Durante la
ocupación musulmana, con sus continuos avances y retrocesos, se establecieron
varias líneas de demarcación sobre los territorios ocupados. Una de ellas, la
Marca Media, situada al sur del Sistema Central, era la frontera con los reinos
cristianos del norte de la península, y garantizó, durante los siglos IX y X,
las posiciones musulmanas. El territorio que, en gran parte, coincidía con la
actual Comunidad de Madrid, fue protegido por un conjunto de fortificaciones y
atalayas. De las primeras quedan algunas huellas como la muralla árabe de la
Cuesta de la Vega (Madrid), vestigios de la fortaleza de Alcalá la Vieja
(Alcalá de Henares), restos arqueológicos de Calatalifa (Villaviciosa de Odón),
murallas de Talamanca de Jarama,…
En una situación
de continuo hostigamiento, fue necesaria la construcción de una red de
atalayas, desde las que, con un exiguo retén, se podían controlar los
movimientos del enemigo. Con un sencillo código de señales (fuego, espejos,
humo…) se trasmitía, casi de inmediato, la información de cualquier movimiento
de tropas por los pasos de montaña de Guadarrama y Somosierra. Cuentan las
crónicas que una noticia podía recorrer, de atalaya en atalaya, la distancia
que separaba Sigüenza de Talavera (unos doscientos quilómetros) en algo menos
de una hora. Sobre el valle del Jarama, no en vano el término deriva del
bereber y significa río de frontera o
río de nadie, se construyeron varias
de esas atalayas. En la actualidad, con alguna de ellas restaurada con poco
acierto, todavía es factible visitarlas. Siguiendo la línea de alturas del valle
de río, dispuestas de NO a SE, se ubican las de El Berrueco (Torrepedrera), Torrelaguna (Arrebatacapas), Venturada, El Vellón y
El Molar.
En la mitad del temporal
de agua, aprovechando la clara que ofrece el primer miércoles de marzo, el
caminante toma un autobús hasta El Berrueco. Su intención, si los húmedos
caminos lo permiten, es llegar hasta Torrelaguna caminando sobre la soterrada
conducción del Canal de El Villar, para rendir visita a una de las atalayas de
la Marca Media: Arrebatacapas.
Orientado hacia
el saliente, baja el caminante en dirección a la lámina de agua del embalse de
El Atazar. Pasada la depuradora de aguas de la población, a la altura de una
almenara decorada por los grafiteros, un camino menor corre junto a una valla
metálica donde unos perros ladran amenazadores. Pasada la escandalera, ya sobre
el lomo del canal, llega hasta el pontón que salva la cola del embalse que
forma el Arroyo de la Dehesilla. Antes de cruzarlo, pegada a una escorrentía,
una senda embarrada sube por la ladera. Como era de esperar, la senda se
enmaraña de vegetación y la traza de la conducción desaparece. Con ayuda de la
brújula se orienta entre la vegetación, tratando de encontrar el paso hasta la
carretera de Torrelaguna. Es un lugar solitario, desde el que es visible la
atalaya de Torrepedrera. La penitencia a su esfuerzo es el paso por la
laberíntica barrera de una sucesión de praderías, y de sus correspondientes
muros. Tras una sucesión de saltos y equilibrios sobre los mampuestos, atina
con un camino, con apariencia de cordel ganadero, que, siempre entre muros,
sigue en la dirección deseada. Por una cancela sin candar accede, por fin, a la
carretera.
No hay confusión
posible. Entre el carrascal, mimetizados en el entorno, respiraderos y
almenaras van guiando los pasos del caminante. La traza de la obra, aprobada en
1907 y puesta en funcionamiento en 1912, va sorteando arroyos y barrancos
mediante la sólida fábrica de colectores y viaductos, hasta llegar a la
almenara de Matamulos. Dejado atrás el ronco ruido del agua a su paso por la
instalación, el camino vuelve a serpear sobre el terreno para salvar el profundo
barranco del Arroyo de la Huerta. Sobre el esbelto arco del acueducto, las
vistas de El Mondalindo y la Sierra de la Cabrera resultan un regalo para la
vista. Sigue la senda sobre la conducción soterrada del canal, lo que podría
parecer que el camino es sencillo; pero no es así. La infrautilización del
mismo está cerrándolo de vegetación, lo que complica el seguimiento de la ruta.
Entre un mar de chaparros y retamas, el caminante llega hasta una nueva
almenara, la de La Dehesa, en cuyas inmediaciones un curioso aforador mecánico
marca el caudal del canal.
Pasada la
almenara, durante un tramo de un cuarto de hora, la densa vegetación obliga al
caminante a hacer uso de un carril que corre paralelo a la traza del canal. Y
es entonces cuando, sobre el carrascal, emergen las copas de un viejo
alcornocal cuyos ejemplares salpican la ladera del cerro de la Dehesa Vieja. Dada
su altura, no resulta complicado localizar los más vistosos, y solamente el
tiempo que cada cual le dedique condicionará el recorrido. Vuelve a hacerse
andadera la vereda sobre el canal. Tras el paso por la última almenara de la
jornada, la de El Calerín, llega el caminante a las ruinas de una paridera
donde el canal, en forma de mina, atraviesa el cerro, hasta llegar, en la
ladera opuesta, hasta la ETAP de Torrelaguna. Es en este punto donde el
caminante, haciendo uso de cualesquiera de las trochas abiertas, comienza la
subida hasta la cima del cerro donde, desde hace más de mil años se encuentra
la atalaya de Arrebatacapas.
Desde la cima se
asoma a la ladera del mediodía, en la que se encuentra el tinglado de
instalaciones del Canal, punto final del el recorrido del canal de El Villar.
Junto a la atalaya, en un entorno de calizas, medran el tomillo, el esparto y
el enebro. Es un desolado lugar, desde el que es perfectamente visible la
atalaya de El Berrueco, y en el que algún lugareño antojadizo ha construido una
mesa que el caminante, dada la hora, aprovecha para rematar el abasto.
Por el cordal,
ahora hacia el saliente, va en busca de la carretera. Pasada ésta, el camino se
prolonga sobre los cortados, dejando a la siniestra, en el fondo del valle, un
camino que corre paralelo a un arroyo. Al final de los cortados, sin otra
solución aparente, perdida su condición de carril y convertido en senda, se
descuelga por la pina ladera hasta llegar al camino que se divisaba desde las
alturas. Cuando el carril acaba su recorrido en la carretera, una senda se pega
al barranco del Matachivos, donde dormitan los gigantescos tubos del sifón que
trasiega el caudal del canal de El Atazar.
Solo resta seguir la canalización del arroyo, que atraviesa el caserío
de Torrelaguna de norte a sur, hasta llegar a la parada del autobús.
Durante el
regreso a La Corte, cuando el autobús transita dando servicio a todas y cada
una de las poblaciones del valle del Jarama (Talamanca, Valdetorres, Fuente el
Saz,…), el caminante, sobre el mapa, hace un cálculo aproximado de la distancia,
en quilómetros, entre las atalayas: de la de El Berrueco (Torrepedrera) a la de
Torrelaguna (Arrebatacapas) 5; desde ésta a la de Venturada 6,5; de Venturada a
la de El Vellón 4,7; y desde ésta última a la de El Molar 6. Sin duda una línea
defensiva bien estructurada, por la que sería muy difícil pasar sin ser
visto.
DOR
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