domingo, 11 de diciembre de 2016

EL BARRANCO DEL REATO

Anegando parte de los términos de Torrecuadrada de los Valles, Cifuentes y El Sotillo, el embalse de La Tajera remansa las aguas de un sinuoso Tajuña que ya lleva recorridas más de diez leguas desde su nacimiento. Por su margen derecha, dando forma a una de las colas del embalse, un arroyo estacional lleva milenios tallando el relieve de un vallejo de calizas que datan del Mioceno. Es el Barranco del Reato.

Es el tercer jueves del mes de octubre, y el caminante, al rayar el alba, solicita el concurso de la máquina infernal para llegar hasta la localidad de El Sotillo. A primera hora, bajo un cielo gris amenazante, un cerrado silencio recibe al caminante. La primera impresión es que su fisonomía, el trazado de sus calles y su realidad actual, parecen no diferir en demasía de los apuntes que Pascual Madoz, hace ya más de ciento sesenta años, incluía en su Diccionario geográfico-estadístico-histórico de España y sus posesiones de Ultramar. Comparar alguno de aquellos datos con los actuales, podría resultar un ejercicio sugerente:”…con ayuntamiento en la provincia de Guadalajara, partido judicial de Cifuentes, audiencia territorial de Madrid, ciudad de Castilla la Nueva, diócesis de Sigüenza. Situada en un valle quebrado y pedregoso, y atravesado por un arroyo, goza de clima templado y sano, sin que se conozcan otras enfermedades, más que las estacionales y algunas tercianas. Tiene 43 casas; la consistorial que sirve de cárcel; un pósito con el fondo de 50 fanegas de trigo; escuela de instrucción primaria, frecuentada por 13 alumnos de ambos sexos, retribuida por los alumnos; una iglesia parroquial (Santa Marina), servida por un cura y un sacristán. Fuera de la población, inmediata a las casas, una fuente de abundantes y buenas aguas que provee á las necesidades del vecindario. El término confina con los de Torrecuadrada, Navalpotro, Cifuentes, Las Ibiernas v Algora. Dentro de él se encuentran varios manantiales de buenas aguas y dos ermitas (Ntra. Sra. de Aranz y San Sebastián). El terreno, en lo general, es quebrado y áspero, con buenos montes poblados de encinal, roble y chaparro. Además del arroyo que pasa por la población, baña el término el río Tajuña, que corre entre los límites de Cifuentes y El Sotillo, facilitando su paso un puente de madera construido a costa de los pueblos del partido. Los caminos locales son de herradura y en mal estado. El correo se recibe y despacha en la cabecera del partido. Los recursos son: trigo, cebada, avena, patatas, judías y otras legumbres, nueces, cáñamo, cera, miel, leñas de combustible, y buenos pastos, con los que se mantiene ganado lanar, vacuno, mular y asnal; abunda la caza de perdices, conejos y liebres. También se ve algún corzo y bastantes lobos y zorras. La industria se reduce a la agrícola y dos molinos harineros. El censo es de 34 vecinos y 172 almas. Contabiliza un capital de producción de 690.700 reales. Los impuestos recaudados ascienden a 48.450 reales, y se pagan contribuciones por 2.738 reales”. Vistos los datos, a excepción hecha de la antedicha presa, que se construyó a mediados de siglo XX, y la más que evidente desaparición de los lobos, pocas cosas parecen haber cambiado desde entonces.

Tras dejar atrás las austeras formas de la iglesia de Santa Marina, estaciona la máquina infernal bajo la sombra de un elegante desmayo. Entre chopos y nogueras, con la cantarina compañía del agua, el caminante sale del caserío por una carreterilla asfaltada, que da servicio a varios huertos regados por las claras aguas del arroyo del Chorrón. Cuando el asfalto se acaba, entre esbeltos chopos, un camino carretero se adentra en el barranco. Unos metros más adelante, el arroyuelo encuentra su fin al encontrarse con el Barranco del Reato. Al tiempo que avanza por el vallejo, las paredes van tomando altura y la marca del nivel de las aguas se dibuja sobre las calizas. El bajo nivel de la presa le permite avanzar entre el herbazal, consciente de que, tras cualquiera de los meandros, se encontrará la lámina del agua, lo que hará necesario buscar un camino de salida. En uno de los recodos aparecen unas enigmáticas formaciones geológicas, a las que los lugareños bautizaron con el atinado nombre de Peñascos de los Frailes. Y tras las extrañas figuras,…el agua.







Con el paso cerrado por la inundación del barranco, sin camino marcado, inicia la subida por la ladera de la margen derecha. Entre los chaparros va ganando altura hasta llegar a un resalte calizo, desde donde se despide de los frailes y del embalse. En adelante, todo será un dificultoso caminar por el selvático breñal, hasta llegar a unas viejas corralizas donde, para descanso del caminante, principia un carril que termina en la carretera que baja a la presa. Al otro lado del asfalto, un centenar de metros más abajo, un nuevo carril se abre paso entre barbechos y los restos de un antiguo encinar, camino de Las Inviernas.





La ermita de La Soledad, con su puerta de dos vanos, da la bienvenida a un lugar que sorprende al caminante por su abundancia de aguas. En su breve ruar por la población encuentra un abrevadero para el ganado y dos fuentes con sus correspondientes lavaderos. Desde uno de ellos, por una escalera de piedra, se llega hasta la iglesia de La Concepción donde, en agradable armonía, conviven varios estilos arquitectónicos. Situada sobre un cerrillo, conserva una interesante portada románica, protegida bajo la cubierta de un atrio renacentista.







La marca de un GR, pintada sobre la esquina del camposanto, indica el camino a seguir. Tras cruzar, de nuevo, la carretera de la presa, la senda abandona las rodenas tierras para adentrarse en el carrascal. Comienza, entonces, la parte más interesante de la jornada. Entre puntales rocosos, que compiten en esbeltez con la chopera, de nuevo llega el caminante al fondo del Barranco del Reato donde, en un idílico lugar, encuentra un inmenso salón natural, en el que se enseñorea un añoso nogal. En el lugar, a la par que la seroja, las nueces caen sobre el mullido suelo. Y el caminante, cuyo único esfuerzo es seguir los sordos pelotazos de los frutos sobre la hojarasca, da buena cuenta de una decena de ellos. Tras el gaudeamus, repara en unas flechas rojas que invitan a adentrase en el curso seco del arroyo. Encajonado entre paredes tapizadas por la hiedra, el seco lecho rodea a un gran tolmo calizo, en clara demostración de lo que el agua, con una paciencia infinita, puede realizar. Llegado a un punto donde un rústico zarzo impide continuar, vuelve bajo la dorada sombra de los álabes de la noguera, desde donde una sinuosa senda sube a la parte alta del barranco.










Sobre un cruce de caminos, desde donde se avista el caserío de El Sotillo, el caminante toma la estrecha vereda que se dibuja sobre la margen izquierda del barranco. Colgada sobre la línea de chopos que se perfila sobre el cauce, la senda va descendiendo hasta el fondo del cañón, que ahora se torna más abierto. No resulta sencillo explicar el contraste entre el color uniforme del carrascal que ocupa los cerros, y la variedad cromática de las choperas. Tras cruzar la carretera por la que en la mañana entró en la población, el caminante, campo a través, se upa sobre un cerro donde hace la parada de la comida. Desde allí, tras el merecido descanso, orientado hacia el meridión, entra en El Sotillo.   

     



Ya en la población, también abundante de aguas, la visita obligada a la hermosa Fuente de Arriba, también conocida como la del Perro, de cuyos seis caños manan sin desmayo chorros como la muñeca de un hombre. El segundo nombre le viene por la cabeza de un animal, que siendo caño seco más parece beber del pilón. Un perro, según dicen, pero que al caminante más que can le parece oso. A la trasera de la fuente, con el lógico aprovechamiento del sobrante de aquella, el lavadero comunal, cuya recia cubierta de vigas de madera descansa sobre un machón sostenido por…el vacío. Como asegura un familiar cercano, tan ideosa estructura no respondió a ningún complejo cálculo técnico, sino al buen oficio de los carpinteros del lugar. Y ahí sigue, para admiración de locales y foráneos.  




Con el ocaso, algunos sotillanos, tras echar la tarde en las nogueras, suben por la carreterilla asfaltada armados con las pértigas que les sirvieron para varear las nueces. Entretanto, la máquina infernal, a la espera del regreso a La Corte, aguarda bajo la majestuosa sombra del sauce.   

DOR

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