Una de las
singularidades del municipio de El Espinar es que, por lugares diferentes,
linda dos veces con la comunidad de Madrid; una al saliente con los términos
municipales de Cercedilla, Los Molinos y Guadarrama, y otra al meridión con la
Dehesa de la Cepeda, enclave de Santa María de la Alameda en la comunidad de
Castilla-León. Cuenta con el término más extenso de la provincia de Segovia
(21610 Has.), y su parte oriental, aproximadamente la mitad de su superficie,
se encuentra cercada por una suerte de líneas montañosas que, para solaz de
montañeros y andarines, le confieren una especial fisonomía: al este, el cordón
principal de la Sierra de Guadarrama; al norte las sierras del Quintanar y de
La Mujer Muerta, y al sur, en la divisoria de aguas con la provincia de Ávila,
la Sierra de Malagón.
Actualmente está
compuesto por los núcleos de El Espinar, San Rafael, La Estación, Los Ángeles
de San Rafael, Gudillos y Prados. Pero no siempre fue como ahora lo conocemos.
Un viejo mapa del último cuarto del siglo XIX, revela que San Rafael era una
casa de postas, lugar de descanso para los viajeros que acometían el paso del
puerto por el Alto del León; la Estación del Espinar era un pequeño grupo de
casas, alrededor de la estación de FF.CC.; el actual caserío de Prados, era una
solitaria casa de labor y en el lugar
donde ahora se encuentra la urbanización Los Ángeles de San Rafael, se
encontraban dos ventas: la de la Cruz y la del Hambre, ambas en el camino de
Segovia.
En el umbroso
piedemonte de la Sierra de Malagón, de saliente a poniente, una senda recorre
la cota 1450, siempre bajo la protectora sombra de un excelso pinar. Es el popular
Camino del Ingeniero, trazado a últimos del XIX para guarda y control de la
pinada.
Dos días antes de
que este tornadizo mes de mayo acabe su andadura, el caminante vuelve a su
afán. Nuevamente el incondicional concurso de la máquina infernal; y para ir
tomando conciencia del inestimable valor de aquellos lugares, caballo y
caballero desdeñan la chirle comodidad del túnel que horada la sierra, subiendo
hasta el puerto por la traza abierta, allá por el siglo XVIII, por orden de
Fernando VI. El descenso, ya por la provincia de Segovia, al igual que la
subida se hace casi a paso de carreta. La tajante limitación de velocidad
permite al viajero recrearse en los paisajes que, en amplias panorámicas, se
muestran en las cerradas curvas. Tras la última, la carretera se endereza para
entrar en la travesía de San Rafael. Dos centenares de metros después del cruce
de la carretera de Segovia, el paseo de Gil Becerril comienza la subida hacia
la ladera. El asfalto termina, ya con el nombre de calle Calzada, al tiempo que
terminan las edificaciones. Luego, todo es naturaleza.
Entre los pinos,
por la margen derecha del arroyo de La Gargantilla, el camino terrizo llega
hasta la pista asfaltada que comunica San Rafael con El Espinar. De la amplia
curva que salva el arroyo, al otro lado del asfalto, un camino inicia la subida
sin perder la compañía de la corriente. Un camino donde se encuentran algunos
ejemplares de tejo y que, de haberlo seguido, hubiera puesto al caminante en el
Collado de la Gargantilla, en algo menos de una hora. Y esa era la previsión,
de no haber sido por una decisión de última hora.
Tras el paso por
la cancela del vallado, que separa la provincia de Segovia de la de Ávila, al
inicio de un sendero, un cartel anuncia la cercanía de una fuente. El caminante
duda, consulta mapas y distancias y, como era de esperar, decide llegarse hasta
el anunciado caño, llamado de Bellver Marqués. El recorrido ha resultado mayor
que el anunciado, y ahora la duda está en regresar, o seguir por el pedregoso sendero, que continúa ladera
arriba. Desconoce el trazado, y desconoce la posibilidad de conexión con
cualquier otro camino que lo lleve hasta el Collado de la Gargantilla, pero
decide seguir adelante. Acabado el pinar, llega el caminante hasta el collado
que forman El Peñoncillo y Cueva Valiente. Es un idílico lugar, donde se
encuentra un mirador natural, cuyo horizonte es la línea de cumbres de la
Sierra de Guadarrama.
Sabe que tras la
cumbre de Cueva Valiente se encuentra La Gargantilla, desde donde podría
continuar con la ruta prevista. Pero, alcanzar la cima, supondría un esfuerzo
que el caminante decide no afrontar, teniendo en cuenta que aún le faltan
demasiadas horas para concluir la jornada. Por eso, decide bajar por la ladera
en busca de la corriente del arroyo Secal. Una bajada que no tendrá camino
definido hasta llegar a los repechos de Cabeza del Buey. En la junta del Secal
con la briosa corriente del arroyo Mayor, un estrecho sendero inicia un
recorrido paralelo a la pista asfaltada que va hasta El Espinar. Seguirlo no
cuesta esfuerzo alguno, pues corre sobre la curva de nivel hasta llegar, de
nuevo, al arroyo de La Gargantilla, en el lugar del puente conocido un par de
horas antes. Doscientos metros más arriba, un camino se desgaja del principal
en busca del arroyo. Al otro lado de la corriente, el camino se acomoda al
terreno para ir salvando arroyadas, pinos y berruecos.
Son casi dos
leguas de camino, recorriendo la ladera septentrional del Peñón de la Solana.
Dos leguas que pueden hacerse en algo más de un par de horas, pero a las que el
caminante dedicará más tiempo, pues son muchos los paisajes con los que solazarse.
El camino termina en el lugar donde la Comunidad de Madrid (enclave de La
Cepeda) se junta con las provincias de Segovia y Ávila. Allí termina el pinar y
se abre un paisaje coloreado por la genciana y el piorno. Es el lugar donde
brota el manadero del arroyo del Boquerón, cuya corriente corre, hermanada a la
vereda de Santa Quiteria, en dirección hacia el N, hasta el caserío de El
Espinar. Un viejo camino que, una vez salvada la divisoria de aguas de la
Sierra de Malagón, se abría en dos ramales: uno hacia Las Navas del Marqués y
el otro hacia Peguerinos.
El tiempo ha
corrido más allá del mediodía, y hay que pensar en la vuelta. La posibilidad
del regreso por el Collado de la Gargantilla - por el mismo camino que abortó
en la mañana -, supone un trayecto de casi dos horas por la solana, y con
varios tramos sin la protección del pinar. Es por ello por lo que decide
regresar por el camino ya conocido. Tiempo habrá de hacer alguna hijuela que lo
saque de la tediosa redundancia. Y la variación surge al llegar a la corriente
del arroyo de Prado Goyato, donde un desdibujado carril baja pegado a su margen
izquierda. Es un lugar poco transitado, donde los verdes prados se adornan con
el blanco impoluto de los gamones y el púrpura encendido de las peonías.
Termina la traza
en la ya conocida pista asfaltada. Hacia poniente, El Espinar; hacía el
saliente, el camino a seguir por el caminante, San Rafael. Antes de llegar al
arroyo de La Gargantilla, a un centenar de metros del asfalto, el fresco caño
de la fuente de Peña Morena que, junto con la de La Yedra, lleva centenares de
años suministrando buenas aguas a las gentes del lugar.
De nuevo en la
calle Calzada, la civilización se manifiesta con el llamativo color de la
primera edificación del caserío de San Rafael. Luego, a lomos de la máquina
infernal, solo resta desandar lo andado hasta regresar a La Corte.
DOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario