Es sabido que el compositor bilbaíno, y español universal, Carmelo
Larrea, aunque lo escribiese ya en Madrid, había encontrado en Sevilla, durante
el tiempo en que allí vivió, la inspiración para componer el celebrado bolero “Dos cruces”. Pero el caminante, aliado
de la fabulación, da una vuelta de tuerca a la realidad y, durante el viaje de
regreso desde San Lorenzo de El Escorial, imagina que la inspiración de Larrea
pudo haberle llegado después de haber pateado las cumbres que, en forma de barrera
pétrea, guardan al Real Sitio del frío aquilón.
El caminante, esta vez en agradable compaña, cuando se cumple el
décimo aniversario de un día de infausto recuerdo para la ciudad de Madrid,
toma el tren con destino a El Escorial. Desde la estación, en un autobús local,
la llegada a la estación de autobuses de San Lorenzo donde, mientras acomodan
la impedimenta dentro de las mochilas, pegan la hebra con un experimentado
senderista, ahora retirado por los años, que añora el tiempo en que pernoctaba
en el refugio de Cueva Valiente, para, al día siguiente, recorrer los infinitos
rincones de la zona.
Tras superar el caserío de San Lorenzo, el camino sigue el rústico
enlosado sobre el arroyo del Romeral, hasta salir al carril terrizo donde se
inicia la ruta. Si al principio asciende entre los albares, más tarde el pinar
se mezcla con las todavía desnudas hayas, y con algún perdido ejemplar de
alerce. La cadenciosa subida queda en suspenso en la fuente del Trampalón,
donde reponen las necesarias fuerzas para continuar. El espacio abierto que
conforma el cruce de caminos del puerto de San Juan de Malagón, les obliga a
abrigarse. Desde allí, un cómodo camino, los llevará hasta la primera de las
cruces de la jornada: la cruz de Rubens.
Situada en un impresionante miradero, recoge la tradición que sitúa a
Rubens, en 1629, tomando bocetos de la entonces admiración de Europa: el
monasterio de San Lorenzo. Aunque el día no es demasiado claro, es
perfectamente visible la espejada superficie del embalse de Valmayor, y las
inconfundibles siluetas de Las Machotas. Tras ellas, casi perdida en la bruma,
la picuda formación rocosa de La Almerara, ya en el término de Robledo de
Chavela. De vuelta al camino, con la pastoril estampa de las vacas pastando en
las praderías, inician el repecho hasta la segunda cruz: la de Abantos. Desde
el nuevo balcón, una diferente perspectiva del Monasterio y, hacia el norte,
tras el interminable muro del Patrimonio Nacional, la inconfundible visión
nevada de la Cuerda Larga.
Ahítos de paisajes, al arrimo de la fuente del Cervunal, en medio de
la soledad más absoluta, terminan las provisiones. Desde allí, siempre en
compañía de un bien señalizado GR, comienzan el acusado descenso. Si al
principio son acompañados por el rumor del joven arroyo del Romeral, cuando el
camino se aparta de él, solo el machacón sonido del picapinos escolta la bajada
de los caminantes.
DOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario