viernes, 7 de marzo de 2014

EL ECCE HOMO Y ALCALÁ LA VIEJA

El caminante, siempre desde la lejanía, tenía vistos aquellos cerros en incontables ocasiones. La distancia les daba una apariencia artificiosa e insustancial,…como si estuviesen formados por la acumulación de desechos de una industria cementera. Fue después de subir los ciento nueve escalones de la solitaria torre de la desaparecida iglesia de Santa María la Mayor, en la alcalaína plaza de Cervantes, cuando, al mirar hacia saliente por encima de los tejados renacentistas del barrio universitario, aquel paisaje cobró un sentido diferente.

El que quiera ciencia, que visite el refranero. En este caso viene al pelo aquél que dice: “El hombre propone…, y Dios dispone”. Tenía perdida la cuenta de las veces que había intentado visitar aquellos parajes, y cuando, por fin, parece que todo se pone de cara, una huelga de autobuses interurbanos, convocada ayer cinco de marzo, obligan al atribulado caminante a depender de la maquina infernal. Las previsiones meteorológicas anuncian un esplendoroso día, y el refulgente sol que se eleva sobre el horizonte así parece confirmarlo.

Abandona la transitada A-2 para tomar la carretera que va hasta Loeches y Arganda del Rey. Cruza el Henares por el puente Zulema donde, unos metros más adelante, arranca la ruta. Mientras estaciona, recuerda vagamente el episodio de El Quijote donde se citan aquellos parajes. Su mala memoria le obliga a buscar el texto exacto: …, y aún haré cuenta que voy caballero sobre el caballo Pegaso, o sobre cebra o alfana en que cabalga aquel famoso moro Muzaraque, que aun hasta ahora yace encantado en la gran cuesta Zulema, que dista poco de la gran Compluto.”

El camino avanza entre un macilento pinar de repoblación. En un cruce de caminos, el caminante toma la compañía de un arroyo seco que discurre encajonado entre los cortados terrizos. El camino, ahora senda, culebrea hasta llegar a un estrecho pasadizo artificial que lleva al caminante hasta el Barranco de la Zarza. Aparecen ahora, con más salud que las hasta ahora vistas, las pinadas de la falda de saliente del Ecce Homo o cerro de La Vera Cruz. Es éste un cerro amesetado donde, según las crónicas coexistieron hasta seis ermitas. Su altitud, de algo más de ochocientos metros, mantiene al caminante en un continuo descubrir de poblaciones y paisajes. El día es tan claro que parecen estar a tiro de honda, tanto las blancas nieves de Guadarrama, como la cenicienta nube de polución que cubre Madrid. Desde tan privilegiado otero, el caminante descubre su próximo destino: las ruinas de Alcalá la Vieja. Elige una las diferentes opciones de bajada que entre el atochar se le presentan y, sin parapente, se deja caer por una estrecha senda que sigue la línea de los crestones terrizos.  







Los escasos restos de la antigua fortaleza - S. IX -, se encuentra en una cota doscientos metros más baja que el Ecce Homo. Los siglos, junto a la desidia de los bípedos electos, tienen a la historia a punto de desaparecer. Las excavaciones arqueológicas, paradas por falta de presupuesto, invitan a la reflexión. La desmochada torre albarrana y la doble entrada a la fortaleza son, junto al aljibe, los últimos vestigios de la antigua construcción. Junto a las vallas que cercan el aljibe para evitar accidentes, el caminante extiende el mantel y, mientra come, cavila sobre las distintas ubicaciones de las gentes del lugar, a lo largo de la historia. A la ciudad romana de Complutum, siguió un prístino asentamiento junto a la primera ermita de los mártires Justo y Pastor, llamado Burgo de Santiuste (San Justo), en ambos casos en la margen de derecha del Henares. Cuando, el lugar se convierte en zona de frontera, la margen derecha del río es demasiado vulnerable para ser defendida de las incursiones cristianas. Es entonces cuando los musulmanes eligen los inaccesibles cortados sobre la margen izquierda del río, para defender el paso hacia Toledo. Cuando, en el siglo XII, los cristianos ocupan la marca, la población, en un lento proceso que dura hasta el siglo XIV, vuelve a asentarse en el antiguo burgo, para conformar la actual ciudad, que toma de la fortaleza musulmana Qal´at Abd Al-Salam parte de su nombre, para quedar en el actual de Alcalá.




Tras la comida, el pensamiento vuelve al refranero: “Cuando marzo mayea, mayo marcea”. La temperatura, demasiado elevada para la época, obliga al caminante a modificar el camino de regreso. Baja de los cortados y, frente a la ermita del Virgen del Val, se acerca a la mansa corriente del Henares, y en su fresca ribera mitiga los calores. Después, a la sombra del intermitente pinar, llega al edificio de un centro de interpretación, cerrado por el mismo motivo que la paralización de las excavaciones arqueológicas, donde se refresca en una fuente canalizada. 



Unos centenares de metros más adelante, llega al lugar donde dejó la maquina infernal, y con ella, aún sin desearlo, se adentra bajo la ceja de polución que cubre Madrid.  

DOR 

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