jueves, 17 de septiembre de 2020

CABEZA DEL VIEJO

Mapa del recorrido.

Hambre que espera hartura, no es hambre ninguna”. Así, de forma tan escueta y atinada, resuelve el refranero la agobiante sensación producida cuando, sin razón aparente, no vemos el final de una situación adversa. Podría asimilarse al cristiano “Dios aprieta, pero no ahoga”, o al más laico “No hay mal que cien años dure”.

El caminante no se calza las botas desde el veinte de junio pasado. Nada ha tenido que ver la pandemia, pues hace tiempo que se permite salir recorrer los caminos; sí ha tenido influencia el periodo de canícula pasado, que siempre resulta poco propicio para los lances andariegos. Inesperadamente, el mes de agosto se despide con una notable bajada de temperaturas, lo que propiciará el inicio de una temporada que, como el lector entenderá, se presenta incierta. Y el “hambre” del caminante tendrá cumplida “hartura” en la Sierra del Rincón, allá por la cuenca del curso alto del río Jarama.

El escabroso terreno, de moderadas alturas y profundas barranqueras, pondrá a prueba el tesón del caminante para recorrer alguno de los lugares descritos por Alfonso XI, allá por el siglo XIV, en el Libro de la Montería: “La Deheſa del Colmenar, e el Arroyo de las Huelgas, e la Deheſa del Eruelo es todo vn monte, e es bueno de Oſſo e de Puerco en verano e en inuierno en tiempo de la Vellora, e ſon las bozerias, la vna deſde la Caſa del Tello faſta el Otero, e la otra deſdel Otero faſta el collado de la Veguela, e la otra deſde el collado de la Veguela faſta el collado de las Palomas, e la otra deſde el collado de las Palomas faſta el Salmon. E es el armada al collado de Domingo Serrano”. Con el miramiento que corresponde, el caminante se atreve a actualizar el texto original: “La Dehesa del Colmenar, y el Arroyo de las Huelgas, y la Dehesa del Eruelo es todo un monte, y abunda el oso y el jabalí en verano y en invierno en tiempo de la bellota, y son las batidas, una desde la Casa del Tello hasta el Otero, y la otra desde el Otero hasta el collado de la Veguela, y la otra desde el collado de la Veguela hasta el Collado de las Palomas, y la otra desde el Collado de las Palomas hasta el Salmon. Y la armada (línea de puestos de caza) está en el Collado de Domingo Serrano”. Algo más complejo, y más atrevido, resulta identificar y relacionar los antiguos topónimos con los actuales. Del estudio de los mapas actuales y, sobre todo, de poner sobre ellos los movimientos y recorridos realizados por los batidores, para llevar la caza al lugar pretendido, el caminante se atreve a aventurar lo que sigue:

Dehesa del Colmenar.- Quizá se refiera a la ladera meridional de la Peña la Dehesa, a cuatro quilómetros al N de Colmenar de la Sierra, donde nace el arroyo de La Dehesa; Arroyo de las Huelgas.- Actualmente tiene el mismo nombre. Nace el Collado de las Palomas y entrega sus aguas al Jarama; Dehesa del Eruelo.- Dehesa de la Hiruela; Casa del Tello.- No aparece en los mapas actuales. Debió ser una hacienda, o casa de labor, cercana a Colmenar de la Sierra; El Otero.- A tres kilómetros, al SE de Colmenar de la Sierra, existe un Collado del Otero junto al Cerro San Cristóbal, por lo que pudiera colegirse que el antiguo topónimo se refiera a éste último; Collado de la Veguela.- Se refiere al lugar donde se encuentra el actual despoblado de La Vihuela; Collado de las Palomas.- Entre Cabeza del Estillo y Peña Hierro. Conserva el mismo nombre; El Salmon.- Actualmente Cerro Salinero. Cerraba el abanico de la batida. ; Collado de Domingo Serrano.- Actualmente Collado de Mingo Serrano. 


Mapa de las batidas.

El primero de septiembre, con un tráfico aceptable, el caminante, a lomos de la máquina infernal, cruzael Lozoya a la altura del embalse de Riosequillo. En el quilómetro 76 de la nacional I, dejada a manderecha la localidad de Buitrago del Lozoya, la carreta local M-137, de buen firme y traza sinuosa, se encamina hacia el saliente. En Prádena del Rincón, la abandona para tomar la M-130 que se dirige a La Puebla de la Sierra. Cuando las laderas del puerto comienzan a empinarse, un ramal, de algo más de un quilómetro, construido hace pocos años, permite el enlace con la carretera que dejó en Prádena y que, tras un recorrido de una legua, lo dejará en el último municipio de la Comunidad de Madrid: La Hiruela.

Apeada la máquina infernal en uno de los estacionamientos de la localidad, cruza la carretera en el lugar donde unos viajeros de caravana preparan, en un infiernillo al aire libre, un contundente desayuno. La desagradable realidad de caminar por el asfalto, le hace buscar la solución salvadora de un camino terrizo que corre paralelo a la antigua acequia que daba servicio al pueblo. Llegado el momento, solamente deberá bajar por un pequeño talud que lo dejará en la pronunciada curva de la carretera, donde el GR-88 coincide con un empinado camino.

El carril, de firme pedregoso e inestable, comienza sin miramiento. El caminante se entrega a tan duras rampas, mientras el quieto caserío de La Hiruela queda en el horizonte inmediato. Guiado por las intermitentes marcas del GR, alcanza un etéreo descanso en el piedemonte del Cerro El Morro. Por la derecha, al pie de un solitario roble, una desdibujada senda se separa del carril y emprende el ascenso. Por fortuna el sol continúa oculto tras las nubes, lo que facilitará la porfía. Pasadas las crestas de El Morro, el siguiente hito es el puerto que, entre el Cerro Salinero y El Alto del Porrejón, se dibuja en la distancia. Atrás quedan, en orden de proximidad, los rodenos tejados de La Hiruela y El Cardoso de la Sierra. La vereda, entre brezos y escobas, continúa al pie de la ladera de naciente del Salinero, con rumbo al collado del mismo nombre. El paso natural, además de un cruce de pistas, caminos de herradura y senderos, es el punto de carga de agua del servicio contra incendios. Para tal fin se encuentra un depósito estanco de aluminio, donde está prohibido el baño.









En mitad del collado, el caminante levanta la vista hacia el mediodía, encontrándose con el somo del Alto del Porrejón, que se muestra con una apariencia inaccesible. Inicia la subida por un carril que, por la izquierda, se interna en un pinar de repoblación. Un centenar de metros más adelante, abandona pinar y carril para continuar por un sendero que sube por la ladera. Es un terreno áspero, en el que, en alguna ocasión, deberá ayudarse de las manos para sortear los riscos. En un primer resalte rocoso, lugar idóneo para reponer fuerzas, recapitula lo andado. Distingue, desde tan privilegiado balcón, en primer término el collado, más allá el Cerro Salinero y por encima, en la última línea del horizonte, la inconfundible silueta del Santuy, ya en la provincia de Guadalajara. Los afloramientos pizarrosos, singularmente colocados por la naturaleza, le recuerdan a los antiguos campos de piedras hincadas, tan comunes en la defensa de castros celtíberos y otros recintos amurallados.




No es la primera vez que el caminante sube al Porrejón. Sí lo es con los pastos cervunos dorados por el sol del verano. Lo que nunca cambiará será la sensación de dominio que se siente desde su vértice geodésico. Desde sus 1828 metros, las vistas bien merecen ser evocadas: hacia poniente, Montejo de la Sierra y Prádena del Rincón; al mediodía, en el fondo del valle, escoltada por La Tornera y la Peña de la Cabra, Puebla de la Sierra; y al naciente, Peña Hierro, que será el próximo jalón en el afán del caminante. Todavía acompañado del GR, se dirige hacia las verticales paredes de Peña Hierro. Al aproximarse todo queda oculto tras el impresionante riscal. Cuando parece que acaba al pie de la pared rocosa, la vereda se abre en dos, de tal forma que el caminante resuelve que sea el azar el que decida. La suerte, coincidente con la traza del GR, lo lleva por la ladera del ocaso hasta rebasar la peña. Comienza, ahora, una pronunciada bajada hasta el Collado de las Palomas, donde abandonará al GR que, en descenso, sigue su recorrido hasta Puebla de la Sierra.







Por el collado cruza la pista que recorre los valles de ambas vertientes. El viejo paso de caza, citado en el Libro de la Montería, alberga, estratégicamente situados, varios puestos construidos con el método de piedra seca. Vuelve el camino a encabritarse en la subida de la Cabeza del Estillo, desde donde, el caminante, vuelve a recapitular la parte visible del camino recorrido. Persevera por la línea del cordal que separa las autonomías de Madrid y Castilla-La Mancha, hasta llegar a la cima del Pinhierro. Entran camino y caminante en tierras de Guadalajara, para dirigirse hasta la cumbre de Cabeza del Viejo, donde encuentra al único bípedo implume de la jornada, que, desde una caseta bien pertrechada, cumple la labor de vigilancia contra incendios. Guardando una prudencial distancia, charlan durante unos instantes, pues la situación actual no auspicia la comunicación continuada entre desconocidos.



Tras la despedida, toca ahora bajar por el pinar que tapiza la ladera septentrional. El descenso, de aproximadamente un kilómetro, y que se preveía confuso por causa de la vegetación, queda facilitado por la reciente apertura de varios accesos, quizá utilizados para la saca de madera. El principal, todavía con las rodadas de la maquinaria pesada, baja por la loma hasta la pista que recorre la ladera, donde, para infortunio del caminante, acaba el pinar y comienza el robledo. Y el infortunio no es otro que la impertinente plaga de mosca del roble que, sin solución, insiste en el acoso constante. En busca del Arroyo de la Huelgas, deja la pista por otra menor que desciende por la derecha, y que también abandonará para, ahora sin camino, llegar hasta el arroyo. Del viejo robledal de albares, seguramente perdido en la época del carboneo, aún quedan algunos ejemplares, cuyo número va menguando a causa de enfermedades y tormentas. Junto a la menguada corriente, con la presencia de ganado suelto, el acoso de la mosca se hace más persistente. Queda claro que  debe salir de aquél bajío cuanto antes, por lo que será necesario modificar el itinerario previsto.


Al otro lado del arroyo, un camino sube por la pina ladera. Serán ochocientos metros de inclemente ascensión que pondrán al caminante fuera del robledal y, por lo tanto, a salvo del tormento. Siempre hacia poniente, llega al piedemonte del Cerro El Morro, donde encuentra la traza del GR que recorrió a primera hora de la mañana. De nuevo, ahora con la luz de la atardecida, se hace presente la última panorámica del caserío de La Hiruela. 


Nunca está de más ruar por tan pulidas calles. Y el caminante, antes del regreso a La Corte, se llega hasta la fachada de la iglesia de San Miguel Arcángel. Frente al ayuntamiento, la fuente, instalada por la diputación en 1958, pone refrescante final a la jornada.


DOR