miércoles, 21 de octubre de 2020

LAS FUENTES DEL RIATO


Mapa del recorrido

“Y quando viene, trahe mucha cantidad de agua o es un riato que corre ordinariamente, mas poca agua de ordinario trahe”

“Las aguas de los lagos donde entran ríos o arroyos, que son de muy boníssimas aguas de fuentes y buelven a salir, serán muy menos dañosas o menos malas que no serían si no les entrase tales arroyos o riatos

Con el inconfundible léxico del siglo XVI, el contenido de los textos que anteceden da fe de las palabras que, poco a poco, se van cayendo del castellano. Las citas que aquí se muestran corresponden a la obra técnica de Juanelo Turriano, ingeniero, inventor, matemático, astrónomo, arquitecto, relojero real,…y hacedor de un ingenio que llegó a subir, diariamente, más de 14000 litros de agua, desde el Tajo hasta el alcázar real de la ciudad de Toledo. En la actualidad, solamente el diccionario DICTER 2.0 recoge la voz riato, a la que define como río pequeño y de poco caudal. El de la Real Academia, si alguna vez la tuvo, la tiene perdida, aunque sí contempla el diminutivo riatillo, con el significado, como voz poco usada, de regato o regajo.

El Riato es un típico río de montaña mediterránea, que, en su corto recorrido, discurre por un imponente paisaje de cortados rocosos de cuarcitas y pizarras. Tributario del Lozoya por su margen izquierda, tiene un recorrido de unos diecisiete quilómetros. Los últimos siete, así como la junta con aquél, se encuentran sumergidos, desde 1972, bajo la lámina de agua del embalse de El Atazar. Además de otros arroyos estacionales, la aportación más importante a su caudal la realiza el río de La Puebla, que entrega sus aguas a las del Riato un quilómetro y medio antes de la cola del embalse. Repasando un viejo mapa anterior a la construcción del embalse, se trata, pues, de un río madrileño que, en el transcurso de su recorrido, tendrá arrestos para recorrer los términos municipales de Prádena del Rincón, donde se encuentra el nacedero, Paredes de Buitrago, Berzosa del Lozoya, Robledillo de la Jara, El Atazar y Cervera de Buitrago. 


Curso del Riato antes de la construcción del embalse de El Atazar

El mes de septiembre se despide con malos augurios. Sale de La Corte, camino de Berzosa del Lozoya, lugar elegido para iniciar el recorrido hasta el nacimiento del Riato, con los opinantes mañaneros de las emisoras de radio elucubrando, esta vez con algún fundamento, sobre la posibilidad de confinar, en la Comunidad de Madrid, los núcleos de población de más de 100.000 habitantes. En La Cabrera, el dial, cómo si no hubiese más asunto a tratar, sigue con la misma matraca de las tarabillas de turno. A la altura del Pico de la Miel, el caminante toma la carretera M-127 que se dirige hacia El Berrueco, lugar que, a primera hora de la mañana, tiene la apariencia de estar deshabitado. Antes de abandonar su caserío con dirección a la Presa del Villar, no puede evitar hacer una breve parada para contemplar, sobre las aguas del embalse, la multicolor aurora anunciando la inminente salida del sol.  


Tras recorrer el coronamiento de la Presa del Villar, la carretera sigue en dirección a Robledillo de la Jara y Berzosa del Lozoya. En éste último, junto al viejo muro de una vieja casa, el caminante pone apea a la máquina infernal. Entre nuevas edificaciones, en las que han procurado respetar la característica construcción serrana, unas escalinatas van comunicando calles, hasta llegar al arrabal de la población. Allí, con dirección al mediodía, un camino terrizo se dirige hasta el antiguo vertedero, actualmente reconvertido en un modesto mirador donde medran algunos chopos. Desde allí, y tras cruzar el húmedo vallejo de un arroyo, el caminante reanuda la subida que serpea hasta el Collado del Portillejo, situado en el piedemonte del Picazo, promontorio rocoso donde se ubican dos casetas de vigilancia contra incendios: una, aparentemente sin servicio, sobre el balcón de poniente; la otra, de reciente construcción y más funcional, vigilante de los pinares del valle del Riato. Dos son las maneras de acceder a la muela donde se encuentran las casetas. La más juiciosa es continuar por la pista abierta para dar servicio al nuevo observatorio; la otra, que será la que siga el caminante, es tomar una senda que, de manera directa, se encamina hacia los riscos de la ladera. Una vez en la cima, las vistas resultan magníficas. Hacia poniente, el amplio valle del Lozoya donde, hilvanados por la corriente del río, se distinguen los embalses de Puentes Viejas, El Villar y El Atazar. Hacia levante, cargado de pinares, el escabroso valle del Riato sobre el que, dominándolo todo, destaca el inconfundible perfil de la Peña de la Cabra, que será referente durante toda la jornada. 




En esos afanes se encuentra el caminante cuando, de forma sorpresiva, se acerca un perro que parece conocer el sitio. La cima de El Picazo, ya a cierta distancia del pueblo, no parece un lugar indicado para que el animal ronde sin compañía. Después de unos instantes, una mujer de mediana edad, equipada con mochila y hablando por un transmisor de radio, sube por la pista. Tras el protocolario saludo, la mujer abre la cancela que cierra la subida al elevado observatorio. Al tiempo que abre los paneles metálicos que protegen las cristaleras, pregunta al caminante si necesita información sobre la zona. Se trata de la persona comisionada para ejercer, durante diez horas, la vigilancia de los pinares circundantes. 


Tras la despedida, el caminante toma el amplio camino que, hacia el levante, baja por la ladera en busca del pinar. Son seiscientos metros de acusada pendiente, que terminan en una pista terriza que corre en dirección norte-sur. La ausencia de sendas o caminos, y la cerrada vegetación de la ribera, hacen que la pista sea el único medio de llegar hasta el nacimiento del río. 


Durante una legua, con un trazado de poca dificultad, el camino va recorriendo el pinar hasta llegar a los pelados lanchares de Peña Aljibe, lugar donde coincide con el cauce del joven río, que tiene su nacimiento un kilómetro más arriba, y cuya escasa corriente apenas da para abastecer un depósito, construido en su orilla izquierda y destinado a la lucha contra los incendios. La ribera forma una cerrada galería donde, en un cerrado soto, crecen sauces, arraclanes, fresnos y majuelos. El camino cruza la corriente por un paso entubado -colmatado por los arrastres-, para iniciar la subida por la ladera. Tras diez minutos de subida, un camino de menor entidad se separa por la izquierda, dirigiéndose, por la curva de nivel, hasta el nacedero del Riato. Siguiendo las indicaciones del mapa, el caminante comienza la subida por la ladera en busca de la Fuente del Caño, pero el tiempo seco del este comienzo de otoño, hace que sea imposible localizar el lugar concreto del afloramiento. Sin camino definido, siempre en ascenso, llega hasta el Collado de la Tiesa, donde habrá de comenzar el recorrido de vuelta. En el lugar, en un momentáneo sosiego, dormita el colosal ingenio mecánico que, en un santiamén, tala, desrama, descorteza y asierra los troncos en trozos iguales. 


Ahora, siempre hacia el meridión, el caminante ataca el cordal que lo llevará de vuelta hasta Berzosa. Es una línea de cumbres de mediana altura, recorrida por una estrecha senda, que permite las vistas a los dos valles. En algunas de ellas, dependiendo del brío y, sobre todo, de la voluntad de quien las recorra, resulta divertido abandonar la senda y aventurarse entre las cuarcitas de las arriscadas cimas. Serán unas quince alturas, de las que, por su importancia, destacan: el Alto de las Rozas, Peña del Águila, Peña Labanto, Peña Parda, Pico Albirigaño,… 


En el Collado de Matalinares, antes del comienzo de las rampas que suben a Peña Portillo, el caminante pone toda la atención para encontrar la senda que baja a Berzosa. Localizada al fin, hay que poner especial cuidado para seguirla. A causa de la falta de tránsito durante estos meses de pandemia, el jaral se ha adueñado del sendero que baja por la ladera. Al fin, tras e agobiante descenso, llega al sitio del mirador que visitó por la mañana. En un recorrido inverso al realizado al comienzo de la jornada, llega a la decorosa Plaza Campillo. En ella, bajo la prieta sombra de una morera, una fuente ofrece refrescante consuelo, y el único modo de eliminar de los brazos el pegajoso ládano de las jaras. Entretanto, a la sombra del viejo muro de la vieja casa, aguarda la máquina infernal. 


Durante el viaje de vuelta, los opinantes vespertinos abundan en las negras noticias que adelantaron los mañaneros. Parece que no nos escapamos del confinamiento. ¡Dios nos asista!  

DOR