Cuando el caminante, casi al terminar la jornada,
transido de paisajes, se asoma a Valsaín desde el Cerro del Puerco, recibe la impresión
de que su caserío, al otro lado del Eresma, se encuentra colocado en el centro
de un inmenso campo de golf.
En aquel lugar, que ya era un inmenso cazadero en
la época de Alfonso XI: “Valsavin es muy
real monte de oso, et de puerco en verano, et á las veces en ivierno”, se
construyó un pabellón de caza, que fue ampliado por Enrique III y Juan II. En
el siglo XV, Enrique IV hermoseó el pabellón convirtiéndolo en una fortaleza
mudéjar. Pero fue en el siglo siguiente, cuando el príncipe –futuro Felipe II-,
después de un viaje de tres años por Europa, se embarca en la construcción de
un palacio de trazas y estilo flamencos, siendo el primer palacio español con las
cubiertas de pizarra. Un voraz incendio durante el reinado del último Austria
–Carlos II-, inició la ruina del magnificente palacio. Felipe V, primer rey de
la siguiente dinastía, optó por no reconstruir el palacio, eligiendo el lugar
donde se encontraba la antigua ermita de San Ildefonso, para la construcción de
una nueva residencia real, más acorde con el gusto francés. Para la
construcción del nuevo palacio se utilizaron muchos de los materiales del de
Valsaín, lo que precipitó, aún más, su deterioro. Desde la distancia, solamente
el descubierto esqueleto de la Torre Nueva sigue siendo visible. En el día de
hoy, los restos de las arruinadas dependencias sirven de corrales para el ganado,
y la magnífica arcada de la entrada al palacio se utiliza para almacenar leña.
Una pena.
Una amable charla con dos técnicos forestales del
Ministerio de Agricultura, que a primera hora de la fresca tarde se afanaban en
su labor, me sacó de mi supina ignorancia sobre los apabullantes datos del
inmenso pinar de Valsaín. Cerca de 10.700 hectáreas
–divididas en 25 cuarteles-, y más de cuatro millones de pinos conforman el
inmenso parasol que hace las delicias del visitante. Para la labor de
entresacado y aclareo que estaban realizando, se servían de un gigantesco pie
de rey con el que medían el grueso de los troncos, y de un hacha con la que
hacían una visible marca en cada ejemplar a eliminar. A esta labor mecánica,
añadían su experiencia para marcar el tronco de los ejemplares con copas poco
desarrolladas y de troncos torcidos. Se trata de una paciente labor que da sus
frutos cuando, tras unos 120 años, un pino se tala para su aprovechamiento
maderero. Entre ese mar de pinos silvestres, bajo la gratificante presencia de
la imagen nevada de Peñalara, transcurrió el recorrido del pasado tres de
junio.
El día invitaba a la contemplación del paisaje.
Opté por dejar el coche, y desplazarme en autobús hasta Valsaín, previa escala
en Segovia. Los romos cerros de la Sierra del Quintanar, y la inquietante
silueta de la Mujer Muerta, acompañaron el viaje durante un buen trecho. Tras
el trasbordo en la capital segoviana, el autobús me dejó en la Pradera de
Navalhorno, junto a las instalaciones del Real Aserrío de Valsaín. Desde allí
comencé a andar.
La impetuosa corriente del arroyo de la Chorranca
ponía la muestra de lo que iba ser todo el recorrido: agua por doquiera. El
rumor del agua mitigaba el monótono caminar por la asfaltada pista. Antes de
rodear el cerro del Moño de la Tía Andrea, la visita a la fuente del Chotete,
nombrada por el Instituto Geográfico Nacional como del Chochete; que no sé en
que estaría pensando el funcionario cuando confeccionó el mapa. Después, de
espaldas a Peñalara, un ramal del camino sube hasta el lugar donde se solazaba
Francisco de Asís, rey consorte de Isabel II. Una desvaída inscripción en un pétreo
asentadero así lo atestigua.
Un tronco sobre el arroyo de la Chorranca evitó
que tuviera que quitarme las botas para vadear la caudalosa corriente. Ya en la
margen derecha, una trillada senda conduce hasta el estruendoso salto de agua
que se despeña por un cortado rocoso de más de veinte metros.
No tenía ganas de volver a la tediosa pista. En
el lugar donde las aguas del arroyo se cruzan con las de la cacera que, junto
al arroyo Carneros, surte de agua a las fuentes del palacio de La Granja,
comencé una reconfortante subida hasta encontrar la toma de agua. Desde allí,
siguiendo el curso del arroyo Peñalara, remonté hasta el camino que faldea la
Majada Hambrienta. Con la refrescante presencia del arroyo del Tío Levita,
terminé las provisiones justo en el lugar donde el camino abandona la
horizontal para comenzar el descenso hasta Valsaín. Allí, el encuentro ya
referido con los técnicos forestales. Un sencillo crucifijo metálico domina el
conjunto rocoso de la Cueva del Monje, al que se sube con la ayuda de una
escalera de madera, confundida entre las añosas ramas de unos cerezos. Al
intentar bajar, la inquietante presencia de una mugidora vaca me impedía el
paso. Resultó que el animal tenía más miedo que yo; un par de voces y escapó a
la carrera hasta el lado opuesto del calvero.
El camino se empina para llegar a la zona de
trincheras y nidos de ametralladora del Cerro del Puerco, para bajar hasta el
aserradero por un serpenteante camino.
Más tarde, con puntualidad británica, el autobús
hasta Segovia, y el enlace hasta Madrid.
DOR
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