miércoles, 10 de julio de 2019

EL CAMINO DEL INGENIERO



Una de las singularidades del municipio de El Espinar es que, por lugares diferentes, linda dos veces con la comunidad de Madrid; una al saliente con los términos municipales de Cercedilla, Los Molinos y Guadarrama, y otra al meridión con la Dehesa de la Cepeda, enclave de Santa María de la Alameda en la comunidad de Castilla-León. Cuenta con el término más extenso de la provincia de Segovia (21610 Has.), y su parte oriental, aproximadamente la mitad de su superficie, se encuentra cercada por una suerte de líneas montañosas que, para solaz de montañeros y andarines, le confieren una especial fisonomía: al este, el cordón principal de la Sierra de Guadarrama; al norte las sierras del Quintanar y de La Mujer Muerta, y al sur, en la divisoria de aguas con la provincia de Ávila, la Sierra de Malagón.

Actualmente está compuesto por los núcleos de El Espinar, San Rafael, La Estación, Los Ángeles de San Rafael, Gudillos y Prados. Pero no siempre fue como ahora lo conocemos. Un viejo mapa del último cuarto del siglo XIX, revela que San Rafael era una casa de postas, lugar de descanso para los viajeros que acometían el paso del puerto por el Alto del León; la Estación del Espinar era un pequeño grupo de casas, alrededor de la estación de FF.CC.; el actual caserío de Prados, era una solitaria  casa de labor y en el lugar donde ahora se encuentra la urbanización Los Ángeles de San Rafael, se encontraban dos ventas: la de la Cruz y la del Hambre, ambas en el camino de Segovia.

En el umbroso piedemonte de la Sierra de Malagón, de saliente a poniente, una senda recorre la cota 1450, siempre bajo la protectora sombra de un excelso pinar. Es el popular Camino del Ingeniero, trazado a últimos del XIX para guarda y control de la pinada.

Dos días antes de que este tornadizo mes de mayo acabe su andadura, el caminante vuelve a su afán. Nuevamente el incondicional concurso de la máquina infernal; y para ir tomando conciencia del inestimable valor de aquellos lugares, caballo y caballero desdeñan la chirle comodidad del túnel que horada la sierra, subiendo hasta el puerto por la traza abierta, allá por el siglo XVIII, por orden de Fernando VI. El descenso, ya por la provincia de Segovia, al igual que la subida se hace casi a paso de carreta. La tajante limitación de velocidad permite al viajero recrearse en los paisajes que, en amplias panorámicas, se muestran en las cerradas curvas. Tras la última, la carretera se endereza para entrar en la travesía de San Rafael. Dos centenares de metros después del cruce de la carretera de Segovia, el paseo de Gil Becerril comienza la subida hacia la ladera. El asfalto termina, ya con el nombre de calle Calzada, al tiempo que terminan las edificaciones. Luego, todo es naturaleza.


Entre los pinos, por la margen derecha del arroyo de La Gargantilla, el camino terrizo llega hasta la pista asfaltada que comunica San Rafael con El Espinar. De la amplia curva que salva el arroyo, al otro lado del asfalto, un camino inicia la subida sin perder la compañía de la corriente. Un camino donde se encuentran algunos ejemplares de tejo y que, de haberlo seguido, hubiera puesto al caminante en el Collado de la Gargantilla, en algo menos de una hora. Y esa era la previsión, de no haber sido por una decisión de última hora.



Tras el paso por la cancela del vallado, que separa la provincia de Segovia de la de Ávila, al inicio de un sendero, un cartel anuncia la cercanía de una fuente. El caminante duda, consulta mapas y distancias y, como era de esperar, decide llegarse hasta el anunciado caño, llamado de Bellver Marqués. El recorrido ha resultado mayor que el anunciado, y ahora la duda está en regresar, o seguir por el  pedregoso sendero, que continúa ladera arriba. Desconoce el trazado, y desconoce la posibilidad de conexión con cualquier otro camino que lo lleve hasta el Collado de la Gargantilla, pero decide seguir adelante. Acabado el pinar, llega el caminante hasta el collado que forman El Peñoncillo y Cueva Valiente. Es un idílico lugar, donde se encuentra un mirador natural, cuyo horizonte es la línea de cumbres de la Sierra de Guadarrama.





Sabe que tras la cumbre de Cueva Valiente se encuentra La Gargantilla, desde donde podría continuar con la ruta prevista. Pero, alcanzar la cima, supondría un esfuerzo que el caminante decide no afrontar, teniendo en cuenta que aún le faltan demasiadas horas para concluir la jornada. Por eso, decide bajar por la ladera en busca de la corriente del arroyo Secal. Una bajada que no tendrá camino definido hasta llegar a los repechos de Cabeza del Buey. En la junta del Secal con la briosa corriente del arroyo Mayor, un estrecho sendero inicia un recorrido paralelo a la pista asfaltada que va hasta El Espinar. Seguirlo no cuesta esfuerzo alguno, pues corre sobre la curva de nivel hasta llegar, de nuevo, al arroyo de La Gargantilla, en el lugar del puente conocido un par de horas antes. Doscientos metros más arriba, un camino se desgaja del principal en busca del arroyo. Al otro lado de la corriente, el camino se acomoda al terreno para ir salvando arroyadas, pinos y berruecos.





Son casi dos leguas de camino, recorriendo la ladera septentrional del Peñón de la Solana. Dos leguas que pueden hacerse en algo más de un par de horas, pero a las que el caminante dedicará más tiempo, pues son muchos los paisajes con los que solazarse. El camino termina en el lugar donde la Comunidad de Madrid (enclave de La Cepeda) se junta con las provincias de Segovia y Ávila. Allí termina el pinar y se abre un paisaje coloreado por la genciana y el piorno. Es el lugar donde brota el manadero del arroyo del Boquerón, cuya corriente corre, hermanada a la vereda de Santa Quiteria, en dirección hacia el N, hasta el caserío de El Espinar. Un viejo camino que, una vez salvada la divisoria de aguas de la Sierra de Malagón, se abría en dos ramales: uno hacia Las Navas del Marqués y el otro hacia Peguerinos.



El tiempo ha corrido más allá del mediodía, y hay que pensar en la vuelta. La posibilidad del regreso por el Collado de la Gargantilla - por el mismo camino que abortó en la mañana -, supone un trayecto de casi dos horas por la solana, y con varios tramos sin la protección del pinar. Es por ello por lo que decide regresar por el camino ya conocido. Tiempo habrá de hacer alguna hijuela que lo saque de la tediosa redundancia. Y la variación surge al llegar a la corriente del arroyo de Prado Goyato, donde un desdibujado carril baja pegado a su margen izquierda. Es un lugar poco transitado, donde los verdes prados se adornan con el blanco impoluto de los gamones y el púrpura encendido de las peonías.






Termina la traza en la ya conocida pista asfaltada. Hacia poniente, El Espinar; hacía el saliente, el camino a seguir por el caminante, San Rafael. Antes de llegar al arroyo de La Gargantilla, a un centenar de metros del asfalto, el fresco caño de la fuente de Peña Morena que, junto con la de La Yedra, lleva centenares de años suministrando buenas aguas a las gentes del lugar.


De nuevo en la calle Calzada, la civilización se manifiesta con el llamativo color de la primera edificación del caserío de San Rafael. Luego, a lomos de la máquina infernal, solo resta desandar lo andado hasta regresar a La Corte.   

DOR


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