Quizá nunca cinco leguas de curso fluvial
dieron tanto juego histórico,…y tanto pleito. Las aguas del de la Acebeda, aquel
que comienza su andadura en el collado de Tirobarra como arroyo de los
Horcajos, y muere con el nombre de río Frío al entregar sus aguas al
Milanillos, han sido, y aún lo son, fundamento esencial para la supervivencia
del paisaje y, sobre todo, del paisanaje de las tierras que van desde las
sierras del Quintanar y la Mujer Muerta hasta la ciudad de Segovia.
El hallazgo casual de un sestercio romano,
acuñado durante la primera veintena del siglo II d.C., ha llevado a los
investigadores a modificar la data de construcción del acueducto de Segovia. La
moneda, perdida quizá por uno de los obreros que trabajó en las obras, ha
permitido concluir que fue en el siglo II, y no en el I, cuando se realizó la
construcción. Siglo arriba, siglo abajo, lo cierto es que, de una forma u otra,
el río de La Acebeda lleva casi dos mil años aportando sus claras aguas a la
ciudad de Segovia. Para tal fin, los romanos trazaron una cacera que, tras un
recorrido de más de dos leguas, unía las cotas 1255 del azud del río y 985 del
alcázar segoviano. Tiempo más tarde, cuando la cacera romana ya era cacera real, desde el mismo lugar, se
trazaron dos nuevas acequias: la de Hontoria, hoy abandonada, y la de Revenga,
todavía en servicio. Y, como era de esperar, comenzaron las disputas. “Lo quinto: por cuanto yo soy informado, é
se halla que los dichos concejos de Ontoria é Revenga tienen dos caceras que
salen del dicho Riofrio, é van debajo de la dicha cacera real, é por causa de
ellas se han hecho en la dicha cacera real muchas quebradas é buhardas por
llevar el agua de lo de la dicha cacera real á las dichas sus caceras…”. El
texto corresponde a las Ordenanzas para Guiamiento de Agua de 1435 de Juan II,
a las que siguieron las ordenanzas del Infante, luego Enrique IV, en 1440,
1446, 1449 y 1468. “…y es mi voluntad,
que los dichos concejos de Ontoria é Revenga, ni los vecinos é moradores de
ellos, de aqui adelante para siempre jamás no tomen ni se aprovechen de agua
alguna de dicho Riofrio, ni los dichos concejos, ni algunos de ellos, ni otras
personas de cualquier estado, condición, preeminencia é dignidad que sean, de
allí adelante en ningún tiempo ni puedan tomar, ni tomen, ni se aprovechar, ni
aprovechen de agua alguna de la dicha cacera real,,,” . “…e que la dicha agua de la dicha cacera quede
toda libre y exenta para la dicha mi cibdad, é para mi Alcázar…”. “…por nueva
merced que yo les fago de ello, sopena de dos mil maravedís a cada uno que lo
contrario hiciere para mi cámara.” Las pérdidas de caudal, ya fueran
rutinarias o provocadas, se solucionaron en 1929 con el tendido, por la misma
traza de la acequia existente, de una tubería soterrada.
El sostenido crecimiento demográfico de
la ciudad de Segovia, llevó a los munícipes a abordar el problema del abastecimiento. En último día
de 1953 se inauguró, media legua más abajo del azud romano, la presa de Puente
Alta. Una modesta presa de gravedad, con una capacidad de 2,50 Hm3, que
abastaría la conducción de agua potable de Segovia, así como de Hontoria,
Revenga, Navas de Riofrío, La Losa, Ortigosa del Monte, Otero de Herreros, Los
Ángeles de San Rafael y El Espinar. Las históricas caceras de Revenga y
Hontoria, que regaban los sotos de ambas localidades, se beneficiarían de la
presa solo en el tiempo que de marzo a octubre, siempre que hubiera sobrante. En
2003, los revenganos, algo insatisfechos con el reparto, interpusieron un
contencioso administrativo contra la Junta de Castilla y León, Confederación
Hidrográfica del Duero y el Ayuntamiento de Segovia, reivindicando los derechos
históricos sobre el agua del embalse, que fue desestimado en las instancias
pertinentes. En 2016, el ayuntamiento de Segovia, ante la demanda de consumo,
presenta un proyecto no de ley solicitando la recrecida del muro de la presa,
o, en su defecto, la construcción de un nuevo muro, unos centenares de metros
más abajo, con objeto de triplicar su capacidad. El proyecto ha sido rechazado
por el ministerio correspondiente, señalando la posibilidad de una nueva presa
en el cauce del río Ciguiñuela, ya cerca de Segovia.
Cuando corre el segundo jueves del mes de
junio, el caminante va a recorrer buena parte del río cuyas aguas, como queda
reflejado en lo ya expuesto, tienen una larga historia de explotación,
desencuentros y litigios.
El insuficiente servicio de transporte
público que presenta la zona, obliga el caminante a echar mano de la máquina
infernal. Llega a Revenga en el momento en que un radar móvil de la G.C., al
resguardo de un viejo muro de piedra, está, en junio, haciendo su agosto.
Apeada la máquina infernal en lugar seguro, cruza la carretera en busca de una
calle terriza, que da servicio a media docena de hotelitos. Pegado al muro del
último de ellos, perdido el camino en el pradal, sale al encinar, levantando, a
su paso, los bravíos aromas del tomillo y del cantueso. Con la inconfundible
silueta de La Mujer Muerta recortada en el horizonte, llega el caminante hasta
la orilla diestra del embalse de Puente Alta, por donde corre una carreterilla
asfaltada.
El caminante, que no tiene ninguna
intención de pisar asfalto, baja por el balate hasta la orilla del embalse.
Pegada a la orilla, una estrecha vereda avanza en busca de la corriente del
río. Una vereda que resulta un regalo para los sentidos, pero que conviene
recorrer con cuidado pues el herbazal oculta, en algunos tramos, el borde del
agua. Llega al lugar donde la carreterilla, que viene de Revenga, termina su
tramo asfaltado junto a las ruinas del Rancho del Tío Marianín. Desde allí, en
sentido contrario a la corriente, un camino sigue a escasos metros del río.
Pero el caminante, se va a pegar a la corriente avanzando, mientras pueda, por
un cerrado sotobosque de albares, sauces, servales y fresnos, que, en cualquier
momento, puede impedirle el paso. El momento llega cuando, en un recodo del
río, las rocas y la vegetación obligan al caminante a subir por un escabroso
zopetero, en busca del camino. Pero como Dios aprieta pero no ahoga, y la
suerte se alía con el que la necesita, el cauce seco de la cacera de Revenga lo
saca del apuro. Son unos centenares de metros por un improvisado camino, que
llevan al caminante hasta el tinglado de decantación del azud del acueducto.
El histórico sitio es el lugar apropiado
para hacer las once, antes de iniciar la parte más dura de la jornada. Sobre el
puente que salva el río, la pista que viene de Valsaín, aborda la subida por la
ladera del Alto de Navahermosa. La pista, entre albares centenarios, serpea
desde la cota 1300 del puente hasta la 1750 del Collado del Río Peces, en un itinerario
que recorre algunas navas de gran belleza. Una vez en el collado, el camino
inicia un fuerte descenso hasta llegar a la junta de los arroyos Retamar y
Cereceda.
De continuar por la nítida traza, que
sigue descendiendo por la pina ladera, el caminante, en algo más de un cuarto
de hora, podría llegar a la margen derecha de la corriente, en el lugar donde
el arroyo de los Horcajos pasa a ser el río de la Acebeda. Pero la traza
fragosa y atrayente del arroyo Cereceda lo lleva a abandonar la bondad del
camino, para seguir el curso de la corriente…por donde se pueda. Un recorrido
de un quilómetro y medio, en el que el caminante tiene que pasar de una orilla
a la otra en varias ocasiones, hasta llegar al encuentro con la orilla
izquierda del río. La corriente, bulliciosa y abundante, le obligará a
mantenerse en la margen izquierda durante casi media hora, hasta llegar a un
camino que cruza el río por una pontana de madera. El camino, paralelo a la
corriente por su margen derecha, invita a seguirlo. Pero el caminante, que ya
le ha tomado el gusto al murmullo del agua, vuelve a aventurarse por el
helechal, donde medran acebos y tejos de gran porte. Un interesante recorrido
bajo el pinar, hasta que llega el momento en que la naturaleza vuelve a imponer
su ley. Las turberas de una arroyada obligan al caminante a buscar, ladera
arriba, el camino que abandonó más arriba, y que lo llevará hasta el puente en
el que inició la subida algunas horas atrás.
Otra vez el conocido camino hasta el
azud, desde donde seguirá la senda que corre sobre la soterrada conducción del
acueducto. La vereda avanza por el piedemonte de Cabeza Grande, hasta llegar al
encuentro con la Cañada Real Soriana, que sigue su camino hacia el norte. Allí,
con el caserío de Revenga en el horizonte, abandona la cañada para entrar en la
población junto a un depósito de agua, donde una cancela metálica marca el
límite entre la naturaleza y la civilización.
Ya no está el radar móvil. El sol
comienza a perder fuerza tras los tejados, y al caminante solo le queda
encontrar una fuentecilla, quizá con agua del embalse de Puente Alta, donde
hacer las últimas abluciones de la jornada.
DOR
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