El caminante, poco agraciado de virtudes y
abundoso en defectos, siempre ha pretendido que, entre los últimos, no aparezca
el de la presunción. Sabe, pues así se lo dice la experiencia, de la
importancia de admitir la ignorancia como única forma de salir de las
tinieblas.
Fue durante la preparación del itinerario, cuando
se tropezó con aquella desconocida acepción aplicada a una especie vegetal: el loro. Contrariado, el caminante
indaga hasta encontrar la respuesta que lo redime de su supino desconocimiento.
Se trata de una especie en grave peligro de extinción, anclada en lugares
propicios para su desarrollo, conocidos por los botánicos como microrreservas.
Baste decir que el censo es de unos once mil ejemplares para toda la península
ibérica. La reseña la encuentra en un excelente trabajo, publicado en número 11
de la Revista de Medio Ambiente de la Comunidad de Castilla-La Mancha: La
Microrreserva de la Garganta de las Lanchas se localiza en un valle por el que
discurre el arroyo de las Lanchas, dentro del núcleo central de la Sierra de
Sevilleja, en las proximidades del nacimiento del río Gévalo. Se trata de un
arroyo con gran capacidad erosiva, que ha excavado un profundo valle con varios
saltos de agua. Las aguas de escorrentía recogidas en su cuenca, junto a las
aportadas por los diversos manantiales que aparecen en la zona, suponen los
principales aportes hídricos, que aunque de modesto caudal, posibilitan el
carácter permanente de este curso de agua. Es este uno de los territorios
montañosos más elevados y lluviosos de los Montes de Toledo, que ofrece unas
especiales condiciones de humedad y estabilidad térmica que han permitido que
este enclave albergue un conjunto de especies y formaciones vegetales de óptimo
euro-siberiano o propias de áreas con climas más oceánicos, e incluso
subtropicales. Los bosquetes, rodales o las manifestaciones aisladas de estas
especies, constituyen los últimos restos de unas formaciones vegetales,
desarrolladas bajo condiciones climáticas que ya no se dan en el territorio,
por lo que pueden ser calificados como auténticas reliquias. Destaca
una de las escasas localizaciones, y sin duda la mejor conservada, del “loro”
(Prunus lusitánica) en nuestra Región. Esta especie vegetal constituye una
reliquia de la flora lauroide que cubrió esta parte del continente europeo
antes de las glaciaciones, y aparece recogida en el Catálogo Regional de
Especies Amenazadas dentro de la categoría “vulnerable”. La población de
“loros” incluida en esta microrreserva no supera los 150 individuos y se
presenta bien en rodales más o menos extensos, bien como individuos aislados,
instalándose en el fondo de la garganta, cerca del cauce (por encima del nivel
de máxima avenida), o sobre las pedrizas adyacentes. En algunos casos, los
árboles ascienden por las laderas, hasta niveles medio-inferiores, pero siempre
ligados a los aportes hídricos de nacederos o pedrizas.
Entusiasmado por la idea de encontrarse con la
garganta, los saltos de agua y, sobre todo, con las loreras, sale el caminante, en la amanecida del tercer jueves del
mes de octubre, hacia Robledo del Mazo. Al salir de la laberíntica travesía de
Los Navalucillos, la carretera se estrecha considerablemente. La máquina
infernal bufa y se retuerce en las cerradas curvas que siguen el curso del los
ríos Pusa y Gévalo.
Desde el caserío de Robledo, parte el caminante
dejando a manderecha el depósito de aguas de la población. Entre chaparros,
bacillares y algún castaño disperso, el camino rodea el Cerro del Molino en
busca de la garganta. Abandona la bondad del camino carretero para, bajo la
cerrada sombra de un pinar de repoblación, localizar la vereda que acompaña a
la tubería que toma agua del arroyo. El estrecho sendero, colgado sobre la
garganta, con el único vestigio humano de los antiguos restos del molino
harinero, avanza a contracorriente por lugares en los que la cerrada vegetación
imposibilita la entrada del sol. El travesío alterna los tramos rocosos con frondosos
helechales cargados de humedad, de los que no queda más solución que salir
empapado. Entre el brezal, que ahora ha tomado posesión del terreno, y que
comienza a evaporar el agua acumulada durante la noche, una familia de viejos maíllos muestra el sonrosado fruto que,
con toda seguridad, hará las delicias de los jabalíes.
Cruza el arroyo por el azud donde la tubería, que
ha seguido durante cerca de dos quilómetros, toma el agua para la población.
Tras una corta subida, sin camino visible, el caminante llega a la excelente
pista que viene desde la población de Las Hunfrías. Es en ese lugar donde
comienza la visita balizada a los dos primeros saltos de agua. Desde el segundo
chorro, el estrecho camino avanza entre un cerrado robledal, que en estas
fechas comienza a teñirse de ocres otoñales. Procura mantenerse junto a la
corriente, donde, entre los robles, medran añosos ejemplares de fresno. Con
dificultad desciende a la umbrosa oquedad de unos de los chorros, con la única
intención de aproximarse a la desconocida especie botánica. Bajo la lancha
desde la que se precipita el agua, en aquel lugar de difícil acceso, las verdes
hojas de los loros brillan bajo la luz del mediodía.
A medida que el camino toma altura, el arroyo va
perdiendo caudal hasta que, en el límite del robledal con un cortafuego, la
corriente desaparece. Después de algo más de una legua bajo las copas de los
árboles, ahora, sin el amparo de la vegetación, toca rematar la subida hasta la
cuerda de la Sierra de Sevilleja. En la divisoria el paisaje, difuminado por la
calina, resulta grandioso: hacia el mediodía el Rincón de Anchuras,
perteneciente a Ciudad Real; hacia el saliente la Garganta de las Lanchas y el
valle del Gévalo y, ocupando todo lo que la vista alcanza hacia poniente y
septentrión, la verde inmensidad de la comarca de La Jara.
Una vez rebasado el Collado Praderón, el
caminante abandona el excelente camino que sigue por la soledad del cordal. Un
camino de menor entidad lo lleva hasta un nuevo collado donde nace el río Frío.
Por la umbría, a media ladera, el carril desciende entre pinos y robles. Entre
éstos, vuelve a distinguirse el verde distinto de fresnos y arces de
Montpellier. Entre la vegetación, una represa interrumpe el curso de la
corriente. Poca es el agua embalsada, pues poca es la corriente aportada por el
río Frío. Por el coronamiento del talud que cierra la presa, busca la vereda
que, ahora por la margen derecha, baja hasta el cruce de caminos de Sevilleja
de la Jara, Robledo del Mazo y Buenasbodas. Es en ese mismo punto, abandonado
el rumbo que hasta entonces seguía, donde el río Frío enfila, hacia el ocaso,
los últimos quilómetros de su efímera existencia. Pero, como si se tratase de
un río importante, muere a lo grande. Antes de su desembocadura en el río Uso,
da -o quizá sería mejor decir dio- vida a varios molinos harineros: el del
Tuerto, el del Moral, el de Juan Sánchez, el de las Peñas y el del Marqués.
El caminante, plantado en el cuadrivio, observa
el último obstáculo de la jornada. Con algunos tramos de un desnivel de más del
36%, el camino asciende por un canchal que parece tener vida propia. Durante
los veinte minutos de fastidiosa ascensión, debe elegir entre caminar sobre los
cortantes cantos de las piedras grandes, o hacerlo sobre la cascajera de
piedras menudas que se mueven a cada paso bajo sus pies. Cualquiera de las dos
opciones, o su alternancia, constituye un esfuerzo añadido al que supone el
elevado desnivel. Tras el esfuerzo, ya sobre el collado, la visión del caserío
de Robledo reconforta al caminante. Bajo el robledal, el camino, ahora de buena
traza, desciende suavemente, recamado de arbustos de tonalidades que solamente
la naturaleza sabe dibujar, hasta el encuentro con la línea de alta tensión que
da servicio a las poblaciones de la comarca. Es la clara señal de que termina
el paisaje silvestre y bravío y comienza el domeñado.
Entre huertos, olivares, viejas encinas, y algún
alcornoque de tronco desnudo moteando las lindes, llega el caminante hasta la
población, donde algunos vecinos hacen acopio de leña para el invierno que, lenta
pero inexorablemente, ya comienza a asomar las orejas.
DOR
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