jueves, 27 de mayo de 2021

COLGADIZOS

 

Mapa del recorrido.

Si en lugar de la prosaica energía –dizque contaminante- de la máquina infernal, el caminante hubiera dispuesto de la futurista facultad de una máquina del tiempo -similar a la descrita por Herbert George Wells-, hoy su decisión habría sido la de echar atrás unos cuantos años; tampoco demasiados. Es seguro que, en ese hipotético viaje hacia el pasado, habría elegido la siempre satisfactoria posibilidad de llegar en tren hasta el lugar donde, en el día de hoy, comenzará su aventura andariega. Concretamente, lo hubiera hecho en la estación/apeadero de Robregordo/Somosierra, instalación de la línea que, no hace tanto, unía Madrid con Burgos.

El origen de proyecto, que surge con la necesidad de transportar la producción de las ferrerías vascas hasta la meseta, se remonta a la mitad del XIX. Comenzado el siglo XX, el proyecto se tornó ambicioso y se promovió su ampliación a un eje ferroviario que comunicase Algeciras con París, pero quedó perdido en los cajones ministeriales. Olvidado el excesivo proyecto europeo, en la dictadura de Primo de Rivera se retoma el empeño de unir Madrid con la meseta castellana, y en 1933 se terminan los más de cuatro quilómetros del túnel de Somosierra. Tras la guerra civil los esfuerzos se dedican a la reparación de los destrozos ocasionados por la contienda. En 1958 se recupera la actividad, inaugurándose la línea en 1968. La importancia de la obra, en comparación con el itinerario alternativo con enlace en Valladolid, quedó cuantificada en una reducción de casi dos horas, para el viaje –sin paradas intermedias- de un tren tipo Talgo. A la época dorada de los años 80, le sigue el comienzo de su decadencia en los 90. Y, en el siglo XXI, llegó la consumación del desastre cuando la N-1, en detrimento de la línea férrea, comenzó a atraer el transporte de mercancías y viajeros. El 8 de marzo de 2011, a las 09:52 horas, en el momento que una bateadora nivelaba el balasto en el que se asientan las traviesas, un desprendimiento en la bóveda cegó el túnel de Somosierra – el número 25 de los más de cuarenta de la línea -. ADIF, en una más que irreflexiva decisión, indemnizó a la empresa concesionaria del mantenimiento y dueña de la bateadora que quedó en el túnel,… y cerró la línea. ¡Ole tú!

En la actualidad, solamente se utilizan dos tramos de la línea: desde Madrid a Colmenar Viejo, como servicio de cercanías y desde Aranda de Duero a Burgos, en provecho del agonizante transporte de mercancías. Proyectos de rehabilitación han habido muchos; plataformas reivindicativas para la recuperación del servicio original, tantas como propósitos. Hace unos años, comenzó a tomar fuerza la recuperación de parte del recorrido en la parte madrileña: el llamado Translozoya. Desde Chamartín, el recorrido tendría paradas en Colmenar Viejo, Manzanares del Real/Soto del Real, Miraflores de la Sierra, Bustarviejo/Valdemanco, Lozoyuela, Garganta de los Montes, Gargantilla del Lozoya, Navarredonda/San Mamés, Gascones/Buitrago del Lozoya, Braojos/La Serna del Monte, La Acebeda y Robregordo/Somosierra. Más de cuarenta alcaldes, todos de localidades de la zona, estaban comprometidos con el proyecto, para el que se recibió un cuarto de millón de euros de fondos europeos. Con el importe recibido, se recuperó un tren modelo TER de los años sesenta, que constaba de dos unidades, capacidad para 128 personas y posibilidad de alcanzar una velocidad de 120 kms a la hora. Todo daba a entender que sería posible su puesta en marcha en el verano de 2014, pero no fue así. La dotación presupuestaria para adecentar vías y apeaderos nunca fue considerada por el ministerio correspondiente. En 2015 el tren restaurado se remolcó hasta la estación de Delicias, donde forma parte del Museo del Ferrocarril. Ahí termino el Translozoya. 

Es el día de las alabanzas para unos, y de los lamentos para otros. Con el recuento de votos de las elecciones madrileñas aún caliente, los marisabidillos en cualquier materia copan las ondas. Por el énfasis que ahora ponen en sus argumentos, queda claro que el asunto se prolongará en el tiempo hasta que, como suele ocurrir, otra cuestión tome protagonismo. Además de ser del día siguiente al de la votación, otro cinco de mayo, pero de 1808, Carlos IV renunció a la corona en favor de Napoleón Bonaparte. Y con la firma, alguien le echo mal de ojo al emperador francés: trece años después, el mismo día, murió en Santa Elena. Alabado sea el que da y quita. 

Y con el soniquete radiofónico, sale el caminante de La Corte, en un día que luce con primaveral apariencia. En el quilómetro ochenta y siete, sale de la A-1 en dirección a Robregordo. Frente a la añosa escalinata que sube hasta el atrio de la iglesia de Santa Catalina, una calle, algo más ancha que las demás, permite poner rejo a la máquina infernal. Ya con la troja a la espalda, tras ruar por ella un centenar de metros, abandona la calle Real para llegar a un parque infantil y las instalaciones deportivas de la localidad. Tras el lugar, un paso bajo la antigua N-1 pone al caminante fuera de Robregordo. El día sigue claro y soleado pero, fuera del abrigo del caserío, la primaveral apariencia da un respingo y el caminante, para minimizar el traicionero bóreas que llega desde la Cebollera Vieja, opta por echar mano de una pelliza, que ya no se quitará hasta el mediodía. Con dirección al septentrión, un vial cementado baja hasta un herboso vallejo, donde se encuentra el área recreativa de la localidad, cuyo encanto queda realzado por la rumorosa corriente que baja dese el cordal de los Montes Carpetanos. Además de disponer de dos puentes para cruzar el cauce, el arroyo, dependiendo del mapa consultado, también tiene dos nombres: de Santo Domingo y del Horcajo. El consenso se hace evidente cuando, un cuarto de legua aguas abajo, pasa a denominarse río Madarquillos, y con ese nombre entrega sus aguas al Lozoya en el embalse de Puentes Viejas. Demasiada literatura para tan modesto caudal.


Entre acebos, algunos de gran porte, sale el camino de la hondonada para adentrarse en la dehesa boyal, coincidiendo con la traza del antiguo camino que llegaba hasta la localidad segoviana de Casla. Pasado el terreno abierto, donde, además de acebos, medra la retama, la rosa canina y el lirio silvestre, el caminante sale del recinto de la dehesa por un paso canadiense. Al otro lado del muro, un espeso pinar de albares toma la ladera que baja hasta un arroyuelo, cuyas aguas, en veloz huida, buscan la corriente que el caminante dejo atrás, junto al área recreativa. Junto al arroyo, a trascacho del viento del norte, en desigual disputa con el pinar, crecen especies tan dispares como el tejo y el cerezo silvestre. 


Dejado atrás el contraste de colores del arroyo, el caminante no resiste la tentación de abandonar la pista, para adentrarse en el pinar donde los acebos crecen bajo la sombra de los albares. En un soleado calvero, un cuadrivio compromete momentáneamente al caminante. Tras la oportuna consulta de los mapas, queda claro que su camino es el que sigue por el cortafuego que sube por la loma y que, hacia poniente, parte en dos el pinar. En la cota 1700, aún en notorio ascenso, cesa el pinar y aparece el piornal.



Entre un mar de piornos, el caminante va enhebrando viejas cimas, desgastadas por la erosión, hasta llegar al camino que recorre los más de sesenta quilómetros de la vertiente de aguas de los Montes Carpetanos. En un último arreón, llega hasta la cota más alta del camino de hoy, que no la más alta de la jornada. Entre piornos y enebros rastreros, tendrá que abandonar el carril, y aún tendrá que caminar dos centenares de metros hasta llegar al vértice geodésico de pico Colgadizos. Vista la rasa apariencia del lugar, nadie diría que el geodésico se levanta a 1833 metros de altitud. Es el sitio donde convergen los términos municipales de Somosierra y Robregordo, por la parte madrileña y Prádena, por la segoviana.



No le resulta atrayente repetir el trayecto, para volver al lugar donde abandonó el carril. Prefiere avanzar entre el piornal, en un eslalon que lo llevará hasta un afloramiento de cuarzo lechoso, que destaca en el verde horizonte. De nuevo sobe la traza del camino, ahora por la parte segoviana, el caminante, tras superar el cerro del Gargantón, enfila el descenso hacia el puerto de La Acebeda. Será un recorrido de algo más de media legua, hasta llegar al lugar donde, no ha mucho, el paso hacia territorio madrileño se hacía por un astroso zarzo, que, recientemente, ha sido sustituido por un flamante paso canadiense, al que solo le falta un enchufe para cargar el móvil. Ya en el lado de la ladera madrileña, junto a la pista que baja a La Acebeda, llega a una fuente de frescas aguas y abundante caño, sitio que se presta al descanso y la meditación. De memoria, y esperando no omitir ninguno, el caminante repasa los pasos naturales del cordal carpetano que ha dejado atrás. Entre el de La Acebeda, que acaba de pasar, y el del Paular, la lista de nombres es tan larga como la historia que conllevan: Peña Quemada, Linera, Navafría, Malagosto, Calderuelas, Reventón y Los Neveros.



De nuevo en la realidad, el caminante toma un carril que inicia su recorrido justo por encima de la fuente. Se trata de un descansado camino que, sin subir ni bajar, recorre la ladera hasta llegar a la localidad de Somosierra y que, acertadamente, recibe el nombre de La Horizontal. Por él, siempre con la vista del cordal de la Sierra Cebollera en el horizonte, recorrerá casi dos leguas que serán un variado muestrario de paisajes diferentes. En alternancia aleatoria, el verde piornal dará paso al rosáceo brezal y éste al pinar. Y siempre con el riego continuo de los incontables arroyos que bajan por la ladera.




El recorrido por La Horizontal termina para el caminante cuando los tejados de Robregordo se recortan en el fondo del valle. Por la derecha, en evidente descenso, un camino se separa de La Horizontal en dirección al muro de la dehesa boyal de la localidad. Casi sin darse cuenta, ha descendido desde la cota 1800 a la 1400. El pinar ha mucho que quedó atrás y el piorno, en un ambiente más templado, ha comenzado a florecer y un avainillado aroma se apodera del ambiente. Al otro lado del muro, resguardados de los rumiantes, los acebos vuelven a adueñarse del terreno. Una pequeña cancela metálica permite el acceso a un rodal de ejemplares de notables dimensiones. Su interior, protegido del sol y del viento, es un buen refugio para hombres y animales. Tras el espectáculo, retoma el carril que sigue descendiendo hacia Robregordo. Antes de llegar al área recreativa, que ya pasó en la mañana, el camino propone al caminante la lejana vista del viaducto, construido en 1932, y que, desde 1968 hasta el cierre de la línea, permitió salvar el barranco del Madarquillos.



Tras pasar el último zarzo, vuelve a entrar en la localidad por el paso inferior que salva la antigua N-1. En un último recorrido por sus solitarias calles, descubre un error –o vaya usted a saber qué- en alguna de las tapas metálicas del alcantarillado. La evidente antilogía consiste en que algunas contienen el nombre conocido: Robregordo; en otras, las menos, aparece el topónimo Roblegordo. Y el caminante, cuya opinión es que se trata de un error del taller de fundición, lo deja ahí, por si alguien maneja datos concluyentes sobre el particular.



Antes de regresar a La Corte, el caminante se acerca a las instalaciones de la estación, donde constata su evidente abandono. Con las vías tomadas por la vegetación, y los muelles de carga, los almacenes y el edificio de la estación en una absoluta ruina, resulta utópico pensar en el Translozoya, o en cualquier puesta en valor de la antigua línea Madrid-Burgos. 



DOR