Será difícil
precisar la fecha exacta. Pudo ser en el año 65 o el 66 del pasado siglo,
cuando el futuro caminante, por primera vez, se encontró con la enigmática
imagen de La Maliciosa. María Luisa Pinillos, la profesora de la disciplina
durante algunos cursos del bachillerato, porfiaba en desasnar al grupo de
zangolotinos –de ambos sexos- que asistíamos a las clases de Historia del Arte.
Entonces, el plan de estudios básicamente se ceñía a los libros de texto y a las
actividades dentro del aula. Era un tiempo en el que no se hacían muchas
salidas, aunque algunas hicimos. En una de ellas, con el Museo del Prado como
destino, se hizo una visita a una de las salas de Velázquez. Había algún grupo
más, lo que hizo inevitable escuchar la explicación que, sobre el cuadro El príncipe Baltasar Carlos, a caballo,
hacía el monitor de uno de ellos: “…y el
paisaje de fondo es la sierra de Guadarrama, en concreto el pico de La
Maliciosa”.
El caminante, que
por entonces no tenía la condición de tal, puso limitada atención a la
aclaración en la que, por el hecho de ser una pintura para ser colocada a
cierta altura, sobre el dintel de una puerta, el pintor, para dar perspectiva,
sobredimensionó en exceso el tronco del caballo. Sí puso todo su interés en aquella
cima nevada, cuya visión consideró hipnótica. Hubieron de pasar muchos años,
quizá demasiados, para que el encuentro con La Maliciosa se hiciese realidad. Bien
desde el Alto de las Guarramillas, pasando por el collado del Piornal; bien
desde La Barranca, con parada en El Peñotillo, el caminante, en más de una
ocasión, sufrió y disfrutó hasta llegar a los 2227 metros de la cumbre. Hoy, cuando
han pasado cincuenta y siete años desde aquella visita al museo, en el prólogo
del ocaso de su ardor andariego, el caminante volverá a acercarse a la
imponente cara sur de La Maliciosa. Esta vez será solamente una aproximación,
pues su propósito es saber de lo desconocido, recorriendo veredas hasta ahora
inéditas.
Faltan cinco días para el día del santo Isidro y el tiempo vuelve a darse la vuelta. Si hace quince días parecía que íbamos de camino a hacer una visita a Pedro Botero, tanto que se adelantó la apertura de las piscinas municipales, hoy, según las últimas previsiones, en la procesión del día habrá que sacar al santo labrador con una pelliza.
Como es su
costumbre, sale temprano de La Corte. Llegar a Mataelpino, lugar de inicio de
la ruta de hoy, es sencillo y cada cual buscará el trayecto más atrayente. El
caminante lo hace desde Collado Villalba, pasando por Becerril de la Sierra. En
Mataelpino, en un lugar donde convive la tradición – el antiguo pilar de La
Chorreta - y el futuro – una moderna estación de carga para vehículos
eléctricos - , encuentra el sitio idóneo para estacionar la máquina infernal.
Desde allí sólo tendrá que poner rumbo al poniente por la calle del Frontal. No
hay pérdida pues durante quilómetro y medio, en el camino coinciden el GR-10 y
un tramo de la etapa Manzanares el Real–Cercedilla, del camino de Santiago de
Madrid. A la derecha del camino queda el viejo depósito de agua, hoy
inutilizado; a la izquierda, casi perdido entre el herbazal y la desidia
municipal, el abrevadero de la Vereda del Guerrero. Unos centenares de metros
más adelante, tras superar el cruce con el arroyo de La Gargantilla, abandona
la traza de tan celebrados caminos, para tomar una senda que se arrima al curso
del agua por su margen derecha. Superada una cancela metálica, se hace presente
la imagen imponente de La Maliciosa.
Entre jaras, helechos y cantuesos, la vereda sigue un sostenido ascenso por la ladera. Superada una zona de descansaderos para el ganado, donde predominan las verdes praderas, el terreno comienza a arriscarse y el agua de los manaderos invade el camino. Arroyo y vereda se van encajonando en el pronunciado valle que forman el cordal de Los Asientos a poniente y la Cuerda del Hilo al naciente, cordal este que será su objetivo próximo. Ha llegado el momento de poner toda la atención para buscar el paso a la otra orilla del arroyo. En un lugar de grandes llambrias de granito desgastadas por la erosión y la corriente, en el sitio donde conviven un pino y un mostajo, el caminante deja la compañía del arroyo para comenzar una dura subida por la ladera que sube al cordal. La vegetación ha variado sustancialmente; el jaral comienza a perder su preeminencia y, poco a poco, el brezo y, sobre todo, la gayuba se adueñan de la abrupta ladera.
Es una dura
subida, con un desnivel de más del 35%, que el caminante afronta con
resignación y pasos cortos. Durante el ascenso, serán varias las paradas que deberá
hacer para recuperar el aliento. En una de esas estadas, cuando el sol está
casi en la vertical y mientras alivia el peso de las provisiones, observa la
magnífica panorámica de lo ya recorrido. En el último tramo, quizá el más duro
de la jornada, la senda serpea entre peñas graníticas, que la erosión ha
tallado con formas sorprendentes. Por fin, en el cordal, sobre el llamado
Collado de las Vacas, el caminante se encuentra con el valle del alto
Manzanares. El collado, entre La Maliciosa y La Maliciosa Baja, alfombrado de
enebro rastrero y piorno en flor, resulta un espectáculo para la vista. Hacia
el septentrión, en la alineación de la Cuerda Larga, descuellan Valdemartín y
Cabezas de Hierro. En el fondo del valle, en el inicio de un vertiginoso viaje
hasta el embalse de Santillana, el joven curso del Manzanares, cuya nacencia,
en el Ventisquero de la Condesa, queda oculta por la cima pétrea de La
Maliciosa.
Sobre la Cuerda del Hilo, antes de poner rumbo hacia poniente, el caminante reflexiona sobre el camino a tomar. En un par de quilómetros, deberá tener resuelto el dilema de cuál será la vertiente por la que seguirá. Entretanto, mientras asciende por la suave ladera de La Maliciosa Baja, el cielo comienza a tomar semejanza con el del cuadro de Velázquez. Aún queda tiempo para decidir, pero intuye que será difícil tomar la decisión.
Siguiendo el cordal, por el que corre el PRM-16, el caminante se pone a prueba intentando reconocer los paisajes de cada vertiente. La ausencia de calima le permite distinguir, hacia el sur, los embalses de Navacerrada y Valmayor y, hacia el norte las crestas rocosas de La Pedriza.
Con el Cancho
Porrón en el horizonte inmediato y más allá el Manzanares remansado en el
embalse de Santillana, decide seguir la por la ladera que da al río, siguiendo
la traza del PR. Con la temperatura subiendo a medida que el camino desciende,
no estará de más ponerse a la sombra del espeso pinar que tapiza la vertiente
elegida. A media ladera, con la Sierra de los Porrones a manderecha, la cómoda
senda le permita caminar sin apenas esfuerzo y solazarse con las últimas vistas
de La Cuerda Larga y las que ahora se abren de La Pedriza, donde se distinguen,
con nitidez, la Peña del Yelmo y el Collado de la Dehesilla. Tras un atisbo de
duda, en una desviación que baja hacia el fondo del valle, el caminante sigue
por la curva de nivel. Junto al camino, después de cinco horas de andadura, se tomará
un respiro para a comer.
Tras el descanso,
la bondad del camino termina junto a un añoso muro de piedra. Junto al muro, con
evidente impaciencia, el camino baja hasta la pista de macadán que recorre el
valle. Por ella, ahora en un suave descenso, recorrerá algo más de media legua.
Cuando se encuentra a un quilómetro escaso de la carretera que entra en La
Pedriza desde Manzanares el Real, el caminante sale de la pista por la derecha.
Por el nuevo camino, también de excelente firme, camina durante diez minutos. A
la altura de un abrevadero, cambia el camino por una senda que se adentra en el
piedemonte de la Sierra de los Porrones. Por un hueco en el suelo, tendrá que gestionar
el paso de una cerca de alambre. Pasado el inconveniente, siempre hacia
poniente, llegará a la soledad de la ermita de San Isidro. Tras el necesario
refresco en la fuente, de nuevo sobre la traza compartida del GR-10 y el Camino
de Santiago, entra en Mataelpino por el abrevadero de La Chorreta, a doscientos
metros del pilón del mismo nombre, lugar donde dejo la máquina infernal en la
mañana.
DOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario