En 1846, durante el reinado de Isabel II, el
coronel de ingenieros Francisco Coello de Portugal y Quesada fue destinado a la
Dirección General de Ingenieros y comenzó a colaborar con Pascual Madoz en la
publicación de su Diccionario Geográfico-Estadístico-Histórico. El cometido
concreto fue el de la confección de los mapas que conformaron el "Atlas de
España y sus posesiones de Ultramar". Durante esa estrecha colaboración,
en 1853, realizaron un mapa de la provincia de Madrid que, como un tesoro, se
guarda en el Instituto Geográfico Nacional. Resulta curiosa la lectura que, de
algunas de las particularidades del mapa, hace el IGN: “Abundante y cuidada toponimia. Rotulación en letra de palo, capitular,
romanilla e itálica”. Entre la abundante y cuidada toponimia, el caminante
localiza el antiguo nombre de la cresta rocosa que hoy se señala como La
Peñota, y que entonces era conocida como Tres Picos.
Es el penúltimo día del año y el tren llega a
Cercedilla envuelto en una niebla fría y espesa, que ya había comenzado a
aparecer en la estación de Los Molinos. Los viajeros, la mayoría cargados con
mochilas, van desapareciendo del andén de acuerdo con sus destinos. Unos, los
que tomaron el tren de forma apresurada, a la cantina para tomar el primer café
de la mañana y otros, la mayoría, en busca del tren de montaña que sube a los
puertos de Navacerrada y El Paular. Solamente el caminante, envuelto en la
húmeda bruma, y una vez abandonado el andén, continúa caminando sobre el
balasto de la vía. Antes de llegar a la negra boca del túnel, que minutos antes
había engullido al convoy, toma una senda que, de manera perezosa, serpea por
la ladera. Deja a la diestra el inicio de la senda Puricelli y, tras un último
repecho, llega a un excelente camino terrizo. Se trata del Camino de los
Campamentos.
A manderecha, encajonada entre dos muros de
piedra, a veces confundida con la escorrentía de un venero de claras aguas, se
inicia una senda que ataja hasta el collado donde, desde 1912 hasta finales de
los años sesenta, varias generaciones de jóvenes pasaban algunos días en
contacto con la naturaleza. Por los escasos restos, todavía es posible
reconocer el lugar exacto de aquellas instalaciones. Más allá de un depósito de
aguas, entre el pinar, se inicia la llamada senda de Los Poyalejos que, de
forma gradual, va tomando altura por la ladera. Es en ese momento cuando la
cerrada niebla se queda agarrada a los bajíos y un tibio sol comienza a
apoderarse del paisaje. Acompañado por las increíbles vistas que emergen del mar de
nubes, llega el caminante al excelente camino que viene del Collado de
Marichiva y del Puerto de La Fuenfría. Es el lugar donde se encuentra la Fuente
del Astillero, a la que ha mucho tiempo abandonaron las náyades. Tras cruzar la
pista, en un último esfuerzo, llega el caminante hasta el Collado de
Cerromalejo, lugar donde un añoso muro separa las provincias de Madrid y
Segovia. En la parte segoviana, señalado con marcas blancas y rojas, corre el
GR que baja de la Peña del Águila. Hasta ahora el desnivel superado desde la
estación ha sido de casi seiscientos metros,… y aún quedan más de doscientos
para llegar al lugar más alto de la jornada.
Como su antigua denominación indica, la cima de
La Peñota está formada por tres mogotes bien diferenciados, resultando más
interesantes los pasos que discurren por la zona madrileña que los que lo hacen
por la segoviana. Desde su vértice geodésico resulta gratificante el ejercicio
de reconocimiento de los lugares que desde allí se divisan. En sentido
dextrógiro, emergiendo del océano de nubes que domina la llanura madrileña, el
Alto del León, la Peña del Águila, Siete Picos, Las Guarramillas, La
Maliciosa,..; en la parte segoviana, limpia de nubes, las redondeadas cimas de
la Sierra del Quintanar y las más quebradas del Pasapán, la Peña del Oso y La
Pinareja, que conforman la inconfundible silueta de La Mujer Muerta. Durante
unos minutos, además de con el irrepetible muestrario de paisajes, el caminante
se entretiene con la porfía de un andariego que, con problemático resultado,
trata de inmortalizar, en una fotografía al borde del despeñadero, al perro que
lo acompaña. El irracional, seguro desconocedor de la teoría que pregona la supuesta
superioridad del racional, permanece inmóvil hasta el momento definitivo del
clic, que es cuando se levanta para, rabeando con energía, acercarse hasta su
dueño. Éste, tras vituperios y execraciones de variado contenido, y entendiendo
que su pretendida superioridad no lo llevará a conseguir su objetivo, abandona
la porfía.
El espectáculo de nubes continúa durante el
descenso. El caminante, siguiendo la clara traza del GR, va superando los
claros hitos que el tobogán de peñas, cerros y collados presenta sobre el
cordal: Collado de Gibraltar, cerro y collado del Mostajo, Peña del Cuervo,
collado y cerro de Matalafuente…, hasta que, paulatinamente, el camino, que
continúa sobre la divisoria de aguas, se va aproximando a la masa de nubes.
Durante el recorrido, enmascarados entre las rocas, variados son los restos de
la guerra civil que ocupan pasos y lugares estratégicos. En el collado del
Arcipreste la densa y fría niebla vuelve a apoderarse del paisaje. Unos metros
más adelante, en el Collado de la Sevillana, tras una cancela metálica, se abre
un nuevo sendero que, con dirección a Tablada, abandona el de largo recorrido
que hasta entonces había guiado al caminante, y que continúa en dirección al
Puerto de Guadarrama y cuerda de Cuelgamuros. Tras recorrer unos metros por la
carreterilla asfaltada que termina en el apeadero de la localidad, la senda, de
nuevo entre la vegetación, se dirige hacia la vía del ferrocarril que viene de
Cercedilla, a la que salva por un paso inferior. Una vez pasado el pequeño
túnel, en una zona de extensas praderas, se abre una variada red de caminos.
Ahora siempre hacia naciente, con la luz en clara
retirada, el caminante se dirige hacía la rústica ermita de la Virgen del
Espino. Luego, entre dehesas, herrenales y praderías, entra en la soledad de
las urbanizaciones que rodean el casco antiguo de Los Molinos. Junto a la
ermita de San José, antes de tomar el autobús hacia La Corte, el caminante echa
el último vistazo al collado donde el Alto del León sigue atrapado bajo la
niebla.