16 de octubre, 7:15 horas. Tal parece que los
hados llevan un par de días alborotados. Si en el día de ayer, un movimiento
sísmico, de grado 2,8, y epicentro en Alcorcón, perturbó la sobremesa, hoy, sin
previsión alguna por parte de los entendidos, amanece una mañana de perros. Una
intempestiva niebla envuelve la amanecida; mal asunto para senderistas y
conductores. Intuyendo el atasco mañanero, me decido por la M-45. Prefiero
hacer algunos kilómetros más, antes que aprenderme de memoria la matricula del
vehiculo que marcha delante. Los boletines de tráfico confirman mi suposición:
monumental atasco en la M-40.
Al pasar por Riaza, la cuerda de La Pinilla estaba
desaparecida bajo las nubes. La plaza de Riofrío de Riaza, la más alta de la
provincia de Segovia -1312 m .-,
se encuentra prácticamente vacía. Estaciono junto a otro vehiculo y un paisano
me pide deje libre la puerta de lo que parece una antigua cuadra, pues tienen
que encerrar las patatas. Me advierte del peligro de la niebla, y predice que
levantará a media mañana.
De la misma plaza, con dirección al embalse que
remansa las aguas del Riaza, sale el camino de mi neblinosa e incierta ruta. Al
llegar a una pequeña fuente, un carril, marcado por el paso de vehículos a motor,
se bifurca del principal, y comienza a subir junto a una punteada línea de
robles. Tras un calvero, el caminante abandona las rodadas y, entre la espesa
niebla, comienza la ascensión. Sin referencias, y sin paisaje, la monótona
subida se ve salpicada de fantasmagóricas apariciones de los afloramientos
rocosos, que predicen la llegada al cruce de caminos del Portillo de los Lobos.
Con un radio de visión de menos de diez metros parece inútil ascender hasta La
Buitrera. Decepcionado, el caminante opta por seguir la senda que, paralela a
la cuerda, le ha de llevar hasta el Puerto de la Quesera. Después de algo más
de media legua sin más compañía que la niebla y el brezal, aparece el
formidable hito del Alto del Porrejón. Sobre sus 2013 metros de altitud,
el caminante soporta el frío viento y el cernidillo que cala hasta los huesos
y, entonces, se produce el milagro anunciado por el paisano de Riofrío. El
fuerte vendaval comienza a arrastrar la niebla, y unos tímidos rayos de sol
encienden la llanura segoviana.
Acurrucado tras el mojón, el caminante aguarda a
que el viento limpie el cielo, pero la persistente niebla resulta difícil de
vencer y, aterido, comienza el descenso. A los pocos metros, un guijarro del
camino parece moverse. Pensando que se trata de una confusión de sus llorosos
ojos, se acerca y descubre el motivo: ¡un sapo a 2000 metros de altura!
Tras el insólito encuentro,… la esperada
exhibición de la naturaleza. El fuerte viento ha conseguido desmenuzar la
niebla, y comienzan a aparecer toda suerte de baríes paisajes. Al echar la
vista atrás, el hito del Porrejón parece un dedal colocado en lo alto del pico.
A mano izquierda las barranqueras que dan origen al río de la Hoz, que junto al
Lillas dan frescor y humedad al hayedo de la Tejera Negra. A la diestra,
comenzando a tomar su característico color otoñal, agarradas a los vallejos,
las manchas del hayedo de Riofrío. Y de frente, mirando hacia poniente, el
puerto de La Quesera.
En el puerto, en la divisoria de las provincias
de Segovia y Guadalajara, un cartelón anuncia el paso a la comunidad de
Castilla-La Mancha. Algún disconforme ha tachado parte de nombre, y, con el
apoyo del dibujo de un torreón, ha escrito: no
somos manchegos. ¡Ay el asunto de las lindes históricas!
El caminante, dándole vueltas a la discrepancia
del autor del grafito, comienza la subida al Calamorro de San Benito, desde
donde se domina todo el valle del joven Riaza. Recuperado el resuello, abandona
el camino que sigue hasta el Pico del Lobo y comienza a bajar entre el brezal.
Tras algo más de un par de kilómetros, con el pueblo siempre en el horizonte,
la estrecha senda se abre en un carril que se engarza en un bosque de cuento de
hadas, donde los verdes helechos tapizan el cerrado robledal.
Al llegar a la plaza, bajos los arcos del
ayuntamiento, tres muchachos se afanan en sus terminales telefónicos. Creo que
son amigos, pero no lo puedo asegurar. El caminante pregunta si el agua de la
fuente se puede beber. Uno de ellos, cariparejo y cegarrita, contesta
lacónicamente:
-
Es potable.
El caminante, que suele disfrutar con la charla
de las gentes de los lugares que visita, se retira contrariado hasta la fuente para
mitigar la sed y hacer sus abluciones. Es entonces cuando un lugareño, hermano
del que vio por la mañana, se acerca para, con el último rayo de sol de la
tarde, comentar los sucedidos del día.
-
¿Sacaron ya las patatas?
-
Todavía me queda la punta de la tierra
que tengo detrás de la casa. Mañana termino.
Como un moderno centunviro, orgulloso, celebra la
calidad de las patatas de su pueblo, que parece tienen acreditada fama.
-
Hogaño son pequeñas a causa de tanta
lluvia, pero son muy gustosas. Vienen de toda la provincia de Segovia a por la
simiente.
Como el hombre no tiene trazas de tener móvil, y
el caminante solamente utiliza el suyo para tranquilizar a la familia, nada
impide que la conversación se prolongue durante quince o veinte minutos.
-
Ha sido un año muy lluvioso. En semana
santa no pudimos sacar los santos, y ahora, por las fiestas de san Miguel, se
suspendió la actuación de la orquesta que viene todos los años, por el peligro con
las conexiones eléctricas. Tuvimos que conformarnos con música en conserva.
Entretanto, bajo los soportales del ayuntamiento,
los tres ¿amigos? siguen, en la misma postura, adorando al becerro de oro.
DOR
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