jueves, 18 de julio de 2013

LA MAJADA ARANGUEZ

Pasados diecisiete días desde que dos técnicos forestales del ministerio me pusieran los dientes largos, el pasado día 20 de junio, aprovechando los últimos deshielos, decidí hacer la travesía Puerto de los Cotos – San Ildefonso, pasando por la Majada Aranguez. Aquel día, en aquel didáctico encuentro, los técnicos me preguntaron si había llegado hasta el chozo. Ante mi negativa, me aconsejaron visitar el lugar, ahora que los inmensos canchales de Peñalara nutren a varios de los arroyos que allí se forman.

A primera hora de la mañana, el intercambiador de Moncloa era un hervidero de mochilas y bastones. La coincidencia con una nutrida representación de una asociación senderista de Moratalaz, casi puso el “completo” en el autobús. Al llegar al destino, la algarabía del viaje contrastó con el denso silencio del puerto.



La suave brisa deshilachaba las nubes, y unos tímidos rayos de sol comenzaban a definir la evidente línea montañosa de la Cuerda Larga. Por la derecha del edificio del Club Alpino, ahora en venta, sube la senda del Batallón Alpino rasgando la ladera de Dos Hermanas. Esta vereda fue utilizada para proveer de bastimentos a las unidades republicanas apostadas en las trincheras de Peña Citores. Al salir del añoso pinar, el piorno se adueña del collado, y un abanico de paisajes increíbles se abre ante los ojos del caminante. El camino, tras una muy bien conservada línea de trincheras, realizadas con muros paralelos de mampostería, sigue una segunda línea de trincheras excavadas en el suelo. Después de cruzar los vallejos de los arroyos Dos Hermanas y Quebrados, la estrecha senda, difuminada entre el piornal, toma dirección norte, paralela a la divisoria de aguas entre Madrid y Segovia. Tras un kilómetro por la cota 2200, la senda, en un alarde contorsionista, comienza un entretenido descenso hasta el verde espectáculo de las majadas Hambrienta y Aránguez, donde se adivina el albo tejado del chozo.




Razón tenían los forestales al recomendarme aquel paisaje. Un sinfín de manaderos riegan las majadas, antes de precipitarse en busca del Eresma. Cruzando veneros y evitando charcas de aguas claras, la senda se adentra en el Pinar de Valsaín, que ya no abandonará hasta el final de la ruta. El vado de Oquendo, junto al rumoroso arroyo Carneros, resultó el lugar propicio para comer y descansar durante media hora.





Podía haber seguido la pista terriza que pasa por la fuente del Chotete, pero, ya que mis reservas de agua estaban casi intactas, preferí tomar la estrecha senda que sube y baja por la margen derecha del arroyo. Tras media hora de reconfortante camino, aparece el sólido muro del recinto del palacio de La Granja. Sin abandonar su silente compañía, el camino entra en el caserío de San Ildefonso junto a la desvencijada plaza de toros.



En el autobús que me llevaba hasta Segovia, una viajera que se dirigía a pasar la tarde a la capital, definió, mediante una sentenciosa explicación, el clima que disfrutan en aquellos parajes:

-          Dile que, cuando quiera, se pase por mi casa; ya hemos preparado la piscina…, aunque todavía no hemos quitado la manta de la cama.


En el camino de vuelta a Madrid, otra vez la figura yacente de la Mujer Muerta, ahora iluminada por el rodeno sol del ocaso.  

DOR

martes, 2 de julio de 2013

BAJO UN PARASOL SILVESTRE

Cuando el caminante, casi al terminar la jornada, transido de paisajes, se asoma a Valsaín desde el Cerro del Puerco, recibe la impresión de que su caserío, al otro lado del Eresma, se encuentra colocado en el centro de un inmenso campo de golf.


En aquel lugar, que ya era un inmenso cazadero en la época de Alfonso XI: “Valsavin es muy real monte de oso, et de puerco en verano, et á las veces en ivierno”, se construyó un pabellón de caza, que fue ampliado por Enrique III y Juan II. En el siglo XV, Enrique IV hermoseó el pabellón convirtiéndolo en una fortaleza mudéjar. Pero fue en el siglo siguiente, cuando el príncipe –futuro Felipe II-, después de un viaje de tres años por Europa, se embarca en la construcción de un palacio de trazas y estilo flamencos, siendo el primer palacio español con las cubiertas de pizarra. Un voraz incendio durante el reinado del último Austria –Carlos II-, inició la ruina del magnificente palacio. Felipe V, primer rey de la siguiente dinastía, optó por no reconstruir el palacio, eligiendo el lugar donde se encontraba la antigua ermita de San Ildefonso, para la construcción de una nueva residencia real, más acorde con el gusto francés. Para la construcción del nuevo palacio se utilizaron muchos de los materiales del de Valsaín, lo que precipitó, aún más, su deterioro. Desde la distancia, solamente el descubierto esqueleto de la Torre Nueva sigue siendo visible. En el día de hoy, los restos de las arruinadas dependencias sirven de corrales para el ganado, y la magnífica arcada de la entrada al palacio se utiliza para almacenar leña. Una pena.


Una amable charla con dos técnicos forestales del Ministerio de Agricultura, que a primera hora de la fresca tarde se afanaban en su labor, me sacó de mi supina ignorancia sobre los apabullantes datos del inmenso pinar de Valsaín. Cerca de 10.700 hectáreas –divididas en 25 cuarteles-, y más de cuatro millones de pinos conforman el inmenso parasol que hace las delicias del visitante. Para la labor de entresacado y aclareo que estaban realizando, se servían de un gigantesco pie de rey con el que medían el grueso de los troncos, y de un hacha con la que hacían una visible marca en cada ejemplar a eliminar. A esta labor mecánica, añadían su experiencia para marcar el tronco de los ejemplares con copas poco desarrolladas y de troncos torcidos. Se trata de una paciente labor que da sus frutos cuando, tras unos 120 años, un pino se tala para su aprovechamiento maderero. Entre ese mar de pinos silvestres, bajo la gratificante presencia de la imagen nevada de Peñalara, transcurrió el recorrido del pasado tres de junio.

 

El día invitaba a la contemplación del paisaje. Opté por dejar el coche, y desplazarme en autobús hasta Valsaín, previa escala en Segovia. Los romos cerros de la Sierra del Quintanar, y la inquietante silueta de la Mujer Muerta, acompañaron el viaje durante un buen trecho. Tras el trasbordo en la capital segoviana, el autobús me dejó en la Pradera de Navalhorno, junto a las instalaciones del Real Aserrío de Valsaín. Desde allí comencé a andar.


La impetuosa corriente del arroyo de la Chorranca ponía la muestra de lo que iba ser todo el recorrido: agua por doquiera. El rumor del agua mitigaba el monótono caminar por la asfaltada pista. Antes de rodear el cerro del Moño de la Tía Andrea, la visita a la fuente del Chotete, nombrada por el Instituto Geográfico Nacional como del Chochete; que no sé en que estaría pensando el funcionario cuando confeccionó el mapa. Después, de espaldas a Peñalara, un ramal del camino sube hasta el lugar donde se solazaba Francisco de Asís, rey consorte de Isabel II. Una desvaída inscripción en un pétreo asentadero así lo atestigua.

Un tronco sobre el arroyo de la Chorranca evitó que tuviera que quitarme las botas para vadear la caudalosa corriente. Ya en la margen derecha, una trillada senda conduce hasta el estruendoso salto de agua que se despeña por un cortado rocoso de más de veinte metros.



No tenía ganas de volver a la tediosa pista. En el lugar donde las aguas del arroyo se cruzan con las de la cacera que, junto al arroyo Carneros, surte de agua a las fuentes del palacio de La Granja, comencé una reconfortante subida hasta encontrar la toma de agua. Desde allí, siguiendo el curso del arroyo Peñalara, remonté hasta el camino que faldea la Majada Hambrienta. Con la refrescante presencia del arroyo del Tío Levita, terminé las provisiones justo en el lugar donde el camino abandona la horizontal para comenzar el descenso hasta Valsaín. Allí, el encuentro ya referido con los técnicos forestales. Un sencillo crucifijo metálico domina el conjunto rocoso de la Cueva del Monje, al que se sube con la ayuda de una escalera de madera, confundida entre las añosas ramas de unos cerezos. Al intentar bajar, la inquietante presencia de una mugidora vaca me impedía el paso. Resultó que el animal tenía más miedo que yo; un par de voces y escapó a la carrera hasta el lado opuesto del calvero.
 

 

 
El camino se empina para llegar a la zona de trincheras y nidos de ametralladora del Cerro del Puerco, para bajar hasta el aserradero por un serpenteante camino.

 


Más tarde, con puntualidad británica, el autobús hasta Segovia, y el enlace hasta Madrid.

DOR