lunes, 21 de agosto de 2023

EL SANTUY

 




En el término guadalajareño de El Cardoso de la Sierra, a escasa distancia uno de otro, existen dos topónimos iguales. Uno se refiere al pico Santuy; el otro, a unas casas de labranza señaladas en los mapas como Casa de Santuy. La separación, en línea recta, entre el vértice geodésico del primero, y el lugar exacto del segundo es de algo menos de una legua. Conocidos los lugares, al leedor le asaltará la duda del célebre debate del huevo o la gallina. ¿Quién toma el nombre de quién? ¿Dónde está el origen del nombre? La elucidación no parece sencilla, pero el caminante pondrá todo su empeño en el intento. 

El orónimo Santuy se refiere a una elevación montañosa (1927 m.), de origen mesozoico, de composición gnéisica, asimétrica y de flancos relativamente suaves, situada en la línea de cumbres que, de norte a sur, arranca en el Pico del Lobo, sigue por El Cerrón  y que, al llegar al Santuy, se bifurca en dos cordales menores: hacia poniente El Saltadero, que llega hasta el Jarama, justo junto al hayedo de Montejo; hacia levante la llamada Loma de la Dehesa, en cuya ladera se encuentran la dehesa de Santuy y la casa homónima. Aunque la mayoría de mapas consultados, coinciden en hacer distinción de las dos cumbres, son muchos los autores que le aplican una toponimia doble: pico Santuy o cerro de Calahorra. El caminante, después de recorrer los cuchillares rocosos, ha podido distinguir dos cimas diferentes (1927 y 1926 m.), distanciadas por casi tres centenares de metros y separadas por un pequeño collado.   

Quizá en el estudio del topónimo Casa de Santuy, se encuentre la solución al interrogante. El excelente trabajo del investigador Enrique Lillo Alarcón, ceutí de nacencia y manchego de convicción, nos aclara algunas claves de la cuestión. Según Lillo Alarcón, Santuy tiene su origen en Santoyd, derivación de Sant Oyt, que, a su vez, procede del nombre de San Audito, que murió mártir en Blitabrum – hoy Buitrago del Lozoya- en año 208. A un primer monasterio, destruido durante la ocupación musulmana, le sigue una nueva construcción durante el reinado de Alfonso VI, pasando a depender de la abadía de Santa Leocadia de la ciudad de Toledo. La transformación del nombre queda patente en el estudio de dos privilegios, encontrados en la documentación perteneciente a José de Madrazo, director, que fue, del Museo del Prado. En el contenido del primero, fechado el 13 de mayo de 1331, se escribe sobre el Monesterio de Sant Oyt; en el segundo, de fecha 13 de noviembre de 1382, cuando sólo habían pasado cincuenta y un años, el nombre mudó a Monesterio de Santoyd

Dependiendo de las fuentes, y para no llegar a conclusiones desatinadas, se hace necesario revisar la información que corre por algunas páginas dizque fidedignas. Varias de ellas, dan por cierto que, en 1186, el infante don Sancho, primer hijo varón de Alfonso VIII, tomó hábito de monje en el monasterio y que, cuando murió en 1199, fue enterrado en el lugar. La información, a todas luces incorrecta, queda desmentida con una sencilla consulta al Diccionario Biográfico de la RAH: [“Su nacimiento, el domingo de Pascua de 1181 (día 5 de abril) en Burgos, despierta una esperanza tan grande como efímera. Segundo hijo y primer varón de Alfonso VIII de Castilla y de Leonor Plantagenet, se convierte en heredero al trono castellano, arrebatando esta condición a su hermana Berenguela, nacida el año anterior”]… [“Si grande es la alegría por su llegada, mayor tristeza trae su repentino adiós tras apenas cuatro meses de vida”]… [“… su óbito tiene lugar el 26 de julio”]… [“El diminuto cuerpo del infante recibe sepultura en el monasterio de las Huelgas Reales de Burgos, siendo quizás el primer sepelio celebrado en este panteón real todavía en construcción”]        

Más fiabilidad presenta el Portal de Archivos Españoles (PARES), en cuyos fondos se encuentran más de un centenar de documentos que  hacen detallada referencia a varios siglos de historia de la Real Casa de Santuy – o Santoid, como aparece en algunos de ellos-. Muchos son los asuntos gestionados, y muchos los documentos oficiales con los que se intentaba su solución: cartas reales de privilegio, bulas papales, pleitos, poderes notariales, sentencias arbitrales,… Algunos de esos documentos, ordenados por fecha, se relacionan aquí para conocimiento del lector interesado:

 


1504. Copia de una carta ejecutoria de los Reyes Católicos sobre el pleito entre Diego Luján, prior del monasterio de Santuy en Colmenar de la Sierra y el lugar de Bocígano (Guadalajara), e Iñigo López de Mendoza y sus consortes, a causa del robo de diferentes bienes pertenecientes al monasterio e injurias.

1508. Carta de privilegio y confirmación de la reina doña Juana al monasterio de Santuy confirmando los privilegios de sus antecesores para que sus ganados anden salvos y seguros y pasten sin que les sea impedido, y para que los pastores que los guardan puedan coger leña en las dehesas donde pasten.

1510. Copia de la bula de Julio II por la que confirma al Colegio Mayor de San Ildefonso de Alcalá de Henares la posesión del priorato de Santuy, de la orden de San Agustín, que había sido anexionado e incorporado al Colegio, por el cardenal Cisneros, por resignación de su entonces poseedor, Bernardino de Soto, y había sido reedificado, dado su estado ruinoso y de abandono.

1525. Carta de confirmación del rey Carlos I del privilegio de seis cahices de sal de las salinas de Atienza concedidos por sus antecesores al Monasterio de Santuy.

1585. Pleito criminal de la Universidad de Alcalá contra Esteban Fernández, mayordomo del Priorato de Santuy, por las muertes a cuchilladas de Mari Gómez, su mujer, y Diego de la Plaza, estudiante de dicha Universidad.

1602. Pleito criminal de Juan Ojo, guarda mayor de los montes de la Real Casa de Santuy, contra Martín de Abajo, vecino de La Hiruela (Madrid), Francisco Serrano, Juan Merino y consorte, vecinos de El Cardoso (Guadalajara), junto a otros acusados, por pescar en un río de dicha Casa.

1746. Pleito criminal de la Universidad de Alcalá contra Bartolomé Álvarez Arango, presbítero y cura de la iglesia de San Miguel Arcángel de La Hiruela (Madrid), por no cumplir con una pena de excomunión y seguir dando misas, a razón de una deuda de 5.700 reales por un heredamiento en Santuy (Guadalajara).

En 1510, según documento mencionado más arriba, el papa Julio II confirmó la anexión del priorato al Colegio Mayor de San Ildefonso, de Alcalá de Henares, pasando a ser, durante algo más de un siglo, lugar de reposo para los docentes de la Universidad de Alcalá. A finales del siglo XVIII, los terrenos fueron vendidos a particulares que instalaron una fábrica de cristal, hoy también desparecida. Desde entonces, a excepción del año 1936 que, según referencias, fue cuartel republicano, han sido varios los particulares que se han sucedido en la propiedad. Nada queda del monasterio, ni de las mejoras realizadas por Cisneros. Las edificaciones que, en la actualidad, se distinguen en la foto aérea son casas de labranza y edificios accesorios. Por lo tanto, ante las pruebas históricas mostradas, no sería aventurado concluir que, sin poder precisar cuándo y cómo, fue el pico Santuy quien tomó el nombre del monasterio.

En la tercera jornada de agosto, día en el que el santoral católico honra a san Asprenato de Nápoles, la alborada encuentra al caminante en la Venta de Mea, a medio camino entre Buitrago del Lozoya y Gandullas. Ha madrugado para tomar la delantera al sol, pues no tiene demasiada confianza en la previsión que, desde hace un par de días, insiste en la propuesta de una temperatura primaveral en plena canícula. Pasado Montejo, abandona el rumbo al saliente que propone la M-137, para dirigirse hacia el puerto de El Cardoso. Pasado el collado, entre el pinar, la carretera comienza el descenso en busca del Jarama. Antes de pasar a territorio castellano-manchego, en la puerta de acceso al hayedo de Montejo, un ensanche de la carretera permite el estacionamiento de algunos vehículos. A la sombra del umbroso pinar, cuando son las 07:45 y la temperatura permanece en los 14 grados, manea la máquina infernal. ¿Tendrá razón la previsión?

Sobre el poyo de pizarra arrimado al muro de entrada al hayedo, ultima lo necesario para echar a andar. Ha dejado la máquina infernal en territorio madrileño, y por el solo hecho de cruzar el puente sobre el Jarama estará en tierras de Guadalajara. El silencio es dueño del lugar; el escaso caudal de río es la causa de que ni siquiera se escuche el habitual rumor de la corriente. Todo hace pensar que encontrará secos los pocos arroyos del recorrido. Pasado el puente y un paso canadiense, que impide el paso del ganado, una senda sube a media ladera. Cruzado el cauce seco del arroyo Frío, la senda insiste entre el helechal hasta llegar a un camino carretero, que corre paralelo al río. Es el viejo camino a Riaza. Recorridos seiscientos metros, un nuevo camino, de similar traza, se separa por la derecha, en dirección al valle del río Ermito, tributario del Jarama. Cuando el camino comienza inclinarse en busca de la corriente, un nuevo ramal vuelve a salir por la diestra, para iniciar una constante subida por la ladera. Es el llamado Camino Nuevo, el cual, durante algo más de media legua, serpeará, entre robles, brezos y helechos, por la umbría del arroyo Ravinate.

El gratificante tramo, al que no llega el sol hasta muy avanzada la mañana, entra y sale del robledo hasta terminar en la cota 1700, donde afloran los primeros cuchillares. Pasados los riscos, cuando el camino pierde momentáneamente la traza, el caminante continúa a la vera de un pinar de repoblación que queda a la izquierda. Retomada la huella, un último repecho lo llevará al collado de Calahorra. El lugar, además de un soleado sestil donde pace el ganado, es el lugar donde los caminos que confluyen se orientan a los cuatro puntos cardinales: desde el N, el que baja desde la cuerda de La Pinilla, pasando por el Cerrón; por el E, el que baja hasta la pedanía de Bocígano; por el O, el que trajo al caminante por la umbría del Ravinate y por el sur, la pista que, bordeando la ladera oriental del Santuy, baja hasta El Cardoso de la Sierra. Al caminante le parece un lugar apropiado donde hacer una primera parada y reducir el peso del matalotaje.



Tras el grupo de rocas que, por el mediodía, enmarcan el sesteadero, una senda se dibuja entre los brezos y piornos de la ladera. Ascender por ella será su próximo afán. La senda se arrima a los restos de la valla que, hasta 1970, separaba los términos municipales de El Cardoso y Bocígano, cuando éste último, antes de ser una pedanía del primero, aún era municipio independiente. El sostenido trajín del ascenso queda ampliamente compensado con las panorámicas que, a un lado y otro, se muestran durante la subida. Casi sin darse cuenta, el caminante llega a los escarpes del cerro Calahorra, antesala del Santuy. Sobre el esquistoso terreno, en el que afloran varias vetas de cuarzo lechoso, el camino insiste en su incesante ascenso. Cuando todo parece acabar en un despeñadero, la senda, en una pirueta en un estrecho paso del cuchillar, pasa a la ladera del saliente. Luego, después de un pequeño collado, habrá de hacer un último esfuerzo en busca del morro donde se encuentra el vértice geodésico.



Comparados con las cercanas alturas del Cerrón, el Pico del Lobo o la Cebollera Vieja, los 1927 metros del Santuy parecen poca cosa. Pero, quizá debido a su situación, las panorámicas desde la cima resultan sorprendentes. Tras el solaz, el caminante pone su atención en la pista que, en el piedemonte, discurre en la linde de un pinar. No será un descenso complicado, pero tendrá que poner atención hasta pasar la zona rocosa. Una vez entre el brezal, el camino se abre en varios ramales. Cualquiera de ellos llega hasta la pista que corre sobre la Loma de la Dehesa.



Con El Cardoso en el horizonte inmediato, tras pasar el portillo de un muro de piedra seca, la pista comienza un serpenteante descenso hasta la localidad. Desde este punto, la distancia en línea recta a la Casa de Santuy es de unos dos quilómetros. Es mediodía y la pista, de ancha traza y en obras, esta demasiada expuesta al sol, por lo que el caminante atrocha por el robledal, hasta llegar al caserío de El Cardoso. Le produce desconcierto, pues nunca la ha visto así, la deficiente conservación de la fuente que, a chorro continuo, mana a los pies del nártex la iglesia de Santiago Apóstol. Con el pilón tomado por los ajomates, pregunta a un vecino si es que ya no es potable. El hombre, que entiende la razonable duda del caminante, tuerce el gesto ante lo evidente, pero aclara que se puede beber. Posible es que la nueva corporación esté, todavía, en las celebraciones de la cosa del pasado mayo. Hechas las oportunas y refrescantes abluciones, sigue calle abajo hasta el cruce con la calle donde se encuentra el único bar de la localidad. Pasado éste, acabado el cemento, un camino terrizo baja en busca del arroyo del Espinar. En el húmedo vallejo, además del omnipresente roble, las cercas encierran otras especies, entre las que sobresalen algunos añosos ejemplares de nogueras.



Cruzado el arroyo por un pontón, el camino inicia el ascenso en busca de la carretera. Pasado un zarzo metálico y una sucesión de destartaladas rancherías, bajo la cerrada sombra de un corro de robles, el Santuy luce su última imagen. Al otro lado de la carretera, paralelo a ésta, un viejo camino de herradura llega hasta las inmediaciones de la puerta del hayedo donde, a primera hora de la mañana, quedó la máquina infernal. La temperatura, a pesar de haber sobrepasado el mediodía del tres de agosto, sigue en valores inusitados: 22 grados. Otra cosa será cuando caballo y caballero lleguen a La Corte.


                  

DOR