Desde el collado de la Tejera, por donde
ahora corre la A-1, hasta el puerto del Medio Celemín, por donde lo hace la
Cañada Real Segoviana, un rosario de elevaciones graníticas de mediana altura
conforma un atrayente cordal que, dependiendo del entusiasmo que cada cual
quiera dedicarle, puede recorrerse en unas pocas horas. Una legua de mogotes
rocosos que, orientados de saliente a poniente, forman la sierra de La Cabrera.
Al ser una estribación de la sierra de Guadarrama, su formación geomorfológica
se asemeja mucho a ésta: pétreos cortados, casi verticales, en su parte
meridional y pendientes menos abruptas en la septentrional. Contemplada desde
cualquiera de sus extremos, parece una ola gigante que quisiera romper sobre la
llanura que se extiende hasta Madrid. Y esa, la parte septentrional, más suave
y andadera, conocida como El Espaldar, es la elegida por el caminante para
dedicarle la jornada del primer jueves de abril.
El 17 de mayo de 2008, upado sobre el
Pico de la Miel, el caminante reparó en la red de caminos que se pierden hasta
Lozoyuela y El Cuadrón. Entonces, el paisaje todavía mostraba los efectos del
incendio ocurrido en el verano del año 2000, que arrasó cerca de 200 hectáreas
de monte bajo y matorral. El desolado panorama que se mostraba desde el otero
del vértice geodésico, incluía dos excavadoras que, cuando trabajaban en las
labores de extinción, en un cambio brusco de la dirección del viento, quedaron
atrapadas entre las llamas. Hoy, cuando la asurada maquinaria ya no es parte
del paisaje, y el inexorable paso de diecisiete años ha repuesto la vegetación,
ha llegado el momento de recorrer alguno de esos caminos.
Pico de la Miel, 17 de mayo de 2008 |
Tras el paso por Cabanillas de la Sierra, entra el autobús en la larga avenida que vertebra el caserío de La Cabrera. Y es la última parada de esa avenida la que, cuando han pasado algunos minutos de las nueve, pondrá al caminante en el camino de la ruta del día. Trescientos metros más arriba, una gran explanada cobija un establecimiento hotelero y una gasolinera. De la trasera de esta última, entre el coscojal, nace una senda que va en busca de una destartalada urbanización. Con el Pico de la Miel a la siniestra, deja atrás la última edificación en el lugar donde el camino propone dos alternativas: seguir las marcas del PR que, por la izquierda, sube por la ladera o, la elección del caminante, continuar por la senda que se dirige hacia el mogote rocoso de Cabeza Mala. Tras el paso de un arroyuelo, abandona la trillada marca del camino y, entre un intrincado roquedal, inicia la subida hasta el collado, por donde corre la raya que separa los términos de La Cabrera y Lozoyuela. Es un solitario lugar, ocupado por pinos y berruecos, donde se encuentra un viejo depósito de aguas. Por el carril que da servicio a la edificación llega el caminante hasta el amplio camino que, de saliente a poniente, recorre la ladera septentrional de la sierra en dirección al puerto del Medio Celemín. Un camino sencillo de recorrer y sin posibilidad de extravío, en el que siempre aparecerá, como fondo del paisaje, la roma cima del Mondalindo.
A derecha e izquierda del camino van
sucediéndose las hijuelas. Un sinnúmero de caminos y veredas; unos que trepan
por la ladera y otros, en compañía de los escasos arroyos de la zona, se alejan
hacia el norte. Cualquiera de los primeros hubieran servido para subir a la
cuerda, pero el caminante quiere llegar hasta el lugar en que el camino se encuentra
con el arroyo del Barranco de los Buitres.
Con el trazado de la abandonada línea
férrea Madrid-Burgos a tiro de piedra, llega el caminante al encuentro del
arroyo, en el lugar donde la corriente se canaliza para mantener siempre en
disposición un reservorio cerrado, utilizable en caso de incendio. De la
trasera de la casilla, sale una vereda que, entre el pinar, sigue durante un
trecho el cauce del arroyo, cuya corriente va menguando a medida que la senda
va tomando altura. Acabado el pinar, la vereda sigue subiendo por un terreno
inhóspito, donde solamente medran retamas y enebros, hasta su encuentro con el
PR que viene de Valdemanco. Ahora, con el Cancho de la Bola como faro, el nuevo
camino lleva al caminante hasta la profunda dentellada que parte en dos la
sierra: el collado del Alfrecho. Bajo las amenazantes llambrias del Cancho
Gordo, un gran hito señala la senda que baja, collado abajo, en dirección al
arrabal de La Cabrera.
Tras unos minutos de solaz, el caminante
retoma su camino. Un camino que porfía entre un laberinto de berruecos, hasta llegar
hasta la pedregosa ladera del Pico de la Miel. Es entonces cuando cabe la
decisión de bajar a La Cabrera por la escabrosa ladera meridional, o seguir las
marcas del PR que, con el aliciente de unas interesantes vistas del embalse de
El Atazar, en unos minutos llevan al caminante hasta el desordenado trazado de
la urbanización que ya pasó en la mañana.
Conforme al horario previsto, llega el
autobús de Madrid que, a esa hora, llega cargado de escolares que han terminado
la jornada lectiva en Buitrago. Tras unos quilómetros, la incesante batahola va
disminuyendo a medida que los educandos van quedando en sus respectivos
destinos. En Cabanillas de la Sierra todo queda en silencio, lo que permite al
caminante cerrar los ojos para recapitular sobre las vivencias del día.
DOR