Anegando
parte de los términos de Torrecuadrada de los Valles, Cifuentes y El Sotillo,
el embalse de La Tajera remansa las aguas de un sinuoso Tajuña que ya lleva
recorridas más de diez leguas desde su nacimiento. Por su margen derecha, dando
forma a una de las colas del embalse, un arroyo estacional lleva milenios
tallando el relieve de un vallejo de calizas que datan del Mioceno. Es el
Barranco del Reato.
Es el
tercer jueves del mes de octubre, y el caminante, al rayar el alba, solicita el
concurso de la máquina infernal para llegar hasta la localidad de El Sotillo. A
primera hora, bajo un cielo gris amenazante, un cerrado silencio recibe al
caminante. La primera impresión es que su fisonomía, el trazado de sus calles y
su realidad actual, parecen no diferir en demasía de los apuntes que Pascual
Madoz, hace ya más de ciento sesenta años, incluía en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones
de Ultramar. Comparar alguno de aquellos datos con los actuales, podría
resultar un ejercicio sugerente:”…con
ayuntamiento en la provincia de Guadalajara, partido judicial de Cifuentes,
audiencia territorial de Madrid, ciudad de Castilla la Nueva, diócesis de
Sigüenza. Situada en un valle quebrado y pedregoso, y atravesado por un arroyo,
goza de clima templado y sano, sin que se conozcan otras enfermedades, más que
las estacionales y algunas tercianas. Tiene 43 casas; la consistorial que sirve
de cárcel; un pósito con el fondo de 50 fanegas de trigo; escuela de instrucción
primaria, frecuentada por 13 alumnos de ambos sexos, retribuida por los
alumnos; una iglesia parroquial (Santa Marina), servida por un cura y un
sacristán. Fuera de la población, inmediata a las casas, una fuente de
abundantes y buenas aguas que provee á las necesidades del vecindario. El término
confina con los de Torrecuadrada, Navalpotro, Cifuentes, Las Ibiernas v Algora.
Dentro de él se encuentran varios manantiales de buenas aguas y dos ermitas
(Ntra. Sra. de Aranz y San Sebastián). El terreno, en lo general, es quebrado y
áspero, con buenos montes poblados de encinal, roble y chaparro. Además del
arroyo que pasa por la población, baña el término el río Tajuña, que corre
entre los límites de Cifuentes y El Sotillo, facilitando su paso un puente de
madera construido a costa de los pueblos del partido. Los caminos locales son
de herradura y en mal estado. El correo se recibe y despacha en la cabecera del
partido. Los recursos son: trigo, cebada, avena, patatas, judías y otras
legumbres, nueces, cáñamo, cera, miel, leñas de combustible, y buenos pastos,
con los que se mantiene ganado lanar, vacuno, mular y asnal; abunda la caza de
perdices, conejos y liebres. También se ve algún corzo y bastantes lobos y
zorras. La industria se reduce a la agrícola y dos molinos harineros. El censo
es de 34 vecinos y 172 almas. Contabiliza un capital de producción de 690.700
reales. Los impuestos recaudados ascienden a 48.450 reales, y se pagan contribuciones
por 2.738 reales”. Vistos los datos, a excepción hecha de la antedicha
presa, que se construyó a mediados de siglo XX, y la más que evidente
desaparición de los lobos, pocas cosas parecen haber cambiado desde entonces.
Tras dejar
atrás las austeras formas de la iglesia de Santa Marina, estaciona la máquina
infernal bajo la sombra de un elegante desmayo. Entre chopos y nogueras, con la
cantarina compañía del agua, el caminante sale del caserío por una carreterilla
asfaltada, que da servicio a varios huertos regados por las claras aguas del
arroyo del Chorrón. Cuando el asfalto se acaba, entre esbeltos chopos, un
camino carretero se adentra en el barranco. Unos metros más adelante, el
arroyuelo encuentra su fin al encontrarse con el Barranco del Reato. Al tiempo
que avanza por el vallejo, las paredes van tomando altura y la marca del nivel
de las aguas se dibuja sobre las calizas. El bajo nivel de la presa le permite
avanzar entre el herbazal, consciente de que, tras cualquiera de los meandros,
se encontrará la lámina del agua, lo que hará necesario buscar un camino de
salida. En uno de los recodos aparecen unas enigmáticas formaciones geológicas,
a las que los lugareños bautizaron con el atinado nombre de Peñascos de los
Frailes. Y tras las extrañas figuras,…el agua.
Con el paso
cerrado por la inundación del barranco, sin camino marcado, inicia la subida
por la ladera de la margen derecha. Entre los chaparros va ganando altura hasta
llegar a un resalte calizo, desde donde se despide de los frailes y del
embalse. En adelante, todo será un dificultoso caminar por el selvático breñal,
hasta llegar a unas viejas corralizas donde, para descanso del caminante, principia
un carril que termina en la carretera que baja a la presa. Al otro lado del
asfalto, un centenar de metros más abajo, un nuevo carril se abre paso entre
barbechos y los restos de un antiguo encinar, camino de Las Inviernas.
La ermita
de La Soledad, con su puerta de dos vanos, da la bienvenida a un lugar que
sorprende al caminante por su abundancia de aguas. En su breve ruar por la
población encuentra un abrevadero para el ganado y dos fuentes con sus
correspondientes lavaderos. Desde uno de ellos, por una escalera de piedra, se
llega hasta la iglesia de La Concepción donde, en agradable armonía, conviven
varios estilos arquitectónicos. Situada sobre un cerrillo, conserva una
interesante portada románica, protegida bajo la cubierta de un atrio
renacentista.
La marca de
un GR, pintada sobre la esquina del camposanto, indica el camino a seguir. Tras
cruzar, de nuevo, la carretera de la presa, la senda abandona las rodenas
tierras para adentrarse en el carrascal. Comienza, entonces, la parte más interesante
de la jornada. Entre puntales rocosos, que compiten en esbeltez con la chopera,
de nuevo llega el caminante al fondo del Barranco del Reato donde, en un
idílico lugar, encuentra un inmenso salón natural, en el que se enseñorea un
añoso nogal. En el lugar, a la par que la seroja, las nueces caen sobre el mullido
suelo. Y el caminante, cuyo único esfuerzo es seguir los sordos pelotazos de
los frutos sobre la hojarasca, da buena cuenta de una decena de ellos. Tras el
gaudeamus, repara en unas flechas rojas que invitan a adentrase en el curso
seco del arroyo. Encajonado entre paredes tapizadas por la hiedra, el seco
lecho rodea a un gran tolmo calizo, en clara demostración de lo que el agua,
con una paciencia infinita, puede realizar. Llegado a un punto donde un rústico
zarzo impide continuar, vuelve bajo la dorada sombra de los álabes de la
noguera, desde donde una sinuosa senda sube a la parte alta del barranco.
Sobre un
cruce de caminos, desde donde se avista el caserío de El Sotillo, el caminante
toma la estrecha vereda que se dibuja sobre la margen izquierda del barranco.
Colgada sobre la línea de chopos que se perfila sobre el cauce, la senda va
descendiendo hasta el fondo del cañón, que ahora se torna más abierto. No
resulta sencillo explicar el contraste entre el color uniforme del carrascal
que ocupa los cerros, y la variedad cromática de las choperas. Tras cruzar la
carretera por la que en la mañana entró en la población, el caminante, campo a
través, se upa sobre un cerro donde hace la parada de la comida. Desde allí,
tras el merecido descanso, orientado hacia el meridión, entra en El Sotillo.
Ya en la
población, también abundante de aguas, la visita obligada a la hermosa Fuente
de Arriba, también conocida como la del Perro, de cuyos seis caños manan sin
desmayo chorros como la muñeca de un hombre. El segundo nombre le viene por la
cabeza de un animal, que siendo caño seco más parece beber del pilón. Un perro,
según dicen, pero que al caminante más que can le parece oso. A la trasera de
la fuente, con el lógico aprovechamiento del sobrante de aquella, el lavadero
comunal, cuya recia cubierta de vigas de madera descansa sobre un machón
sostenido por…el vacío. Como asegura un familiar cercano, tan ideosa estructura
no respondió a ningún complejo cálculo técnico, sino al buen oficio de los
carpinteros del lugar. Y ahí sigue, para admiración de locales y foráneos.
Con el
ocaso, algunos sotillanos, tras echar la tarde en las nogueras, suben por la
carreterilla asfaltada armados con las pértigas que les sirvieron para varear las
nueces. Entretanto, la máquina infernal, a la espera del regreso a La Corte,
aguarda bajo la majestuosa sombra del sauce.
DOR
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