viernes, 21 de junio de 2013

EL VIEJO CAMINO DE PORQUERIZAS Y LA CHORRERA DE ROVELLANOS

Durante la Reconquista, no debió ser fácil la vida en las zonas de frontera. La ocupación de las tierras, básicamente en sentido norte-sur, se realizaba después de los ataques y conquistas militares, y en ella se implicaron colonos y órdenes religiosas. Poco se sabe de aquellas gentes anónimas que, con la exposición de su propia vida, abrieron caminos y fundaron poblaciones. No solamente aguantaron las recurrentes razias musulmanas, sino que tuvieron que soportar el rigor de los crudos inviernos serranos.

Tras esperar durante unos días, a que la irreflexiva primavera adquiriese un poco de cordura, el pasado 22 de mayo cogí la mochila para darme un nuevo hartazón de naturaleza viva, gozando de un tramo de uno de aquellos viejos caminos. Llegué a Canencia a la hora en que los autobuses escolares realizan su ruta diaria. Tras pasar el puentecillo que salva el arroyo del Batán, abandoné la carretera que sube hasta el puerto, y junto a la ermita del Santo Cristo, con la brújula marcando el meridión, comencé la ruta.

Cuentan los cronistas que, hasta que a mediados del siglo XX, tiempo en el que fue trazada la carretera que, pasando por el puerto de Canencia, llega hasta Porquerizas –hoy Miraflores de la Sierra-, uno de los pocos caminos viables era el que yo iba a seguir.

Razón tenía el poeta al decir que se hace camino al andar. Es evidente que el camino, poco utilizado en la actualidad, ha sido sustituido por otro que, más a poniente, sube paralelo a la carretera. Tras pasar junto al depósito de aguas, me costó localizar la estrecha senda que sube por la ladera. Después de pasar dos muros de piedra, el antiguo camino carretero aparece tras el vallejo de un arroyuelo estacional. Allí, su herbosa traza se adentra en un frondoso pinar, que no abandonará hasta el collado Cerrado o Hermoso.

                                            
En el momento de llegar al collado, sentí la necesidad de chapotear sobre el verde pasto de la inmensa nava que, encerrada en un muro de piedra –de ahí collado Cerrado-, se abre ante los ojos del caminante. Como un niño, caminé casi un kilómetro por el húmedo herbazal, sorteando charcas y evitando manaderos.
           
  


Y tras el disfrute, el esfuerzo. El camino se encabrita faldeando entre las rocas de la Cabeza de la Braña. El duro abajadero saca los colores al caminante, que a la postre se ve recompensado con la increíble visión del collado Abierto o de Hernán García. A lo lejos, dos caminantes se dirigen hacia el Mondalindo, en cuyo vértice geodésico confluyen las rayas de Canencia, Bustarviejo, Valdemanco y Garganta de los Montes. Entonces recordé la frase de Graham Bell:   Nunca vayas por el camino marcado, porque conduce a sitios donde otros han ido ya. Avanzando por un laberinto de piornos, bajé hasta las húmedas praderas del collado, donde se forma el arroyo de Matallana que iba a ser mi referencia para volver a Canencia. En unos casos las rocas y en otros la enmarañada vegetación, me obligaron a saltar sobre sus aguas en varias ocasiones. El arroyo se torna cantarín al tiempo que va enriscándose y tomando caudal. Media legua después de su nacimiento en el collado, y para salvar un cortado de más de una docena de metros, la corriente se precipita sobre una poza de dificultoso acceso, donde la humedad ha configurado un inextricable bosquete de sauces y fresnos. Es la poco conocida chorrera de Rovellanos.




             

Tras unos minutos de descanso, bien por la estrecha senda de la margen izquierda, o serpenteando por las trochas de animales de la margen derecha, el destino es el mismo: la presa del Batán. Justo en la cola de la presa, la corriente de nuestro arroyo se une a las aguas del arroyo Ortigal, y desde allí llegan al viejo molino harinero del Gollete como arroyo del Batán. Junto al molino, la reparadora comida; después, tras quinientos metros por una pista terriza, ya en Canencia, la refrescante fuente junto a la ermita.      






DOR    



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