viernes, 19 de abril de 2013

UN ENCUENTRO INESPERADO


Lo vi acercarse lentamente. Bajaba por la carreterilla que parte en dos el paraje de La Herrería. Al principio no puse especial atención a su presencia; me pareció uno más de los paseantes que, desde San Lorenzo, se llegan hasta la Ermita de la Virgen de Gracia. Eran casi las cinco de la tarde, y me había llamado la atención, por lo extemporáneo, que una mujer, sentada en una de las mesas de madera que hay junto a la M-503, estuviese terminando su comida.
Yo, después de andar más de quince kilómetros por el puerto de San Juan de Malagón, y por el añoso castañar que se descuelga por la ladera de saliente de la Machota Alta, me paré sobre el puente que salva la corriente del arroyo del Batán. El tramo que me quedaba hasta la estación de El Escorial era el más monótono y previsible, y necesitaba hacer una recapitulación de lo que había sido la jornada. Fue en ese momento, quizá al verme con los mapas en la mano, cuando se acercó a mí.

-          ¿Quiere saber cómo se llama este arroyo?

En numerosas ocasiones me he encontrado con personas que, aunque no la necesites, te ofrecen su ayuda. Del saber de esos voluntarios siempre he obtenido una valiosa información que completa y enriquece las parcas explicaciones de los mapas. Entonces, con un rápido vistazo, me fijé detenidamente en él. El calzado deportivo de tonos claros contrastaba con el color negro del pantalón y de la cazadora montañera. Aunque parecía no necesitarlo, llevaba un curioso bastón que, más tarde, me confesó le había hecho su hermano allá en su pueblo: Bembibre. Sonreí, y esperé a que me diera su explicación.

-          Es el arroyo del Batán, aunque otros, desde este lugar, lo conocen como río Aulencia.

Simulando que desconocía aquella información, volví a mirar el mapa. Entonces, quizá para justificar su atrevimiento, argumentó:

-          Disculpe, creía que se encontraba perdido, pero ya veo que no.

No me interesaba iniciar una larga conversación, pues tenía intención de tomar el tren de las 17:13. Le pregunté si era vecino de San Lorenzo, y fue su contestación lo que me llevó a variar la hora de mi marcha a Madrid.

-          Vivo en el monasterio. Soy fraile.

Su vasto conocimiento de los alrededores me interesó. Se definió como buen caminante, aunque el peso de los años había acortado el recorrido de sus paseos.

-          Con dieciséis años, al poco de llegar del seminario que la orden tenía en Leganés, hice mi primera marcha. El maestro nos llevó hasta Peguerinos, y cuando volvimos al monasterio había pasado la hora de la cena.

El crecido caudal del arroyo, nos llevó a comentar el excelente año de aguas del que disfrutábamos. Enumeró todas las fuentes de los alrededores: la de La Reina, antiguamente Matalasfuentes; la de Las Arenitas; la de la Virgen de Gracia; la de La Prosperidad; la de Los Capones; la de El Seminario;...De pronto paró en su inventario y, con una sonrisa pícara, me dijo:

-          Todas éstas aparecerán en sus mapas. Pero hay una que seguramente no encontrará: la de Blasco Sancho o del Estribo, que está junto al estanque del monasterio. De esta fuente bebía un anciano hermano, ya fallecido, y que había llevado una muestra del agua a un laboratorio de Madrid, donde aseguraron que era el agua más pura que habían analizado nunca.

En ese momento me traicionó la memoria. Sabía que los jerónimos abandonaron el monasterio con la Desamortización de Mendizábal, pero no recordaba la orden que actualmente cumplen las cargas fundacionales de Felipe II. A mi escueta pregunta, contestó de forma detallada y a la vez concisa:

-          El Real Monasterio se mantuvo semiabandonado durante casi 48 años. La Orden Agustina, a la que pertenezco, se hizo cargo en julio de 1885 con más de un centenar de agustinos que llegaron desde Burgos y Valladolid. Dentro de unos meses se cumplirán 128 años de dedicación al culto de la Basílica, a la atención a la Real Biblioteca, y a la enseñanza. Un largo periodo, solamente interrumpido entre los años 1933 y 1939. En 1933 se suprimió la enseñanza en el Real Colegio Alfonso XII y en el Real Colegio Universitario María Cristina. El 6 de agosto de 1936, 106 religiosos de la comunidad, fueron detenidos y llevados a Madrid. En total 108 agustinos escurialenses fueron victimas durante la guerra; 70 de ellos descansan en las fosas de Paracuellos del Jarama. Ninguno de ellos mereció aquella muerte. En algún caso, como en el Gerardo Gil Leal, su dedicación a ayudar a los necesitados sigue tan reconocida, que tiene calle en El Escorial y en San Lorenzo. Ésta es nuestra memoria histórica.

Terminó su relato con un ligero temblor en su voz, pero, al momento, cambió el semblante, como tratando de olvidar aquello que me había contado.

Cuando miré el reloj de dí cuenta de que ya había perdido dos trenes más, y que no tenía mas remedio que marcharme. Él se dio cuenta de la situación, y me alargó la mano en señal de despedida.

-          Me llamo Modesto. Si necesita algo de mí ya sabe donde estoy.

Correspondí dándole mi nombre, y le trasmití el deseo de poder encontrarnos en otra ocasión.

Junto a la señal de madera que indica la fuente de Los Capones, volví la cabeza y vi como su figura se difuminaba entre los troncos del rebollar de la ermita. Aceleré la marcha acompañado de la extraña mistura del gorjeo de los mirlos y el sonido metálico de los golpes del campo de golf.
Camino de Madrid, con el tibio sol entrando por las ventanillas del tren, una sola idea rebullía en mi pensamiento. Tenía la impresión que aquel fraile no había pasado casi setenta años dedicado, exclusivamente, a la oración; su conocimiento y la forma de expresarse escondían algo más. Pero ya era tarde para preguntárselo.

Una y otra vez, una fuerza extraña me llevaba a la misma cavilación. ¿Era Modesto más que un sencillo fraile de la comunidad del Real Monasterio? Los datos de los que disponía eran pocos, pero lo intenté. Comencé, con nulo resultado, en la página web del ayuntamiento de Bembibre, pues sabido es que las corporaciones municipales, de cualquier tendencia, gustan de presumir de sus hijos ilustres. Cuando ya no lo esperaba, la suerte me acompañó. Asocié el nombre del fraile con el del Real Monasterio, y se hizo la luz. Apareció el nombre de Modesto González Velasco, archivero del Monasterio, y autor de innumerables obras relacionadas con aquél y con la orden Agustina. ¿Era aquel Modesto González Velasco el fraile con el que estuve charlando junto al arroyo del Batán? Tenía la corazonada de que eran la misma persona, pero debía averiguarlo.

Pasados dos días decidí que la solución pasaba por la búsqueda telefónica. Había observado que la práctica totalidad de las obras estaban editadas por Ediciones Escurialenses, editorial dependiente de la Provincia Agustiniana Matritense. Armado de valor y con pocas esperanzas, marqué uno de los números de teléfono de la editora. Una voz de mujer me atendió.

-          Perdone; el pasado día 10 conversé con un fraile que dijo llamarse Modesto. Averiguaciones posteriores me llevan a pensar que pudiera tratarse de Modesto González. ¿Podría usted ayudarme?

Escéptico, aguardé la contestación de la mujer. Esperaba la fría contestación de una funcionaria, indicándome que Modesto González había muerto hacía algunos años, pero resultó todo lo contrario.

-          Si quiere puede preguntarle a él, porque, precisamente, ahora está aquí. ¿Quiere que se lo pase?

Quedé en silencio por unos segundos. La casualidad me volvía a sonreír. La inconfundible voz del fray Modesto, que yo conocía, tronó al otro lado del teléfono.

Volvimos a charlar durante un buen rato. En la actualidad, su comisión como postulador en el proceso de canonización de los mártires agustinianos de la guerra civil, le ocupaba todo su tiempo. Me habló de sus viajes por Europa, y de su estancia, durante varios años, en los EE.UU.

Sine díe, volvimos a emplazarnos en un encuentro en el lugar de La Herrería, en el antiguo batán, o en cualquiera senda de la zona.     

DOR

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