domingo, 23 de octubre de 2016

REAJO ALTO


¿Reajo? El caminante, desconcertado, no logra encontrar un significado claro y definitorio de la palabra. El DRAE, solícito con vulgarismos y barbarismos, se muestra remiso ante una voz que aparece con frecuencia en los mapas de nuestra geografía, y que parece ser una paranomasia del término regajo, que sí es aceptado y al que, en su primera acepción, define como “charco que se forma de un arroyuelo”, y en una segunda “arroyo pequeño”. Es la casualidad la que lleva al caminante al Diccionario de Voces Riojanas, que, en concordancia con el DRAE, recoge el término definiéndolo como: “río con muy poco agua”. El localista Diccionario Neilense (Neila, Burgos), aumenta su desconcierto, pues allí llaman reajo a un prado pequeñoY por fin, Manuel Alvar Ezquerra, en su Diccionario de Madrileñismos, recupera el vocablo usado en Canencia y Cercedilla: “bajo, praderas por donde escurre el agua sin acumularse”. Aunque es cierto que todas y cada una de las definiciones apuntadas podrían servir para el lugar, pues el caminante va a encontrar, en un mismo lugar, prados, arroyos y lagunillas estacionales, ninguna lo hace como referencia a una elevación montañosa. En La Rioja, en Soria y, sobre todo, en Madrid es frecuente encontrar el topónimo. En la comunidad madrileña existen, según el IGN, quince reajos diferentes: cuatro corrientes fluviales; tres poblaciones/urbanizaciones; tres elevaciones orográficas; tres lugares/parajes; y una llanura/raso.   

San Mamés, originariamente un asentamiento de colonos segovianos, perdió su independencia territorial a finales del siglo XX. En un censo realizado en 1857 todavía aparece como población independiente, y es en junio de 1998 cuando, por interés administrativo, se fusiona con la vecina Navarredonda, con el resultado del nuevo municipio: Navarredonda y San Mamés. Recostado sobre la vertiente meridional del los Montes Carpetanos, el municipio bicípite extiende su termino municipal aferrándose a las laderas del Lomo Gordo y del Reajo Alto. De las entrañas del primero mana el arroyo que, media legua más abajo, se lanza al vacío en el despeñadero más alto de la Comunidad de Madrid: la Chorrera de San Mamés.

Después de dos meses a las puertas del mismísimo báratro, San Lorenzo, en el que se supone el día más caluroso del año, echa agua a los tizones de la parrilla. Es entonces, cuando alborean un par de jornadas en las que las previsiones apuntan una bajada de temperatura de unos diez grados. Tan inesperado pronóstico dispone la voluntad del caminante que, en apenas un par de horas, dispone mapas y apechusques para, en el día posterior al del mártir, subir hasta la divisoria de aguas de las provincias de Madrid y Segovia.

Tras abandonar la N-1 -antigua carretera de Francia- en Buitrago del Lozoya, llega el caminante a San Mamés en una mañana en la que, a mediados de agosto, el termómetro marca… ¡siete grados! Las acicaladas callejas que, con un trazado arbitrario, conforman el caserío, no son la mejor propuesta para apear la maquina infernal. Para sosiego de visitantes, la solución está en el solar terrizo que el ayuntamiento, con buen criterio, tiene habilitado como aparcamiento. Tras el único trámite de cruzar la carretera que va a Navarredonda, el caminante se orienta al septentrión por una calle donde, a ras del suelo, se encuentra una fuente que el municipio, con una tablilla de madera grabada a fuego, reputa como celta. En un cruce de caminos, junto a la última explotación ganadera, el caminante sale de la sombra de los rebollos que protegen el camino. Entra éste en una zona en la que el carboneo, actividad que se prolongó hasta la segunda mitad del pasado siglo, condicionó el paisaje. Tras media legua por el polvoriento solejar, con la temperatura en ascenso, llega al lugar donde un esbelto pinar se adueña de la ladera. Bajo su cerrada sombra, tras pasar una fuente, la excelente pista va tomando altura. Llega el camino hasta una cerrada curva, donde un mojón de granito señala el lugar como la Puerta de los Carpetanos, apelativo quizá pretencioso teniendo en cuenta que la alineación montañosa -con casi diez leguas de longitud- dispone de más de una puerta para acceder al cordal.



El caminante ignora el camino que, por la izquierda, se inicia junto al hito, el cual, en un recorrido de un cuarto de hora, lleva hasta la base de la chorrera. Si todo corre según lo previsto, será su camino de vuelta, ya que su plan consiste en llegar a la cascada por su parte superior. Deja atrás el cruce de caminos y continúa por la pista, siempre bajo la protectora sombra del pinar, hasta la cota 1550 donde un cortafuego trepa por la empinada ladera. Con desniveles de hasta el 40%, la exigente subida pone a prueba la férrea disposición del caminante. Superado su tramo más duro, el cortafuego gira en dirección al ocaso, ahora con la redondeada cima del Lomo Gordo en el horizonte.







En un último esfuerzo, llega el caminante hasta el vértice geodésico del pico, cuyo cipo, otra víctima más de los vándalos, yace en el suelo a la espera de la oportuna rehabilitación. Por la ceja de la ladera segoviana, más abrupta y peñascosa, se dirige hasta el refulgente verdor del vallejo donde se forma el arroyo de Peña Negra. En el cervunal, bajo los riscos de la Peña del Buitre, no es difícil encontrar restos recientes de la muda de las rapaces que anidan en las rocas. Desde el balcón de la peña, con la dorada llanura segoviana en el horizonte, se distinguen, entre otros, los municipios de Ceguilla y Navafría. Entre un mar de piornos, vuelve el caminante a la parte madrileña, donde aguarda el último hito de la jornada: el geodésico que marca los dos mil cien metros del Reajo Alto. Se trata, además, del punto intermedio del largo cordal que, desde el puerto de Somosierra hasta el collado de Quebrantaherraduras, se dibuja sobre cimas y collados de los Montes Carpetanos. Desde allí, ya todo será descenso.















Abandonado el cordal, con la azulada referencia del embalse de Riosequillo, orillado al muro lindero del municipio de Lozoya, comienza el caminante un suave descenso hasta llegar a un soleado sestil donde dormita un hato de vacas. Pasado éste, un nuevo cortafuego se aleja del camino en dirección al saliente, por el que, sin camino definido, llega hasta la pista horizontal que recorre la ladera y que, de seguirla, en un recorrido de casi tres leguas, llegaría hasta el Puerto de Peña Quemada, ya en el término de Braojos. Tras un quilómetro por la pista, el caminante se deja llevar por una senda que, trabajosamente, baja junto a la margen derecha de un arroyuelo. La densa vegetación le obliga a cruzar la menguada corriente en varias ocasiones, hasta que la senda se encajona entre la corriente y una valla metálica, que ya será compañera de viaje hasta la pontana que salva el arroyo del Chorro. Ahora por la margen izquierda, siguiendo una senda más transitada que la anterior, el terreno comienza a enriscarse, hasta llegar a la parte alta de la chorrera.








El agostado entorno y el estiaje de la corriente no restan interés al lugar. El cristalino chorro, tras veinte metros de caída, rompe sobre las bruñidas rocas de la base para, a continuación, perderse entre el bosque de ribera en busca del caserío de San Mamés. Reconfortado por la refrescante humedad del lugar, el caminante llega al mojón que encontró al inicio de la ruta. Antes de salir de la densa sombra del pinar, repone agua en la fuente por la que pasó por la mañana.



Si la mañana estuvo fresca, el resistero de medio día parece poner plomo en los pies. Bajo la sombra de un rodal de rebollos, hace el caminante la parada de la comida. Tras el merecido descanso, por un camino que sigue el diligente discurrir de de un caz de claras aguas, tomadas del arroyo, llega hasta el conjunto formado por la iglesia y por el antiguo cementerio de San Mamés. La fuente, el jardinillo encerrado tras la verja y el obligado silencio de los que allí reposan, invitan al caminante a permanecer unos minutos en el lugar. Bajo la reconfortante sombra, antes de tomar el camino de regreso a La Corte, la última revisión a los mapas para comprobar que, además del Reajo Alto, existen: el Reajo Capón y el Cancho de Reajo Hondo, como resaltes montañosos; los arroyos de Reajo Alto, Reajo Sastre y Reajo Hondo; y como remate la fuente de Reajocil. Todos ellos en la reducida superficie de unas cuatrocientas hectáreas.


Y mientras tanto, la RAE dando lustre al idioma aceptando, entre otras: moniato, murciégalo, vagamundo, madalena, otubre, toballa y dotor. O sea, el acabose.   

DOR