domingo, 19 de mayo de 2013

¡VIVA MADRID!,…QUE ES UN PUEBLO


Cuando el viajero, ya desde las estribaciones de la Sierra de Guadarrama, comienza a columbrar Madrid, y la moderna y espléndida línea de sus edificios se dibuja en el horizonte, recibe la errónea impresión de que es solamente una ciudad moderna de grandes empresas y negocios. Y digo errónea porque hay algo más. Bajo esa pátina de construcciones inmensas y cristaleras refulgentes, existe un Madrid sencillo, de barrio, que, poco a poco, procura recuperar y mantener tradiciones que, en demasiados casos, estaban olvidadas, y se esfuerza en no olvidar otras pese a la poca ayuda de los organismos oficiales. Aún recuerdo cuando el último alcalde de la ciudad, en un alarde de fineza europeísta, suprimió los castizos churros de los desayunos oficiales.

Además, Madrid no quiere olvidar su raigambre rural: su patrón, labrador, lo es de todos los agricultores españoles, y muchas de sus fiestas y celebraciones conservan un cierto regusto campero: La Virgen Melonera, San Isidro, Santiago el Verde, Las Mayas,…

En la zona aledaña a la encrucijada que forman las calles del Salitre, de la Fe y Doctor Piga, donde, dicen, existía una sinagoga, y ahora se alza, la varias veces reedificada, iglesia de San Lorenzo, tiene lugar, durante el primer o segundo domingo de mayo, la celebración de la fiesta de Las Mayas. Desde 1988, varias asociaciones vecinales de estas calles, junto a alguna más de la calle Argumosa, han recuperado una tradición casi tan antigua como la memoria escrita. Maya o Maia, según la mitología griega, es la mayor de las siete pléyades, y su representación como diosa de mayo tuvo su origen durante el imperio romano, para celebrar la llegada del buen tiempo. Al ser una tradición pagana, la prístina iglesia católica llegó a condenar su celebración, y más tarde, en el siglo XVIII, Carlos III promulgaría dos bandos en los que se prohibía a las mujeres vestirse de mayas, instalar altares y pedir donativos. A pesar de la prohibición la tradición continuó en algunas poblaciones de los alrededores: Navalcarnero, Pinto, Villa del Prado, Ciempozuelos y, sobre todo, Colmenar Viejo.
             
Me gusta llegar a primera hora, cuando los vecinos se afanan preparando los tronos, atando las colgaduras entre las farolas y la verja de la iglesia y extendiendo por el suelo bienolientes ramas de tomillo. Son esos mismos vecinos a los que más tarde puedes ver vestidos de majos, paseando con orgullo su condición de madrileño, ya sea de nacencia o de adopción.

Al ritmo de dulzainas y tamboriles, la fiesta comienza en la plaza de Lavapiés, donde se cantan y bailan seguidillas, jotas castellanas, boleros y chaconas. A eso del mediodía, llega el momento de rondar a las mayas. El cortejo se detiene frente a cada uno de los tronos, donde la maya de cada asociación vecinal permanece estoica, mientras su séquito ofrece, a cambio de la voluntad, claveles, rosquillas fritas, tostones y vino de la tierra. La celebración termina en la escalinata de San Lorenzo, con una ofrenda floral a una imagen de la Virgen.

















En fin, una faceta más que interesante de este Madrid poliédrico, que puede sorprendernos cada día. 
   
DOR


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