Pasados diecisiete días desde que dos técnicos
forestales del ministerio me pusieran los dientes largos, el pasado día 20 de
junio, aprovechando los últimos deshielos, decidí hacer la travesía Puerto de
los Cotos – San Ildefonso, pasando por la Majada Aranguez. Aquel día, en aquel
didáctico encuentro, los técnicos me preguntaron si había llegado hasta el
chozo. Ante mi negativa, me aconsejaron visitar el lugar, ahora que los
inmensos canchales de Peñalara nutren a varios de los arroyos que allí se
forman.
A primera hora de la mañana, el intercambiador de
Moncloa era un hervidero de mochilas y bastones. La coincidencia con una
nutrida representación de una asociación senderista de Moratalaz, casi puso el “completo”
en el autobús. Al llegar al destino, la algarabía del viaje contrastó con el
denso silencio del puerto.
La suave brisa deshilachaba las nubes, y unos
tímidos rayos de sol comenzaban a definir la evidente línea montañosa de la
Cuerda Larga. Por la derecha del edificio del Club Alpino, ahora en venta, sube
la senda del Batallón Alpino rasgando la ladera de Dos Hermanas. Esta vereda
fue utilizada para proveer de bastimentos a las unidades republicanas apostadas
en las trincheras de Peña Citores. Al salir del añoso pinar, el piorno se
adueña del collado, y un abanico de paisajes increíbles se abre ante los ojos
del caminante. El camino, tras una muy bien conservada línea de trincheras,
realizadas con muros paralelos de mampostería, sigue una segunda línea de
trincheras excavadas en el suelo. Después de cruzar los vallejos de los arroyos
Dos Hermanas y Quebrados, la estrecha senda, difuminada entre el piornal, toma
dirección norte, paralela a la divisoria de aguas entre Madrid y Segovia. Tras
un kilómetro por la cota 2200, la senda, en un alarde contorsionista, comienza
un entretenido descenso hasta el verde espectáculo de las majadas Hambrienta y
Aránguez, donde se adivina el albo tejado del chozo.
Razón tenían los forestales al recomendarme aquel
paisaje. Un sinfín de manaderos riegan las majadas, antes de precipitarse en
busca del Eresma. Cruzando veneros y evitando charcas de aguas claras, la senda
se adentra en el Pinar de Valsaín, que ya no abandonará hasta el final de la
ruta. El vado de Oquendo, junto al rumoroso arroyo Carneros, resultó el lugar
propicio para comer y descansar durante media hora.
Podía haber seguido la pista terriza que pasa por
la fuente del Chotete, pero, ya que mis reservas de agua estaban casi intactas,
preferí tomar la estrecha senda que sube y baja por la margen derecha del
arroyo. Tras media hora de reconfortante camino, aparece el sólido muro del
recinto del palacio de La Granja. Sin abandonar su silente compañía, el camino
entra en el caserío de San Ildefonso junto a la desvencijada plaza de toros.
En el autobús que me llevaba hasta Segovia, una
viajera que se dirigía a pasar la tarde a la capital, definió, mediante una
sentenciosa explicación, el clima que disfrutan en aquellos parajes:
-
Dile que, cuando quiera, se pase por mi
casa; ya hemos preparado la piscina…, aunque todavía no hemos quitado la manta
de la cama.
En el camino de vuelta a Madrid, otra vez la
figura yacente de la Mujer Muerta, ahora iluminada por el rodeno sol del ocaso.
DOR