martes, 27 de septiembre de 2016

LA CUERDA DE LA VAQUERIZA

El hombre, esclavo de fobias, filias e indecisiones, vive en la duda constante. En el año 2008, la Secretaría Técnica del Ministerio de Administraciones Públicas editó un curioso estudio llamado: “Variaciones de los municipios de España desde 1842”. La obra pormenoriza los cambios de nombre de un sinfín de poblaciones en base a segregaciones, agrupaciones, alteraciones alfabéticas, decisiones políticas, excedido puritanismo, etc., etc. A mediados del XIX había unos 11500 municipios. La tendencia durante los años sesenta y setenta del pasado siglo fue la de la supresión o agrupación de muchos de ellos, dejando la cifra en 8112. Durante los años ochenta el sesgo varió considerablemente, deshaciéndose muchas de las agrupaciones producidas. Con la publicación del estudio, no terminó la fijación por los cambios; entrado ya el año 2015, el municipio burgalés de Castrillo Matajudíos cambió el nombre, después de un referéndum vecinal y de la oportuna autorización administrativa, por el de Castrillo Mota de Judíos.

En la provincia de Madrid, donde el caminante realiza un elevado porcentaje de sus correrías camperas, son innumerables los casos de alteración o cambio de denominación. Y para muestra, ahí van algunos ejemplos: Villanueva de Perales de Milla ha quedado como Villanueva de Perales; Belmonte de Tajo/Pozuelo de la Soga abrevió a Belmonte de Tajo; Villanueva de la Cañada o la Despernada simplificó en Villanueva de la Cañada. Otros sufrieron alteraciones alfabéticas: Alcobendas era Alcovendas; Aljavir fue Aljabir y Cobeña, Coveña. Algunos se pusieron al día en lo tocante a su regia designación: Aldea del Campo, que en tiempos de Felipe II pasó a llamarse Camporreal, más tarde ha quedado como Campo Real. A algún indeciso le cuesta definirse: al actual Villa del Prado, se ha llegado desde el primigenio El Prado, pasando por Villa el Prado. También existen algunos casos en que el apellido añadido, no hace más que inducir a la confusión: en 1916, Pelayos pasó a llamarse Pelayos de la Presa, complemento que tomó del arroyo, de igual nombre, que pasa por el municipio y no, como muchos creen, por la presa de San Juan que se construyó cuarenta años más tarde.

Pero siendo interesantes los casos antes mencionados, lo son aún más los radicales cambios de otros. Consistorios, gobernadores civiles y autoridades varias, ha realizado cambios definitivos de nombres: Olmeda de la Cebolla cambió a Olmeda de las Fuentes; Soto del Real sustituyó al antiguo Chozas de la Sierra; La Puebla de la Sierra fue, hasta mediados del siglo XX, La Puebla de la Mujer Muerta;…          

El segundo martes del mes de junio, antes del inicio de la ola de calor que anuncian los versados en las variables cosas del meteoro, el caminante va a encontrase con uno de aquellos municipios que se arrepintieron de su atávico nombre: Porquerizas. Y va a llegar, en apacible itinerario, descendiendo por uno de los cordales menores más vistosos del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares: la Cuerda de la Vaqueriza. Llegar hasta el vértice geodésico del pico Perdiguera, parte más alta del cordal, no depende de un solo camino. El caminante, con ánimo de completar la jornada, opta por comenzar la travesía en Bustarviejo y terminar en Miraflores de la Sierra, el antiguo Porquerizas al que la tradición adjudica a Isabel de Borbón el cambio de nombre.

El caminante llega a Bustarviejo en autobús, y se apea en la parada que hay antes de entrar en el caserío, justo entre la fuente del Collado y el manantial de la Gregoria. Han dado las nueve y el sol, al que comienza llevando a la espalda, ya apunta lo que será a mediodía. El camino, que sigue las remozadas marcas blancas y rojas de un GR, comienza la subida hacia el Puerto de Canencia. Amparado bajo la intermitente sombra del pinarillo que medra en el piedemonte de la Cabeza de la Braña, el caminante va tomando altura sobre la densa vegetación del valle que se aleja hacia el mediodía, y que en el Libro de la Montería aparece con el atinado nombre de Val Fermoso. En la cota 1500, en el lugar llamado Collado Hermoso -y también, por obra del hombre, Collado Cerrado-, la senda se toma un respiro en su querencia ascendente. Antes de llegar a la hoy solitaria área recreativa del puerto, repone agua en el fresco caño de la Fuente de los Tejos. Nada más cruzar la carretera que baja a Canencia, en el lugar de la Fuente de la Raja, una pista de excelente traza va tomando altura en dirección a un centro de educación ambiental. Junto a la edificación, orillados en la margen diestra de la pista, quizá fruto del antojadizo deseo de algún ingeniero de montes, la exótica presencia de una familia de abetos de Douglas. El caminante, como en otras ocasiones en que visitó el lugar, vuelve a comprobar el característico aroma a cáscara de mandarina, que resulta de estrujar sus oscuras hojas, muy parecidas a las del tejo. Vuelve a reponer agua, ahora en la Fuente del Hornillo, pues sabe que será la última oportunidad de beber agua fresca en lo que queda de ruta. Junto a la fuente, en una bifurcación, el caminante, tomando el carril que sale por la izquierda, abandona la compañía del GR que continúa en busca de la parte alta de la Chorrera de Mojonavalle.






El camino se abre paso entre el pinar donde, de vez en cuando, aparecen añosos ejemplares de abedul. En el lugar donde algunos de ellos hunden sus raíces junto a las limpias aguas del Arroyo del Toril, el caminante repara en una estrecha trocha que continua junto a la margen izquierda de arroyo. Ante tal atracción, no tarda ni diez segundos en abandonar su camino por la sugestiva compañía del arroyo, que, entre paisajes de indefinible belleza, llega al lugar de su nacimiento: el Prado del Toril. Recorrer los verdes herbazales del prado, entre los numerosos manaderos que forman el arroyo, resulta un ejercicio impagable. En el extremo de poniente del inmenso sestil, un encerradero de perfecta construcción circular, espera la llegada del ganado que pasta en los alrededores. Tras abrirse paso entre un asustadizo hato de vacas, el caminante pasa un zarzo de la alambrada que separa los términos de Canencia y Bustarviejo. Pegado a la linde, en la ascensión más monótona de la jornada, un cortafuego sube con dirección al cordal. En lo alto, en el lugar donde los términos de los municipios reseñados se unen al de Miraflores, una senda, hacia el mediodía, comienza el recorrido de la cuerda.






La atalaya de La Perdiguera sorprende al caminante. Al margen de la antena de telefonía que afea el lugar, las vistas del entorno resultan gratificantes. El Puerto de la Morcuera; La Najarra, inicio de la Cuerda Larga; Peñalara, con los últimos neveros de la temporada; los Montes Carpetanos; El Mondalindo; la Sierra de la Cabrera; Cabeza Arcón y El Pendón,…Ahíto de paisajes, el caminante inicia el descenso por el cordal. La senda, con un trazo apenas señalado, va superando rocosos oteros donde anidan los buitres, y reverdecidos collados donde florece el cantueso y el cipresillo. Sobre el Pico de la Pala, a la sombra reconfortante de un solitario rebollo, cuando aún queda media legua de camino, el caminante hace un alto para la comida. Desde el miradero, orientado hacia el saliente, otea el valle que se va difuminando hasta llegar a Bustarviejo.












Primero entre el robledal, y después orillado a las solitarias calles de una apartada urbanización, llega a la carretera que viene desde La Cabrera. En el extrarradio de Miraflores, con el sol en el cenit del día, espera los veinte minutos que tarda el autobús. Al atravesar el caserío del próspero municipio, al tiempo que empadronados y foráneos van ocupando las plazas libres en el viaje hacia La Corte, el caminante conjetura como sería, hace más de ocho siglos, aquel Porquerizas fundado por colonos segovianos.    
   

DOR