martes, 5 de julio de 2016

EL MONDALINDO

En una entrevista, publicada en 1995, el crítico y teórico francés George Steiner contestaba, con la firmeza y convicción que dan los años, sobre algunas de las aficiones a las que todavía no había renunciado.

-          …no soy un aficionado a la democracia de las playas. La montaña efectúa una ruda selección; cuanto más se escala, menos gente se encuentra.

El pasado 11 de marzo, upado sobre el vértice geodésico de El Pendón, el caminante, cautivado por el cordal dibujado hacia el septentrión, incluyó en el capítulo de los asuntos pendientes de resolución el regreso a la vieja cima de El Mondalindo, esta vez por la cara meridional. Aquel día de marzo tuvo ocasión de visitar, y también gustar, alguno de los manaderos de los que el ayuntamiento bustareño tiene a gala presumir. Hoy, primer miércoles de abril, volverá a encontrarse con un buen número de fuentes y veneros que, en esta época, manan con fuerza de la rocosa ladera.    

Ha transcurrido casi un mes y, para realizar su propósito, el caminante regresa a Bustarviejo. Esta vez se apea en la parada que el autobús tiene, ya camino de Valdemanco, junto a la Ermita de la Soledad. Al otro lado de la carretera, junto a una vieja fuente hundida en el terreno, el camino se inicia y avanza por la parte exterior de una urbanización. Tras la última edificación, descarnado por la erosión de las lluvias, el camino se empina en busca del primer resalte rocoso de la ladera: la Peña de las Monjas. A la altura de tan curiosas formas, en el lugar donde la exigente subida obliga al caminante a aligerarse de ropa, el sendero abandona su querencia boreal para orientarse hacia levante. Rasgando la ladera, a medio camino entre la divisoria de aguas y el camino del Puerto del Medio Celemín, la senda se abre paso entre rocas, piornos y atochares hasta llegar a la Fuente del Agua Fría.



La fuente, que no ceja en su constante manar ni en época de calores, sirve como excelente coartada para hacer una nueva parada. A la espalda del caminante, en una apacible imagen, el caserío de Bustarviejo se extiende en el fondo del valle. Y la naturaleza, que no entiende de lindes, presenta el mismo paisaje ahora que el camino ha entrado en el término de Valdemanco. Con la Sierra de La Cabrera en el horizonte, por una ladera en la que el piorno es dueño y señor, el camino se descuelga en busca del carril que sube del puerto. En el descenso, en la solana de un cancho rocoso, una nueva fuente sacia la sed del caminante. Antes del pinar, vuelve la pajiza atocha a tapizar el zopetero.








El carril, dando una tregua al caminante, avanza a media ladera hasta el lugar donde otra fuente mana bajo una arboleda. Antes de entrar en el pinar, donde perderá toda referencia visual, se asoma a la última panorámica sobre el puerto, por donde, comunicando los valles del Lozoya y del Guadalix, corre la Cañada Real Segoviana. La sombra del pinar es el único consuelo de una subida en la que, por segunda vez, se pondrá a prueba el fuelle del caminante. A la siniestra, siempre en ascensión, toma una primera bifurcación, que también dejará,  para seguir por una senda que se pega a la raya de Lozoyuela, y que supone el último esfuerzo intenso de la jornada. Una vez arriba, sobre el cordal todavía con nieve, el camino serpea en busca del tinglado de antenas instalado sobre la cima rocosa del Regajo, desde donde las vistas resultan grandiosas. Hacia el saliente, colocados en orden de proximidad, Valdemanco, la Sierra de la Cabrera y el embalse de El Atazar; hacia el norte, al resguardo de los Montes Carpetanos, el albo refulgir de las poblaciones que se asientan en el valle del Lozoya, y que contrasta con el vistoso azul del embalse de Riosequillo; al mediodía la inmensa llanura madrileña. Y con dirección al poniente, con el mismo rumbo que seguirá el caminante, en una sucesión de viejas cumbres y espaciosos collados, el cordal que se pierde en la lejanía hasta llegar al Puerto de Canencia.







Entre realidades y ensueños se encuentra el caminante cuando, tras el riscal, aparece un menguado hato de cabras. Nada de particular si no fuese porque, de entre aquellas, saltan dos mastines que más que canes parecen ponis. De inmediato le viene al magín la sentenciosa conseja de Alonso Quijano: “Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas, especialmente aquel que dice…” Y el caminante, por su conveniencia y provecho, cambia el refrán “Donde una puerta se cierra, otra se abre”, con el que don Quijote termina aleccionando a Sancho, por aquel que espera sea más cierto que ningún otro: “Perro ladrador, poco mordedor”. Los mastines, con evidente mala baba y unos colmillos como barberas, ladran y arrufan alrededor del caminante, mientras el pastor, probablemente resguardado en su trascacho, se estará descojonando con la escena. Ésta se termina cuando el caminante, a la manera de Moisés antes de cruzar el Mar Rojo, amenazante, levanta el bastón por encima de su cabeza. Por suerte ahí terminó todo.

El siguiente hito de la ruta es el vértice geodésico del Modalindo. Caminar en círculo alrededor el cipo significa pisar cuatro términos municipales diferentes: Bustarviejo, Canencia, Garganta de los Montes y Valdemanco. Tras el interesante lugar, el camino avanza por el luminoso cordal. En un imperceptible descenso, el caminante va enhebrando oteros y collados hasta llegar al Collado Abierto o de Hernán García, lugar donde los ganaderos, sirviéndose de dos viejas bañeras, han aflorado una fuente de fresco caño. En ese lugar, donde se forma el Arroyo del Valle, el regreso a Bustarviejo presenta dos alternativas: continuar por el vallejo, siguiendo el curso del agua o, entre el olor del ládano, progresar por el sendero que parte en dos la ladera. Por desconocida, el caminante se decide por la última hasta dar con el lugar donde se encuentra la Mina del Indiano.





Galerías abandonadas, herrumbrosa maquinaria y, sobre todo, la rehabilitada torre del antiguo molino, son los vestigios de un pasado esplendor que, en busca de plata y otros minerales, se mantuvo desde mediados del XVII hasta los años setenta del pasado siglo. Olvidado en los cajones de la administración, puede que por desidia o quizá por falta de dinero, duerme un estudio para poner en valor las instalaciones. El proyecto contempla el drenaje y consolidación de las galerías que minan la ladera, con la intención de hacerlas visitables. El conjunto se completa con un surtido de paneles informativos que, de forma amena, dan cumplida crónica del sus orígenes y del funcionamiento de la explotación.


Desde la torre, el camino, ahora de buena traza, se dirige hacia Bustarviejo. Antes de llegar al campo de deportes un nuevo manadero con pilón para el ganado: el Manantial de la Gregoria. Al otro lado de la carretera, como colofón a una jornada rica en frescas aguas, se encuentra el área recreativa El Collado donde, a juzgar por los coches que pararon a llenar damajuanas y botellas, la esbelta fuente de cinco caños sigue manteniendo su antigua reputación de frescura y calidad.

 

A la parada que tiene frente a la fuente, a la hora prevista, llega el autobús que viene de Valdemanco. Durante el trayecto de regreso, el caminante repasa la jornada y sobre todas las estampas del día destaca dos: los colmillos de los mastines guardeses del ganado y, con menos peligro, el sinfín de fuentes y veneros que ha encontrado en el camino. En buena lógica, el grato recuerdo de esta última le hace preguntarse: ¿será cierto el censo del ayuntamiento bustareño, que cifra en doscientos los afloramientos del lugar?

DOR

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