerto; el segundo, terminada la inestimable protección del pinar, discurre, con una pendiente moderada, entre rocas y algunas manchas de piornos y enebros rastreros. Un desolado lugar donde encontrará, además del último nevero de la temporada, vestigios, en piedra seca, de muros, casamatas y trincheras, todos restos de posiciones militares de la guerra civil.







Desde la cima, las vistas resultan casi inabarcables. Hacia el norte, al extremo de la accesible ladera segoviana, en el valle del río Cega, la localidad de Navafría; hacia poniente el cordal carpetano que llega hasta el Collado de Quebrantaherraduras, al pie de Peñalara; hacia el saliente, la parte del cordal que termina en el Puerto de Somosierra. Y hacia el meridión, la abrupta ladera madrileña que termina en el valle del Lozoya, y que será el camino de regreso del caminante. Al fondo del cortado, en un lugar que tiene toda la apariencia de ser la reliquia de un circo glacial, se encuentran dos lagunillas que unos nombran como Lagunas del Nevero y otros Lagunas de Hoyos de Pinilla o, simplemente, Lagunas de Pinilla.







Abandona el caminante la cima del Nevero por la ladera de poniente. Su afán será descender, entre rocas y piornos, hasta el sitio de  las lagunas, siguiendo los hitos de una cascajosa senda en la que habrá de poner toda su atención. Antes de comenzar el vertiginoso descenso, con las últimas nieves de Peñalara en el horizonte, termina con las provisiones. Las lagunas, parcialmente colmatadas por lodo orgánico y vegetación, se comunican entre sí y tienen, como salida natural, el llamado arroyo de Piedras Blancas.





Deja las lagunas por el sendero que transita por la ladera y que cruza el muro de separación entre los municipios de Pinilla del Valle y Lozoya. Sigue en dirección al otro regato que baja desde el Nevero: el arroyo del Hornillo. En la solana, al descubierto del sol de la tarde, el caminante encontrará placentero consuelo en la fresca corriente. Continúa por el sendero, con la vista puesta en un albo peñasco que se eleva sobre el verde intenso del piornal. Es la Peña del Cuervo, afloramiento de cuarzo lechoso que, al ser más resistente que las rocas gnéisicas del entorno, sufre una erosión notoriamente menor. Desde el promontorio, asomado al mirador, divisa su objetivo inmediato: el verde calvero donde se encuentra el área recreativa de El Mirador. Comienza el descenso sin camino definido; tras un corto eslalon por el piornal, localiza una senda, estrecha pero bien definida, que tiene pinta de poder llevarlo hasta su objetivo. Junto a una pared rocosa, cruza un arroyo que baja por la ladera. Unos metros más adelante, la senda entra en un magnifico pinar de albares, partido en dos por un espacioso cortafuego que, tras un corto recorrido, entra en la nava por la trasera de una fuente de fresco caño.










Al otro lado del área recreativa, el cortafuego continúa su descenso en dirección al valle. Por él seguirá el caminante durante cuatrocientos metros, hasta llegar al lugar donde el cortafuego toca tangencialmente una cerrada curva de la carretera. En ese punto, un camino desciende en busca del arroyo que ya pasó anteriormente.



Pasado el arroyo, el paisaje se trasforma. La altitud manda; por debajo de la cota 1500 los pinos dejan paso al rebollar. El caminante, bajo los troncos aún desnudos, deberá sortear varios atascaderos que enfangan el camino. Pasado el problemático tramo, el camino, que sigue en descenso, se encajona entre añosos muros de piedra. En la cota 1250 la temperatura ha subido considerablemente y la naturaleza nota el cambio. Verdea el follaje del robledal y, en un estallido de color, comienza a romper la floración de gamones, cantuesos, acianos y nazarenos.







La civilización se muestra cuando el caminante, upado sobre el último otero de la jornada, divisa el caserío de Lozoya. De nuevo el entablado de la pasarela volada sobre el arroyo de la Fuensanta, que lo llevará hasta la sombra de la chopera donde dejó la máquina infernal.  



DOR