Una vez al mes, desde hace varios años, comparto
experiencias con un grupo de veteranos senderistas. Como en todo grupo
numeroso, resulta difícil conciliar todas las opiniones: unos considerarán el
recorrido corto, otros demasiado largo, y el resto demasiado accidentado; pero
todos comparten una admirable virtud: el entusiasmo. Mi opinión personal es que
solamente necesitan un pequeño empujón para vencer la desconfianza sobre sus
propias aptitudes. Consiguiendo esa victoria, podremos llegar a disfrutar de
paisajes sorprendentes y horizontes espectaculares.
,...una senda por el cantil del Lozoya... |
Para el 19 de enero teníamos programada una ruta
por la parte septentrional de la Sierra de la Cabrera. La previsión de un
fuerte temporal –ciclogénesis explosiva, dicen los finos-, aconsejaba mudar el
recorrido por otro sobre cotas más bajas, con objeto de evitar la exposición a
los fuertes vientos previstos. Con buen criterio, y con el beneplácito de todos
los andariegos convocados, se decidió recorrer parte de la margen derecha del
embalse de El Atazar. A la hora programada, treinta y cuatro atrevidos,
desafiando a las malhumoradas nubes, subieron, empapados pero animosos, al
autocar. Cuando llegamos a La Cabrera, aquellos fuertes vientos que habían
modificado nuestra ruta, pararon la lluvia y alejaron momentáneamente las
amenazadoras nubes.
El Lozoya huye entre farallones de más de cincuenta metros. |
La silente espadaña de Robledillo de la Jara supervisó
la marcha del grupo hasta el camino del cementerio. Desde allí, por una amplia
pista, comenzamos a disfrutar del paisaje. A manderecha el vallejo de un
arroyo, del que salieron espantados dos parejas de corzos que, con veloz
carrera, se perdieron entre el jaral.
Tras cruzar la carretera en la zona del pinar de
Casasola, una senda por el cantil del Lozoya nos llevó hasta la presa de El
Villar. Tras ciento cuarenta años –con algunas y evidentes mejoras- sigue
prestando el mismo servicio que cuando fue construida. Es la más antigua –en
funcionamiento- de la Comunidad de Madrid, y fue la primera de arco y bóveda
construida en el mundo, de tal forma que, desde entonces, este tipo de
construcción es conocida como de presas españolas. Más tarde, en 1911, se
construyó un canal para abastecer de agua a la capital. A lomos de ese canal discurriría
gran parte de nuestro recorrido. El Lozoya, rebelde desde su nacimiento, huye
de la artificiosa sujeción entre farallones de más de cincuenta metros, sin
saber que, tres leguas más adelante, volverá a ser represado en El Atazar.
Arquería de la Almerara de la Alameda. |
Cruzando la corriente sobre las lanchas graníticas. |
En la zona del Hospitalillo, donde la Senda del
Genaro abre una ramificación que, en dirección norte, llega hasta Manjirón,
tomamos el camino de servicio del Canal. El camino, cuyo asfaltado ha conocido
tiempos mejores, resultaba un tanto monótono. Tras dos kilómetros por el
tedioso camino, había que dar una pequeña sacudida a la ruta. Entre las
carrascas salimos hasta la orilla del embalse. Anduvimos por el arenal hasta
llegar a la almenara de La Alameda, cuya perfecta arquería salva el arroyo del
mismo nombre. Cruzar la corriente, sobre las lanchas graníticas, puso un punto
de entusiasmo en el grupo. A partir de ese momento el camino reposaba sobre el
caballón terrizo de la conducción de agua. Después de otro par de kilómetros de
descansado caminar, estábamos obligados a desperezar nuestra ansia caminera.
Entre húmedos arenales y caprichosos berruecos. |
Volvimos a salir a la orilla del agua, para, en
una divertida alternancia de húmedos arenales y berruecos de formas
caprichosas, llegar hasta la Almenara de Recombo con la intención de comer bajo
su arcada. Resultó imposible; el crecido arroyo ocupaba toda la luz del arco,
por lo que tuvimos que comer sobre las piedras, bajo unos más que amenazantes
nubarrones. No pudimos hacer sobremesa; las negras nubes se abrieron sobre
nosotros y comenzó a caer el diluvio del Antiguo Testamento. Apresuradamente
cruzamos el arroyo, para volver a caminar sobre el canal de El Villar hasta
llegar a El Berrueco.
Apresuradamente cruzamos el arroyo... |
En fin, un hermoso día con la especial presencia
del agua.
DOR.
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