En el término de El Hoyo de Pinares, a
medio camino entre esta localidad y la madrileña de Valdemaqueda, corre,
discurriendo de norte a sur, un riacho con ambiciones. Al igual que en otros
casos en la geografía española, su curso es conocido con dos denominaciones
diferentes. Desde su nacimiento, allá por tierras de Las Navas del Marqués,
hasta Puente Posadas, lugar donde la carretera salva su briosa corriente,
recibe, según indica el cartelón de la carretera, el nombre de Río Las Palizas.
Aguas abajo, desde el puente hasta su desembocadura en el Cofio, es conocido
como río Sotillo. Y es en Puente Posadas donde el caminante, en el segundo
miércoles de febrero, comenzará el recorrido, subiendo, a contracorriente, junto
a la margen derecha del cauce.
Pasado el puente, un carril terrizo, que
da servicio a varias fincas ganaderas, se adentra entre el pinar. Antes de
llegar a un sólido pontón, que salva las claras aguas del arroyo Valdegarcía,
el caminante estaciona la máquina infernal. Por la orilla siniestra, avanza
junto al arroyo hasta que ambos se encuentran con el rabioso fluir del río Las
Palizas. La junta es el origen de un vistoso recorrido a la vera del agua,
donde la corriente exhibe un extenso muestrario de pozas y chilancos. También
el hombre, en su afán de domeñar a la naturaleza, ha dejado su huella en forma
de muros, represas y viejos pozos hoy abandonados. Una legua de recorrido, durante
la cual nada resulta más interesante que olvidarse del cómodo carril y,
dependiendo del brío de cada cual, arrimarse a la corriente.
El caminante, que hasta entonces ha
recorrido sendas de los municipios de El Hoyo de Pinares y San Bartolomé de
Pinares, llega a la raya del término de Las Navas del Marqués. Tras el paso por
las ruinas de lo que fue un merendero veraniego, abandona la compañía del agua
para, ahora hacia poniente, iniciar la subida por un camino que coincide con la
traza de un cortafuego. Sobre el cordal, vuelve la mirada hacia las verdes
navas que quedaron junto al río y, sin perder de vista el vallado, continuar
hacia el ocaso. Al llegar a la Cuerda de las Navas, cuando el alambrado de la
linde inicia un giro hacia la derecha, el caminante abandona el término
municipal de Las Navas del Marqués. Orientado ahora hacia el orto, siempre
entre el pinar, desciende por la ladera en busca de un viejo abrevadero, junto
a una explotación ganadera. Desde allí, en un último esfuerzo, llega el
caminante hasta el conjunto que forman el nacedero del arroyo Valdecobos y la
fuente del Garbanzal.
Nada hace suponer que tan exiguo
manadero, que apenas mancha de verde el vallejo, pueda llegar a conformar un
paisaje tan interesante. A los pocos metros, como por encanto, el arroyo ya
lleva un considerable caudal. Aguas abajo, abandonadas las verdes praderías, el
terreno se enrisca obligando a la corriente a buscar su salida natural entre
las rocas. Muere el Valdecobos, después de media legua de interesante
recorrido, entregando sus aguas al arroyo Valdegarcía, aquel a cuyas orillas
comenzó el caminante las vivencias de la jornada. De nuevo el pontón de pétreos
arranques y sólido tajamar, prueba inequívoca de que las aguas no fueron
siempre tan mansas como ahora se manifiestan.
Con los últimos rayos de sol iluminando
las copas de los piñoneros, llega el caminante al claro del pinar donde, a
primera hora de la mañana, maneó la máquina infernal. Pasado el tablero de
Puente Posadas, y ya con dirección hacia La Corte: Valdemaqueda, Robledo de
Chavela, Navas del Rey,…
DOR