viernes, 22 de julio de 2022

RONCESVALLES

El topónimo del título nada tiene que ver con el conocido Roncesvalles navarro, hoy Orreaga / Roncesvalles. Tampoco con el paso pirenaico, de igual nombre, en el que, en el siglo VIII, el ejército de Carlomagno fue vencido por los vascones. Para llegar al Roncesvalles que hoy nos ocupa, sólo será necesario acercarse hasta la vertiente septentrional de la Sierra de Gredos, en el término municipal de Navalperal de Tormes, en la provincia de Ávila.

Faltan siete días para que termine el mes de mayo, y el caminante, aprovechando un notable descenso de las temperaturas, concluye que es el momento idóneo para visitar el lugar. El caminante, enemigo de los recorridos de la ida y vuelta por el mismo camino, descarta la lineal desde la localidad de Navalperal, y apuesta por una circular, más completa y amena, desde el aparcamiento invernal de La Plataforma –término municipal de San Juan de Gredos-, pero al que llegará desde el arrabal del municipio de Hoyos del Espino.

Toca madrugar. Habrá de bregar contra un entramado de carreteras no aptas para urgencias; también con un sinfín de travesías de poblaciones, en las que la velocidad está reducida ostensiblemente. A lomos de la máquina infernal, cumplirá un itinerario al que bien se podría nombrar como el de los dos ríos, pues deberá recorrer parte de los valles del Alberche y del Tormes. Serán setenta quilómetros del primero – desde el término de Pelayos de la Presa, en Madrid, hasta el de Hoyocasero, ya en la provincia de Ávila. El joven Tormes lo cruzará en el llamado puente del Duque, ya en el camino hacia La Plataforma. 

Tenía razón la previsión. Han dado las nueve y la temperatura exterior es de seis grados. Brama la Garganta de Prado Puerto en su descenso hacia el río Barbellido, afluente del Tormes. De los pocos vehículos estacionados en el aparcamiento, abrigados cómo en el invierno, van partiendo los andariegos. Resguardado en el recio cobertizo instalado en el lugar, el caminante prepara la impedimenta. De la trasera de la instalación, una senda sube por la pedregosa ladera.

Serán cuatrocientos metros de ardorosa subida, en la que el caminante, sin proponérselo, olvidará la baja temperatura del inicio. Pasado un manadero que efunde su caño sobre la ladera, ya en la cota 1900, el terreno se allana. En el Llano Barbellido, que así llaman al lugar, se alzan tres edificaciones, dos de ellas de gran porte, que son, o han sido, refugios de montaña. Atendiendo a su fecha de construcción citar el antiguo Refugio del Club Alpino Español, actualmente sin actividad, que fue construido en 1910. En 1961 la Dirección General de Turismo construyó un segundo refugio –Reguero Llano-, que, tras una primera etapa de servicio, permaneció cerrado durante algunos años. En la actualidad sólo presta servicio los fines de semana, aunque un viejo cartelón sigue insistiendo que abre a diario. El último, y más modesto, es el conocido cómo chozo El Patillas.




 

Quizá porque se encuentre sobre un batolito de granito, en la inmensa llanada no existe vegetación arbustiva ni de porte alto, y el predominio corresponde a los pastos de montaña. Siempre hacia poniente, el caminante, sorteando algunas lagunillas de claras aguas, dirige sus pasos hacia la Garganta de las Pozas que, según lo previsto, será su camino de descenso. Sin dificultad, cruza sobre las rocas para ponerse en la margen izquierda de la corriente, por donde sigue el viejo camino de Navalperal de Tormes al puerto de Candeleda, convertido ahora en una estrecha senda que seguirá durante una hora. En el horizonte inmediato, junto al risco de Roncesvalles, la garganta se enrisca formando un marcado hocino, quedando la corriente en el fondo del barranco. Con seguridad, ha cometido un error de atención, pues llega a un punto en que parece que no existe continuidad, lo que le lleva a pensar que la única salida viable sólo puede estar al otro lado de la garganta. Vuelve sobre sus pasos para revisar la traza del camino, hasta localizar la trocha que serpea, zopetero abajo, buscando la orilla del agua. Su afán será, ahora, buscar un paso sobre las rocas que le permita pasar a la otra orilla sin descalzarse.





Al otro lado, entre florecidos piornos, el antiguo camino vuelve a hacerse visible. El valle, pasada la angostura, se abre en unas praderías regadas por las escorrentías de la ladera, donde, en atrayente postal, se encuentran los restos de varias majadas, un refugio de montaña y un puente de madera que cruza la garganta. A quinientos metros del puente, la Garganta de las Pozas, tras su recorrido de legua y media desde su nacencia en las laderas del Morezón, entrega su caudal a la Garganta de Gredos, por cuyo valle, ahora a contracorriente, iniciará el caminante el camino de regreso.


El evidente problema de cruzar la bravía corriente de la nueva garganta, queda resuelto con el auxilio de un puente cementado, que ancla sus sólidos arranques de mampuestos sobre las rocas del cauce. Es el puente de Roncesvalles. Al otro lado le espera un recorrido en moderado ascenso, en el que tendrá que cruzar la corriente en varias ocasiones, y que finalizará, después de más de una legua, en el lugar donde desagua la Laguna Grande de Gredos.


Durante el ascenso, en un primer tramo, el caminante encontrará un paisaje tan heterogéneo cómo interesante. Sobre los verdes herbazales medra el helecho y el junco. Junto a la ribera, crecen piornos y retamas y, como caprichosa particularidad, encuentra algunos ejemplares de rebollo, espino albar y serbal. Y siempre, cómo denominador común, una sucesión de pozas, de claras aguas, a las que el caminante se acerca, siempre que el terreno así lo permita.




En el horizonte, comienzan a blanquear los neveros sobre los riscos del circo glacial. A la diestra, desde el cordal del Cervunal, el arroyo homónimo se despeña por la ladera, aportando su caudal al de la garganta. En la cota 1700 un profundo cañón, tallado por la corriente de un arroyo, impide el paso, obligando al caminante a pasar a la margen derecha de la garganta. Será su camino hasta las verdes praderas del Gargantón, lugar donde comienza la primacía absoluta de la piedra. Aún tendrá que cruzar la corriente un par de veces más, para ponerse bajo el rompiente de la Cola de Caballo. Más arriba, una última cascada indica el sitio por donde desagua la Laguna Grande. Ha llegado el momento de abandonar el curso del agua.























Sabe que, hacia el saliente, se encuentra el camino que viene desde la laguna. Sólo tendrá que encontrar el tubo rocoso que resulte más hacedero, para llegar a aquél. Tras un par de gateadas, logra su propósito. Una vez en el camino, hace un rápido inventario del paisaje: hacia atrás, en imponente panorama, cautiva de crestas y cuchillares, la laguna grande. Hacia adelante, orientado al NO, el camino que, por la solana, serpea, en interminables zetas, por la ladera de Los Barrerones. Un camino al que, para desventura de caminantes, y con el propósito de evitar su degradación a causa de las lluvias, han empedrado en su totalidad. Con escasas posibilidades de evitar tan desigual pavimento, serán casi tres horas de insufrible tensión para evitar la tan temida luxación, que echaría a perder lo que queda de jornada.


Después del paso de un par de torrenteras, comienza una fatigosa subida que tendrá dos quitapesares en forma de frescas fuentes. La primera, antes de dar cima en Los Barrerones, desde la que se despedirá del circo glacial. Y la segunda, nombrada de los Cavadores, en el inicio de la bajada hacia la garganta de Las Pozas. Tras el paso de la corriente sobre un puente de cemento, continúa el caminante sobre el tedioso sumus crustae que, con evidente mala follá, terminará con el tormento en el aparcamiento de La Plataforma.





DOR