sábado, 27 de abril de 2013

VILLA Y TIERRA DE PEDRAZA


Había previsto hacer esta ruta el sábado 27, pero el deseo no me dejó esperar. El miércoles anterior, pasadas las siete de la mañana, me incorporé al farragoso tráfico de una jornada laborable.

El amanecer se abrió con un cielo limpio de nubes y una temperatura moderada, lo que presagiaba un perfecto día para entender parte de los caminos de la Comunidad de Villa y Tierra de Pedraza. Antes de llegar al lugar donde iba a iniciar la ruta, asohora, la primera sorpresa de la jornada: la ermita de la Virgen de las Vegas. Este buen ejemplo del románico segoviano, se encuentra en un letífico lugar junto a la carretera que discurre paralela al río Cega, en el término de la escondida población de Requijada.



Cuando llegué a Pedraza me alegré de no haberlo hecho en sábado. La soledad de sus calles me permitió hacer un estimulante recorrido por su trazado medieval. Cuando salí por la única puerta de entrada al entramado de calles, un pedrazano, viva muestra de que la vida vecinal sigue existiendo en la villa, comenzaba su paseo mañanero.
                                      

                                      

Pedraza hubiera hecho feliz a Hécate, diosa griega de las encrucijadas, pues abre su único acceso a un cruce de tres carreteras. Allí, junto a un gran pilar de un solo caño, comencé mi andadura. El camino, tras una enérgica bajada, se estabiliza tras dejar a la siniestra la Casa del Águila Imperial, rehabilitación realizada sobre las ruinas de la antigua iglesia de San Miguel. Por uno de los arcos del acueducto, que otrora surtía de agua las huertas de la iglesia, el camino se empina entre el carrascal. Hasta llegar a Orejanilla, el camino, con la evidente huella del último temporal de lluvias, coincide con el recién habilitado Camino de San Frutos; 77 kilómetros que van desde el acueducto de la capital segoviana hasta la ermita del santo pajarero.

                                       
A Orejanilla se llega tras cruzar la cristalina corriente del río Pontón por un puentecillo sin barandal. Tras pasarlo y abandonar el Camino de San Frutos, a un cuarto de hora, por una zona de verdes prados rasgados por el albo Camino de la Hebilla, se encuentran los arruinados restos del templo del Espíritu Santo. Sin perder de vista el espeso soto del río, y antes de divisar el caserío de Revilla, el camino gira a la izquierda con dirección a la carretera. Allí, solitaria, mimetizada ante un fondo de crestones silíceos, con la medianería de un silente fosar, se alza la iglesia de San Juan Bautista. El recio muro que la rodea, y las dos cancelas cerradas con cadenas, me obligaron a remedar a los almonteños. En el solejar que da entrada a su galería porticada, y con objeto de tomar las fuerzas necesarias para reanudar el camino, hice las once. De buena gana hubiese estado más tiempo para tratar de comprender el significado de sus historiados capiteles, pero debía continuar.
                                      

                                      
                                      
Orillado a la solitaria carretera, sin camino definido, llegué al segundo barrio o pedanía del municipio de Orejana: El Arenal. Antes de dejar el asfalto, junto a un antiguo crucero que allí llaman la Cruz de Canto, una mujer de avanzada edad se afanaba, con una azada más añosa que su dueña, en limpiar de malas hierbas la entrada de su predio. Había leído de la proverbial entereza de los naturales de estas tierras, de tal forma que para ponderar el fuerte carácter de alguien es frecuente escuchar: es más duro que uno de Orejana.

-          Mala herramienta para su edad.

La mujer se encogió de hombros.

-          Esto no es nada. Me entretiene y me sienta bien.

Me paré un rato a hablar con aquella mujer. Tenía una gran cantidad de tutores clavados en la desmenuzada tierra, pero aún no había tomado la decisión de sembrar las judías.

-          Todavía está helando en las madrugadas, y si coge tiernos los brotes, adiós cosecha.

Antes de despedirme, me dio cumplida razón del paraje donde debía encontrar el siguiente objetivo de la ruta: el despoblado de La Alameda.
                               
                                
Únicamente un par de casas se mantienen en pie en La Alameda, todas las demás, en ruinas, acabarán engullidas por la maleza. Solo la fuente, en el lugar donde debía estar el centro de la población, se mantiene con vida, y su rumoroso y fresco chorro mitiga la sed del caminante. En el contorno, encinas varias veces centenarias sombrean las abandonadas praderías. Un camino policromado por finas arenas silíceas, me sacó hasta la carretera que sube a La Matilla. Tras cruzarla, un carril va descendiendo, entre pinos y encinas, hasta el río Cega.  
     


Unos centenares de metros antes de llegar al río, el fragor de las aguas resultaba inconfundible. Al llegar al risco sobre el Molino de la Cubeta, el bramido de la presa era ensordecedor. Varios troncos encajados en los muros del molino daban fe del nivel de las aguas en los últimos días. Después de un entretenido subir y bajar por la margen izquierda del Cega, a la contra de la briosa corriente, las sucesivas trochas me llevaron hasta la población de La Velilla, donde, a la orilla del agua, acabé con las provisiones. La media hora dedicada a la comida, me sirvió de descanso para afrontar la parte más áspera de la ruta.


De La Velilla a Pedraza hay, por carretera, algo más de dos kilómetros, pero mi camino no iba a ser ese. Avancé hasta la zona de los antiguos molinos, y subí hasta el viejo sabinar de la loma a la que llaman El Culebral, para entrar en Pedraza por el arroyo del Vadillo.

                                       

Camino de Madrid, al pasar por Sotosalbos, recordé el pasaje del Libro de Buen Amor, donde Juan Ruiz, en su camino a Sotos Alvos, narra su encuentro con La Chata, serrana portazguera del puerto de Malangosto. Estando allí, no me quedó más remedio visitar la iglesia de San Miguel Arcángel. De esta forma daba por terminado un provechoso día caminero, entreverado de hermosos ejemplos de románico segoviano.  

                                           



DOR



viernes, 19 de abril de 2013

UN ENCUENTRO INESPERADO


Lo vi acercarse lentamente. Bajaba por la carreterilla que parte en dos el paraje de La Herrería. Al principio no puse especial atención a su presencia; me pareció uno más de los paseantes que, desde San Lorenzo, se llegan hasta la Ermita de la Virgen de Gracia. Eran casi las cinco de la tarde, y me había llamado la atención, por lo extemporáneo, que una mujer, sentada en una de las mesas de madera que hay junto a la M-503, estuviese terminando su comida.
Yo, después de andar más de quince kilómetros por el puerto de San Juan de Malagón, y por el añoso castañar que se descuelga por la ladera de saliente de la Machota Alta, me paré sobre el puente que salva la corriente del arroyo del Batán. El tramo que me quedaba hasta la estación de El Escorial era el más monótono y previsible, y necesitaba hacer una recapitulación de lo que había sido la jornada. Fue en ese momento, quizá al verme con los mapas en la mano, cuando se acercó a mí.

-          ¿Quiere saber cómo se llama este arroyo?

En numerosas ocasiones me he encontrado con personas que, aunque no la necesites, te ofrecen su ayuda. Del saber de esos voluntarios siempre he obtenido una valiosa información que completa y enriquece las parcas explicaciones de los mapas. Entonces, con un rápido vistazo, me fijé detenidamente en él. El calzado deportivo de tonos claros contrastaba con el color negro del pantalón y de la cazadora montañera. Aunque parecía no necesitarlo, llevaba un curioso bastón que, más tarde, me confesó le había hecho su hermano allá en su pueblo: Bembibre. Sonreí, y esperé a que me diera su explicación.

-          Es el arroyo del Batán, aunque otros, desde este lugar, lo conocen como río Aulencia.

Simulando que desconocía aquella información, volví a mirar el mapa. Entonces, quizá para justificar su atrevimiento, argumentó:

-          Disculpe, creía que se encontraba perdido, pero ya veo que no.

No me interesaba iniciar una larga conversación, pues tenía intención de tomar el tren de las 17:13. Le pregunté si era vecino de San Lorenzo, y fue su contestación lo que me llevó a variar la hora de mi marcha a Madrid.

-          Vivo en el monasterio. Soy fraile.

Su vasto conocimiento de los alrededores me interesó. Se definió como buen caminante, aunque el peso de los años había acortado el recorrido de sus paseos.

-          Con dieciséis años, al poco de llegar del seminario que la orden tenía en Leganés, hice mi primera marcha. El maestro nos llevó hasta Peguerinos, y cuando volvimos al monasterio había pasado la hora de la cena.

El crecido caudal del arroyo, nos llevó a comentar el excelente año de aguas del que disfrutábamos. Enumeró todas las fuentes de los alrededores: la de La Reina, antiguamente Matalasfuentes; la de Las Arenitas; la de la Virgen de Gracia; la de La Prosperidad; la de Los Capones; la de El Seminario;...De pronto paró en su inventario y, con una sonrisa pícara, me dijo:

-          Todas éstas aparecerán en sus mapas. Pero hay una que seguramente no encontrará: la de Blasco Sancho o del Estribo, que está junto al estanque del monasterio. De esta fuente bebía un anciano hermano, ya fallecido, y que había llevado una muestra del agua a un laboratorio de Madrid, donde aseguraron que era el agua más pura que habían analizado nunca.

En ese momento me traicionó la memoria. Sabía que los jerónimos abandonaron el monasterio con la Desamortización de Mendizábal, pero no recordaba la orden que actualmente cumplen las cargas fundacionales de Felipe II. A mi escueta pregunta, contestó de forma detallada y a la vez concisa:

-          El Real Monasterio se mantuvo semiabandonado durante casi 48 años. La Orden Agustina, a la que pertenezco, se hizo cargo en julio de 1885 con más de un centenar de agustinos que llegaron desde Burgos y Valladolid. Dentro de unos meses se cumplirán 128 años de dedicación al culto de la Basílica, a la atención a la Real Biblioteca, y a la enseñanza. Un largo periodo, solamente interrumpido entre los años 1933 y 1939. En 1933 se suprimió la enseñanza en el Real Colegio Alfonso XII y en el Real Colegio Universitario María Cristina. El 6 de agosto de 1936, 106 religiosos de la comunidad, fueron detenidos y llevados a Madrid. En total 108 agustinos escurialenses fueron victimas durante la guerra; 70 de ellos descansan en las fosas de Paracuellos del Jarama. Ninguno de ellos mereció aquella muerte. En algún caso, como en el Gerardo Gil Leal, su dedicación a ayudar a los necesitados sigue tan reconocida, que tiene calle en El Escorial y en San Lorenzo. Ésta es nuestra memoria histórica.

Terminó su relato con un ligero temblor en su voz, pero, al momento, cambió el semblante, como tratando de olvidar aquello que me había contado.

Cuando miré el reloj de dí cuenta de que ya había perdido dos trenes más, y que no tenía mas remedio que marcharme. Él se dio cuenta de la situación, y me alargó la mano en señal de despedida.

-          Me llamo Modesto. Si necesita algo de mí ya sabe donde estoy.

Correspondí dándole mi nombre, y le trasmití el deseo de poder encontrarnos en otra ocasión.

Junto a la señal de madera que indica la fuente de Los Capones, volví la cabeza y vi como su figura se difuminaba entre los troncos del rebollar de la ermita. Aceleré la marcha acompañado de la extraña mistura del gorjeo de los mirlos y el sonido metálico de los golpes del campo de golf.
Camino de Madrid, con el tibio sol entrando por las ventanillas del tren, una sola idea rebullía en mi pensamiento. Tenía la impresión que aquel fraile no había pasado casi setenta años dedicado, exclusivamente, a la oración; su conocimiento y la forma de expresarse escondían algo más. Pero ya era tarde para preguntárselo.

Una y otra vez, una fuerza extraña me llevaba a la misma cavilación. ¿Era Modesto más que un sencillo fraile de la comunidad del Real Monasterio? Los datos de los que disponía eran pocos, pero lo intenté. Comencé, con nulo resultado, en la página web del ayuntamiento de Bembibre, pues sabido es que las corporaciones municipales, de cualquier tendencia, gustan de presumir de sus hijos ilustres. Cuando ya no lo esperaba, la suerte me acompañó. Asocié el nombre del fraile con el del Real Monasterio, y se hizo la luz. Apareció el nombre de Modesto González Velasco, archivero del Monasterio, y autor de innumerables obras relacionadas con aquél y con la orden Agustina. ¿Era aquel Modesto González Velasco el fraile con el que estuve charlando junto al arroyo del Batán? Tenía la corazonada de que eran la misma persona, pero debía averiguarlo.

Pasados dos días decidí que la solución pasaba por la búsqueda telefónica. Había observado que la práctica totalidad de las obras estaban editadas por Ediciones Escurialenses, editorial dependiente de la Provincia Agustiniana Matritense. Armado de valor y con pocas esperanzas, marqué uno de los números de teléfono de la editora. Una voz de mujer me atendió.

-          Perdone; el pasado día 10 conversé con un fraile que dijo llamarse Modesto. Averiguaciones posteriores me llevan a pensar que pudiera tratarse de Modesto González. ¿Podría usted ayudarme?

Escéptico, aguardé la contestación de la mujer. Esperaba la fría contestación de una funcionaria, indicándome que Modesto González había muerto hacía algunos años, pero resultó todo lo contrario.

-          Si quiere puede preguntarle a él, porque, precisamente, ahora está aquí. ¿Quiere que se lo pase?

Quedé en silencio por unos segundos. La casualidad me volvía a sonreír. La inconfundible voz del fray Modesto, que yo conocía, tronó al otro lado del teléfono.

Volvimos a charlar durante un buen rato. En la actualidad, su comisión como postulador en el proceso de canonización de los mártires agustinianos de la guerra civil, le ocupaba todo su tiempo. Me habló de sus viajes por Europa, y de su estancia, durante varios años, en los EE.UU.

Sine díe, volvimos a emplazarnos en un encuentro en el lugar de La Herrería, en el antiguo batán, o en cualquiera senda de la zona.     

DOR

martes, 2 de abril de 2013

UN REINO SOBRE LOS ESQUISTOS


El nuevo intento de hacer la ruta de La Cabrera ha vuelto a malograrse. Si el 19 de enero fue la muy nombrada ciclogénesis explosiva, dos meses después, el 23 de marzo, un segundo gatillazo, esta vez con menos fundamento, ha quedado grabado en nuestro expediente caminero. La modificación de última hora, guió nuestra andadura hasta uno de los trechos del camino que, de antiguo, seguían las gentes de la zona para llegar hasta Uceda. Además, de esta forma, completábamos un nuevo tramo de la Senda del Genaro: El Berrueco - Patones.

Cuando llegamos a El Berrueco, la amenaza de lluvia se hizo realidad y nos obligó a hacer uso de capas y chubasqueros. En los preparativos, un lugareño sorprendido por la algarabía de aquel grupo de orates se interesó por nuestro destino. Sus menudos ojos brillaron cuando le nombré los cerros y arroyos por los que íbamos a pasar. Sus recuerdos se remontaron a las veces que, para vender el ganado en la feria, recorrió el trayecto hasta Uceda, pasando por Torremocha del Jarama.
Comenzamos la ruta caminando sobre el Canal de El Villar, aquel que, desde la presa del mismo nombre, lleva el agua hasta Madrid. Las sucesivas borrascas –disfrute para unos e incordio para otros- evidenciaban un claro aumento del nivel del embalse de El Atazar.

Con la mirada puesta en la Atalaya de Torrepedrera, el caminó ascendió suavemente hasta el descansadero del antiguo camino de Torrelaguna, donde dos pasos canadienses guardan el ganado del tráfico de la M-133. Desde el cerro donde se encuentra la torre, un desnudo paisaje marca el horizonte de nuestra ruta. La atalaya forma parte de una línea de vigilancia que, desde Talamanca del Jarama hasta Buitrago del Lozoya, hacía imposible, sin ser vistas, el paso de tropas enemigas. Traté de imaginar a una pequeña guarnición musulmana vigilando los caminos, y avisando, mediante almenaras, a las vecinas torres de Arrebatacapas en Torrelaguna, o la de Mirabel, en el camino a Manjirón.


    



El camino, ya en el término de Patones, discurre faldeando por entre el jaral, donde todavía son evidentes las secuelas del incendio de agosto de 2002. Tras vadear el arroyo de San Román, una vertiginosa bajada nos metió en el bosque de ribera del arroyo Patones, cuya corriente tuvimos que saltar en más de una decena de ocasiones. Con el caserío a la vista y el estómago recordándonos que era la hora de comer, el grupo se dirigió a las antiguas eras de poniente. Allí, sobre la pradería, dimos buena cuenta de la bucólica…, y de algunas especialidades culinarias.


La pretendida visita, en grupo, a la localidad resultó un fiasco. ¡Que difícil resulta poner de acuerdo a cuarenta individuos de la clase humana! ¿La solución?: cada cual por libre, y a las 15:30 todos en la puerta de la otrora iglesia, hoy oficina de turismo. Una placa, adosada a uno de sus muros, intenta resumir la historia/leyenda de Patones: …Hasta rey cuentas en tu historia. La dominación francesa te ignoró…Algunos han querido ver la figura de una monarquía con origen el la invasión musulmana, pero lo más probable, dada su lejanía de Uceda, de quien dependía administrativamente, es que se tratara de una sucesión de hombres justos, o jueces de paz, que, con ecuanimidad, solventaban los litigios entre vecinos, recibiendo el calificativo de Rey de Patones. También parece dudoso que la soldadesca francesa, acuartelada en Torrelaguna, ignorase el lugar; lo más probable es que aquel olvido se debiese a que había poco que desvalijar.


A la hora acordada iniciamos el descenso hacia la vega del Jarama, donde nos esperaba el autobús. Después de doscientos metros por una carretera atestada de vehículos esperando a sus dueños, entramos en la senda que junto al farallón calizo baja hasta la nueva población que los patoneros fundaron en la primera mitad del siglo XX. Al abrigo de las rocas, a modo de resumen, se hizo un detallado recordatorio de los terrenos que habíamos pisado durante la ruta. La primera parte de la ruta la hicimos sobre el granito, de origen magmático y plutónico, continuamos por terrenos pizarrosos, o sea, metamórficos, y acabamos encajonados entre las calizas formadas la sedimentación millonaría de conchas marinas. Un variado muestrario geológico en apenas 12 kilómetros.

A pesar de la frustración causada por el segundo intento fallido de conquistar los granitos de La Cabrera, la corta jornada caminera resulto interesante.   
    
DOR