miércoles, 28 de julio de 2021

LA MUJER MUERTA



En 1992, un emprendedor -¿quizá un visionario?- se embarcó en un proyecto inaudito. Empeñó su patrimonio, que debía ser más que considerable, en la construcción de un parque temático que pretendía ser un referente cultural y turístico en Castilla-León.

Guillermo Tena Núñez, que tal era el nombre del tenaz empresario, no era un piernas. La sola lectura de las reseñas que, de su persona, hacen la Real Academia Nacional de Farmacia y la Real Academia de la Historia, dan idea de la valía del personaje. Farmacéutico de profesión y vocación, a mediados de los 50 del siglo pasado fundó una farmacéutica que, aunque tuvo un inicio de carácter familiar, llegó a tener varios cientos de empleados. A finales de los ochenta, una multinacional del medicamento fusionó el negocio. Quizá fue el momento en que incrementó un patrimonio que, años más tarde emplearía sin demasiado tino. Además de la mencionada farmacéutica, Guillermo Tena diversificó sus negocios –siempre en el ámbito farmacéutico- con otras empresas de menor entidad. Una de ellas se encontraba radicada en una finca de su propiedad, sita en el término de La Losa, en la provincia de Segovia, en la que se asentaba una explotación equina destinada a la obtención de globulinas. Cuando el mercado del medicamento quedó en manos de las grandes multinacionales, los pequeños laboratorios  o pudieron soportar la guerra de precios. Guillermo Tena cerró el negocio y, junto a otros promotores, se embarcó en el proyecto, al que dieron en llamar: El Panorámico. El proyecto, además de la recreación de un pueblo castellano, contaba con tiendas, hotel, restaurante, aparcamientos, ermita, campo de tiro y una sala abovedada para proyecciones con más de doscientas butacas, que contaba con un sofisticado sistema de efectos especiales. Tras muchas vicisitudes, y el abandono por parte de algunos de sus socios, Guillermo Tena consiguió, en el verano de 1996, inaugurar parte de las instalaciones. Se habían invertido 1600 millones de pesetas, parte de los cuales eran préstamos bancarios. Nada funcionó como se esperaba, y en el mes de octubre, con solo tres meses de actividad, cerraron El Panorámico. Aquellos acreedores, propietarios hoy, siguen fracasando en los intentos de reflotar un negocio, que actualmente resultaría inviable. Y ahí, en el piedemonte septentrional de La Mujer Muerta, sigue la finca “La Pedrona”, con las instalaciones del complejo víctimas del olvido y del vandalismo.


Va para cuatro meses, en concreto el segundo jueves del pasado mes de marzo, cuando el caminante, en una jornada inolvidable, recorrió la femenina figura yacente que se dibuja sobre la divisoria de aguas que separa las provincias de Madrid y Guadalajara, allá por la Sierra del Rincón, al saliente de Puebla de la Sierra. No estará de más recordar que la citada población, hasta octubre de 1940, ostentaba el concluyente nombre de La Puebla de la Mujer Muerta. Desde este cordal, cruzando la Comunidad de Madrid, en línea recta hasta la provincia de Segovia, a una distancia aproximada de sesenta y cinco quilómetros, se encuentran tres cimas montañosas que, vistas desde la llanura segoviana, conforman otra figura, también femenina, tendida sobre la línea de cumbres. Las cimas son: La Pinareja, la Peña del Oso y el Pico del Pasapán, y por ese orden, vistas de saliente a poniente, forman la otra Mujer Muerta. 

Descarte el lector cualquier influencia de Tánatos sobre el caminante. Es más simple: ha pasado demasiado tiempo desde la última vez,… y había que volver. En aquella ocasión, con el plus de energía que aporta tener trece años menos, se atrevió con la larga travesía que separa el apeadero de Navas de Riofrío de la estación de Cercedilla. Ahora, algo más justo de pujanza, intentará una circular de menor recorrido pero, como siempre, tratando de dejar el pabellón lo más alto posible. En el séptimo día de un alocado inicio del mes de julio, cuando en Pamplona, si no fuera por las circunstancias, estarían con los preparativos del primer chupinazo, el caminante decide que ha llegado el momento de volver a intentarlo. 

Llega el caminante, a lomos de la máquina infernal, hasta el quilómetro 81,500 de la N-603, carretera que une San Rafael con Segovia. El sitio no tiene pérdida; la inconfundible imagen de una negra cúpula indica el lugar donde se encuentran las desmanteladas instalaciones de El Panorámico. Dejando a la siniestra la valla metálica que guarda el fiasco de Guillermo Tena, sigue por el vial asfaltado que llegaba hasta los aparcamientos de la instalación. Tras un paso canadiense, cesa el asfalto y se abre un amplio camino terrizo que sigue en busca de la Real Cañada Soriana Occidental. Atendiendo a la reputación del vial, el quilómetro y medio hasta la cañada deberá hacerlo a paso de carreta, so pena de dejar parte de la montura en el empeño. Antes de llegar al laberíntico cruce de caminos, y con el ánimo de prevenir la solana vespertina, arrima la máquina infernal a un chaparro con pretensión de encina. 

Dispuesta la utilería necesaria para completar el día, el caminante llega hasta una cancela que, con buen criterio, cierra el paso al pinar a vehículos no autorizados. Un torno metálico habilitado para el personal, permite seguir por el camino que se adentra en el pinar. Tras un cuarto de hora de solaz andadura, siempre en ligero ascenso, se hace presente el incesante rumor de la corriente del arroyo de La Pedrona. Un camino de menor entidad, se separa del principal en busca de la corriente. Al otro lado, tras recorrer dos centenares de metros, un nuevo camino sigue en ascenso paralelo a margen derecha del arroyo. Bajo el pinar, en agradable armonía, medran la genista, el rosal silvestre, el helecho y la zarzamora. Sobre él, entre la bruma, asomando por encima de las copas de los albares, la imponente presencia de La Pinareja. Es, sin duda, un lugar idílico que tiene su fin al llegar al inmenso canchal que tapiza la pina ladera.


 






Mirar hacia la cumbre sobrecoge. Si apabullante fue el paisaje bajo el pinar, el que ahora se presenta no se queda atrás. No se ve, pero seguro que el agua corre bajo las rocas del canchal. Comienza el caminante la subida por la vaguada, buscando la traza más hacedera. Toma como referencia un solitario mogote rocoso que se eleva sobre el canchal. Dejándolo a la siniestra, el empeño será llegar al collado que se dibuja bajo las nubes. Ya sobre el cordal, una racha de viento ha dejado al descubierto la pedregosa ladera septentrional de La Pinareja, y el caminante comienza el ascenso por la vereda que apenas se perfila sobre el pedregal. La titularidad de la cima se la reparten, presumamos que en buena armonía, los municipios de San Ildefonso, El Espinar y Navas de Riofrío. Desde la cara de la figura yacente, con 2197 metros de altura, las vistas se hacen infinitas. En su camino hacia el SO, llevará a la izquierda la histórica garganta de Ruy Velázquez, imponente valle de albares, que hoy se conoce como valle del río Moros.









 El inestable equilibrio de las rocas de la senda, obligan al caminante a poner toda la atención en la quebrada bajada. Su tesón tendrá fin en el collado que precede a la subida a la Peña del Oso. El collado, inmejorable balcón sobre la llanura segoviana, permite al caminante echar la vista atrás y tomar perspectiva sobre el escabroso descenso. Ha sido una breve tregua, apenas un par de minutos, tiempo suficiente para vivificar el ánimo antes de acometer la nueva subida. Atrás queda el perfil de un paisaje donde se distinguen el Montón de Trigo, el puerto de La Fuenfría y la inconfundible silueta de Siete Picos. Armado de paciencia, comienza un ascenso en el que, antes de llegar al geodésico de la cima, deberá enfrentarse a tres cabezos rocosos que deberá salvar buscando los mejores pasos.









 Aunque con un metro menos que La Pinareja, el IGN consideró que la Peña del Oso –el pecho de la mujer- era el lugar apropiado para la instalación de un vértice geodésico. Sobre su peana, desde hace muchos años, alguien puso la figura de dos osos -entonces de color blanco- de diferente tamaño. Ahora, seguramente para preservarlos de los fenómenos meteorológicos, alguien les ha dado un par de manos de Titanlux marrón, que les dan el chocante aspecto de adorno de mona de pascua. Tampoco son desdeñables las vistas desde tan solemne miradero. Hacia atrás el horizonte se prolonga hasta Las Guarramillas y la Cuerda Larga. Al otro lado del valle del río Moros, el collado de Marichiva, Peña el Águila y La Peñota; a la derecha, perdida en la lejanía, la inmensa llanura segoviana. Y hacia adelante, en el sentido de la marcha del caminante, El Pasapán –los pies de la figura tendida- y más allá la Sierra del Quintanar.





Sigue el caminante en busca de la última cima de la jornada. El terreno, más terrizo que lo ya recorrido, se tapiza de piorno y enebro rastrero, y en el que algunas matas de genciana ponen una nota de diferente color. En comparación con los pedregales caminados, el paso de El Pasapán no reviste dificultad alguna. Tras la cima, una suave loma desciende hasta el puerto homónimo. El lugar, además de la comunicación natural entre las cañadas Real Soriana y Real Leonesa, es el lugar donde el río Milanillos tiene su nacedero. Por la ladera derecha del valle de río, una gratificante pista serpea en busca de la umbría de La Mujer Muerta. El camino sigue en suave descenso, en un paisaje donde se alternan el pinar, los canchales y reverdecidas praderas donde sestea el ganado. Ante la barrera del Cerro de la Cachiporra, el Milanillos, que toma hacia poniente, y el caminante se separan. La última parte del recorrido, de casi una legua, será un repertorio de colores tapizando los márgenes del camino. Ante la verde dominancia del pinar, el colorido contrapunto de genistas, santolinas y dedaleras. Cuando el punto de inicio está a tiro de honda, el caminante se resiste a perder la última imagen de esta Mujer Muerta, tan igual y tan diferente de la de la Sierra del Rincón. El mismo duelo para dos quimeras diferentes. 













DOR