martes, 8 de marzo de 2016

TRES PICOS

En 1846, durante el reinado de Isabel II, el coronel de ingenieros Francisco Coello de Portugal y Quesada fue destinado a la Dirección General de Ingenieros y comenzó a colaborar con Pascual Madoz en la publicación de su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico. El cometido concreto fue el de la confección de los mapas que conformaron el "Atlas de España y sus posesiones de Ultramar". Durante esa estrecha colaboración, en 1853, realizaron un mapa de la provincia de Madrid que, como un tesoro, se guarda en el Instituto Geográfico Nacional. Resulta curiosa la lectura que, de algunas de las particularidades del mapa, hace el IGN: “Abundante y cuidada toponimia. Rotulación en letra de palo, capitular, romanilla e itálica”. Entre la abundante y cuidada toponimia, el caminante localiza el antiguo nombre de la cresta rocosa que hoy se señala como La Peñota, y que entonces era conocida como Tres Picos.

Es el penúltimo día del año y el tren llega a Cercedilla envuelto en una niebla fría y espesa, que ya había comenzado a aparecer en la estación de Los Molinos. Los viajeros, la mayoría cargados con mochilas, van desapareciendo del andén de acuerdo con sus destinos. Unos, los que tomaron el tren de forma apresurada, a la cantina para tomar el primer café de la mañana y otros, la mayoría, en busca del tren de montaña que sube a los puertos de Navacerrada y El Paular. Solamente el caminante, envuelto en la húmeda bruma, y una vez abandonado el andén, continúa caminando sobre el balasto de la vía. Antes de llegar a la negra boca del túnel, que minutos antes había engullido al convoy, toma una senda que, de manera perezosa, serpea por la ladera. Deja a la diestra el inicio de la senda Puricelli y, tras un último repecho, llega a un excelente camino terrizo. Se trata del Camino de los Campamentos.   

A manderecha, encajonada entre dos muros de piedra, a veces confundida con la escorrentía de un venero de claras aguas, se inicia una senda que ataja hasta el collado donde, desde 1912 hasta finales de los años sesenta, varias generaciones de jóvenes pasaban algunos días en contacto con la naturaleza. Por los escasos restos, todavía es posible reconocer el lugar exacto de aquellas instalaciones. Más allá de un depósito de aguas, entre el pinar, se inicia la llamada senda de Los Poyalejos que, de forma gradual, va tomando altura por la ladera. Es en ese momento cuando la cerrada niebla se queda agarrada a los bajíos y un tibio sol comienza a apoderarse del paisaje. Acompañado por las increíbles vistas que emergen del mar de nubes, llega el caminante al excelente camino que viene del Collado de Marichiva y del Puerto de La Fuenfría. Es el lugar donde se encuentra la Fuente del Astillero, a la que ha mucho tiempo abandonaron las náyades. Tras cruzar la pista, en un último esfuerzo, llega el caminante hasta el Collado de Cerromalejo, lugar donde un añoso muro separa las provincias de Madrid y Segovia. En la parte segoviana, señalado con marcas blancas y rojas, corre el GR que baja de la Peña del Águila. Hasta ahora el desnivel superado desde la estación ha sido de casi seiscientos metros,… y aún quedan más de doscientos para llegar al lugar más alto de la jornada.









Como su antigua denominación indica, la cima de La Peñota está formada por tres mogotes bien diferenciados, resultando más interesantes los pasos que discurren por la zona madrileña que los que lo hacen por la segoviana. Desde su vértice geodésico resulta gratificante el ejercicio de reconocimiento de los lugares que desde allí se divisan. En sentido dextrógiro, emergiendo del océano de nubes que domina la llanura madrileña, el Alto del León, la Peña del Águila, Siete Picos, Las Guarramillas, La Maliciosa,..; en la parte segoviana, limpia de nubes, las redondeadas cimas de la Sierra del Quintanar y las más quebradas del Pasapán, la Peña del Oso y La Pinareja, que conforman la inconfundible silueta de La Mujer Muerta. Durante unos minutos, además de con el irrepetible muestrario de paisajes, el caminante se entretiene con la porfía de un andariego que, con problemático resultado, trata de inmortalizar, en una fotografía al borde del despeñadero, al perro que lo acompaña. El irracional, seguro desconocedor de la teoría que pregona la supuesta superioridad del racional, permanece inmóvil hasta el momento definitivo del clic, que es cuando se levanta para, rabeando con energía, acercarse hasta su dueño. Éste, tras vituperios y execraciones de variado contenido, y entendiendo que su pretendida superioridad no lo llevará a conseguir su objetivo, abandona la porfía.      









El espectáculo de nubes continúa durante el descenso. El caminante, siguiendo la clara traza del GR, va superando los claros hitos que el tobogán de peñas, cerros y collados presenta sobre el cordal: Collado de Gibraltar, cerro y collado del Mostajo, Peña del Cuervo, collado y cerro de Matalafuente…, hasta que, paulatinamente, el camino, que continúa sobre la divisoria de aguas, se va aproximando a la masa de nubes. Durante el recorrido, enmascarados entre las rocas, variados son los restos de la guerra civil que ocupan pasos y lugares estratégicos. En el collado del Arcipreste la densa y fría niebla vuelve a apoderarse del paisaje. Unos metros más adelante, en el Collado de la Sevillana, tras una cancela metálica, se abre un nuevo sendero que, con dirección a Tablada, abandona el de largo recorrido que hasta entonces había guiado al caminante, y que continúa en dirección al Puerto de Guadarrama y cuerda de Cuelgamuros. Tras recorrer unos metros por la carreterilla asfaltada que termina en el apeadero de la localidad, la senda, de nuevo entre la vegetación, se dirige hacia la vía del ferrocarril que viene de Cercedilla, a la que salva por un paso inferior. Una vez pasado el pequeño túnel, en una zona de extensas praderas, se abre una variada red de caminos.












Ahora siempre hacia naciente, con la luz en clara retirada, el caminante se dirige hacía la rústica ermita de la Virgen del Espino. Luego, entre dehesas, herrenales y praderías, entra en la soledad de las urbanizaciones que rodean el casco antiguo de Los Molinos. Junto a la ermita de San José, antes de tomar el autobús hacia La Corte, el caminante echa el último vistazo al collado donde el Alto del León sigue atrapado bajo la niebla.



 DOR