viernes, 30 de marzo de 2018

LA ATALAYA DE ARREBATACAPAS


Durante la ocupación musulmana, con sus continuos avances y retrocesos, se establecieron varias líneas de demarcación sobre los territorios ocupados. Una de ellas, la Marca Media, situada al sur del Sistema Central, era la frontera con los reinos cristianos del norte de la península, y garantizó, durante los siglos IX y X, las posiciones musulmanas. El territorio que, en gran parte, coincidía con la actual Comunidad de Madrid, fue protegido por un conjunto de fortificaciones y atalayas. De las primeras quedan algunas huellas como la muralla árabe de la Cuesta de la Vega (Madrid), vestigios de la fortaleza de Alcalá la Vieja (Alcalá de Henares), restos arqueológicos de Calatalifa (Villaviciosa de Odón), murallas de Talamanca de Jarama,…  

En una situación de continuo hostigamiento, fue necesaria la construcción de una red de atalayas, desde las que, con un exiguo retén, se podían controlar los movimientos del enemigo. Con un sencillo código de señales (fuego, espejos, humo…) se trasmitía, casi de inmediato, la información de cualquier movimiento de tropas por los pasos de montaña de Guadarrama y Somosierra. Cuentan las crónicas que una noticia podía recorrer, de atalaya en atalaya, la distancia que separaba Sigüenza de Talavera (unos doscientos quilómetros) en algo menos de una hora. Sobre el valle del Jarama, no en vano el término deriva del bereber y significa río de frontera o río de nadie, se construyeron varias de esas atalayas. En la actualidad, con alguna de ellas restaurada con poco acierto, todavía es factible visitarlas. Siguiendo la línea de alturas del valle de río, dispuestas de NO a SE, se ubican las de El Berrueco (Torrepedrera), Torrelaguna (Arrebatacapas), Venturada, El Vellón y El Molar.

En la mitad del temporal de agua, aprovechando la clara que ofrece el primer miércoles de marzo, el caminante toma un autobús hasta El Berrueco. Su intención, si los húmedos caminos lo permiten, es llegar hasta Torrelaguna caminando sobre la soterrada conducción del Canal de El Villar, para rendir visita a una de las atalayas de la Marca Media: Arrebatacapas.

Orientado hacia el saliente, baja el caminante en dirección a la lámina de agua del embalse de El Atazar. Pasada la depuradora de aguas de la población, a la altura de una almenara decorada por los grafiteros, un camino menor corre junto a una valla metálica donde unos perros ladran amenazadores. Pasada la escandalera, ya sobre el lomo del canal, llega hasta el pontón que salva la cola del embalse que forma el Arroyo de la Dehesilla. Antes de cruzarlo, pegada a una escorrentía, una senda embarrada sube por la ladera. Como era de esperar, la senda se enmaraña de vegetación y la traza de la conducción desaparece. Con ayuda de la brújula se orienta entre la vegetación, tratando de encontrar el paso hasta la carretera de Torrelaguna. Es un lugar solitario, desde el que es visible la atalaya de Torrepedrera. La penitencia a su esfuerzo es el paso por la laberíntica barrera de una sucesión de praderías, y de sus correspondientes muros. Tras una sucesión de saltos y equilibrios sobre los mampuestos, atina con un camino, con apariencia de cordel ganadero, que, siempre entre muros, sigue en la dirección deseada. Por una cancela sin candar accede, por fin, a la carretera.






 Al otro lado del asfalto, sigue un camino bajo el cual, esta vez señalizado por unos mojones marcados CYII, se supone corre el canal. Llegan las señales hasta una profunda barranquera por donde fluye el Arroyo de San Vicente, que ha iniciado su curso unos centenares de metros más arriba y que, a una cierta distancia, va ser su compañero hasta llegar a la atalaya de Arrebatacapas. Encontrar la bajada al barranco no resulta sencillo; los arcillosos zopeteros, humedecidos por las lluvias pasadas, ponen a prueba el tesón del caminante. Al fin encuentra la trocha que, entre la maleza, baja hasta la corriente. La humedad del arroyo propicia un cerrado soto, del que sobresale un esbelto grupo de chopos. En la otra orilla vuelve a hacerse visible la trillada senda que cabalga, sobre el lomo del soterrado canal.


No hay confusión posible. Entre el carrascal, mimetizados en el entorno, respiraderos y almenaras van guiando los pasos del caminante. La traza de la obra, aprobada en 1907 y puesta en funcionamiento en 1912, va sorteando arroyos y barrancos mediante la sólida fábrica de colectores y viaductos, hasta llegar a la almenara de Matamulos. Dejado atrás el ronco ruido del agua a su paso por la instalación, el camino vuelve a serpear sobre el terreno para salvar el profundo barranco del Arroyo de la Huerta. Sobre el esbelto arco del acueducto, las vistas de El Mondalindo y la Sierra de la Cabrera resultan un regalo para la vista. Sigue la senda sobre la conducción soterrada del canal, lo que podría parecer que el camino es sencillo; pero no es así. La infrautilización del mismo está cerrándolo de vegetación, lo que complica el seguimiento de la ruta. Entre un mar de chaparros y retamas, el caminante llega hasta una nueva almenara, la de La Dehesa, en cuyas inmediaciones un curioso aforador mecánico marca el caudal del canal.





Pasada la almenara, durante un tramo de un cuarto de hora, la densa vegetación obliga al caminante a hacer uso de un carril que corre paralelo a la traza del canal. Y es entonces cuando, sobre el carrascal, emergen las copas de un viejo alcornocal cuyos ejemplares salpican la ladera del cerro de la Dehesa Vieja. Dada su altura, no resulta complicado localizar los más vistosos, y solamente el tiempo que cada cual le dedique condicionará el recorrido. Vuelve a hacerse andadera la vereda sobre el canal. Tras el paso por la última almenara de la jornada, la de El Calerín, llega el caminante a las ruinas de una paridera donde el canal, en forma de mina, atraviesa el cerro, hasta llegar, en la ladera opuesta, hasta la ETAP de Torrelaguna. Es en este punto donde el caminante, haciendo uso de cualesquiera de las trochas abiertas, comienza la subida hasta la cima del cerro donde, desde hace más de mil años se encuentra la atalaya de Arrebatacapas.





Desde la cima se asoma a la ladera del mediodía, en la que se encuentra el tinglado de instalaciones del Canal, punto final del el recorrido del canal de El Villar. Junto a la atalaya, en un entorno de calizas, medran el tomillo, el esparto y el enebro. Es un desolado lugar, desde el que es perfectamente visible la atalaya de El Berrueco, y en el que algún lugareño antojadizo ha construido una mesa que el caminante, dada la hora, aprovecha para rematar el abasto.





Por el cordal, ahora hacia el saliente, va en busca de la carretera. Pasada ésta, el camino se prolonga sobre los cortados, dejando a la siniestra, en el fondo del valle, un camino que corre paralelo a un arroyo. Al final de los cortados, sin otra solución aparente, perdida su condición de carril y convertido en senda, se descuelga por la pina ladera hasta llegar al camino que se divisaba desde las alturas. Cuando el carril acaba su recorrido en la carretera, una senda se pega al barranco del Matachivos, donde dormitan los gigantescos tubos del sifón que trasiega el caudal del canal de El Atazar.  Solo resta seguir la canalización del arroyo, que atraviesa el caserío de Torrelaguna de norte a sur, hasta llegar a la parada del autobús.




Durante el regreso a La Corte, cuando el autobús transita dando servicio a todas y cada una de las poblaciones del valle del Jarama (Talamanca, Valdetorres, Fuente el Saz,…), el caminante, sobre el mapa, hace un cálculo aproximado de la distancia, en quilómetros, entre las atalayas: de la de El Berrueco (Torrepedrera) a la de Torrelaguna (Arrebatacapas) 5; desde ésta a la de Venturada 6,5; de Venturada a la de El Vellón 4,7; y desde ésta última a la de El Molar 6. Sin duda una línea defensiva bien estructurada, por la que sería muy difícil pasar sin ser visto.     

DOR


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