En la ladera meridional del cordal de la Sierra de Gredos, en el piedemonte del Torozo, un valle, con porte de circo glaciar, se esconde del frío bóreas que corre desde las parameras boreales. Enseguida comienza a recoger las aguas de escorrentías, arroyos y torrenteras, hasta formar la corriente de río Prado Latorre o Ramacastañas, el cual, en un derroche de brevedad, cuando solo ha recorrido unos catorce quilómetros, entrega su abundante caudal al Tiétar.
A ambos lados del valle, recostados sobre sus laderas, se encuentran cinco localidades, que conforman una comarca natural, administrativamente constituida como una mancomunidad, denominada Barranco de las Cinco Villas. Nombradas de norte a sur, la primera, bajo el puerto del Pico, está Cuevas del Valle. En la ladera de saliente, se encuentra Villarejo del Valle. Un poco más abajo, en la misma ladera, se asiente el caserío de San Esteban del Valle. En la ladera de poniente, considerada la capital de la mancomunidad, se halla Mombeltrán, la única que no toma el apellido del lugar. De nuevo en la ladera oriental, Santa Cruz del Valle, lugar desde donde el caminante iniciará el recorrido de la jornada.
Es el último día de febrero de este año bisiesto, o sea que, para repetir lo de hoy en el mismo día, habrá que esperar cuatro años. Todo un alarde para el caminante, para el que contar por cuatrienios comienza a ser empeño complicado. En la amanecida, la máquina infernal ronca camino de Talavera de la Reina. Todo sea por hacer el día lo más largo posible y no perder la luz al final de la tarde. Tras el hartón de autovía, en el quilómetro 123, toma la N-502 en dirección a Ávila capital. Aún tendrán que recorrer más de ocho leguas, hasta llegar a la carretera provincial que, por la ladera de levante, une cuatro de las localidades de la mancomunidad. En unos minutos, caballo y caballero llegan a la plaza de toros de Santa Cruz del Valle.
Cabalmente
maneada la máquina infernal, el caminante dispone su camino orientándose hacía
el sur, lo que le obligará a ruar por el entramado de escaleras, callejas y pasadizos
que recorren la ladera. Terminado el caserío, un camino cementado serpea, cerro
arriba, entre el pinar. Hace frío; mientras Mombeltrán lleva más de una hora
recibiendo los rayos del sol, Santa Cruz aún se encuentra sumida en la umbría
de la mañana.
Pronto acaba el
cemento y una excelente pista sigue, entre el pinar, hasta llegar a un claro
donde se encuentra el depósito de agua de la localidad, y donde el camino se
bifurca. Deberá desdeñar el ramal que sale por la derecha y seguir por la pista
principal. Una senda, marcada sobre un cortafuego, le permite evitar una larga
zeta del camino. Poco a poco, como si algún ser superior estuviese manejando un
reóstato, la luz va iluminando las copas de la pinada. Si comenzó en la cota
719, la incesante subida no cejará hasta que la pista llega a la cota 936.
Comienza, entonces, un placentero recorrido que lo llevará a cruzar dos
gargantas: Prado Tuerto, en cuyo nacedero se encuentra la fuente Nogueroles
-Noguerales en los viejos mapas- y la del Llano.
Junto al curso
de la última, un manadero llena una alberca utilizada por los retenes de
bomberos forestales. Está guardada por una cerca metálica que, por una portilla
a media altura, permite a los andariegos tener acceso al caño para reponer agua.
De la trasera de la fuente, siguiendo el curso de la corriente, una senda llega
hasta el sitio de captación de agua potable de Santa Cruz. Ha llegado el
momento de abandonar el rumbo este y la compañía del agua. La pedregosa senda
vuelve a orientarse hacia el meridión e inicia la subida entre los pinos. Por
tan apabullante pinar, el caminante seguirá la senda hasta escuchar el
creciente murmullo de la corriente de la inmediata garganta del Collado. Antes
de comenzar el descenso hasta el agua, hace la parada de las once.
Repuestas las fuerzas, el caminante retoma el camino. Cruza la corriente por el muro de un añoso azud, que tiene la apariencia de estar inservible, y comienza la subida que lo sacará de la garganta. Comienza, entonces, a escucharse el sonsonete de las motosierras, al tiempo que un intenso olor a resina se apodera del pinar. Las roderas de la maquinaria pesada lo obligan a salir del camino. Por la mullida pinocha, termina el recorrido que lo llevará hasta el collado de la Solana donde se amontonan cientos de troncos recién talados. El collado, de acertado nombre, deja al descubierto los efectos del incendio producido en agosto de 2022, en el que ardieron cerca de 1500 hectáreas de pinar. Más allá del infortunio, tan preeminente miradero ofrece excelentes vistas sobre las verdes dehesas del valle del Tiétar, columbrándose, además, las láminas de agua de los embalses de Rosarito y de Navalcán. Sigue el caminante por el camino que se cuelga sobre la ladera, hasta llegar al lugar donde el incendio detuvo su destructor avance. Cuando el camino varía su rumbo hacia el norte, un cortafuego – o lo que queda de él - toma dirección hacia el SO. Ese será su camino de bajada.
Es indudable
que el cortafuego hizo su labor, deteniendo el avance del fuego. La evidencia
de tamaña desgracia, son los numerosos tocones negrizcos que jalonan la ladera.
Es algo más de mediodía y el caminante, ahíto de sol, busca cobijo bajo el
pinar que se salvó del incendio. Por un camino de difusa traza, entre pinos y numerosos
ejemplares de madroños, sigue descendiendo por la ladera. Después de cruzar un
primer camino, sigue por el pinar hasta llegar a la pista forestal del Madroño.
Por ella, tras unos minutos, llega al puerto de la Reina, lugar de encuentro de
seis caminos. El principal, orientado hacia el N, es el que debería seguir el
caminante, pero el hecho de estar asfaltado le hace especular sobre cualquier
otra alternativa que pueda encontrar en los mapas.
La solución la encuentra en la tablilla de una baliza, que marca el camino PR MOM-5, que se separa del asfalto por la izquierda, y que, con claridad, indica la dirección hacia los Pozos de Felipe. No es la ruta prevista, pero se decide a aceptar la invitación de la baliza. El caminante hace una parada en el monumento de un cementerio civil, ubicado a pocos metros del vial. El camino, en evidente descenso, es un interesante muestrario botánico. A los pinos y madroños ya conocidos, se unen el brezo rosa, jaras y retamas. Llega el camino a un nuevo cortafuego, por donde el caminante recorre unos trescientos metros, para volver a abandonarlo por la diestra.
Entra el
caminante en una zona de castaños, con algunos ejemplares de gran tamaño. Sigue
el camino en descenso hasta llegar al pontón que salva la corriente de la
garganta de los Pozos, curso formado, media legua más arriba, por la junta de
las gargantas del Llano y del Collado, que el caminante ya conoció en la
mañana. Continúa, corriente abajo, por la orilla derecha, hasta que el rumor de
la corriente comienza a subir los decibelios. Es la señal para arrimarse a la
corriente. Será una yincana de subidas y bajadas hasta la orilla del agua, para
visitar los saltos, pozas y marmitas que jalonan en recorrido. Son unos
trescientos metros de gozo caminero, que termina en una fuente de recia
construcción. Unos metros más abajo, la garganta entrega sus aguas al caudal de
río Ramacastañas.
Es la hora de
la comida. Entre la fuente y la corriente del Ramacastañas, un área recreativa,
con recias mesas de granito, parece el lugar adecuado para aligerar el peso de
la mochila. Terminado el ritual de la bucólica, el caminante, a contracorriente
del río, caminará por la orilla izquierda hasta llegar al sitio recreativo de
Playas Blancas, lugar cuajado de chopos y mimosas en flor, donde se encuentra
un campamento juvenil, cuyo vallado lo separará, momentáneamente, de la
rumorosa compañía del agua. Cuando todo hace pensar que ya no queda más opción
que seguir la traza del llamado camino del Almoclón, una vereda vuelve
arrimarse a la corriente. Entre el bosque de ribera y el pinar, durante media
hora volverá a la vivificante compañía del agua, por una senda que se abre paso
entre brezos y retamas. Todo termina cuando aparecen los cercados de fincas
particulares. Es entonces cuando camino y caminante se ven obligados a subir
hasta el camino que abandonó un par de kilómetros atrás.
Entonces,
orientado hacia el septentrión, con la impresionante cima del Torozo en el
horizonte, caminara, en momentáneo respiro, entre fincas y vallados. Tras
cruzar la carretera por la que subió, en la mañana, a Santa Cruz del Valle, el
camino vuelve a coincidir con el río. Al otro lado de la corriente, a tiro de
honda, Mombleltrán y su hermoseado castillo. Será la última vez que escuche el
fragor de la corriente; al llegar a las ruinas del monasterio de Nuestra Señora
de la Torre, su camino tomará dirección hacia el caserío de la población.
De la puerta de
la explotación ganadera, cuya cerca encierra las ruinas del monasterio, sale un
descarnado camino que sube por la pendiente. Por el caminará durante unos
minutos hasta que, por la derecha, un viejo sendero empedrado serpea entre
huertos y bancales hasta llegar a la carretera. Es el punto desde donde se
muestra una interesante vista de las viejas piedras del cenobio. Tras un breve
recorrido por el asfalto, una nueva vereda sale por la derecha para entrar,
definitivamente, en el arrabal de Santa Cruz. Vuelve a callejear, como hizo en
la mañana, y en su camino se irá encontrando con los lugares más emblemáticos
del lugar: la picota, la ermita de San José, la parroquial de La Santa Cruz y,
por fin, la Plaza de la Constitución que, en las tardes soleadas como ésta,
apura los últimos rayos de un sol que comienza a esconderse tras el reloj de
Museo Municipal de Pintura Contemporánea. Todo es quietud; el silencio
solamente queda alterado por el continuo manar de dos caños -de tres
disponibles-, que tiene la sólida fuente que se encuentra alojada bajo un vial.
Durante el regreso, buscando alguna distracción que consiga aliviar el tedio de la autovía, el caminante pasa el corrector mental a lo vivido durante el día. Nunca, durante los últimos años, tantas partes del recorrido realizado han coincidido con el balizamiento de tantas rutas. Con la seguridad de que alguna quedará en el olvido, hace un alto en el camino para, antes de que la memoria le juegue una mala pasada, anotar tanto acrónimo: SL SCV-4; PR MOM-5; PRC-AV49; GR 293 y GR 180. Y si esto fuese poco, marcados en los troncos de los pinos, en algunos tramos encontró círculos amarillos, unos con un punto central de color azul y otros de color rojo. Como para saltarle los plomos a la IA.
DOR