martes, 31 de octubre de 2017

EL RÍO DE LA ACEBEDA

Quizá nunca cinco leguas de curso fluvial dieron tanto juego histórico,…y tanto pleito. Las aguas del de la Acebeda, aquel que comienza su andadura en el collado de Tirobarra como arroyo de los Horcajos, y muere con el nombre de río Frío al entregar sus aguas al Milanillos, han sido, y aún lo son, fundamento esencial para la supervivencia del paisaje y, sobre todo, del paisanaje de las tierras que van desde las sierras del Quintanar y la Mujer Muerta hasta la ciudad de Segovia.

El hallazgo casual de un sestercio romano, acuñado durante la primera veintena del siglo II d.C., ha llevado a los investigadores a modificar la data de construcción del acueducto de Segovia. La moneda, perdida quizá por uno de los obreros que trabajó en las obras, ha permitido concluir que fue en el siglo II, y no en el I, cuando se realizó la construcción. Siglo arriba, siglo abajo, lo cierto es que, de una forma u otra, el río de La Acebeda lleva casi dos mil años aportando sus claras aguas a la ciudad de Segovia. Para tal fin, los romanos trazaron una cacera que, tras un recorrido de más de dos leguas, unía las cotas 1255 del azud del río y 985 del alcázar segoviano. Tiempo más tarde, cuando la cacera romana ya era cacera real, desde el mismo lugar, se trazaron dos nuevas acequias: la de Hontoria, hoy abandonada, y la de Revenga, todavía en servicio. Y, como era de esperar, comenzaron las disputas. “Lo quinto: por cuanto yo soy informado, é se halla que los dichos concejos de Ontoria é Revenga tienen dos caceras que salen del dicho Riofrio, é van debajo de la dicha cacera real, é por causa de ellas se han hecho en la dicha cacera real muchas quebradas é buhardas por llevar el agua de lo de la dicha cacera real á las dichas sus caceras…”. El texto corresponde a las Ordenanzas para Guiamiento de Agua de 1435 de Juan II, a las que siguieron las ordenanzas del Infante, luego Enrique IV, en 1440, 1446, 1449 y 1468. “…y es mi voluntad, que los dichos concejos de Ontoria é Revenga, ni los vecinos é moradores de ellos, de aqui adelante para siempre jamás no tomen ni se aprovechen de agua alguna de dicho Riofrio, ni los dichos concejos, ni algunos de ellos, ni otras personas de cualquier estado, condición, preeminencia é dignidad que sean, de allí adelante en ningún tiempo ni puedan tomar, ni tomen, ni se aprovechar, ni aprovechen de agua alguna de la dicha cacera real,,,” . “…e que la dicha agua de la dicha cacera quede toda libre y exenta para la dicha mi cibdad, é para mi Alcázar…”. “…por nueva merced que yo les fago de ello, sopena de dos mil maravedís a cada uno que lo contrario hiciere para mi cámara.” Las pérdidas de caudal, ya fueran rutinarias o provocadas, se solucionaron en 1929 con el tendido, por la misma traza de la acequia existente, de una tubería soterrada.

El sostenido crecimiento demográfico de la ciudad de Segovia, llevó a los munícipes a abordar  el problema del abastecimiento. En último día de 1953 se inauguró, media legua más abajo del azud romano, la presa de Puente Alta. Una modesta presa de gravedad, con una capacidad de 2,50 Hm3, que abastaría la conducción de agua potable de Segovia, así como de Hontoria, Revenga, Navas de Riofrío, La Losa, Ortigosa del Monte, Otero de Herreros, Los Ángeles de San Rafael y El Espinar. Las históricas caceras de Revenga y Hontoria, que regaban los sotos de ambas localidades, se beneficiarían de la presa solo en el tiempo que de marzo a octubre, siempre que hubiera sobrante. En 2003, los revenganos, algo insatisfechos con el reparto, interpusieron un contencioso administrativo contra la Junta de Castilla y León, Confederación Hidrográfica del Duero y el Ayuntamiento de Segovia, reivindicando los derechos históricos sobre el agua del embalse, que fue desestimado en las instancias pertinentes. En 2016, el ayuntamiento de Segovia, ante la demanda de consumo, presenta un proyecto no de ley solicitando la recrecida del muro de la presa, o, en su defecto, la construcción de un nuevo muro, unos centenares de metros más abajo, con objeto de triplicar su capacidad. El proyecto ha sido rechazado por el ministerio correspondiente, señalando la posibilidad de una nueva presa en el cauce del río Ciguiñuela, ya cerca de Segovia.

Cuando corre el segundo jueves del mes de junio, el caminante va a recorrer buena parte del río cuyas aguas, como queda reflejado en lo ya expuesto, tienen una larga historia de explotación, desencuentros y litigios.

El insuficiente servicio de transporte público que presenta la zona, obliga el caminante a echar mano de la máquina infernal. Llega a Revenga en el momento en que un radar móvil de la G.C., al resguardo de un viejo muro de piedra, está, en junio, haciendo su agosto. Apeada la máquina infernal en lugar seguro, cruza la carretera en busca de una calle terriza, que da servicio a media docena de hotelitos. Pegado al muro del último de ellos, perdido el camino en el pradal, sale al encinar, levantando, a su paso, los bravíos aromas del tomillo y del cantueso. Con la inconfundible silueta de La Mujer Muerta recortada en el horizonte, llega el caminante hasta la orilla diestra del embalse de Puente Alta, por donde corre una carreterilla asfaltada.



El caminante, que no tiene ninguna intención de pisar asfalto, baja por el balate hasta la orilla del embalse. Pegada a la orilla, una estrecha vereda avanza en busca de la corriente del río. Una vereda que resulta un regalo para los sentidos, pero que conviene recorrer con cuidado pues el herbazal oculta, en algunos tramos, el borde del agua. Llega al lugar donde la carreterilla, que viene de Revenga, termina su tramo asfaltado junto a las ruinas del Rancho del Tío Marianín. Desde allí, en sentido contrario a la corriente, un camino sigue a escasos metros del río. Pero el caminante, se va a pegar a la corriente avanzando, mientras pueda, por un cerrado sotobosque de albares, sauces, servales y fresnos, que, en cualquier momento, puede impedirle el paso. El momento llega cuando, en un recodo del río, las rocas y la vegetación obligan al caminante a subir por un escabroso zopetero, en busca del camino. Pero como Dios aprieta pero no ahoga, y la suerte se alía con el que la necesita, el cauce seco de la cacera de Revenga lo saca del apuro. Son unos centenares de metros por un improvisado camino, que llevan al caminante hasta el tinglado de decantación del azud del acueducto.    
        












El histórico sitio es el lugar apropiado para hacer las once, antes de iniciar la parte más dura de la jornada. Sobre el puente que salva el río, la pista que viene de Valsaín, aborda la subida por la ladera del Alto de Navahermosa. La pista, entre albares centenarios, serpea desde la cota 1300 del puente hasta la 1750 del Collado del Río Peces, en un itinerario que recorre algunas navas de gran belleza. Una vez en el collado, el camino inicia un fuerte descenso hasta llegar a la junta de los arroyos Retamar y Cereceda.






De continuar por la nítida traza, que sigue descendiendo por la pina ladera, el caminante, en algo más de un cuarto de hora, podría llegar a la margen derecha de la corriente, en el lugar donde el arroyo de los Horcajos pasa a ser el río de la Acebeda. Pero la traza fragosa y atrayente del arroyo Cereceda lo lleva a abandonar la bondad del camino, para seguir el curso de la corriente…por donde se pueda. Un recorrido de un quilómetro y medio, en el que el caminante tiene que pasar de una orilla a la otra en varias ocasiones, hasta llegar al encuentro con la orilla izquierda del río. La corriente, bulliciosa y abundante, le obligará a mantenerse en la margen izquierda durante casi media hora, hasta llegar a un camino que cruza el río por una pontana de madera. El camino, paralelo a la corriente por su margen derecha, invita a seguirlo. Pero el caminante, que ya le ha tomado el gusto al murmullo del agua, vuelve a aventurarse por el helechal, donde medran acebos y tejos de gran porte. Un interesante recorrido bajo el pinar, hasta que llega el momento en que la naturaleza vuelve a imponer su ley. Las turberas de una arroyada obligan al caminante a buscar, ladera arriba, el camino que abandonó más arriba, y que lo llevará hasta el puente en el que inició la subida algunas horas atrás.









Otra vez el conocido camino hasta el azud, desde donde seguirá la senda que corre sobre la soterrada conducción del acueducto. La vereda avanza por el piedemonte de Cabeza Grande, hasta llegar al encuentro con la Cañada Real Soriana, que sigue su camino hacia el norte. Allí, con el caserío de Revenga en el horizonte, abandona la cañada para entrar en la población junto a un depósito de agua, donde una cancela metálica marca el límite entre la naturaleza y la civilización.







Ya no está el radar móvil. El sol comienza a perder fuerza tras los tejados, y al caminante solo le queda encontrar una fuentecilla, quizá con agua del embalse de Puente Alta, donde hacer las últimas abluciones de la jornada.

DOR

lunes, 9 de octubre de 2017

LA CUENCA ALTA DEL MANZANARES

Con el objetivo de renaturalizar (sic) el río Manzanares a su paso por la ciudad de Madrid, en mayo de 2016, el Ayuntamiento abrió definitivamente las nueve compuertas que regulaban su escaso caudal. El primigenio objetivo de las compuertas, construidas en los años cincuenta del siglo pasado, era el de dar al río una apariencia de profundidad y caudal, al estilo de los ríos centroeuropeos. Y la prueba de que se consiguió la conservan en sus retinas los aficionados al cine. Basta ver una breve escena, de plano panorámico nocturno, de la película El Crack II, de José Luis Garci, en la que las cenizas de Cárdenas, alias El Moro, son esparcidas sobre un río que, por el buen hacer del director, más parece el Sena que el ManzanaresPero lo que fue moda hace sesenta años ahora ya no lo es, y la pretensión de los ediles es la de conseguir un régimen hidrológico más próximo al natural. En algo más de un año, los arrastres invernales han formado numerosas barras laterales e islas centrales, que han sido tomadas por eneas y alguna otra vegetación de porte alto. Al abrigo de la vegetación, numerosas aves han encontrado cobijo y sustento. Así, ánades reales, pollas de agua, garzas y martinetes han incrementado notablemente su población.

La cuestión surge cuando llega el estío. Con las calores, el caudal es tan exiguo que más que río parece arroyo. Un caudal que, aunque pudiera parecerlo, no está mermado por la explotación sin control de acuíferos ilegales, o por las retenciones en las presas de Santillana o El Pardo, sino que se trata de una característica consustancial del Manzanares. Ya en el siglo XVI, Tirso de Molina, de manera jocosa, ironizaba sobre tan escaso caudal: “Como Alcalá y Salamanca, / tenéis, y no sois Colegio) / vacaciones en verano / y curso sólo en invierno”. La construcción de la Puente Segoviana, obra inmensa para tan escaso río, añadió motivo para las afiladas jácaras del fraile mercedario, que en su obra Don Gil de las calzas verdes pone en boca de uno de los personajes dos cuartetos que señalan el desequilibrio: “…ya que nos traen tus pesares / a que desta insigne puente / veas la humilde corriente / del enano Manzanares, / que, por arenales rojos, / corre, y se debe correr, / que en tal puente venga a ser / lágrima de tantos ojos;…”. El caminante, que cree que la mejor naturalización es la que propone la naturaleza, decide hacer un recorrido lineal por el aprendiz de río, desde sus fuentes hasta Manzanares el Real, donde sus aguas se remansan en el embalse de Santillana.  

Han pasado cuatro días desde la festividad del patrón de Madrid, y el intercambiador de Moncloa es un hervidero. Media hora antes de la salida del autobús, una legión de andariegos ya guarda cola en previsión de que la oferta sea menor que la demanda. Se comenta en los corros que dos días atrás, el miércoles, fueron varias las personas que se quedaron en tierra. De tal forma, y para evitar esperas inútiles, de manera mecánica, todo el que llega va contando los que tiene delante…, por si acaso. Llegada la hora, comienza el embarque y todos encuentran acomodo para un viaje que, en una hora escasa, llegará al puerto de Navacerrada.

Sin perder tiempo, pues el camino es largo, el caminante inicia la subida hacia el tinglado de antenas que afean la cima del Alto de las Guarramillas. Una subida por un carril de cemento, cuyo único aliciente son las impresionantes vistas sobre la Garganta del Infierno, valle encajonado entre las cuerdas de Las Cabrillas y Las Buitreras. A espaldas de las llamativas instalaciones, hacia el naciente, un nuevo valle se abre en el horizonte. Baja el caminante por la ladera, cuyo tramo pedregoso termina en el viejo muro de contención del Ventisquero de la Condesa. Al otro lado del muro, innumerables veneros riegan el verde pradal. A los pocos metros, un río lleno de vida inicia un viaje de casi dieciocho leguas. Al fondo, en el horizonte próximo, la lámina azulada del embalse de Santillana.





El joven Manzanares, pimpante y cantarín, sortea berruecos y pastizales, hasta llegar a la barrera formada por la ladera septentrional de La Maliciosa. Para esquivar el obstáculo, modifica su curso en dirección al saliente, donde se encajona entre la Sierra del Francés y el Cerro Ortigoso.




Entretanto, el caminante se aplica en seguir las difusas marcas de un PR, que cruza un par de veces de una orilla a otra. Varios son los arroyos que le van aportando caudal, y es en la junta del que baja de Valdemartín, donde desdeña un tercer salto a la margen izquierda por donde sigue la traza del sendero. Se aventura por la orilla derecha, a la vera de la corriente, por donde la vereda va perdiendo su condición, hasta que desaparece entre la vegetación. Durante un quilómetro, el cerrado brezal y las fangosas turberas ponen un punto de dificultad hasta llegar al Puente de los Manchegos. Tras recorrer un centenar de metros, un sendero se separa de la pista terriza que serpea por la ladera meridional de la Cuerda Larga. Un sendero que, por la margen izquierda de la corriente, inicia la búsqueda de la refrescante compañía del agua.







Durante media legua, el caminante sube y baja por la ladera con el ánimo de encontrar los mejores lugares para llegar a la orilla. Y su tesón queda ampliamente recompensado con un amplio muestrario de pozas cristalinas y de espumosos saltos que rompen sobre el lecho rocoso del río. Bajo las imponentes llambrias de Cerro Ortigoso, la corriente se ahocina en un lugar rocoso donde el agua busca salida por una sucesión de quiebras que suman un desnivel de unos ciento cincuenta metros. Tras el espectáculo, vuelve el caminante al sendero que, ahora, baja con decisión hasta un puente de madera que cruza a la orilla derecha. Es el puente del Retén.









Ha llegado el momento de acabar con el abasto, y el lugar es el más adecuado para hacerlo. Junto a la retumbante corriente, bajo la luz tamizada por el pinar, el caminante da un repaso al camino recorrido y al que todavía queda por hacer. Tras el descanso, llega al Puente del Francés desde donde el río, que ha variado su curso hacia el mediodía, permite la elección del recorrido por cualquiera de sus dos orillas. Sin el impedimento de la vegetación, la corriente se desliza sobre el rocoso cauce hasta llegar hasta las esmeraldinas aguas de la Charca Verde. Por el puente que da servicio a un vivero forestal, vuelve el caminante a la orilla siniestra, que ya no abandonará hasta llegar a su destino.







Otra vez el sotobosque y el pinar, hasta el lugar donde el Manzanares vuelve a encajonarse en la Garganta Camorza. Después, acabado el recorrido agreste, comienza la civilización. Un enjambre de edificaciones que el caminante va a evitar volviendo a la, ahora, calmosa corriente donde, sin pretenderlo, encuentra la sólida edificación del abandonado Molino del Cura, que, desde principios de siglo XVIII hasta bien entrado el XX, proporcionó molienda a Manzanares, Cerdeda, Moralzarzal, El Boalo y Matalpino.  






Pisando sobre el tablero granítico del puente medieval, entra el caminante en el antiguo caserío de Manzanares. Un puente por el que, durante siglos, pasaron los rebaños que trashumaban por la Cañada Real Segoviana, y que en la actualidad, por causa del progreso, permanece casi oculto bajo la moderna estructura de un nuevo puente de hormigón. Unos centenares de metros más adelante, frente al castillo de los Mendoza, a la hora prevista, el autobús inicia el viaje hacia La Corte.

DOR