El hombre,
esclavo de fobias, filias e indecisiones, vive en la duda constante. En el año
2008, la Secretaría Técnica del Ministerio de Administraciones Públicas editó
un curioso estudio llamado: “Variaciones
de los municipios de España desde 1842” .
La obra pormenoriza los cambios de nombre de un sinfín de poblaciones en
base a segregaciones, agrupaciones, alteraciones alfabéticas, decisiones
políticas, excedido puritanismo, etc., etc. A mediados del XIX había unos 11500
municipios. La tendencia durante los años sesenta y setenta del pasado siglo
fue la de la supresión o agrupación de muchos de ellos, dejando la cifra en
8112. Durante los años ochenta el sesgo varió considerablemente, deshaciéndose
muchas de las agrupaciones producidas. Con la publicación del estudio, no
terminó la fijación por los cambios; entrado ya el año 2015, el municipio burgalés
de Castrillo Matajudíos cambió el nombre, después de un referéndum vecinal y de
la oportuna autorización administrativa, por el de Castrillo Mota de Judíos.
En la
provincia de Madrid, donde el caminante realiza un elevado porcentaje de sus
correrías camperas, son innumerables los casos de alteración o cambio de
denominación. Y para muestra, ahí van algunos ejemplos: Villanueva de Perales
de Milla ha quedado como Villanueva de Perales; Belmonte de Tajo/Pozuelo de la
Soga abrevió a Belmonte de Tajo; Villanueva de la Cañada o la Despernada
simplificó en Villanueva de la Cañada. Otros sufrieron alteraciones
alfabéticas: Alcobendas era Alcovendas; Aljavir fue Aljabir y Cobeña, Coveña.
Algunos se pusieron al día en lo tocante a su regia designación: Aldea del
Campo, que en tiempos de Felipe II pasó a llamarse Camporreal, más tarde ha
quedado como Campo Real. A algún indeciso le cuesta definirse: al actual Villa
del Prado, se ha llegado desde el primigenio El Prado, pasando por Villa el
Prado. También existen algunos casos en que el apellido añadido, no hace más
que inducir a la confusión: en 1916, Pelayos pasó a llamarse Pelayos de la
Presa, complemento que tomó del arroyo, de igual nombre, que pasa por el
municipio y no, como muchos creen, por la presa de San Juan que se construyó
cuarenta años más tarde.
Pero siendo
interesantes los casos antes mencionados, lo son aún más los radicales cambios
de otros. Consistorios, gobernadores civiles y autoridades varias, ha realizado
cambios definitivos de nombres: Olmeda de la Cebolla cambió a Olmeda de las
Fuentes; Soto del Real sustituyó al antiguo Chozas de la Sierra; La Puebla de
la Sierra fue, hasta mediados del siglo XX, La Puebla de la Mujer Muerta;…
El segundo
martes del mes de junio, antes del inicio de la ola de calor que anuncian los
versados en las variables cosas del meteoro, el caminante va a encontrase con
uno de aquellos municipios que se arrepintieron de su atávico nombre:
Porquerizas. Y va a llegar, en apacible itinerario, descendiendo por uno de los
cordales menores más vistosos del Parque Regional de la Cuenca Alta del
Manzanares: la Cuerda de la Vaqueriza. Llegar hasta el vértice geodésico del
pico Perdiguera, parte más alta del cordal, no depende de un solo camino. El
caminante, con ánimo de completar la jornada, opta por comenzar la travesía en
Bustarviejo y terminar en Miraflores de la Sierra, el antiguo Porquerizas al que
la tradición adjudica a Isabel de Borbón el cambio de nombre.
El
caminante llega a Bustarviejo en autobús, y se apea en la parada que hay antes
de entrar en el caserío, justo entre la fuente del Collado y el manantial de la
Gregoria. Han dado las nueve y el sol, al que comienza llevando a la espalda,
ya apunta lo que será a mediodía. El camino, que sigue las remozadas marcas
blancas y rojas de un GR, comienza la subida hacia el Puerto de Canencia.
Amparado bajo la intermitente sombra del pinarillo que medra en el piedemonte
de la Cabeza de la Braña, el caminante va tomando altura sobre la densa
vegetación del valle que se aleja hacia el mediodía, y que en el Libro de la
Montería aparece con el atinado nombre de Val
Fermoso. En la cota 1500, en el lugar llamado Collado Hermoso -y también,
por obra del hombre, Collado Cerrado-, la senda se toma un respiro en su
querencia ascendente. Antes de llegar a la hoy solitaria área recreativa del
puerto, repone agua en el fresco caño de la Fuente de los Tejos. Nada más
cruzar la carretera que baja a Canencia, en el lugar de la Fuente de la Raja,
una pista de excelente traza va tomando altura en dirección a un centro de
educación ambiental. Junto a la edificación, orillados en la margen diestra de
la pista, quizá fruto del antojadizo deseo de algún ingeniero de montes, la exótica
presencia de una familia de abetos de Douglas. El caminante, como en otras
ocasiones en que visitó el lugar, vuelve a comprobar el característico aroma a
cáscara de mandarina, que resulta de estrujar sus oscuras hojas, muy parecidas
a las del tejo. Vuelve a reponer agua, ahora en la Fuente del Hornillo, pues
sabe que será la última oportunidad de beber agua fresca en lo que queda de
ruta. Junto a la fuente, en una bifurcación, el caminante, tomando el carril
que sale por la izquierda, abandona la compañía del GR que continúa en busca de
la parte alta de la Chorrera de Mojonavalle.
El camino
se abre paso entre el pinar donde, de vez en cuando, aparecen añosos ejemplares
de abedul. En el lugar donde algunos de ellos hunden sus raíces junto a las
limpias aguas del Arroyo del Toril, el caminante repara en una estrecha trocha
que continua junto a la margen izquierda de arroyo. Ante tal atracción, no
tarda ni diez segundos en abandonar su camino por la sugestiva compañía del
arroyo, que, entre paisajes de indefinible belleza, llega al lugar de su
nacimiento: el Prado del Toril. Recorrer los verdes herbazales del prado, entre
los numerosos manaderos que forman el arroyo, resulta un ejercicio impagable. En
el extremo de poniente del inmenso sestil, un encerradero de perfecta
construcción circular, espera la llegada del ganado que pasta en los alrededores.
Tras abrirse paso entre un asustadizo hato de vacas, el caminante pasa un zarzo
de la alambrada que separa los términos de Canencia y Bustarviejo. Pegado a la
linde, en la ascensión más monótona de la jornada, un cortafuego sube con
dirección al cordal. En lo alto, en el lugar donde los términos de los
municipios reseñados se unen al de Miraflores, una senda, hacia el mediodía,
comienza el recorrido de la cuerda.
La atalaya
de La Perdiguera sorprende al caminante. Al margen de la antena de telefonía
que afea el lugar, las vistas del entorno resultan gratificantes. El Puerto de
la Morcuera; La Najarra, inicio de la Cuerda Larga; Peñalara, con los últimos
neveros de la temporada; los Montes Carpetanos; El Mondalindo; la Sierra de la
Cabrera; Cabeza Arcón y El Pendón,…Ahíto de paisajes, el caminante inicia el
descenso por el cordal. La senda, con un trazo apenas señalado, va superando
rocosos oteros donde anidan los buitres, y reverdecidos collados donde florece
el cantueso y el cipresillo. Sobre el Pico de la Pala, a la sombra
reconfortante de un solitario rebollo, cuando aún queda media legua de camino,
el caminante hace un alto para la comida. Desde el miradero, orientado hacia el
saliente, otea el valle que se va difuminando hasta llegar a Bustarviejo.
Primero
entre el robledal, y después orillado a las solitarias calles de una apartada
urbanización, llega a la carretera que viene desde La Cabrera. En el
extrarradio de Miraflores, con el sol en el cenit del día, espera los veinte
minutos que tarda el autobús. Al atravesar el caserío del próspero municipio,
al tiempo que empadronados y foráneos van ocupando las plazas libres en el
viaje hacia La Corte, el caminante conjetura como sería, hace más de ocho
siglos, aquel Porquerizas fundado por colonos segovianos.
DOR